Bajo este título quisiera tratar los siguientes problemas: 1) defensa activa y defensa pasiva; 2) preparación de una contracampaña; 3) retirada estratégica; 4) contraofensiva estratégica; 5) iniciación de la contraofensiva; 6) concentración de las fuerzas; 7) guerra de movimientos; 8) guerra de decisión rápida, y 9) guerra de aniquilamiento.
Defensa activa y defensa pasiva
¿Por qué comenzamos tratando de la defensa? Después del fracaso del primer frente único nacional de 1924 – 1927, la revolución china tomó la forma de una guerra de clases sumamente intensa y encarnizada. El enemigo dominaba todo el país, en tanto que nosotros sólo contábamos con pequeñas fuerzas armadas; por consiguiente, desde el comienzo mismo, hemos tenido que luchar contra las campañas de «cerco y aniquilamiento» del enemigo. Nuestras ofensivas han estado estrechamente vinculadas con nuestros esfuerzos por desbaratar esas campañas, y nuestro posterior desarrollo depende enteramente de si podemos o no conseguirlo. La marcha de las operaciones para desbaratar una campaña de «cerco y aniquilamiento» sigue, por lo general, un camino sinuoso y no un camino recto como uno quisiera. El problema serio y primordial es cómo conservar nuestras fuerzas y esperar el momento propicio para derrotar al enemigo. Por tanto, la defensiva estratégica es el problema más complejo y más importante que el Ejército Rojo enfrenta en sus operaciones.
Durante nuestros diez años de guerra, se han producido con frecuencia dos desviaciones en el problema de la defensiva estratégica. La una consistía en subestimar al enemigo y la otra, en dejarse amedrentar por él.
Por haber subestimado al enemigo, muchas unidades guerrilleras sufrieron derrotas, y el Ejército Rojo no pudo desbaratar algunas campañas enemigas de «cerco y aniquilamiento».
Cuando las unidades guerrilleras revolucionarias estaban en sus comienzos, a menudo sus jefes no lograban hacer una apreciación justa de la situación del enemigo ni de la nuestra. Bien porque sólo veían las circunstancias momentáneamente favorables — los éxitos logrados en la organización de un repentino levantamiento armado en un lugar dado o de un motín en el seno de las tropas blancas — , o bien porque no tenían en cuenta las graves circunstancias existentes, subestimaban con frecuencia al enemigo. Además, no tenían conciencia de sus propias debilidades (falta de experiencia y reducido número de fuerzas). Constituía un hecho objetivo el que el enemigo era fuerte y nosotros débiles, pero algunos no querían meditar en ello, hablaban sólo de ofensiva y jamás de defensa o retirada, con lo que quedaban moralmente desarmados en materia defensiva, y por lo tanto, orientaban en dirección errónea sus acciones. A esto se debió la derrota de muchas unidades guerrilleras.
Ejemplos de cómo el Ejército Rojo no logró, por la misma causa, desbaratar algunas campañas enemigas de «cerco y aniquilamiento» son la derrota que sufrió en 1928 en la región de Jaifeng y Lufeng1, provincia de Kuangtung, y el hecho de que el Ejército Rojo de la región fronteriza de Jupei-Jonán-Anjui perdiera su libertad de acción en 1932 en la lucha contra la cuarta campaña de «cerco y aniquilamiento», cuando actuó siguiendo la teoría de que el ejército del Kuomintang no era más que una fuerza auxiliar.
Hay igualmente muchos ejemplos de reveses sufridos como consecuencia del terror ante el enemigo.
Contrariamente a los que subestimaban al enemigo, algunos lo sobreestimaban, y subestimaban nuestras propias fuerzas. Por consiguiente, aplicaban una política de retirada injustificada, desarmándose también así moralmente en materia de defensiva. Esto ha conducido al fracaso de algunas unidades guerrilleras, o a la derrota del Ejército Rojo en algunas campañas militares, o a la pérdida de bases de apoyo.
El ejemplo más notable de la pérdida de una base de apoyo fue la de nuestra base central de Chiangsí en la lucha contra la quinta campaña de «cerco y aniquilamiento». Aquí el error fue producto de puntos de vista derechistas. Los dirigentes, que temían al enemigo como a un tigre, erigieron defensas por todas partes, ofrecieron resistencia paso por paso y no se atrevieron a lanzar un ataque sobre la retaguardia enemiga, ataque que nos habría beneficiado, ni se atrevieron a atraer con audacia al enemigo para que penetrara profundamente en el interior de nuestras zonas, con el fin de cercarlo y aniquilarlo. Como resultado de ello, se perdió toda la base de apoyo y el Ejército Rojo tuvo que emprender la Gran Marcha de más de doce mil kilómetros. No obstante, tal error muy a menudo iba precedido de la desviación «izquierdista» de subestimar al enemigo. El aventurerismo militar, que se manifestó en nuestra ofensiva sobre las ciudades principales en 1932, fue el origen de la línea de defensa pasiva que se adoptó más tarde, en el curso de la lucha contra la quinta campaña enemiga de «cerco y aniquilamiento».
Un ejemplo extremo de terror ante el enemigo fue la tendencia a la retirada representada por la «línea de Chang Kuo-tao». La derrota de la Columna Occidental del Ejército del IV Frente del Ejército Rojo, ocurrida al oeste del río Amarillo2, señaló el fracaso final de dicha línea.
La defensa activa se denomina también defensa ofensiva o de defensa por medio de combates decisivos. La defensa pasiva es conocida también como defensa puramente defensiva o de defensa pura. La defensa pasiva es en realidad una falsa defensa. Sólo la defensa activa es una defensa verdadera que tiene por objetivo pasar a la contraofensiva y a la ofensiva. Por lo que yo sé, no hay obra militar de valor, ni jefe militar con alguna inteligencia, antiguo o contemporáneo, de China o del extranjero, que no se opongan a la defensa pasiva, en lo estratégico y en lo táctico. Sólo un completo imbécil o un loco podría considerar la defensa pasiva como un talismán. Sin embargo, en el mundo hay gentes que recurren a ella. Este es un error en la guerra, una manifestación de conservatismo en lo militar, que debemos combatir resueltamente.
Los especialistas militares de aquellos países imperialistas más nuevos y que se desarrollan con gran rapidez, es decir, Alemania y el Japón, pregonan activamente las ventajas de la ofensiva estratégica y se oponen a la defensiva estratégica. Tal concepción es absolutamente inadecuada para la guerra revolucionaria de China. Estos especialistas militares señalan que una seria debilidad de la defensa es que desmoraliza a la gente en vez de alentarla. Esto se refiere a países en que las contradicciones de clase son agudas y en que la guerra beneficia únicamente a las capas gobernantes reaccionarias o incluso sólo a los grupos políticos reaccionarios que están en el poder. Nuestro caso es distinto. Somos víctimas de la opresión y la agresión, y por eso, bajo las consignas de defensa de las bases de apoyo revolucionarias y defensa de China, podemos unir a la abrumadora mayoría del pueblo para marchar como un solo hombre al combate. El Ejército Rojo de la Unión Soviética derrotó a sus enemigos durante la guerra civil recurriendo también a la defensa. Cuando los países imperialistas organizaron la ofensiva de los guardias blancos, el Ejército Rojo combatió bajo la consigna de defender los soviets. Incluso en el período de preparación de la Insurrección de octubre, la movilización militar fue llevada a cabo bajo la consigna de defender la capital. En toda guerra justa, la defensa no sólo tiene un efecto paralizador sobre los elementos políticamente ajenos a nosotros, sino que también puede movilizar a sectores atrasados de las masas populares a incorporarse a la guerra.
Cuando Marx decía que una vez iniciada una insurrección armada, no se debe interrumpir ni un minuto la ofensiva3, quería decir que las masas, habiendo sorprendido al enemigo con una insurrección repentina, deben privar a los gobernantes reaccionarios de toda posibilidad de retener o recuperar su poder, y aprovechar ese momento para aplastar a las fuerzas gobernantes reaccionarias del país sin darles tiempo para que se recobren, y que no deben contentarse con las victorias ya logradas, ni subestimar al enemigo, ni debilitar la ofensiva o vacilar en el avance, ni dejar escapar la oportunidad de aniquilar al enemigo, a fin de no conducir la revolución a la derrota. Todo esto es correcto. Pero no significa que cuando estemos trabados en combate con un enemigo que goza de superioridad, los revolucionarios no debamos adoptar ninguna medida defensiva ni siquiera en el momento en que éste ejerce fuerte presión sobre nosotros. Sólo un completo imbécil pensaría así.
Hasta ahora, nuestra guerra ha sido, en su conjunto, una ofensiva contra el Kuomintang, pero militarmente ha asumido la forma de aplastamiento de las campañas enemigas de «cerco y aniquilamiento».
Hablando en términos militares, nuestra guerra es la aplicación alternada de la defensiva y la ofensiva. A nosotros nos da igual decir que la ofensa sigue a la defensiva o que la precede, porque el quid de la cuestión está en aplastar las campañas de «cerco y aniquilamiento». La defensiva se mantiene hasta que es aplastada la campaña enemiga de «cerco y aniquilamiento», con lo cual, comienza la ofensiva. Éstas no son sino dos fases de una misma cosa; y una campaña enemiga de «cerco y aniquilamiento» es seguida de otra. De estas dos fases, la defensiva es la más compleja e importante. Esta fase entraña numerosos problemas relativos a cómo aplastar las campañas de «cerco y aniquilamiento». El principio básico es pronunciarnos por la defensa activa y oponernos a la defensa pasiva.
