Si hasta aquí nuestro Gobierno1 se ha basado en la alianza de los obreros, los campesinos y la pequeña burguesía urbana, desde ahora debe transformarse de modo que en él estén representados también los miembros de todas las demás clases dispuestos a participar en la revolución nacional.
En el presente, la tarea fundamental que corresponde a tal gobierno es luchar contra la anexión de China por el imperialismo japonés. La composición de este gobierno será tan amplia que en él podrán participar no sólo los interesados en la revolución nacional pero no en la revolución agraria, sino también, siempre que quieran, los que se opongan al imperialismo japonés y a sus lacayos pero no a los imperialistas europeos y norteamericanos, en razón de sus vinculaciones con ellos. Por consiguiente, el programa de este gobierno debe por principio ajustarse a la tarea fundamental de combatir al imperialismo japonés y a sus lacayos; conforme a ello, debemos modificar de manera adecuada la política que hemos seguido hasta ahora.
La existencia de un Partido Comunista y un Ejército Rojo bien templados constituye en la actualidad el rasgo característico del campo de la revolución. Esto es de importancia primordial. Enormes serían las dificultades si no existieran ese Partido Comunista y ese Ejército Rojo bien templados. ¿Por qué? Porque en China, los colaboracionistas y las vendepatrias son numerosos y tienen fuerza, e idearán todo tipo de tretas para socavar este frente único: recurrirán a las amenazas, al soborno y a las maniobras entre los diversos sectores para sembrar discordias; se valdrán de sus fuerzas armadas para presionar y aplastar una por una a aquellas fuerzas menos poderosas que ellos y que quieran separárseles y unirse a nosotros para combatir al Japón. Todo ello sería difícilmente evitable si el gobierno antijaponés y las fuerzas armadas antijaponesas no contaran con factores tan vitales como el Partido Comunista y el Ejército Rojo. La revolución fracasó en 1927 principalmente porque el Partido Comunista, dada su línea oportunista de entonces, no se esforzó por ampliar nuestras filas (el movimiento obrero y campesino y las fuerzas armadas dirigidas por el Partido Comunista), sino que se apoyó exclusivamente en un aliado temporal, el Kuomintang. En consecuencia, cuando la clase de los déspotas locales y shenshi malvados y la burguesía compradora, lacayos del imperialismo, extendieron por orden de éste sus mil y un tentáculos y se atrajeron primero a Chiang Kai-shek y luego a Wang Ching-wei, la revolución fracasó. En esa época, el frente único revolucionario no tenía un pilar central, no tenía fuerzas armadas revolucionarias firmes, y por eso, cuando se sucedieron aquí y allá las defecciones, el Partido Comunista tuvo que luchar solo y se vio impotente ante la táctica del imperialismo y la contrarrevolución china de aplastar uno por uno a sus adversarios. Es cierto que disponíamos entonces de las tropas de Je Lung y Ye Ting, pero éstas aún no eran políticamente firmes, y además, el partido no supo dirigirlas, de manera que fueron finalmente derrotadas. Esta lección, pagada con nuestra sangre, nos enseñó que la ausencia de un firme núcleo dentro de las fuerzas revolucionarias lleva la revolución al fracaso. Pero hoy las cosas son bien diferentes: contamos con un firme Partido Comunista y con un firme Ejército Rojo, y también con bases de apoyo de este último. El Partido Comunista y el Ejército Rojo no sólo son los iniciadores del frente único nacional antijaponés, sino que llegarán indefectiblemente a constituir el firme pilar del gobierno y el ejército antijaponeses, de modo que los imperialistas japoneses y Chiang Kai-shek no lograrán éxito en su política de torpedear el frente único nacional. No cabe duda de que los imperialistas japoneses y Chiang Kai-shek recurrirán a todo tipo de amenazas, soborno y maniobras entre los diversos sectores; frente a esto debemos mantenernos muy alerta.
