El primer Soviet
El primer Soviet surgió en Ivánovo-Vosnesensk.
Ivánovo-Vosnesensk es el centro más importante de la industria textil rusa. El movimiento obrero de dicha ciudad era uno de los más antiguos del país. La influencia de las ideas socialistas era muy fuerte, pero el movimiento se distinguía por una característica especial: la de que el papel directivo no lo desempeñaba el agitador de fuera ni el intelectual, como ocurría a menudo, sino los elementos de la propia masa obrera de la localidad. La masa, sin embargo, era generalmente inculta, como ocurre a menudo en los obreros de esa rama de industria. La que se ha distinguido siempre, en todos los países, por las pésimas condiciones de trabajo.
El movimiento revolucionario de 1905 tuvo una repercusión inmediata sobre esa masa de obreros explotados, sobre todo por la proximidad de centros proletarios tan importantes como Moscú y Oréjovo-Zúgeo, donde la fermentación revolucionaria había alcanzado el grado máximo.
El 12 de mayo estalló en Ivánovo-Vosnesensk la huelga de los obreros textiles, que se transformó en una huelga general y desempeño un inmenso papel en la historia del movimiento obrero ruso. El 13, en la orilla de río Talki, en una Asamblea de huelguistas, a la cual asistieron 30.000 obreros, fue elegido un Consejo o Soviet de 110 delegados, designados para llevar a cabo las negociaciones con los patronos y las autoridades en nombre de todos y para la dirección de la huelga. Ese Comité no era un Comité de huelga ordinario, tanto por su forma de elección como por su carácter. Desde el primer momento se estableció un estrecho contacto entre el Soviet y el Partido Socialdemócrata, cuyo Comité local inspiraba todas las resoluciones del nuevo organismo.
El Soviet, bajo la influencia de los acontecimientos que se desarrollaban en el país, adquirió rápidamente importancia extraordinaria y un carácter revolucionario definido. Su fuerza y su prestigio eran inmensos. En realidad, durante ese período existió ya en Ivánovo-Vosnesensk el poder dual. No se podía imprimir nada en ninguna imprenta sin la autorización del Soviet. Este se negó, por ejemplo, a autorizar la impresión de un documento en que un representante de la autoridad se dirigía al nuevo organismo creado por los trabajadores. Mientras que el Soviet sometía a su control la publicación de todos los documentos que emanaban de la clase enemiga, publicaba libremente todo lo que se le antojaba. La propaganda socialdemócrata, por ejemplo, se efectuaba absolutamente sin ningún obstáculo. El Soviet utilizaba libremente los locales públicos, sin pedir permiso a nadie, para sus Asambleas y mítines. Este derecho se lo había conquistado por la fuerza, y nadie ni nada pudo impedir que la clase obrera lo ejerciera, ni aun la matanza organizada del 3 de julio por las autoridades zaristas. Era, naturalmente, el Soviet el que dirigía la huelga. No se admitía ninguna negociación separada; nada podía volver al trabajo si no era por acuerdo del Soviet. Éste organizó el servicio de protección de las fábricas y de los bienes de la ciudad, y durante todo el período en que fue dueño absoluto de la ciudad, y durante todo el período en que fue dueño absoluto de la población no se registró ni un solo acto de robo o de saqueo. Fue precisamente cuando se disolvió el Soviet que empezaron los asaltos a las tiendas.
El Soviet tomó decisiones de carácter netamente político, que fueron transmitidas el ministro de la Gobernación en un mensaje que firmaron todos los diputados al Soviet, a cuya firma se añadió la de millares de huelguistas. En dicho mensaje se reclamaba la libertad de palabra, de reunión y de asociación y la convocatoria de una Asamblea Constituyente. El Soviet exigió la formación de un tribunal para juzgar a los responsables de las cargas de la fuerza pública contra los huelguistas el día 3 de julio, organizó comisiones para recolectar fondos para los parados, destacamentos para guardar las fábricas, etcétera. Inmediatamente después de su constitución, se organizó una Mesa, compuesta de cinco miembros, que fue un organismo indudablemente análogo a los Comités Ejecutivos elegidos en los Soviets que surgieron posteriormente en distintos puntos del país.
Las asambleas plenarias se celebraban todas las mañanas a las nueve. Una vez terminada la sesión, empezaba la Asamblea general de los obreros, que examinaba todas las cuestiones relacionadas con la huelga. Se daba cuenta de la marcha de esta última, de las negociaciones con los patronos y las autoridades, etcétera. Después de la discusión, eran sometidas a la Asamblea las proposiciones preparadas por el Soviet. Luego, los militantes del partido pronunciaban discursos de agitación sobre la situación de la clase obrera, y el mitin continuaba hasta que el público se cansaba. Entonces, la multitud entonaba himnos revolucionarios y la Asamblea se disolvía. Así repetía todos los días.
Después de las matanzas del 3 de julio, las Asambleas se interrumpieron durante dos semanas, y, al reanudarse, acudieron ya a la primera reunión hasta 40.000 obreros. A las Asambleas siguieron manifestaciones pacíficas y mítines en el centro de la ciudad. El 25 de julio, el Soviet decidió dar por terminada la huelga en vista de que el hambre empezaba a reinar en los hogares obreros y de que los patronos habían hecho concesiones considerables.