En nuestra guerra civil, cuando el poderío del Ejército Rojo sobrepase al del enemigo, ya no hará falta, en general, la defensiva estratégica. Nuestra política será entonces sólo de ofensiva estratégica.
Este cambio dependerá de una modificación general en la correlación de fuerzas entre el enemigo y nosotros. En ese momento, las medidas defensivas que subsistan, sólo serán de carácter parcial.
Preparación de una contracampaña
Si no hacemos los necesarios y suficientes preparativos para rechazar una planificada campaña de «cerco y aniquilamiento» del enemigo, caeremos inevitablemente en una situación pasiva. Cuando se acepta una batalla apresuradamente, la victoria no es segura. Por lo tanto, cuando el enemigo prepara una campaña de «cerco y aniquilamiento», es absolutamente necesario que preparemos nuestra contracampaña. Las opiniones contrarias a tales preparativos, que en el pasado surgieron en nuestras filas, son infantiles y ridículas.
Se presenta aquí un problema difícil, sobre el cual surgen fácilmente controversias. ¿Cuándo debemos terminar nuestra ofensiva y pasar a la fase de preparación de la contracampaña? En los momentos en que realizamos victoriosamente nuestra ofensiva y el enemigo se encuentra a la defensiva, éste realiza secretamente sus preparativos para la próxima campaña de «cerco y aniquilamiento» y, por lo tanto, nos es difícil saber cuándo iniciará su ofensiva. Si comenzamos prematuramente la preparación de la contracampaña, esto reducirá inevitablemente las ventajas de nuestra ofensiva, e incluso puede tener a veces ciertos efectos negativos sobre el Ejército Rojo y el pueblo. Porque las principales medidas que se deben tomar en la fase preparatoria son los preparativos militares para la retirada y la movilización política para los mismos. A veces, comenzar prematuramente los preparativos puede convertirse en una espera del enemigo; y si lo esperamos mucho tiempo y no aparece, nos veremos obligados a lanzar una nueva ofensiva. Puede ocurrir que, justamente en el momento en que empieza nuestra nueva ofensiva, el enemigo inicie la suya, colocándonos así en una situación difícil. Por eso la elección del momento oportuno para comenzar nuestros preparativos constituye un problema importante. Para determinar con acierto este momento, debemos tener en cuenta nuestra situación y la del enemigo, así como la relación entre ambas. A fin de conocer la situación del enemigo, debemos reunir informaciones sobre su estado político, militar y financiero y sobre la opinión pública en las zonas que controla. Al analizar estas informaciones, debemos tomar plenamente en cuenta las fuerzas enemigas en su totalidad, no debemos exagerar la importancia de sus derrotas anteriores, ni dejar de tener en cuenta sus contradicciones internas, sus dificultades financieras, el efecto de sus derrotas pasadas, etc. Por lo que respecta a nuestro lado, no debemos exagerar la importancia de nuestras victorias anteriores, pero tampoco debemos subestimar los efectos que han tenido.
Sin embargo, en cuanto al momento de iniciar los preparativos, en general es preferible comenzar temprano que tarde. Pues lo primero implica menos pérdidas que lo segundo y tiene la ventaja de prevenirnos contra todo peligro y colocarnos en una posición básicamente invencible.
Los problemas principales en la fase preparatoria son los preparativos para la retirada del Ejército Rojo, la movilización política, el reclutamiento, los preparativos financieros y de avituallamiento, las medidas a adoptar con respecto a los elementos políticamente ajenos a nosotros, etc.
Al hablar de preparativos para la retirada del Ejército Rojo, queremos decir que éste no debe avanzar en una dirección que sea desfavorable para su ulterior retirada, ni ir demasiado lejos en la ofensiva, ni fatigarse en exceso. Éstas son las disposiciones que deben tomar las fuerzas regulares del Ejército Rojo en vísperas de una amplia ofensiva del enemigo. En tales ocasiones, el Ejército Rojo debe preocuparse principalmente de los planes para la creación de las zonas de operaciones, acumulación del material e incremento y adiestramiento de sus efectivos.
La movilización política es un problema de primera importancia en la lucha contra una campaña de «cerco y aniquilamiento». Esto quiere decir que al Ejército Rojo y a la población de la base de apoyo les debemos explicar clara, decidida y detalladamente que la ofensiva del enemigo es inevitable e inminente y que causará graves daños al pueblo. Al mismo tiempo, hay que hacerles ver las debilidades del enemigo, los factores favorables para el Ejército Rojo, nuestra inconmovible voluntad de vencer, la orientación de nuestro trabajo, etc. Es preciso llamar al Ejército Rojo y a toda la población a luchar contra la campaña de «cerco y aniquilamiento» y en defensa de la base de apoyo. La movilización política debe realizarse abiertamente, a excepción de lo que concierne a los secretos militares, y, más aún, hay que hacer los máximos esfuerzos por extenderla a todos los que puedan apoyar los intereses de la revolución. A este respecto, el eslabón clave es convencer a los cuadros.
El reclutamiento debe basarse en dos consideraciones: primera, el nivel de conciencia política del pueblo y el número de habitantes de la zona y sus condiciones; segunda, la situación del Ejército Rojo en ese momento y las pérdidas que pueda sufrir en el transcurso de la contracampaña.
No hace falta decir que el problema de las finanzas y del avituallamiento es de gran importancia para la contracampaña. Debemos tener en cuenta la posibilidad de que la campaña enemiga sea larga. Es preciso hacer un cálculo de las necesidades materiales mínimas principalmente del Ejército Rojo, pero también de la población de la base de apoyo revolucionaria, para toda la lucha contra la campaña de «cerco y aniquilamiento».
Con respecto a los elementos políticamente ajenos a nosotros, no debemos relajar nuestra vigilancia, pero tampoco adoptar medidas de precaución exageradas por exceso de temor a que nos traicionen. Hay que tratar de maneras diferentes a terratenientes, comerciantes y campesinos ricos. Lo principal es explicarles nuestra política y neutralizarlos, y al mismo tiempo organizar a las masas populares para que los vigilen. Sólo contra un ínfimo número de elementos sumamente peligrosos, es preciso recurrir a medidas severas tales corno el arresto.
La importancia de la victoria de una contracampaña está estrechamente ligada al grado en que se hayan cumplido las tareas en la fase preparatoria. Tanto el descuido en nuestros preparativos motivado por la subestimación del enemigo, como el desconcierto nacido del pánico a su ofensiva, son tendencias perniciosas que hay que combatir resueltamente. Necesitamos un estado de ánimo entusiasta pero sereno, un trabajo intenso pero ordenado.
Retirada estratégica
La retirada estratégica es un paso estratégico planificado que da un ejército inferior en poderío, con el propósito de conservar sus fuerzas y esperar el momento oportuno para derrotar al enemigo, cuando se halla ante la ofensiva de un ejército superior y no puede aplastarla rápidamente. Pero los partidarios del aventurerismo militar se oponen porfiadamente a semejante paso y propugnan «detener al enemigo al otro lado de la puerta del Estado».
Nadie ignora que en una pelea, generalmente, el boxeador inteligente comienza dando un paso atrás, mientras el estúpido acomete furioso, emplea toda su fuerza desde el comienzo y con frecuencia termina siendo derribado.
En la novela A la orilla del agua4, el maestro de armas Jung desafía, en casa de Chai Chin, a Lin Chung a pelear, gritándole: «¡Ven! ¡Ven! ¡Ven!». Lin Chung, que comienza por retroceder, encuentra al final el punto débil de Jung y lo derriba de una patada.
Durante la Era de Primavera y Otoño, encontrándose en guerra los Estados de Lu y Chi5, el príncipe de Lu, Chuangkung, quería atacar antes de que las tropas de Chi se fatigaran, pero Tsao Kui se lo impidió. Entonces el príncipe adoptó la táctica de «cuando el enemigo se fatiga, lo atacamos», y derrotó al ejército de Chi. En la historia de las guerras de China, éste es un ejemplo clásico de victoria lograda por un ejército débil sobre uno poderoso. He aquí el relato que hace el historiador Tsuochiu Ming6:
«En la primavera nos invadieron las tropas de Chi. El príncipe iba a lanzarse a la batalla. Tsao Kui le pidió audiencia. Sus vecinos le dijeron: «La guerra es asunto de los dignatarios, ¿por qué te entrometes?» Tsao replicó: «Los dignatarios son gente mediocre; no ven más allá de sus narices». Luego se presentó ante el príncipe y le preguntó: «¿En qué te apoyas para combatir?» Este respondió: «Nunca he disfrutado yo solo de los vestidos y manjares; siempre los he compartido con otros». Tsao comentó: «Tan mezquina caridad no alcanza a todos; el pueblo no te seguirá». Y dijo el príncipe: «Jamás he ofrecido a los dioses menos sacrificios en animales, jades o sedas de los que se les debe; siempre he procedido de buena fe». Y Tsao replicó: «Esa fe mezquina no inspira confianza; los dioses no te bendecirán». El príncipe añadió: «Aunque no puedo ocuparme personalmente de los detalles de todos los procesos, grandes y pequeños, siempre me atengo a la justicia». Y Tsao concluyó: «Eso demuestra tu devoción al pueblo. Puedes ir al combate. Cuando partas, permíteme que te acompañe». El príncipe lo llevó en su carro y dio la batalla en Changshao. Cuando el príncipe estaba a punto de hacer redoblar el tambor para el ataque, Tsao le dijo: «No todavía». Sólo después de que el tambor de las tropas de Chi hubo sonado por tercera vez, Tsao indicó: «Ahora sí». El ejército de Chi fue derrotado, y el príncipe se aprestó a perseguirlo. Tsao le dijo: «Todavía no». Descendió del carro para examinar las huellas de los vehículos del enemigo, subió luego a las varas de su carro para mirar a lo lejos, y dijo: «Ha llegado el momento». Entonces comenzó la persecución a las tropas de Chi. Después de la victoria, el príncipe preguntó a Tsao por qué le había dado esos consejos. Tsao respondió: «La batalla depende del coraje. Con el primer redoble del tambor el coraje se eleva, con el segundo se debilita y con el tercero se agota. Cuando el coraje del enemigo se había agotado, el nuestro permanecía alto, y por eso triunfamos. Es difícil conocer las intenciones de un gran Estado. Yo temía una emboscada. Pero cuando examiné las huellas de los carros del enemigo y advertí que se entrecruzaban confusamente, y cuando miré a lo lejos y vi sus banderas cayendo en desorden, aconsejé perseguirlo».