Desde luego, no podemos esperar que los numerosos sectores que integren el frente único nacional antijaponés tengan todos la misma firmeza que el Partido Comunista y el Ejército Rojo. En el curso de sus actividades, puede ocurrir que, bajo la influencia del enemigo, algunos malos elementos se retiren del frente único. Pero nosotros no tememos que se retiren. Al paso que ellos se vayan bajo la influencia del enemigo, bajo la nuestra, vendrá gente buena a sumarse a nosotros. Siempre que subsistan y crezcan el Partido Comunista y el Ejército Rojo, subsistirá y crecerá el frente único nacional antijaponés. Tal es el papel dirigente del Partido Comunista y del Ejército Rojo en el frente único nacional. Los comunistas, que ya no son unos niños, saben lo que deben hacer y cómo tratar a sus aliados. Si los imperialistas japoneses y Chiang Kai-shek pueden maniobrar con relación a las fuerzas revolucionarias, el Partido Comunista también puede hacerlo con relación a las fuerzas contrarrevolucionarias. Si ellos pueden atraerse a los malos elementos de nuestras filas, nosotros, por supuesto, también podemos atraernos a los «malos elementos» de sus filas (buenos para nosotros). Si logramos atraernos a gran número de personas, entonces mermarán las filas enemigas y crecerán las nuestras. En resumen, dos fuerzas fundamentales están luchando entre sí; todas las fuerzas intermedias, por la lógica de las cosas, tendrán que ponerse de un lado o del otro. La política de los imperialistas japoneses de subyugar a China y la política entreguista de Chiang Kai-shek, no pueden sino empujar a numerosas fuerzas hacia nuestro lado, ya sea para incorporarse directamente a las filas del Partido Comunista y del Ejército Rojo, o bien para formar con nosotros un frente unido. Todo esto se logrará siempre que nuestra táctica no sea la de «puertas cerradas».
¿Por qué convertir la república de obreros y campesinos en una república popular?
Nuestro gobierno no sólo representa a los obreros y campesinos, sino a toda la nación. Esto se encontraba implícito en nuestra consigna de «República democrática de obreros y campesinos» pues los obreros y campesinos constituyen del ochenta al noventa por ciento de toda la nación. El Programa de Diez Puntos2, adoptado por el VI Congreso Nacional de nuestro Partido, interpreta no sólo los intereses de los obreros y campesinos, sino también los de toda la nación. Pero la situación actual exige que reemplacemos esta consigna por la de «República popular». Ello se debe a que la invasión japonesa ha alterado las relaciones de clase en China y ha creado la posibilidad de que participe en la lucha antijaponesa no sólo la pequeña burguesía, sino también la burguesía nacional.
Por supuesto que la república popular no representa los intereses de las clases enemigas. Al contrario, es diametralmente opuesta a la clase de los déspotas locales y shenshi malvados y a la burguesía compradora, lacayos del imperialismo, y no los incluye dentro del pueblo, tal como el «Gobierno Nacional de la República de China» de Chiang Kai-shek representa sólo a los plutócratas, y no a la gente sencilla, a la que no considera parte de la «nación». Dado que los obreros y campesinos constituyen del ochenta al noventa por ciento de la población china, la república popular debe representar en primer lugar sus intereses. Sin embargo, al acabar con la opresión del imperialismo para hacer a China libre e independiente y al terminar con la opresión de los terratenientes para liberar a China del semifeudalismo, la república popular no sólo beneficiará a los obreros y campesinos, sino también a los demás sectores del pueblo. Los intereses de los obreros, los campesinos y el resto del pueblo constituyen, en su conjunto, los intereses de toda la nación china. Aunque la burguesía compradora y la clase terrateniente viven también en el suelo chino, les tienen sin cuidado los intereses de la nación; sus intereses chocan con los de la mayoría de la población. Ya que nosotros no dejamos fuera más que a esta reducida minoría y chocamos sólo con ella, tenemos derecho a llamarnos representantes de toda la nación.