El día en que se dio por terminada la huelga, el Soviet de Ivánovo-Vosnesenk se disolvió espontáneamente, pero los miembros del mismo siguieron desempeñando un papel de representantes de los obreros. En todas las fábricas éstos seguían considerándose como a sus «diputados», y en todos los conflictos con la administración actuaban como representantes de la masa obrera, y los patronos aceptaban este hecho.
El Soviet de Petersburgo
Petersburgo era, no solamente la capital oficial del país, sino el centro del movimiento revolucionario. Era allí donde había el proletariado más activo y dotado de un espíritu de combate más ardiente. De allí partía la iniciativa, el pensamiento revolucionario incluso en los días de diciembre en que mientras la capital permanecía pasiva, en Moscú se desarrollaban una lucha sangrienta. Petersburgo estaba ligado a mil hilos con el resto del país, y esta circunstancia le ayudaba a asimilarse la experiencia de los demás centros proletarios y los resultados obtenidos, a elaborarlos en su laboratorio revolucionario, y dar, finalmente, en octubre de 1905, la forma más perfecta de organización, el Soviet de Diputados Obreros, que ejerció una influencia enorme sobre el movimiento revolucionario de todo el país.
El Soviet surgió en el momento de la lucha revolucionaria más aguda. La idea de su creación fue lanzada el 12 de octubre en una Asamblea celebrada en el instituto Tecnológico. Pero las masas, en realidad, lo habían ido ya creando al desarrollar, desde los comienzos de la revolución, las distintas formas de representación en fábricas y talleres. El 13 de octubre, el Soviet celebra su primera reunión plenaria. Uno de los principales acuerdos adoptados por dicha primera sesión es el de dirigir un manifiesto a todos los obreros y obreras, en el cual, entre otras cosas, se dice: «No se puede permitir que las huelgas surjan y se extingan de un modo esporádico. Por esto hemos decidido concentrar la dirección del movimiento en manos de un Comité Obrero Común. Proponemos a cada fábrica, a cada taller y a cada profesión que elija diputados a razón de uno por cada quinientos obreros. Los diputados de cada fábrica o taller constituyen el Comité de Fábrica o de taller. La reunión de los diputados de todas las fábricas y talleres constituyen el Comité general de Petersburgo». Este manifiesto lleva la firma de: «Soviet de Diputados de las fábricas y talleres de Petersburgo.» Al principio, los obreros, al elegir a sus diputados, los consideran como sus representantes en el Comité de huelga general, que se llama, ora «Soviet Obrero General», ora sencillamente «Soviet Obrero», pero ya desde el primer momento empieza a generalizarse el término «Soviet de Diputados Obreros», conocido ahora en todo el mundo, y que aparece ya en el primer número de Izvestia (Las Noticias), órgano oficial del Soviet.
Ni a un solo de los participantes en el movimiento se le ocurría la inmensa importancia que tenía el papel que estaba llamada a desempeñar la organización a la cual mandaban sus representantes. Sin embargo, los militantes más conscientes comprendían perfectamente que no se trataba de un simple Comité de huelga y que su misión era la huelga política, no sólo para conseguir la jornada laboral de trabajo de ocho horas, sino para luchar por la convocatoria de la Asamblea Constituyente y la consecución de la libertad política.
A mediados de noviembre, el número de diputados al Soviet era de 562, delegados de 147 fábricas, 34 talleres y 16 sindicatos. De esos diputados, 508 representaban a las fábricas y a los talleres y 54 a los sindicatos. En conjunto representaba a lo menos de 250.000 obreros, esto es, a la mayoría aplastante del proletariado de la capital. Al frente iban, como siempre, los metalúrgicos, que constituyen la avanzada obligada del movimiento revolucionario. El número de sus diputados ascendía a 351; les seguía los obreros textiles, con 57 diputados. Luego los tipógrafos, con 32; los trabajadores de la madera, con 23, etcétera. Pero en el Soviet estaban representados asimismo los empleados, los funcionarios de Correos y telégrafos y los partidos revolucionarios. De los 50 miembros que componían el Comité Ejecutivo, 28 representaban a fábricas y talleres, 13 a los sindicatos y 9 a los partidos socialistas. El Soviet de Petrogrado realizaba —según la definición de Lenin— la unión efectiva de la socialdemocracia revolucionaria: en esto consistía su fuerza y su debilidad. Su fuerza, porque agrupaba a todo el proletariado; su debilidad se veía neutralizada, hasta cierto punto, por las indecisiones y las vacilaciones propias de la pequeña burguesía radical.
Petersburgo era en 1905 el centro de todo los acontecimientos, y en la capital misma, el Soviet era el centro de todo el movimiento, y esto, ante todo, como ha dicho Trotsky, «porque esta organización proletaria, puramente de clase era una organización de la revolución como tal. El Soviet de Diputados Obreros —dice el que fue su presidente— surgió como una respuesta a la necesidad objetiva, engendrada por el curso de los acontecimientos, de una organización que fuera una autoridad, sin tradiciones, agrupaba a todas las masa dispersas de la capital, uniera a las tendencias revolucionarias en el proletariado, fuera capaz de iniciativa, se controla automáticamente a sí misma y, sobre todo, que pudiera hacer surgir de bajo tierra en veinticuatro horas».