Este fue un caso en que un Estado débil resistió a uno fuerte. En este relato se habla de la preparación política para la guerra —conquistar la confianza del pueblo — , del terreno favorable para pasar a la contraofensiva —Changshao — , del momento favorable para iniciar la contraofensiva —cuando el coraje del enemigo se había agotado y el nuestro permanecía alto— y del momento para comenzar la persecución —cuando las huellas de los carros del enemigo se entrecruzaban confusamente y sus banderas caían en desorden. Aunque no trata de una gran batalla, este relato expone los principios de la defensiva estratégica. La historia de las guerras de China registra numerosos ejemplos de victorias logradas de acuerdo con estos principios: la batalla de Chengkao entre Chu y Jan7, la de Kunyang entre Sin y Jan8, la de Kuantu entre Yuan Shao y Tsao Tsao9, la de Chipi entre Wu y Wei10, la de Yiling entre Wu y Shu11 y la de Feishui entre Chin y Tsin12, etc. En todas estas batallas famosas, los dos bandos contendientes eran desiguales; el débil comenzó por retroceder un paso y ganó la iniciativa atacando después de que el enemigo hubo atacado, y así logró vencerlo.
Nuestra guerra comenzó en el otoño de 1927. Entonces no teníamos ninguna experiencia. El Levantamiento de Nanchang13 y el Levantamiento de Cantón14 fracasaron. Durante el Levantamiento de la Cosecha de Otoño15, las tropas del Ejército Rojo en los límites entre Junán, Jupei y Chiangsí también sufrieron varias derrotas y se desplazaron a las montañas Chingkang, en los límites entre Junán y Chiangsí. En abril del año siguiente, las unidades que sobrevivieron al fracaso del Levantamiento de Nanchang también llegaron a las montañas Chingkang a través del sur de Junán. En mayo de 1928, sin embargo, ya se habían elaborado los principios básicos de la guerra de guerrillas, principios rudimentarios pero adecuados a las condiciones de aquel tiempo. Se expresaban en esta fórmula de dieciséis caracteres: «Cuando el enemigo avanza, retrocedemos; cuando acampa, lo hostigamos; cuando se fatiga, lo atacamos; cuando se retira, lo perseguimos». Estos principios militares fueron aprobados por el Comité Central antes de la línea de Li Li-san. Más tarde, nuestros principios sobre operaciones tuvieron un nuevo desarrollo. Durante nuestra lucha contra la primera campaña de «cerco y aniquilamiento» en la base de apoyo de Chiangsí, se planteó el principio de «atraer al enemigo para que penetre profundamente», y se puso en práctica con éxito. Cuando derrotamos la tercera campaña enemiga de «cerco y aniquilamiento», ya se había formulado una serie completa de principios para las operaciones del Ejército Rojo. Esto marcó una nueva etapa en el desarrollo de nuestros principios militares, que se enriquecieron considerablemente en su contenido y experimentaron muchas modificaciones en su forma, principalmente en el sentido de que superaron su antiguo carácter rudimentario; sin embargo, los principios fundamentales continuaron siendo los mismos expresados en la fórmula de dieciséis caracteres. Esta fórmula incluía los principios fundamentales para la lucha contra las campañas de «cerco y aniquilamiento». Comprendía las dos etapas: la defensiva estratégica y la ofensiva estratégica, y, en la defensiva, comprendía las dos fases: la retirada estratégica y la contraofensiva estratégica. Lo que vino después no fue más que un desarrollo de esa fórmula.
Pero a partir de enero de 1932, después de que el partido publicó la resolución sobre la «lucha por la victoria primero en una o varias provincias después de aplastar la tercera campaña de “cerco y aniquilamiento”», resolución que contenía serios errores de principio, los oportunistas de «izquierda» emprendieron la lucha contra los principios correctos, finalmente los echaron por la borda y los reemplazaron por una serie completa de principios que eran lo contrario de los anteriores y que llamaban «nuevos principios» o «principios regulares». De ahí en adelante, los antiguos principios ya no podían ser considerados como regulares, sino que debían ser rechazados corno «guerrillerismo». Reinó durante tres años enteros un ambiente de lucha contra el «guerrillerismo». En la primera etapa de esta lucha predominó el aventurerismo militar, que en la segunda se convirtió en conservatismo militar y finalmente, en la tercera, vino a parar en tendencia a la huida. Sólo en la reunión ampliada del Buró Político del Comité Central del Partido celebrada en enero de 1935 en Tsunyi, provincia de Kuichou, fue cuando se declaró en bancarrota esta línea errónea y se reafirmó la justeza de la antigua línea. ¡Pero, a qué precio!
Los camaradas que se oponían enérgicamente al «guerrillerismo» argumentaban: Es erróneo atraer al enemigo para que penetre profundamente, pues así tenemos que abandonar mucho territorio. Aunque en el pasado hemos logrado victorias de esa manera, ¿no es distinta ahora la situación? Más aún, ¿no es mejor vencer al enemigo sin abandonar ningún territorio? ¿y no es aún mejor derrotar al enemigo en sus propias regiones o en los límites de sus regiones con las nuestras? Los antiguos principios no tienen nada de «regulares», sólo son métodos usados por las guerrillas. Ahora hemos establecido nuestro propio Estado, y nuestro Ejército Rojo se ha convertido en un ejército regular. Nuestra guerra contra Chiang Kai-shek ya es una guerra entre dos Estados, entre dos grandes ejércitos. La historia no debe repetirse; hay que abandonar por completo el «guerrillerismo». Los nuevos principios son «totalmente marxistas», en tanto que los antiguos fueron creados por las guerrillas en las montañas, y en las montañas no hay marxismo. Los nuevos principios, antítesis de los antiguos, son: «Enfrentar uno a diez, diez a cien, luchar valiente y decididamente, y explotar la victoria persiguiendo al enemigo sin detenerse»; «Atacar en todo el frente»; «Tomar las ciudades principales» y «Golpear con dos puños en dos direcciones a la vez». Los métodos para hacer frente al ataque del enemigo son: «Detener al enemigo al otro lado de la puerta del Estado”, «Ganar la iniciativa golpeando primero», «No permitir que rompan nuestras ollas y cacharros», «No ceder ni una pulgada de terreno», «Dividir las fuerzas en seis direcciones». La lucha contra la quinta campaña de «cerco y aniquilamiento» es «la batalla decisiva entre el camino revolucionario y el camino colonial» una guerra de embestidas breves y repentinas, una guerra de blocaos, una guerra de desgaste, una «guerra prolongada». Y a eso se añadía la concepción de un servicio de retaguardia grande y una centralización absoluta del mando. Finalmente, todo esto terminó en un «cambio de casa» a gran escala. Y quien no aceptase tales cosas había de ser castigado, tachado de oportunista, etc., etc.
Es indudable que todas estas teorías y prácticas eran erróneas. Eran subjetivismo. Eran manifestación, en circunstancias favorables, del fanatismo y precipitación revolucionarios pequeñoburgueses, que, en tiempos de adversidad, a medida que la situación empeoraba, se transformaban sucesivamente en temeridad desesperada, actitudes conservadoras y tendencia a la huida. Todo esto era la teoría y la práctica de gentes impulsivas e ignorantes. No tenía el menor asomo de marxismo; era antimarxista.
Ahora trataremos sólo de la retirada estratégica, que en Chiangsí se llamaba «atraer al enemigo para que penetre profundamente» y en Sechuán, «contraer el frente». Ningún teórico o práctico militar del pasado ha negado jamás que es éste el principio que en la etapa inicial de la guerra debe adoptar un ejército débil en sus operaciones contra un ejército fuerte. Un experto militar extranjero ha dicho que en las operaciones estratégicamente defensivas, por regla general, se evita al comienzo la batalla decisiva en condiciones desfavorables y se la busca sólo cuando las condiciones se han vuelto favorables. Esto es totalmente correcto, y nada tenemos que agregar.
El objetivo de la retirada estratégica es conservar el potencial bélico y preparar la contraofensiva. La retirada es necesaria, porque no ceder ni un paso ante el ataque de un enemigo fuerte, significa inevitablemente poner en peligro la conservación de las fuerzas propias. Pero, en el pasado muchas personas se oponían con obstinación a la retirada, considerándola como una «línea oportunista, puramente defensiva». Nuestra historia ha demostrado que su oposición era completamente errónea.