Hay también choque de intereses entre la clase obrera y la burguesía nacional. Es imposible desplegar con éxito la revolución nacional a menos que su vanguardia, la clase obrera, obtenga sus derechos políticos y económicos y pueda así dedicar su fuerza a la lucha contra el imperialismo y sus lacayos, los vendepatrias. No obstante, si la burguesía nacional se incorpora al frente único antiimperialista, entre la clase obrera y ella habrá intereses comunes. En el período de la revolución democrático-burguesa, la república popular no abolirá la propiedad privada que no sea imperialista o feudal, y, en lugar de confiscar las empresas industriales y comerciales de la burguesía nacional, estimulará su desarrollo. Protegeremos a todo capitalista nacional que no respalde a los imperialistas ni a los vendepatrias chinos. En la etapa de la revolución democrática, la lucha entre trabajadores y capitalistas debe tener sus límites. La legislación del trabajo de la república popular protegerá los intereses de los obreros, pero no se opondrá a que los capitalistas nacionales obtengan beneficios ni a que desarrollen sus empresas industriales y comerciales, porque ese desarrollo será desfavorable al imperialismo y provechoso para el pueblo chino. Queda así claro que la república popular representará los intereses de todas las capas del pueblo, que se oponen al imperialismo y a las fuerzas feudales. El gobierno de la república popular estará integrado principalmente por la clase obrera y el campesinado y también incluirá a las demás clases que se opongan al imperialismo y a las fuerzas feudales.
Pero, ¿no será peligroso admitir a esta gente en el gobierno de la república popular? No. Los obreros y campesinos constituyen las masas básicas de ésta. Al conceder a la pequeña burguesía urbana, a los intelectuales y a los demás elementos que respaldan el programa antiimperialista y antifeudal los derechos a expresarse, a trabajar en el gobierno de la república popular y a elegir y ser elegidos, no debemos comprometer los intereses de las masas básicas, los obreros y campesinos. La parte esencial de nuestro programa debe ser la protección de sus intereses. El hecho de que los representantes de los obreros y campesinos, las masas básicas, constituyan la mayoría en el gobierno de la república popular y de que el Partido Comunista desempeñe el papel dirigente y actúe en ese gobierno, garantizará que la participación de los representantes de otras clases no sea peligrosa. Resulta perfectamente evidente que, en la etapa actual, la revolución china sigue siendo, por su naturaleza, una revolución democrático-burguesa, y no es una revolución proletaria socialista. Sólo los contrarrevolucionarios trotskistas3 cometen el disparate de afirmar que ya se ha consumado la revolución democrático-burguesa en China y que cualquier revolución posterior no puede ser sino socialista. La revolución de 1924-1927 fue una revolución democrático-burguesa, pero no se consumó sino que fracasó. La revolución agraria que se desarrolla bajo nuestra dirección desde 1927 hasta hoy es también una revolución democrático-burguesa, porque está dirigida contra el imperialismo y el feudalismo, y no contra el capitalismo. Nuestra revolución mantendrá este carácter por un tiempo bastante largo.
Las fuerzas propulsoras de la revolución siguen siendo, en lo fundamental, los obreros, los campesinos y la pequeña burguesía urbana, y ahora podría agregárseles la burguesía nacional.
La transformación de la revolución se efectuará en el futuro. La revolución democrática se transformará indefectiblemente en una revolución socialista. ¿Cuándo se producirá esta transformación? Eso depende de la presencia de las condiciones necesarias y puede requerir un tiempo bastante largo. No debemos plantear a la ligera esta transformación antes de que estén dadas todas las condiciones políticas y económicas necesarias y de que tal transformación sea beneficiosa y no perjudicial para la aplastante mayoría del pueblo. Es erróneo dudar de este punto y querer que la transformación se efectúe dentro de poco, como lo hicieron en el pasado algunos camaradas que sostenían que esta transformación comenzaría el mismo día en que la revolución democrática empezase a triunfar en las provincias importantes. Creían tal cosa porque no lograban ver qué tipo de país es China política y económicamente, porque no comprendían que, en comparación con Rusia, China encontrará más dificultades y necesitará más tiempo y esfuerzos para dar cima a su revolución democrática en los terrenos político y económico.