Ninguno de los partidos revolucionarios existentes, ninguno de los sindicatos, poco numerosos por otra parte, que se habían fundado, podía desempeñar este papel. A pesar de la enorme influencia que ejercía entre la masa obrera, los bolcheviques y mencheviques agrupaban de dos a tres mil miembros a fines de verano y de cinco a seis mil a fines de año. Con ayuda del Soviet, la socialdemocracia arrastraba a toda la masa. El Soviet era un centro que arrastraba a la organización y a la lucha, bajo la dirección de la socialdemocracia, no sólo el proletariado, sino también a los sectores pequeñoburgueses de la población.
En el momento en que surgió el Soviet, existía en Petersburgo la Duma Municipal, que era únicamente un órgano nominal de administración municipal, cuyas facultades el Gobierno zarista cercenaba sistemáticamente. Ese organismo era elegido exclusivamente por la clase dominante. Uno de los primeros actos del Soviet fue presentar una serie de reivindicaciones a la Duma Municipal. Estas reivindicaciones eran las siguientes:
- Tomar medidas inmediatas para regular el abastecimiento de la masa obrera de la capital.
- Conceder los edificios públicos para asambleas obreras.
- Abolir la concesión de locales y de subvenciones a la policía, los gendarmes, etcétera.
- Entregar dinero a la Caja Municipal al Soviet para el armamento del proletariado de Petersburgo, que la lucha por la libertad del pueblo.
Estas demandas fueron entregadas a la Duma, durante una de las sesiones de esta última, por una delegación especial del Soviet. Ni que decir tiene que los miembros de la Duma permanecieron sordos a las reivindicaciones del proletariado. Prometieron examinar la cuestión en una sesión especial, pero la cosa no pasó de aquí.
El programa político del Soviet estaba inspirado por la socialdemocracia. Sus consignas fundamentales eran el derrumbamiento de la autocracia, la Asamblea Constituyente, la República democrática y la jornada laboral de ocho horas.
Dirigió tres huelgas, las generales de octubre y noviembre y la de Correos y Telégrafos. Lanzó medio millón de proclamas, llevó a la práctica, por la vía revolucionaria, la jornada de ocho horas en fábricas y talleres, proclamó la libertad de prensa y de reunión, realizándola por medio de la confiscación de las imprentas y de los locales públicos: organizó el auxilio a los obreros parados; se puso al frente del movimiento que arrebató a la autocracia el Manifiesto de 17 de octubre, que prometía la convocación de la Duma y una serie de libertades políticas, y, con las huelgas de noviembre, obligó al zarismo a levantar el estado de guerra en Polonia. Durante algún tiempo, esto es, en el período de auge de la Revolución, actuó realmente como Poder y fue de victoria. El Soviet lanzó la consigna «¡Armaos!» y halló un eco ardiente entre el proletariado. En las fábricas se organizaron grupos armados. El Soviet adquiría por su cuenta, formaba la milicia obrera, que guardaba la imprenta en que se tiraban las Izvestia luchaba contra las bandas reaccionarias, protegía la Asambleas, etcétera.
La autoridad del Soviet era inmensa. Todo el mundo, todos los explotados, los que eran víctimas de atropellos, acudían a él en demanda de ayuda. En su último período eran cada día más frecuentes las visitas de delegaciones campesinas, y empezaba ya asimismo a entablar relaciones con los soldados. Los tribunales dejaban salir a los testigos, si eran diputados al Soviet, para que pudieran cumplir con sus funciones. Si la policía detenía a alguno de ellos con motivo de algún desorden público, era puesto en libertad tan pronto presentaba su carnet. Las autoridades militares que guardaban la central eléctrica, dieron la corriente para la impresión de las Izvestia, por orden del Soviet, y comunicaron oficialmente a este último que la orden estaba cumplida. Los ferrocarriles y los telégrafos estaban enteramente a su disposición, mientras que el presidente del Consejo de Ministros no podía disponer de ellos cuando quería. Entre los suscriptores al órgano del Soviet figuraban Witte, jefe del Gobierno, y Birlov, ministro de Marina. Cuando empezaron los pogromos, organizados por los «cien negros» en todo el país, el Soviet dio a los obreros la orden de que se armaran. Pero éstos no tenían medios de adquirir armas y empezaron a fabricar armas blancas en fábricas y talleres. En el Soviet se formó un verdadero museo, nunca visto por su variedad. Pero más tarde, como ya se ha dicho, se compraron armas. La milicia estaba compuesta de 6.000 obreros, la institución funcionaba normalmente de un modo abierto, hasta tal punto, que los periódicos publicaban los números de los teléfonos de los puestos de la milicia a los cuales podía dirigirse la población en caso de necesidad urgente.
El 26 de noviembre fue detenido Jrustaliev, primer presidente del Soviet. Este contestó con el siguiente acuerdo: «El presidente del Soviet de Diputados Obreros ha sido hecho prisionero por el Gobierno. El Soviet elige a otro presidente y sigue preparándose para la insurrección.» En efecto, fue elegido Trotsky. Pero la vida del Soviet fue ya de breve duración.