Al preparar una contraofensiva, debemos elegir y crear ciertas condiciones favorables para nosotros y desfavorables para el enemigo, a fin de lograr un cambio en la correlación de fuerzas, antes de entrar en la fase de la contraofensiva.
Según nuestra pasada experiencia, antes de poder considerar que la situación es favorable para nosotros y desfavorable para el enemigo y pasar a la contraofensiva, en general debemos lograr, durante la fase de la retirada, por lo menos dos de las condiciones siguientes:
- apoyo activo de la población al Ejército Rojo;
- terreno favorable para nuestras operaciones;
- concentración de todas las fuerzas principales del Ejército Rojo;
- conocimiento de los puntos débiles del enemigo;
- cansancio y desmoralización a que hemos reducido al enemigo, y
- errores del enemigo inducidos por nosotros.
La primera condición, el apoyo activo de la población, es la más importante para el Ejército Rojo. Esta condición implica la existencia de bases de apoyo. Más aún, dada esta condición, se pueden crear o descubrir con facilidad las condiciones cuarta, quinta y sexta. Por eso cuando el enemigo lanza una amplia ofensiva contra el Ejército Rojo, éste se retira generalmente de las zonas blancas a las bases de apoyo, donde la población lo apoya más activamente en su lucha contra el Ejército Blanco. Dentro de una misma base de apoyo también hay diferencia entre las regiones periféricas y la central. La población de la región central es más digna de confianza que la de las periféricas en lo que se refiere a evitar la filtración de informaciones, al reconocimiento, al transporte, a la participación en la guerra, etc. Por eso, en la lucha contra la primera, segunda y tercera campañas de «cerco y aniquilamiento» en Chiangsí, fueron escogidos como «punto final de la retirada» aquellos lugares donde la primera condición, el apoyo popular, se cumplía muy bien o bastante bien. En virtud de esta característica, o sea, la existencia de las bases de apoyo, las operaciones del Ejército Rojo difieren grandemente de las operaciones en general. Esta característica fue también la razón principal por la cual el enemigo tuvo que recurrir más tarde a la guerra de blocaos.
Una de las ventajas de operar en líneas interiores reside en que un ejército que se retira puede elegir libremente el terreno favorable y forzar al ejército atacante a actuar según su voluntad. Un ejército débil, para derrotar a otro fuerte, tiene que elegir con cuidado un terreno favorable como campo de batalla. Pero esta condición no es suficiente por sí sola; deben presentarse otras, en primer lugar, el apoyo de la población, y luego, una unidad enemiga vulnerable, por ejemplo, una unidad que está cansada o ha cometido errores, o una unidad que está avanzando en una dirección dada y que tiene una capacidad combativa relativamente baja. En ausencia de estas condiciones, aun cuando hayamos encontrado un terreno favorable, tendremos que abandonarlo y continuar retrocediendo a fin de crear las condiciones deseadas. En las zonas blancas, también se pueden encontrar terrenos ventajosos, pero allí no se presenta la condición favorable del activo apoyo popular. Y si las demás condiciones aún no se han creado o descubierto, el Ejército Rojo tendrá que retirarse a sus bases de apoyo. Lo mismo puede decirse, en términos generales, de la diferencia entre las regiones periféricas y la central de una base de apoyo.
En principio, todas nuestras tropas de choque deben ser concentradas, a excepción de las tropas locales y las fuerzas de contención. Sin embargo, cuando ataca a un adversario que ha pasado a la defensiva estratégica, el Ejército Rojo divide a menudo sus fuerzas. Una vez que el enemigo ha lanzado una gran ofensiva, el Ejército Rojo efectúa una «retirada convergente». El punto final de la retirada se fija por lo común en la parte central de la base de apoyo, pero a veces también se puede fijar en la parte delantera o en la posterior, según lo exijan las circunstancias. Semejante retirada convergente permite concentrar todas las fuerzas principales del Ejército Rojo.
Otra condición indispensable para un ejército débil que lucha contra uno poderoso es escoger como blanco de su ataque las unidades débiles de éste. Pero al comienzo de la ofensiva del enemigo, sucede frecuentemente que entre sus unidades que avanzan en diferentes direcciones, ignoramos cuál es la más poderosa y cuál la sigue en poderío, cuál la más débil y cuál no lo es tanto. Para saberlo, hay que efectuar reconocimientos, que a menudo requieren mucho tiempo. Ésta constituye otra razón por la cual es necesaria la retirada estratégica.
Si el enemigo que ataca es muy superior a nosotros tanto en efectivos como en poderío, no podemos alcanzar el objetivo de producir un cambio en la correlación de fuerzas hasta que aquél haya penetrado profundamente en nuestras bases de apoyo y haya probado todas las amarguras que le esperan allí, tal como lo anotó el jefe del estado mayor de una de las brigadas de Chiang Kai-shek, durante la tercera campaña de «cerco y aniquilamiento»: «Nuestros soldados gordos se han consumido hasta quedar en los huesos, y los flacos, hasta morir» o como lo comentó Chen Ming-shu, comandante de la columna occidental del ejército del Kuomintang para la campaña de «cerco y aniquilamiento»: «Por todas partes el Ejército Nacional anda a oscuras mientras el Ejército Rojo marcha a plena luz». En tales condiciones el ejército enemigo, aunque todavía fuerte, se ve muy debilitado; sus soldados están cansados y desmoralizados y muchos de sus puntos vulnerables quedan al descubierto. Y el Ejército Rojo, aunque débil, conserva su fuerza, acumula energías y espera descansado al enemigo fatigado. En este momento, generalmente es posible que entre las dos fuerzas se logre cierto equilibrio, o que se convierta en relativa la superioridad absoluta del enemigo y que también se haga relativa nuestra inferioridad absoluta; incluso puede ocurrir que el enemigo se torne inferior y nosotros superiores. En la lucha contra la tercera campaña de «cerco y aniquilamiento» en Chiangsí, el Ejército Rojo efectuó una retirada extrema (se concentró en la parte posterior de la base de apoyo). Pero, de no proceder así, no habría podido derrotar al enemigo, porque éste era más de diez veces superior en número al Ejército Rojo. Al decir Sun Tsi: «Evitad el combate cuando el enemigo está lleno de vigor, golpeadlo cuando se encuentra fatigado y debilitado», aludía a la necesidad de fatigar y desmoralizar al enemigo a fin de reducir su superioridad.
El último objetivo de la retirada es descubrir los errores del enemigo o inducirlo a cometer errores. Hay que comprender que a ningún comandante enemigo, por hábil que sea, le es posible no cometer errores durante un período relativamente largo. Por consiguiente, siempre tenemos la posibilidad de aprovechar los errores del enemigo. Éste puede cometer errores, igual que nosotros a veces nos equivocamos y le damos la posibilidad de aprovecharse de ello. Además, con nuestras acciones podemos inducir al enemigo a cometer errores, por ejemplo, mediante lo que Sun Tsi llamaba «crear apariencias» (simular un ataque en el este pero golpear por el oeste o, en otras palabras, amagar en el este pero atacar por el oeste). Si queremos lograr esto, el punto final de nuestra retirada no debe limitarse a una zona determinada. En ocasiones, cuando hemos llegado a esa zona y aún no hemos encontrado ninguna oportunidad de aprovechar los errores del enemigo, tenemos que retirarnos más y esperar a que se nos presente tal oportunidad.
Tales son, hablando en términos generales, las condiciones favorables que buscamos en el curso de nuestra retirada. Pero esto no significa que no podamos pasar a la contraofensiva antes de que se hayan presentado todas estas condiciones. No es posible ni necesario que concurran todas estas condiciones al mismo tiempo. Pero un ejército débil que opera en líneas interiores contra un enemigo fuerte, debe esforzarse por lograr ciertas condiciones indispensables según la situación del enemigo en el momento dado. Toda opinión contraria a este respecto es incorrecta.
Al fijar el punto final de la retirada, debemos partir de la situación en su conjunto. Es erróneo fijarlo en un lugar que nos parece favorable para pasar a la contraofensiva desde el punto de vista de una situación parcial, pero que no lo es desde el punto de vista de la situación en su conjunto. Pues, como nuestra contraofensiva siempre se inicia en una escala parcial, debemos tener en cuenta, al comienzo de ella, los cambios que puedan producirse más tarde. Unas veces, el punto final de la retirada debe fijarse en la parte delantera de nuestra base de apoyo, como ocurrió en nuestras segunda y cuarta contracampañas en Chiangsí y en nuestra tercera contracampaña en la región fronteriza de Shensí-Kansú; otras veces, en la parte central de la base de apoyo, como ocurrió en nuestra primera contracampaña en Chiangsí, y otras, en la parte posterior, como en nuestra tercera contracampaña en la misma provincia. En todos estos casos la decisión fue tomada teniendo en cuenta la relación entre la situación parcial y la situación en su conjunto. En el curso de nuestra quinta contracampaña en Chiangsí, nuestro ejército no consideró en absoluto la retirada, porque no tomó en cuenta ni la situación parcial ni la general; esto fue pura temeridad. Una situación está compuesta de una serie de factores. Cuando examinamos la relación entre la situación parcial y la general, nuestro juicio debe basarse en si los factores del lado enemigo y del nuestro, que se manifiestan en la situación parcial y en la general, favorecen en cierta medida nuestro paso a la contraofensiva.