- El tipo de poder y las medidas políticas, propios de una república popular, que aquí describe Mao Tse-tung, se hicieron completa realidad durante la Guerra de Resistencia contra el Japón en las regiones liberadas populares, dirigidas por el Partido Comunista. Esto permitió al Partido dirigir al pueblo, detrás de las líneas enemigas, en una guerra victoriosa contra los invasores japoneses. Durante la Tercera Guerra Civil Revolucionaria, que estalló después de la capitulación del Japón, las regiones liberadas populares fueron extendiéndose a todo el país a la par del desarrollo de la guerra; así se formó un Estado unificado: la República Popular China. De este modo, el ideal del camarada Mao Tse-tung sobre una república popular se cristalizó a escala nacional.
- En el VI Congreso Nacional del Partido Comunista de China, celebrado en julio de 1928, se adoptó el siguiente Programa de Diez Puntos: 1) derrocamiento de la dominación del imperialismo; 2) confiscación de las empresas y bancos del capital extranjero; 3) unificación de China y reconocimiento del derecho a la autodeterminación de las nacionalidades; 4) derrocamiento del gobierno de los caudillos militares del Kuomintang; 5) establecimiento de un gobierno de consejos de representantes de obreros, campesinos y soldados; 6) implantación de la jornada de ocho horas, aumento de los salarios, ayuda a los desocupados y establecimiento de seguros sociales, etc.; 7) confiscación de todas las tierras de la clase terrateniente y su distribución entre los campesinos; 8) mejores condiciones de vida y tierra y trabajo para los soldados; 9) abolición de todos los impuestos y contribuciones exorbitantes e implantación de un impuesto progresivo único, y l0) unión con el proletariado mundial y con la URSS.
- Los trotskistas fueron en su origen una fracción antileninista en el movimiento obrero ruso, y degeneraron más tarde en una pandilla completamente contrarrevolucionaria. En su informe ante una sesión plenaria del Comité Central del Partido Comunista (b) de la URSS realizada en 1937, el camarada Stalin caracterizó en los siguientes términos la evolución de ese grupo de renegados:
En el pasado, hace ya siete u ocho años, el trotskismo era una de tales corrientes políticas en el seno de la clase obrera, una corriente antileninista, es verdad, y por lo tanto, profundamente equivocada, pero, a pesar de todo, una corriente política. (…) El trotskismo actual ya no es una corriente política en el seno de la clase obrera, sino una pandilla, sin principios y sin ideas, de saboteadores, diversionistas, agentes, espías y asesinos, una pandilla de enemigos jurados de la clase obrera, que actúa a sueldo de los organismos de inteligencia de Estados extranjeros.
Después de la derrota de la revolución china en 1927, apareció también en China un reducido número de trotskistas, que, en unión con Chen Tu-siu y otros renegados, formaron en 1929 un pequeño grupo contrarrevolucionario. Hicieron propaganda contrarrevolucionaria afirmando, entre otras cosas, que el Kuomintang había llevado a cabo la revolución democrático-burguesa, y fueron un sucio instrumento del imperialismo y del Kuomintang en su lucha contra el pueblo. Los trotskistas chinos se incorporaron sin ningún embozo a los servicios secretos del Kuomintang. Después del «Incidente del 18 de septiembre», siguiendo las indicaciones del bandido Trotski en el sentido de «no impedir la ocupación de China por el Imperio japonés», comenzaron a colaborar con los servicios secretos del Japón, recibieron subsidios de los invasores japoneses y se entregaron a toda clase de actividades en su beneficio.