El 2 de diciembre el Soviet dirigió un manifiesto al pueblo invitándole a retirar el dinero de las Cajas de Ahorros y del banco del estado, exigiendo el pago en oro. El llamamiento halló un gran eco en la población, lo cual representó un serio golpe para el Gobierno.
El Soviet se había convertido en una gran fuerza. Bajo su influencia se creaban organismos análogos en otras poblaciones. Acercábase el momento en que debía unirse con los campesinos para la acción decisiva, pero la democracia revolucionaria, representada en el Soviet, y los grupos de la oposición burguesa liberal, se contentaron con la victoria de octubre y a espaldas del pueblo se entendieron con el zar. Este dio confianza y fuerza a la autocracia, la cual acabó por vencer. El día 3 de diciembre la fuerza pública cercó el edificio en que se hallaba reunido el Comité Ejecutivo del Soviet y procedió a su detención. Sus miembros fueron juzgados y condenados a la deportación a Siberia. Posteriormente se realizaron tentativas para crear un «Soviet clandestino; pero la tentativa no tuvo éxito. Es verdad que siguió funcionando un Comité Ejecutivo, pero en realidad se trataba de una organización puramente nominal que había perdido toda su fuerza y su prestigio. Ese Comité Ejecutivo fue detenido a su vez en la primavera de 1906. El Soviet de Petersburgo no fue, como el de Moscú, un órgano de la insurrección armada, lo cual se explica en gran parte por la influencia predominante que los mencheviques ejercían en el mismo.
El Soviet de Moscú
El Soviet de Moscú surgió más tarde, incluso que algunos de provincias. Formalmente, empezó su existencia el 22 de noviembre, pero la idea de su creación surgió ya en septiembre, durante la huelga de tipógrafos, que provocó un poderoso movimiento de solidaridad de la clase obrera de Moscú, con mítines, manifestaciones, choques con las tropas y barricadas. Los tipógrafos eligieron un Comité que fue en realidad el embrión del futuro Soviet. En efecto, ese Comité de huelga se convirtió en un organismo revolucionario que llevó a la práctica, por su voluntad, la libertad de reunión y de palabra, organizó asambleas en locales públicos, consiguiendo después su legalización, y presentando después una serie de reivindicaciones de carácter político. En un principio, cada taller eligió un diputado. Después se estableció la norma de un diputado por cada 20 obreros. El Comité de tipógrafos se convirtió, en el curso de los acontecimientos, en Soviet de Moscú. En los últimos días de su existencia, éste contaba con 200 diputados, que representaban a más de 100.000 obreros, es decir, a la mayoría aplastante de la clase obrera de Moscú.
La necesidad de crear el Soviet nació de la circunstancia de que existiera un Comité de huelga —que dirigía el movimiento político contra la autocracia— compuesta principalmente de elementos burgueses, con una reducida representación de los obreros. Lo mismo había debido hacerse en otras poblaciones, como por ejemplo, Samar y Kiev. Se hicieron distintas proposiciones de unificación, estimulados incluso por una parte de los obreros, que estimaban imprescindible la colaboración de todos los esfuerzos para luchar contra el enemigo común. El Soviet, sin embargo en este sentido, sin negarse, por ello, a colaborar en casos concretos de lucha contra la autocracia. El Soviet de Diputados Obreros representó un gran paso adelante en el desarrollo del movimiento, convirtiéndose en órgano de la insurrección. El Soviet de Moscú tomó una actitud mucho más decidida que el de Petersburgo con respecto al armamento y a la labor de propaganda y organización entre los soldados. Funcionó incluso, aunque efímeramente, un Soviet de soldados, que no celebró más que una reunión. En el Soviet los socialistas revolucionarios y los mencheviques desempeñaron un papel secundario. El papel principal lo desempeñaron los bolcheviques, cuya influencia era predominante, a pesar de que formalmente los tres partidos tenían representación absolutamente igual en el Comité Ejecutivo (dos diputados cada uno).
Además del Soviet central existían Soviets en las barricadas, las cuales tomaron una participación muy activa en todo el movimiento.
El Soviet se puso al frente de la insurrección de diciembre. La decisión de ir a la huelga general adoptada por el Partido Socialdemócrata fue refrenada por el Soviet y las Asambleas generales celebradas en cada fábrica.
El Soviet gozaba, como en Petersburgo, de un gran prestigio entre las masas trabajadoras. En las elecciones de los diputados al mismo participaba literalmente toda la clase trabajadora de Moscú, que habitualmente acompañaba a los diputados a la primera reunión en medio de un entusiasmo delirante. Para formarse una idea del entusiasmo de los trabajadores y de la participación de los mismos en las elecciones, son muy características las palabras pronunciadas por un viejo fundidor del barrio de Lefórtovo, elegido por sus compañeros. «Camaradas ‑decía- sólo ahora comprendo la fuerza que puede llegar a tener la unión de la clase obrera. He visto que en la acción colectiva en la lucha con nuestros enemigos, los burgueses, podemos obtener todos los derechos y todas las libertades. YO, que ya soy viejo, ni tan siquiera podía soñar con ser elegido para defender nuestros derechos obreros y llevar el título honroso de representante del Soviet de Diputados Obreros; pero creo que no podremos pasarnos de una lucha sangrienta con nuestros opresores, y por esto, vuestros elegidos os pedimos que sostengáis con las armas en la mano vuestros Soviets de Diputados Obreros.»