El punto final de la retirada puede fijarse, por lo general, en la parte delantera, central o posterior de nuestra base de apoyo. Sin embargo, ¿significa eso que nos negamos rotundamente a combatir en las zonas blancas? No. Nos negamos a hacerlo sólo al enfrentar grandes campañas enemigas de «cerco y aniquilamiento». Únicamente cuando existe una enorme disparidad de fuerzas entre el enemigo y nosotros, nos pronunciamos por retirarnos a nuestra base de apoyo y atraer al enemigo para que penetre profundamente, de acuerdo con el principio de conservar las fuerzas y esperar el momento oportuno para aplastar al adversario, porque sólo de este modo podemos crear o descubrir condiciones favorables para nuestra contraofensiva. Si la situación no es tan grave, o si su gravedad es tal que el Ejército Rojo no puede pasar a la contraofensiva ni siquiera en su base de apoyo, o si la contraofensiva sufre un revés y es necesario continuar retirándonos para producir un cambio en la situación, entonces debemos admitir, al menos en teoría, que se puede fijar el punto final de la retirada en una zona blanca, aunque hemos tenido muy poca experiencia al respecto.
En cuanto al punto final de nuestra retirada en una zona blanca, también pueden darse, en términos generales, tres casos: 1) delante de nuestra base de apoyo, 2) en los flancos de ésta, y 3) detrás de ella. He aquí un ejemplo del primer caso:
Durante nuestra primera contracampaña en Chiangsí, si no hubieran existido desunión dentro del Ejército Rojo ni división en las organizaciones locales del partido, dos difíciles problemas creados por la línea de Li Li-san y el Grupo A‑B16, habría sido concebible que concentrásemos nuestras fuerzas en el triángulo Chían-Nanfeng-Changshu y lanzásemos desde allí la contraofensiva. Porque entonces las fuerzas enemigas que avanzaban entre los ríos Kanchiang y Fushui no eran muy superiores al Ejército Rojo (cien mil hombres contra cuarenta mil). Aunque desde el punto de vista del apoyo popular, las condiciones allí no eran tan buenas como en nuestra base de apoyo, el terreno era favorable; más aún, habría sido posible aprovechar el avance del enemigo en columnas aisladas para aplastarlas una por una.
Veamos ahora un ejemplo del segundo caso:
Durante nuestra tercera contracampaña en Chiangsí, si la ofensiva del enemigo no hubiese sido tan amplia, si una de las columnas enemigas hubiera avanzado desde la zona de Chienning-Lichuan-Taining en los límites entre Fuchién y Chiangsí, y si el poderío de esa columna nos hubiera permitido atacarla, habría sido concebible que el Ejército Rojo pudiera concentrar sus fuerzas en la zona blanca, en el oeste de Fuchién, y aplastar primero a esa columna, sin haber tenido que dar un gran rodeo de mil li para llegar a Singkuo a través de Yuichín.
Finalmente, un ejemplo del tercer caso:
Durante la misma tercera contracampaña en Chiangsí, si las fuerzas principales del enemigo no se hubieran dirigido hacia el oeste, sino hacia el sur, probablemente nos habríamos visto obligados a retirarnos a la zona de Juichang S¸nwu-Anyuan (una zona blanca) para atraer al enemigo más hacia el sur, y luego el Ejército Rojo habría podido avanzar, de sur a norte, sobre el interior de la base de apoyo, donde las fuerzas enemigas no habrían sido en ese momento muy numerosas.
Sin embargo, estos ejemplos no son sino hipótesis, que no se basan en la experiencia; pueden ser considerados como casos excepcionales, y no como principios generales. Para nosotros, cuando el enemigo lanza una amplia campaña de «cerco y aniquilamiento», el principio general es atraerlo para que penetre profundamente, retirarnos a la base de apoyo para combatir allí, porque éste es nuestro más seguro método para aplastar su ofensiva.
Los que abogan por «detener al enemigo al otro lado de la puerta del Estado» se oponen a la retirada estratégica, arguyendo que retirarnos significa perder territorio, causar perjuicios a la población («permitir que rompan nuestras ollas y cacharros», como dicen ellos) y provocar una repercusión desfavorable fuera de nuestras zonas. Durante nuestra quinta contracampaña afirmaron que, cada vez que retrocediéramos un paso, el enemigo empujaría sus blocaos un paso adelante, con lo cual la base de apoyo se empequeñecería continuamente y nos sería imposible recuperar el territorio perdido. Según ellos, si bien la táctica de atraer al enemigo para que penetre profundamente había sido útil en otros tiempos, resultaba inútil contra la quinta campaña de «cerco y aniquilamiento», en que el enemigo recurría a la guerra de blocaos. Sólo podíamos luchar contra esta campaña mediante el método de dividir nuestras fuerzas para la defensa y lanzar embestidas breves y repentinas.
Es fácil responder a estas afirmaciones, y nuestra historia ya lo ha hecho. En cuanto a la pérdida de territorio, a menudo sucede que éste sólo se puede conservar perdiéndolo. Este es el principio de «dar a fin de tomar». Si lo que perdemos es territorio, y lo que ganarnos es la victoria sobre el enemigo más la recuperación y hasta la ampliación de nuestro territorio, entonces se trata de un buen negocio. En las transacciones comerciales, si el comprador no «pierde» algún dinero, no puede obtener mercancías; si el vendedor no «pierde» algunas mercancías, no puede conseguir dinero. Las pérdidas en un movimiento revolucionario significan destrucción, pero lo que se gana es construcción de carácter progresista. Durante el sueño y el descanso se pierde tiempo, pero se gana energía para el trabajo del día siguiente. Si algún imbécil no entiende esto y se niega a dormir, no tendrá energías al día siguiente. Ese es un negocio a pérdida. Precisamente por esta causa perdimos en la quinta campaña enemiga de «cerco y aniquilamiento». Por no querer perder una parte del territorio, lo perdimos en su totalidad. Abisinia también perdió todo su territorio, porque luchó sin flexibilidad, aunque ésa no fue la única causa de su derrota.
Lo mismo rige en relación con el problema de causar perjuicios a la población. El no tolerar que las ollas y los cacharros de algunas familias sean rotos por cierto tiempo, será permitir que las ollas y los cacharros de toda la población sean destrozados durante largo tiempo. El temer a una repercusión política temporalmente desfavorable, lo pagaremos con una repercusión desfavorable durante largo tiempo. Después de la Revolución de octubre, si los bolcheviques rusos hubieran seguido los puntos de vista de los «comunistas de izquierda» y se hubieran negado a firmar el tratado de paz con Alemania, los soviets recién nacidos habrían corrido el peligro de perecer17.
Estas opiniones «izquierdistas», aparentemente revolucionarias, provienen de la precipitación revolucionaria propia de los intelectuales pequeñoburgueses y del estrecho conservatismo de los pequeños productores campesinos. Los que sostienen tales opiniones miran los problemas sólo de modo unilateral y son incapaces de examinar la situación en su conjunto; no quieren vincular los intereses de hoy con los de mañana, o los intereses parciales con los del conjunto, sino que se aferran con uñas y dientes a lo parcial y a lo temporal. Es cierto que debemos aferrarnos con tenacidad a aquello de lo parcial y lo temporal que, en las circunstancias concretas del momento, es ventajoso, y especialmente decisivo, para la situación en su conjunto y para todo el período dado, pues de otro modo nos convertiríamos en partidarios de dejar que las cosas sigan su propio curso o de no intervenir en su marcha. Precisamente por eso, es necesario que la retirada tenga un punto final. Pero no debemos, en modo alguno, dejarnos llevar por la miopía de los pequeños productores. Tenemos que aprender de los bolcheviques su sagacidad. La vista sola no es suficiente, debemos contar con la ayuda del telescopio y del microscopio. El método marxista sirve de telescopio y microscopio en los asuntos políticos y militares.
Por supuesto, la retirada estratégica presenta dificultades. Elegir el momento para iniciar la retirada y el punto final de la misma, y convencer políticamente a los cuadros y a la población de la necesidad de la retirada, son todos problemas difíciles, que debemos resolver.
El problema de determinar el momento para comenzar la retirada es de mucha importancia. Si en nuestra primera contracampaña en Chiangsí, el comienzo de la retirada no hubiese sido tan oportuno como lo fue, es decir, si se hubiese demorado, habría sido afectada por lo menos la amplitud de nuestra victoria. Por supuesto, es perjudicial comenzar la retirada demasiado temprano o demasiado tarde. Pero, hablando en términos generales, una retirada tardía causa más daños que una prematura. Una retirada a tiempo nos permite mantener plenamente la iniciativa, lo cual ayuda en gran medida a que pasemos a la contraofensiva cuando, después de llegar al punto final de la retirada, hayamos reagrupado nuestras fuerzas y esperado descansadamente al enemigo fatigado. En la lucha para aplastar la primera, segunda y cuarta campañas enemigas de «cerco y aniquilamiento» en Chiangsí, pudimos hacer frente al enemigo con aplomo y sin prisa. Sólo en la tercera campaña, el Ejército Rojo tuvo que dar apresuradamente un gran rodeo para concentrarse, y sus combatientes se fatigaron mucho, porque no esperábamos que el enemigo pudiese organizar una nueva ofensiva con tanta prontitud después de haber sufrido una derrota aplastante en la segunda campaña (nuestra segunda contracampaña terminó el 29 de mayo de 1931 y el 1 de julio Chiang Kai-shek comenzó su tercera campaña de «cerco y aniquilamiento»). El momento para iniciar la retirada se determina del mismo modo que el comienzo de la fase preparatoria de una contracampaña, como hemos dicho más arriba, es decir, enteramente sobre la base de las informaciones necesarias recogidas y de la apreciación de nuestra situación general y de la del enemigo.
Convencer a los cuadros y a la población civil de la necesidad de la retirada estratégica es una tarea sumamente difícil cuando ellos aún no tienen experiencia en este aspecto, y cuando la dirección militar no ha alcanzado todavía un prestigio tal que le permita concentrar en unas pocas personas, o incluso en una sola, la autoridad para decidir la retirada estratégica, y contar al mismo tiempo con la confianza de los cuadros. Debido a que éstos carecían de experiencia y de fe en la retirada estratégica, tropezamos con grandes dificultades en este problema, al comienzo de la primera y cuarta contracampañas y durante toda la quinta. En la primera contracampaña, los cuadros bajo la influencia de la línea de Li Li-san no estuvieron a favor de la retirada sino del ataque, hasta que se les convenció de lo contrario. En la cuarta contracampaña, los cuadros bajo la influencia del aventurerismo militar se opusieron a los preparativos para la retirada estratégica. En la quinta contracampaña, al comienzo persistieron en los puntos de vista del aventurerismo militar, que se oponían a la táctica de atraer al enemigo para que penetre profundamente, pero luego cayeron en el conservatismo militar. Los partidarios de la línea de Chang Kuo-tao no reconocieron la imposibilidad de establecer nuestras bases de apoyo en las regiones pobladas por las nacionalidades tibetana y jui18 hasta que se estrellaron contra el muro. Éste es otro ejemplo concreto. La experiencia es indispensable para los cuadros; el fracaso es, en verdad, madre del éxito. Pero también es necesario aprender con modestia de la experiencia ajena. Es puro «empirismo estrecho» insistir en la experiencia personal en todos los casos y, a falta de ella, apegarse obstinadamente a las propias opiniones rechazando la experiencia de los demás. Esto nos ha hecho sufrir muchas pérdidas en la guerra.
La desconfianza del pueblo en la necesidad de una retirada estratégica, desconfianza determinada por su inexperiencia, nunca fue mayor que durante la primera contracampaña en Chiangsí. En esa época, todas las organizaciones locales del partido y las masas populares de los distritos de Chían, Singkuo y Yungfeng se oponían a la retirada del Ejército Rojo. Pero después que adquirieron experiencia en la primera contracampaña, este problema no volvió a presentarse en las contracampañas siguientes. Todo el mundo comprendió que la pérdida de parte del territorio de la base de apoyo y los sufrimientos del pueblo eran temporales, y tuvo la convicción de que el Ejército Rojo podía desbaratar las campañas de «cerco y aniquilamiento». Sin embargo, la fe del pueblo está íntimamente ligada a la de los cuadros, y por eso la primera y principal tarea consiste en convencer a los cuadros.
La retirada estratégica está enteramente orientada a pasar a la contraofensiva, y no es sino la primera fase de la defensiva estratégica. El problema decisivo de toda la estrategia es si la victoria puede ser lograda en la fase siguiente, la fase de la contraofensiva.
contraofensiva estratégica
Para derrotar la ofensiva de un enemigo que tiene una superioridad absoluta, nos apoyamos en la situación creada en la fase de nuestra retirada estratégica, situación favorable para nosotros y desfavorable para el enemigo y diferente de la que existía al comienzo de la ofensiva enemiga. Esta situación es el resultado de diversos factores. De todo esto hemos hablado más arriba.
Sin embargo, la existencia de condiciones y de una situación favorables para nosotros y desfavorables para el enemigo no significa aún la derrota de éste. Esas condiciones y esa situación convierten en posibilidad, pero no en realidad, nuestra victoria y la derrota del enemigo: ni ésta ni aquélla se han hecho realidad para ninguno de los dos ejércitos contendientes. A fin de que se produzca la victoria o la derrota, es necesaria una batalla decisiva entre los dos ejércitos. Sólo esta batalla puede resolver el problema de quién es el vencedor y quién el vencido. He aquí la única tarea durante la fase de la contraofensiva estratégica. La contraofensiva representa un largo proceso, constituye la fase más fascinante y más dinámica de la defensiva y es también su fase final. Lo que se llama defensa activa se refiere principalmente a esta contraofensiva estratégica de carácter decisivo.
Las condiciones y la situación no sólo se crean en la fase de la retirada estratégica, sino que continúan creándose en la fase de la contraofensiva. En esta última no son, ni por su forma ni por su carácter, exactamente iguales a lo que eran en la primera fase.
Lo que puede permanecer igual por su forma y carácter es, por ejemplo, la fatiga y bajas del enemigo ahora acrecentadas, que no son sino la continuación de la fatiga y bajas de la fase anterior.
Pero es inevitable que surjan condiciones y una situación enteramente nuevas. Por ejemplo, cuando el enemigo haya sufrido una o varias derrotas, las condiciones favorables para nosotros y desfavorables para él ya no se limitarán a su fatiga, etc., sino que se agregará un nuevo factor: que ha sufrido derrotas. La situación también experimentará nuevos cambios. Las fuerzas enemigas comenzarán a desplazarse en desorden y actuarán equivocadamente, y, por consiguiente, la correlación de fuerzas entre los dos ejércitos resultará distinta a la de antes.
Pero en el caso de que no sea el enemigo sino nuestro ejército el que ha sufrido una o varias derrotas, las condiciones y la situación cambiarán en sentido contrario, es decir, se reducirán las condiciones desfavorables para el enemigo, mientras que las desfavorables para nosotros comenzarán a aparecer y aun a agravarse. Y éste será otro fenómeno totalmente nuevo y diferente.
La derrota de cualquiera de los dos bandos conduce directa y rápidamente a que el vencido realice nuevos esfuerzos por salvarse de una situación peligrosa, por librarse de las nuevas condiciones y de la nueva situación que le son desfavorables pero favorables para su adversario, y por volver a crear unas condiciones y una situación favorables para él y desfavorables para el enemigo, a fin de poder ejercer presión sobre éste.
El lado triunfante, por el contrario, se esforzará al máximo por explotar su victoria e infligir un daño aún mayor al enemigo, por aumentar o desarrollar las condiciones y la situación que le son favorables, y por frustrar el intento de su adversario de librarse de sus condiciones desfavorables y salvarse de la situación peligrosa.
Así, para cualquiera de los dos lados, la lucha en la etapa de la batalla decisiva es la más intensa, la más compleja, la más variable, y también la más difícil y ardua de toda la guerra o campaña; desde el punto de vista del comando, es el momento más delicado de todos.
Muchos problemas se plantean en la fase de la contraofensiva. Los principales son: la iniciación de la contraofensiva, la concentración de las fuerzas, la guerra de movimientos, la guerra de decisión rápida y la guerra de aniquilamiento.
Trátese de una contraofensiva o de una ofensiva, los principios para resolver estos problemas son en esencia los mismos. En este sentido podemos decir que una contraofensiva es una ofensiva.
No obstante, una contraofensiva no es exactamente una ofensiva. Los principios de la contraofensiva se aplican cuando el enemigo está a la ofensiva, y los principios de la ofensiva, cuando el enemigo está a la defensiva. En este sentido, existen ciertas diferencias entre la contraofensiva y la ofensiva.
Por esta razón, aunque en el presente capítulo sobre la defensiva estratégica, en el análisis de la contraofensiva se incluyen diversos problemas relativos a la conducción de las operaciones y aunque en el capítulo sobre la ofensiva estratégica sólo se tratarán otros problemas para evitar la repetición, no debemos perder de vista, en la aplicación práctica, ni las similitudes ni las diferencias entre la contraofensiva y la ofensiva.
Iniciación de la contraofensiva
El problema de la iniciación de la contraofensiva es el de la llamada «batalla inicial» o “batalla preliminar».
Muchos expertos militares burgueses recomiendan prudencia en la batalla inicial, tanto en la defensiva estratégica como en la ofensiva estratégica, pero especialmente en la primera. En el pasado, nosotros también planteamos seriamente este problema. Las operaciones contra las cinco campañas enemigas de «cerco y aniquilamiento» en Chiangsí nos han dado una rica experiencia, y no es inútil examinarla.
En la primera campaña de «cerco y aniquilamiento», las fuerzas enemigas, alrededor de cien mil hombres, avanzaron en ocho columnas, desde la línea Chían-Chienning hacia el sur, sobre la base de apoyo del Ejército Rojo. Este contaba entonces con unos cuarenta mil hombres, concentrados en la zona de Juangpi-Siaopu del distrito de Ningtu, provincia de Chiangsí.
La situación era la siguiente:
- Las fuerzas enemigas para operaciones de «aniquilamiento» no pasaban de cien mil hombres, y ninguna de las unidades pertenecía a las propias tropas de Chiang Kai-shek; por lo tanto, la situación general no era muy grave.
- La división enemiga al mando de Luo Lin, que defendía Chían, se encontraba al otro lado del río Kanchiang, en su ribera occidental.
- Tres divisiones enemigas, al mando de Kung Ping-fan, Chang Jui-tsan y Tan Tao-yuan respectivamente, habían ocupado la zona de Futien-Tungku-Lungkang-Yuantou, al sureste de Chían y al noroeste de Ningtu. Las fuerzas principales de la división de Chang Jui-tsan se encontraban en Lungkang, y las de la división de Tan Tao-yuan, en Yuantou. No convenía elegir Futien y Tungku como campos de batalla, porque los habitantes de esos lugares, engañados por el Grupo A‑B, momentáneamente desconfiaban del Ejército Rojo e incluso se mostraban hostiles a él.