Sin los Soviets, la organización del Partido no hubiera podido arrastrar a las masas a la lucha armada ni crear aquella atmósfera de combate y de solidaridad que alentó a inmensas masas obreras.
Los Soviets en provincias
La mayoría de los Soviets de provincias fueron organizados en noviembre y algunos incluso en diciembre, bajo la influencia inmediata del que había sido creado por la clase obrera de Petersburgo. Tanto éste como el de Moscú habían mandado, por otra parte, delegados a provincias que fomentaron activamente la constitución de dichas organizaciones.
Claro está que la labor de estos representantes habría sido estéril en el caso de no existir ya previamente condiciones favorables. En efecto, ya desde mucho antes existían por doquier organizaciones embrionarias de las cuales surgieron más tarde los Soviets. Bajo la influencia de los acontecimientos, del desarrollo de las huelgas, de las agresiones de la fuerza pública, de la situación revolucionaria general existente en el país, esas organizaciones embrionarias se fueron transformando rápidamente. Y es que no hay nada tan fecundo como la revolución. La revolución ofrece un campo de acción inmenso a la actividad creadora de las masas, las cuales, en esas circunstancias, llevan a la práctica en pocas horas todos los planes y proyectos que los dirigentes del movimiento han meditado durante días y semanas en sus despachos.
Se poseen pocos datos sobre el origen y el carácter de los Soviets en provincias. Unos se acercan por su tipo al de Moscú, otros al de Petersburgo. En algunos sitios se convierten en el poder auténtico. Los campesinos crean también, bajo la influencia de la Alianza Campesina, organismos revolucionarios de masas que en muchos ocasiones llevan asimismo el nombre de Soviets y se ponen en relación con los Soviets obreros. Todos ellos disponen de grupos armados, bien organizados y sujetos a una disciplina rigurosa. En muchos puntos, tanto patronos como autoridades tratan oficialmente con el Soviet, al cual dirigen documentos oficiales. En Kostromá, por ejemplo, bajo la presión del Soviet, la Duma Municipal concede un subsidio a los huelguistas y 1.000 rublos para los parados. Bajo esa misma presión las autoridades se vieron obligadas a poner en libertad a cuatro obreros que habían sido detenidos. Las mujeres —y no fue ésta una de las características menos importantes del movimiento— tomaban una participación activísima en la vida de los Soviets.
Donde éstos tomaron un carácter más acentuadamente revolucionario convirtiéndose en realidad en órganos del Poder, fue en Siberia. Esto se explica, sobre todo, por la influencia de los soldados que regresaban del frente del extremo Oriente, que constituían Soviets de soldados y establecían un estrecho contacto con los organizados por los obreros. En Krasnoyarsk, por ejemplo, el Soviet procedió a la expropiación de los ferrocarriles y de la tierra y colocó enteramente bajo su control el servicio de Correos y Telégrafos. Medidas de análogo carácter fueron tomadas en otros puntos de aquella región. En algunos puntos, los elementos reaccionarios consiguieron temporalmente desorganizar el movimiento, pero la masa obrera reaccionaba enérgicamente reduciendo al silencio y a la inactividad las bandas de «cien negros».
En general, los Soviets de provincias ejercían el control absoluto sobre las imprentas y la prensa. Cuando no publicaban un órgano propio, se editaba un boletín del Partido Socialdemócrata Obrero Ruso, que lo reemplazaba, y en el que se trataban las mismas cuestiones con el mismo espíritu. Cada Soviet que surgía convertíase en un centro al cual acudían los obreros e incluso los campesinos de los pueblos vecinos a exponer sus quejas y a buscar consejo.
No existe una lista completa de los Soviets de Diputados Obreros que funcionaron en Rusia durante la Revolución de 1905. Con respecto a los Soviets de campesinos y soldados, los datos que se poseen son todavía más incompletos. Sin embargo, lo que se puede afirmar sin ningún genero de dudas es que desempeñaron un gran papel. Todos los documentos de la época lo atestiguan de un modo irrefutable. No obstante. Cuando en 1927 la oposición comunista rusa preconizaba la creación inmediata de Soviets en China y, en apoyo de su criterio, recordaba el papel desempeñado por dichas organizaciones en la Revolución rusa de 1905, Stalin, para justificar su política menchevique de infeudación del proletariado al Kuomintang burgués, afirmaba con su proverbial desprecio de la verdad histórica, que en 1905 no había surgido más que dos o tres Soviets cuya influencia en el desarrollo de los acontecimientos había sido casi nula. Ahora bien, entre mayo y octubre, se constituyeron Soviets, además de Ivánovo-Vosnesensk, Petersburgo, Moscú, en las siguientes poblaciones: Novorosisk, Rostov, Samara, Kiev, Chitá, Irkustk, Krasnoyarsk, Kostromá, Sártov, Mitischí, Tver, Oriéjovo-Zúyevo, Viatka, Ekateringburg, Nadéjadino, Vódkino, Odesa, Nikoláiev, Kremenchuck, Ekaterinbug, Yúsovka, Mariúpol, Tanganrog, Bakú, Bielostok, Smoliensk, Libau y Réval.