- La división enemiga bajo el mando de Liu Je-ting estaba muy lejos, en Chienning, en la zona blanca de la provincia de Fuchién, y era poco probable que entrara en Chiangsí.
- Las otras dos divisiones enemigas, bajo el mando de Mao Ping-wen y S¸ Ke-siang, habían llegado a la zona de Toupi-Luokou-Tungshao, entre Kuangchang y Ningtu. Toupi estaba en la zona blanca, Luokou en una zona guerrillera, y Tungshao era un lugar donde difícilmente se podían mantener en secreto nuestras acciones, porque había allí elementos del Grupo A‑B. Además, si atacábamos a las divisiones de Mao Ping-wen y S¸ Ke-siang y avanzábamos luego hacia el oeste, habría peligro de que las tres divisiones enemigas acantonadas en el oeste (las de Chang Jui-tsan, Tan Tao-yuan y Kung Ping-fan) se concentraran, lo que nos haría difícil vencer e imposible dar una solución final al problema.
- La división enemiga de Chang Jui-tsan y la de Tan Tao-yuan, que constituían las fuerzas principales del enemigo, pertenecían a las propias tropas de Lu Ti-ping, comandante en jefe de la campaña de «cerco y aniquilamiento» y gobernador de la provincia de Chiangsí; además, Chang Jui-tsan era el comandante del frente. Si esas dos divisiones eran aniquiladas, quedaría fundamentalmente aplastada la campaña de «cerco y aniquilamiento». Cada una de esas dos divisiones tenía más o menos catorce mil hombres y además, la división de Chang Jui-tsan se hallaba acantonada en dos lugares distintos, de modo que si atacábamos cada vez a una división, tendríamos una superioridad absoluta.
- La zona de Lungkang-Yuantou, donde estaban acantonadas las fuerzas principales de las divisiones de Chang Jui-tsan y Tan Tao-yuan, se encontraba cerca del lugar donde estaban concentradas nuestras tropas. Más aún, contando allí con un activo apoyo popular, nuestras fuerzas podían acercarse al enemigo sin que éste lo advirtiera.
- El terreno en Lungkang nos era ventajoso. Yuantou no era fácil de atacar. Si el enemigo nos atacaba en Siaopu, teníamos allí también un terreno favorable.
- En el sector de Lungkang podíamos concentrar la mayor cantidad posible de tropas. Además, en Singkuo, a unas decenas de li al suroeste de Lungkang, contábamos con una división independiente de más de mil hombres, que podía, mediante un movimiento envolvente, maniobrar en la retaguardia del enemigo.
- Si nuestras tropas efectuaban una ruptura en el centro y abrían una brecha en el frente del enemigo, sus columnas al este y al oeste quedarían cortadas en dos grupos separados por una gran distancia.
Por los motivos anteriores, decidimos dar nuestra primera batalla contra dos brigadas de Chang Jui-tsan, que constituían sus fuerzas principales, y contra el cuartel general de su división; logramos aplastarlos, aniquilando totalmente una fuerza de nueve mil hombres y capturando al propio comandante de la división, sin dejar escapar ni un solo hombre ni un solo caballo. Después de esta victoria, la división de Tan Tao-yuan huyó presa de pánico hacia Tungshao, y la de S¸ Ke-siang, hacia Toupi. Nuestro ejército persiguió entonces a la división de Tan Tao-yuan y aniquiló la mitad de ella. Dimos dos batallas en cinco días (del 27 de diciembre de 1930 al 1 de enero de 1931), y las fuerzas enemigas en Futien, Tungku y Toupi, temerosas de ser derrotadas, se retiraron en desorden. Así terminó la primera campaña de «cerco y aniquilamiento».
La situación en la segunda campaña de «cerco y aniquilamiento» era la siguiente:
- Las fuerzas enemigas para operaciones de «aniquilamiento» ascendían a doscientos mil hombres; el comandante en jefe era Je Ying-chin, con su cuartel general en Nanchang.
- En esta campaña, como en la primera, ninguna de las unidades enemigas pertenecía a las propias tropas de Chiang Kai-shek. Entre esas unidades, el XIX Ejército de Tsai Ting-kai, el XXVI Ejército de Sun Lien-chung y el VIII Ejército de Chu Shao-liang eran fuertes o relativamente fuertes; el resto era relativamente débil.
- El Grupo A‑B había sido eliminado y toda la población de la base de apoyo respaldaba al Ejército Rojo.
- El V Ejército de Wang Chin-yu, recién llegado del norte, nos temía, y más o menos lo mismo podía decirse de las dos divisiones de Kuo Jua-tsung y de Jao Meng-ling, que constituían su flanco izquierdo.
- Si nuestras tropas atacaban primero Futien y luego avanzaban arrolladoramente hacia el este, podíamos extender la base de apoyo a la zona de Chienning-Lichuan-Taining, en los límites entre Fuchién y Chiangsí, y acumular recursos materiales con miras a aplastar la siguiente campaña de «cerco y aniquilamiento». Si avanzábamos hacia el oeste, el río Kanchiang limitaría nuestra posibilidad de expansión después de la batalla. Volvernos hacia el este después de terminada la batalla fatigaría a nuestro ejército y significaría pérdida de tiempo.
- En relación con la primera campaña, nuestros efectivos habían disminuido algo, a poco más de treinta mil hombres, pero, por otro lado, nuestras tropas habían tenido cuatro meses para recuperarse y acumular energías.
Por estas razones, decidimos dar nuestra primera batalla contra las fuerzas de Wang Chin-yu y de Kung Ping fan (once regimientos en total), acantonadas en la zona de Futien. Después de haber ganado esta batalla, atacamos sucesivamente a las unidades de Kuo Jua-tsung, Sun Lien-chung, Chu Shao-liang y Liu Je-ting. En quince días (del 16 al 30 de mayo de 1931) cubrimos a pie una distancia de setecientos li, realizamos cinco batallas, capturamos más de veinte mil fusiles y aplastamos completamente la campaña de «cerco y aniquilamiento». Cuando atacábamos a Wang Chin-yu, nos encontrábamos entre las unidades de Tsai Ting-kai y las de Kuo Jua-tsung, a unos diez li de éstas y a unos cuarenta li de aquéllas. Algunos dijeron que nos estábamos «metiendo en un callejón sin salida», pero logramos pasar. Esto se debió principalmente a que operábamos en nuestra base de apoyo y, además, a que no hubo coordinación entre las unidades enemigas. Después de derrotada la división de Kuo Jua-tsung, la de Jao Meng-ling huyó durante la noche hacia Yungfeng, salvándose así del desastre.
La situación en la tercera campaña de «cerco y aniquilamiento» era la siguiente:
- Chiang Kai-shek dirigía personalmente la campaña como comandante en jefe. Tenía bajo su mando tres comandantes de columna. Je Ying-chin, comandante de la columna central, tenía su cuartel general junto con el de Chiang Kai-shek en Nanchang; Chen Ming-shu, comandante de la columna derecha, lo tenía en Chían, y Chu Shao-liang, comandante de la columna izquierda, en Nanfeng.
- Las fuerzas enemigas para operaciones de «aniquilamiento» ascendían a trescientos mil hombres. Las principales, con unos cien mil hombres, eran de las propias tropas de Chiang Kai-shek y constaban de cinco divisiones (con nueve regimientos cada una) al mando de Chen Cheng, Luo Chuo-ying, Chao Kuan-tao, Wei Li-juang y Chiang Ting-wen, respectivamente. Además de ellas, había otras tres divisiones, con cuarenta mil hombres, al mando de Chiang Kuang-nai, Tsai Ting-kai y Jan Te-chin, y luego las tropas de Sun Lien-chung, con veinte mil soldados. Las fuerzas restantes, que tampoco pertenecían a las propias tropas de Chiang Kai-shek, eran relativamente débiles.
- La estrategia del enemigo en sus operaciones de «aniquilamiento», que consistía en «penetrar impetuosamente», era muy diferente de la de «consolidar cada paso a medida que se avanza» empleada en su segunda campaña. El objetivo era empujar al Ejército Rojo hacia el río Kanchiang y aniquilarlo allí.
- Sólo hubo un intervalo de un mes entre el final de la segunda campaña de «cerco y aniquilamiento» y el comienzo de la tercera. El Ejército Rojo (con unos treinta mil hombres) no había tenido tiempo para descansar ni para reponer sus bajas después de duros combates y, además, acababa de dar un rodeo de mil li para concentrarse en Singkuo, en la parte occidental de su base de apoyo del sur de Chiangsí, cuando el enemigo lo presionó de cerca desde varias direcciones.