Hay que tener en cuenta que esta lista, como hemos hecho ya notar, es muy incompleta, y que en ningún número de Soviets creados fue mucho mayor. A pesar de todo, esta lista incompleta de una idea de la magnitud del movimiento. Los Soviets no surgieron en una región determinada, sino en toda la inmensidad de la tierra rusa, tanto en el Norte como en el Sur, en el centro del país, como en las lejanas regiones de Siberia, aunque, naturalmente, los que desempeñaron el papel más importante fueron los de Petersburgo y de Moscú.
Estructura de los Soviets
La fábrica era la ciudadela general de los Soviets. Las normas de elección variaban mucho según las poblaciones, pero en todas partes participaban en la elección de los diputados absolutamente todos los obreros, sin excepción ni restricción de ninguna clase, que trabajaban en el establecimiento. En Petersburgo y Moscú se elegían diputados por cada 500 obreros; en Odesa, uno por cada 100; en Kostromá, uno por cada 25; en otros, no había ninguna forma definida. En todo caso, los Soviets representaban en todas partes a la mayoría aplastante de la clase obrera, y en Petersburgo, Moscú y Ekaterinburg a la casi totalidad. Su prestigio era tan grande, que en algunas poblaciones pretendieron elegir Soviets incluso los pequeños comerciantes.
¿Cómo se organizaron? En Petersburgo, Rostov, Novorosisk y otras localidades se procedió a elegir inmediatamente Soviets generales; en Moscú, Odesa y otros puntos se elegían paralelamente Soviets de barriada. En Moscú, éstos mandaban representantes directos al Soviet general o central: en otras localidades se procedía primeramente a elegir Soviets de barriada, cuya reunión formaba el Soviet local.
Por regla general se designaba un Comité o Comisión Ejecutiva o una Mesa de discusión. El presidente, el secretario y otros cargos importantes eran elegidos por la Asamblea general del Soviet.
Se creaban órganos auxiliares, tales como comisiones de ayuda a los parados, de organizaciones de mítines, secciones de publicaciones y propaganda, de hacienda, etcétera. Y allí donde dirigían la insurrección o se convertían en órganos de Poder, se creaban grupos armados o milicias y se procedía al nombramiento de los jefes de las instituciones que el Soviet tomaba bajo su control (Correos, Telégrafos, Ferrocarriles). Algunos tales como el Soviet de Krasnoyarsk y de Chitá, en cuya constitución, como hemos visto, desempeñaron un papel tan importante los soldados que regresaban del frente, disponían de fuerzas armadas considerables.
No todos los Soviets contaban con prensa propia. Algunos utilizaban prensa legal o la del partido. Las Izvestia (Noticias) se imprimían —como hemos visto— tomando posesión de las imprentas. Todos los Soviets lanzaban hojas y proclamas que ejercían una extraordinaria influencia desde el punto de vista de la agitación.
En general, no había ninguna norma fija de organización. Las formas de la misma, así como su carácter y funciones, se iban concretando según las circunstancias.
Los Soviets y los partidos
En el primer Soviet que surgió en Rusia, el de Ivánovo-Vosnesensk, no se planteó la cuestión de las relaciones entre aquél y los partidos, por cuanto el Soviet se hallaba dirigido de hecho por la organización socialdemócrata de la localidad.
Esta cuestión se planteó de un modo bastante agudo únicamente en Petersburgo. Como es sabido, el Soviet de la capital era en principio un Comité obrero encargado de dirigir la huelga. Pero a medida que se desarrollaban los acontecimientos revolucionarios, el Soviet se convertía en el centro de toda la lucha del proletariado. El Soviet lanzaba consignas políticas, presentaba reivindicaciones económicas, ejercía las funciones de los Sindicatos, inexistentes en aquel entonces. En una palabra, era una nueva fuerza revolucionaria que llevaba a cabo una lucha política activa contra la autocracia. En estas condiciones, venía a eliminar hasta cierto punto a los partidos socialistas de las posiciones avanzadas de la lucha de clases, y, por tanto, no podía dejar de plantearse la cuestión del papel del Soviet y de las relaciones entre éste y los partidos obreros.
Ya el 19 de octubre, con motivo de la proposición de que se pusiera término a la huelga, el representante de los bolcheviques indicó la necesidad de que coordinara la acción del Soviet con el Partido Socialdemócrata Obrero Ruso. El 27, la sección Viborg del Soviet examinó la cuestión y decidió proponer que éste aceptara el programa socialdemócrata, y los delegados bolcheviques propusieron incluso retirarse del Soviet en el caso de que este último no aceptara el mencionado programa.
La cuestión fue discutida sucesivamente en las distintas barriadas y en las fábricas. Provocando por doquier enconados debates. El Comité federativo el Partido Social-demócrata Obrero Ruso, del cual formaba parte, sobre la base paritaria, representantes bolcheviques y mencheviques, decidió proponer al Soviet que se pronunciara de un modo concreto sobre su plataforma política. El Soviet se hallaba en una situación muy crítica. No ofrecía dificultades adoptar una resolución en el sentido de adherir al programa socialdemócrata, pues la inmensa mayoría de los representantes eran miembros del partido o simpatizaban con su programa. Pero en el Soviet había asimismo delegados de otros partidos —de los social revolucionarios, por ejemplo— y obreros que no pertenecían a ninguno de ellos, y, sobre todo, la adhesión al programa socialdemócrata se hallaba en contradicción con el principio mismo sobre cuya base se había constituido el Soviet: la representación de toda la masa obrera en una organización de combate.
Teniendo en cuenta estas consideraciones, después de una breve discusión, el Soviet decidió retirar la cuestión del orden del día. A pesar de ello, los representantes bolcheviques, contrariamente a lo que se había decidido, no se retiraron.
En realidad, no se hizo más que rehuir la cuestión, la cual siguió siendo objeto de apasionados debates en las reuniones políticas y en la prensa obrera. No obstante, el planteamiento de la cuestión en una forma terminante en el Soviet de Diputados Obreros hubiera podido producir la escisión en este último y provocar la desorganización del proletariado de Petersburgo en uno de los momentos más críticos.
Hemos visto ya la visión adoptada en general por los bolcheviques. Pero por la importancia de la cuestión, vale la pena detenerse en ella con un poco más de atención. En este momento se demostró una vez más que siempre que Lenin se hallaba ausente, los directores bolcheviques incurrían en errores groseros. Desde el primer momento, esos dirigentes adoptaron una actitud negativa con respecto al Soviet. Para ejercer la dirección política —venían a decir— es necesario tener un programa político bien definido y fines bien concretos. Por su estructura política el Soviet no puede convertirse en director y, en todo caso, es incapaz de reemplazar al partido. Se indicaba además el hecho de que el Soviet fuera una organización infeudada formalmente a ningún partido, podía empujarlo por el camino del oportunismo y convertirse en un instrumento de que se valdría la burguesía para desviar a los obreros. La conclusión que se desprendía de ese racionamiento era lógica: el Soviet no sólo no era necesario, sino que incluso resultaba peligroso para el proletariado. La llegada de Lenin a Petersburgo puso fin a esta actitud absurda. Lenin comprendió inmediatamente la importancia inmensa de los Soviets, y en los artículos publicados en Nóvaya Zhizn se limitó únicamente a recomendar que se reforzara la influencia del partido en el interior de los Soviets. Con ello se halló la forma de las relaciones entre el Soviet y el partido que sirvió de base, después de la Revolución de octubre, a las resoluciones tomadas en el Congreso VII y VIII del partido, en las cuales se reconocía que formalmente los Soviets eran una organización neutra, pero cuya dirección por el partido era absolutamente necesaria.
Los mencheviques, a pesar de que cometieron el indudable acierto de lanzar la consigna de la creación de Comités obreros, tenían una idea muy confusa de los fines de los mismos. Tan pronto el Soviet se constituyó y empezó a intervenir en la vida política, los propios mencheviques se asustaron del resultado insospechado que había producido su propaganda y, lo mismo que los bolcheviques, exigieron que el nuevo organismo adoptara el programa socialdemócrata. El líder menchevique Martínov, en un artículo publicado en Nachalo, después de reconocer que el Soviet de Diputados Obreros era la primera experiencia brillante de representación autónoma del proletariado decía: «El Soviet y el partido son las organizaciones proletarias independientes que no pueden coexistir durante mucho tiempo.» Los mencheviques no comprendían el papel que los Soviets estaban destinados a desempeñar. Estos luchaban por el Poder, pues era éste el problema que la historia ponía a la orden el día. En general, consideraba a lo sumo a los Soviets como especie de Parlamentos Obreros, sin ninguna función en la lucha de clases y en las acciones de masas.
Por lo que a los socialistas revolucionarios se refiere, hay que observar que este partido pequeño burgués no tenía ninguna actitud definida, como no la tuvo en ninguna de las cuestiones importantes planteadas. Por otra parte, la influencia de ese partido en el Soviet era mínima. Sólo un año más tarde, en el otoño de 1906, los social revolucionarios se solidarizaron con el punto de vista de los mencheviques.
Los anarquistas, a pesar de su demanda, no fueron admitidos en el Soviet. Lenin, en un artículo sobre esta cuestión, aprobó esta resolución por cuanto, según él, el Soviet no era un Parlamento Obrero, sino una organización de combate para la obtención de fines concretos, y en esta organización no podían tener un sitio los representantes de una tendencia que se hallaba en contradicción con los fines fundamentales de la Revolución. Este punto de vista, profundamente erróneo a nuestro juicio fue de hecho rectificado por los bolcheviques, puesto que en los Soviets de 1917 los anarquistas estuvieron representados con los mismo derechos que los demás sectores del movimiento obrero revolucionario.
La social democracia, tanto bolcheviques como mencheviques, no concentraron definitivamente su punto de vista sobre los Soviets, como hemos hecho ya notar en las páginas anteriores, hasta el período del Congreso de Estocolmo, cuando era ya posible formular un juicio retrospectivo de los acontecimientos.
En los proyectos de resolución, propuesto al Congreso de unificación del Partido Socialdemócrata Obrero Ruso, proyectos no discutidos, por otra parte, por el mismo, los mencheviques dan a los Soviets la significación de órganos destinados a unir los intereses de dichas masas ante el resto de la población.
Los bolcheviques, sin negar la importancia de los Soviets como organización de la representación de las masas, indicaban que en el curso de la lucha, de simples Comités de huelga se convertía en «órganos de lucha revolucionaria general» y que eran el «embrión del Poder revolucionario».
Los Soviets y sus enemigos
Después de haber expuesto la actitud de los distintos sectores del movimiento obrero con respecto a los Soviets, conviene exponer, aunque sea brevemente, el juicio que esas organizaciones merecieron a los elementos que, por su significación de clase, habían de serles forzosamente hostiles.
Los representantes de los elementos reaccionarios extremos, fueron en el campo enemigo, los que mejor comprendieron el papel y la importancia de los Soviets, Novoie Vremia, órgano de los agrarios y de la burocracia, después de la ocupación de su imprenta para impresión del órgano de Soviet de Petersburgo, al comentar este hecho señalaba la existencia indudable de dos Poderes y añadía: «Si mañana se les ocurre detener a Witte y encerrarlo en fortaleza de Pedro y Pablo junto con sus propios ministros, no nos sorprenderemos en lo más mínimo. Si los revolucionarios no recurren aún a ello es únicamente porque no lo consideran necesario». En el mismo número en que apareció el artículo del que entresacamos estos párrafos, se publicó otro en el cual se decía: «Ahora en Petersburgo tenemos dos gobiernos, uno dotados de inmensas atribuciones, pero sin ninguna influencia: es el Gobierno de Witte. Otro que no tiene ninguna atribución, pero al cual todo mundo obedece: el Soviet de Diputados Obreros». Pero más elocuente es todavía el artículo firmado por N. Menschikov, en el cual se dice: «Hasta ahora Rusia había tenido el placer de contar con un mal gobierno. Ahora contamos con dos. Al lado del viejo Poder histórico, ya decrépito, se ha formado otro, que se irrita y grita, y nosotros, por costumbre, nos sometemos a él con enternecedora sumisión. El imperio espera intranquilo lo que le ordenará un puñado de proletarios: trabajar o declarar la huelga.»
Esos párrafos muestran de un modo elocuente que los representantes más típicos de la reacción rusa comprendían perfectamente que el Soviet era un órgano que luchaba por el Poder y el embrión de un nuevo régimen.
La impresión de la constitución y desarrollo del Soviet produjo en el Gobierno fue la de miedo y de. Hemos relatado ya en otra parte de este folleto que la autoridad del Soviet era tan inmensa, que algunos órganos gubernamentales ejecutaban sin vacilar todas sus órdenes. Las reuniones del Soviet se celebraban abiertamente; los periódicos publicaban las convocatorias y la policía controlaba los billetes en la entrada del edificio. Esto, mientras otras Asambleas eran prohibidas e incluso disueltas por la fuerza.
Los testigos en el proceso contra los diputados del Soviet de Petersburgo afirmaban unánimemente que éste era de hecho un gobierno y que el Zar, desconcertado, no hacía más que provocar el desorden. Sólo en noviembre, los ministros empezaron a volver en sí y, formando un bloque con la gran burguesía reaccionaria, modificaron fundamentalmente su táctica y tomaron medidas para poner fin a aquel estado de cosas tan peligrosas para él. Ya el 3 de dicho mes el jefe de policía de Petersburgo declara que la población «está cansada» del Soviet. Este publica una contestación que termina del modo siguiente: «El Soviet de Diputados Obreros expresa su convicción de que los próximos acontecimientos mostrarán de quién está cansado el país, si el proletariado revolucionario había empezado ya a descender, el proletariado de Petersburgo comenzaba a mostrar signos de fatiga, y por esto esa declaración no fue ya más que una vana amenaza. Las circunstancias favorecían la adopción de medidas enérgicas por el Gobierno y, en efecto, el 3 de diciembre el Soviet de Diputados Obreros de Petersburgo, como ya hemos visto, fue disuelto y detenido por la fuerza pública.
La burguesía tuvo con respecto al Soviet una actitud análoga a la que había tenido en general con respecto al proletariado y a su papel en la Revolución de 1905. Pero en un principio no se dio cuenta del carácter que iban a mostrar los Soviets e incluso se mostró favorablemente dispuesta a tratar de preferencia con él que no con una representación múltiple. Pero este punto de vista no subsistió mucho tiempo. Cuando el proletariado, bajo la dirección inmediata de los Soviets, no se limitó luchar contra autocracia, con la cual podía hasta cierto punto coincidir la burguesía liberal, sino que atacó de frente al capitalismo, reclamando la jornada de ocho horas y una legislación social, la burguesía, temerosa de que el movimiento obrero saliera de estos límites y arrastrara el régimen de dominación capitalista, volvió la espalda a la Revolución y se alió con la autocracia. A partir de aquel momento se inicia la ofensiva del Gobierno contra los Soviets, con la colaboración activa de la burguesía liberal.