En tal situación, el primer plan que adoptamos consistía en salir de Singkuo y abrir una brecha en Futien pasando por Wanan, avanzar luego arrolladoramente de oeste a este a través de las líneas de comunicación de la retaguardia enemiga, dejando así que las fuerzas principales del enemigo penetraran profunda pero inútilmente en nuestra base de apoyo del sur de Chiangsí. Esa debía ser la primera fase de nuestra operación. Cuando el enemigo volviese hacia el norte, sus tropas estarían muy fatigadas, y podríamos aprovechar la oportunidad para golpear sus unidades vulnerables. Esa debía ser la segunda fase. La idea central de este plan era evitar encuentros con las fuerzas principales del enemigo y golpearlo en sus puntos débiles. Pero cuando nuestras fuerzas avanzaban hacia Futien, fueron descubiertas por el enemigo, que trasladó allí rápidamente las dos divisiones de Chen Cheng y de Luo Chuo-ying. Tuvimos que cambiar el plan y volver a Kaosings¸ (en la parte occidental de Singkuo). En ese momento nos quedaban sólo este punto y sus alrededores, algunas decenas de li cuadrados, para poder concentrarnos. Un día después de nuestra concentración, decidimos avanzar impetuosamente hacia el este, en dirección de Lientang (en el este del distrito de Singkuo), Liangtsun (en el sur del distrito de Yungfeng) y Juangpi (en el norte del distrito de Ningtu). Esa misma noche, protegidos por la oscuridad, pasamos por un corredor de cuarenta li de ancho entre la división de Chiang Ting-wen y las fuerzas de Chiang Kuang-nai, Tsai Ting-kai y Jan Te-chin, y llegarnos a Lientang. Al día siguiente, tuvimos una escaramuza con las avanzadas de las tropas de Shangkuan Yun-siang (quien comandaba su propia división y la de Jao Meng-ling). Al tercer día atacamos a la división de Shangkuan Yun-siang: fue nuestra primera batalla; la segunda fue al cuarto día contra la división de Jao Meng-ling; después de una marcha de tres días, llegamos a Juangpi y sostuvimos nuestra tercera batalla contra la división de Mao Ping-wen. Ganamos las tres batallas y capturamos más de diez mil fusiles. En ese momento, las fuerzas principales del enemigo, que avanzaban hacia el oeste y el sur, viraron hacia el este. Enfocando su atención en Juangpi, convergieron sobre ese punto a marchas forzadas con el propósito de trabar combate con nosotros. Se nos aproximaron recurriendo a una maniobra de cerco enorme y compacto. Mientras tanto, nos escurrimos a través de una región de altas montañas, por un corredor de veinte li de ancho entre las tropas de Chiang Kuang-nai, Tsai Ting-kai y Jan Te-chin, por un lado, y las de Chen Cheng y Luo Chuo-ying, por el otro, y así, volviendo de este a oeste, nos concentramos en el distrito de Singkuo. Cuando el enemigo nos descubrió y comenzó a avanzar de nuevo hacia el oeste, nuestras fuerzas ya habían tenido medio mes de descanso. En cambio, las tropas enemigas, hambrientas, fatigadas y desmoralizadas, ya no podían más y decidieron retirarse. Aprovechando su retirada, atacamos a las fuerzas de Chiang Kuang-nai, Tsai Ting-kai, Chiang Ting-wen y Jan Te-chin, y aniquilarnos una brigada de Chiang Ting-wen y la división de Jan Te-chin. No habiendo podido decidir el desenlace del combate con las divisiones de Chiang Kuang-nai y Tsai Ting-kai, las dejarnos escapar.
La situación en la cuarta campaña de «cerco y aniquilamiento» era la siguiente: las tropas enemigas avanzaban en tres columnas sobre Kuangchang. La columna oriental constituía sus fuerzas principales. Las dos divisiones que formaban la columna occidental aparecieron ante nosotros y se fueron aproximando al lugar donde nuestras tropas estaban concentradas. Por lo tanto, tuvimos la oportunidad de atacar primero la columna occidental, en la parte sur del distrito de Yijuang, y de un golpe aniquilamos las dos divisiones de Li Ming y de Chen Shi-chi. El enemigo envió entonces dos divisiones de su columna oriental para apoyar a la columna central, y siguió avanzando. Logramos aniquilar otra división, en la parte sur del distrito de Yijuang. En estas dos batallas capturamos más de diez mil fusiles, y la campaña de «cerco y aniquilamiento» quedó aplastada en lo fundamental.
En la quinta campaña de «cerco y aniquilamiento», el enemigo adoptó, en su avance, una nueva estrategia basada en la guerra de blocaos, y tomó primero Lichuan. Pero nosotros, con la intención de recuperar Lichuan y detener al enemigo más allá del límite de la base de apoyo, atacamos Siaoshi, una sólida posición enemiga que se encontraba en la zona blanca al norte de Lichuan. Fracasado este ataque, pasamos a atacar Tsisichiao, otra sólida posición enemiga que se encontraba también en la zona blanca, al sureste de Siaoshi, y otra vez fracasamos. Luego, anduvimos buscando combates entre las fuerzas principales del enemigo y sus blocaos, y fuimos reducidos a una situación de completa pasividad. A todo lo largo de nuestra quinta contracampaña, que duró un año entero, no tuvimos ninguna iniciativa ni dinamismo. Al final, nos vimos obligados a abandonar nuestra base de apoyo de Chiangsí.
La experiencia militar adquirida durante estas cinco contracampañas demuestra que la primera batalla de la contraofensiva es de extrema importancia si el Ejército Rojo, hallándose a la defensiva, quiere aplastar a las poderosas fuerzas enemigas para operaciones de «aniquilamiento». El desenlace de la primera batalla ejerce una tremenda influencia sobre la situación en su conjunto, influencia que se hace sentir inclusive en la última batalla. De esto se derivan las siguientes conclusiones:
En primer lugar, hay que ganar la primera batalla. Sólo podemos entablar el combate cuando la situación del enemigo, el terreno y el apoyo popular nos son favorables y desfavorables para el enemigo y cuando estamos perfectamente seguros de vencer. De lo contrario, es preferible retroceder, actuar con cautela y esperar la ocasión. Semejante ocasión se presentará tarde o temprano; no debemos aceptar precipitadamente el combate. En la primera contracampaña, pensarnos en un principio atacar a las fuerzas de Tan Tao-yuan y avanzamos dos veces, pero cada vez tuvimos que contenernos y regresar, porque el enemigo no se apartó de sus posiciones dominantes establecidas en las alturas de Yuantou. Unos días más tarde encontramos a la división de Chang Jui-tsan, que era fácil de atacar. En la segunda contracampaña, nuestras fuerzas avanzaron hasta Tungku, donde, con el solo fin de esperar que las tropas de Wang Chin-yu abandonaran su fuerte posición de Futien, nos apostamos cerca del enemigo durante veinticinco días, incluso a riesgo de revelar nuestra presencia; rechazamos todas las proposiciones impacientes de realizar un ataque inmediato, y al cabo logramos nuestro objetivo. En la tercera contracampaña, aunque nos hallábamos en medio de una situación tempestuosa y habíamos dado un rodeo de mil li, y a pesar de que el enemigo había descubierto nuestro plan de flanquearlo, actuamos con paciencia, nos replegamos, cambiamos nuestro plan inicial por el de efectuar una ruptura en el centro y finalmente dimos con éxito la primera batalla en Lientang. En la cuarta contracampaña, después de nuestro fracaso en la ofensiva sobre Nanfeng, nos replegamos sin vacilar y finalmente viramos hacia el flanco derecho del enemigo, concentramos nuestras fuerzas en la zona de Tungshao y dimos en la parte sur del distrito de Yijuang una batalla que terminó con un gran triunfo nuestro. Sólo en la quinta contracampaña no se tuvo en cuenta para nada la importancia de la primera batalla. Alarmadas con la sola pérdida de la ciudad de Lichuan y en el intento de recuperarla, nuestras fuerzas avanzaron hacia el norte al encuentro del enemigo. Luego, en vez de considerar como la primera batalla el inesperado encuentro con el enemigo en S¸nkou, que terminó con nuestra victoria (una división enemiga fue aniquilada), y tomar en cuenta los cambios que esa batalla necesariamente provocaría, se lanzó temerariamente un ataque contra Siaoshi, sin asegurarse del éxito. Así, desde el primer paso se perdió la iniciativa. Esta es la peor, la más estúpida manera de combatir.
En segundo lugar, el plan para la primera batalla tiene que ser el prólogo y parte orgánica del plan para toda la campaña. Sin un buen plan para toda la campaña es absolutamente imposible sostener con verdadero éxito la primera batalla. Es decir, aunque se logre la victoria en la primera batalla, si ésta perjudica a la campaña en su conjunto en lugar de beneficiarla, sólo puede ser considerada como una derrota (por ejemplo la batalla de S¸nkou en nuestra quinta contracampaña). Por lo tanto, antes de dar la primera batalla, debemos tener una idea general de cómo se sostendrán la segunda, la tercera, la cuarta y hasta la última batalla, y qué cambios se producirán en la situación general del enemigo después de cada una de nuestras victorias o de cada una de nuestras derrotas. Aunque el resultado no deba necesariamente, y de hecho no pueda en absoluto, coincidir en todos los detalles con lo que esperamos, debemos pensarlo todo con cuidado y en forma realista, a la luz de nuestra situación general y la del enemigo. Sin un plan para toda la partida de ajedrez, es imposible hacer un movimiento realmente eficaz.
En tercer lugar, también es preciso considerar cómo operar en la siguiente fase estratégica. Todo el que tenga a su cargo la dirección estratégica, no habrá cumplido con su deber si se ocupa sólo de la contraofensiva y no considera las medidas a tomar después del triunfo o en caso de derrota. En una fase estratégica determinada, el estratega debe tener en cuenta las fases subsiguientes o, por lo menos, la que sigue inmediatamente. Aunque es difícil prever los cambios futuros, y cuanto más lejos se mira más borrosas parecen las cosas, es posible hacer un cálculo general, y es necesario tener una apreciación de las perspectivas lejanas. Limitar la mirada al paso que se está dando es un método de dirección nocivo, no sólo en política sino también en la guerra. Cada vez que se da un paso, hay que ver los cambios concretos que surgen de él y, con arreglo a esos cambios, modificar o desarrollar los planes estratégicos y de operaciones; de otro modo se cometerá el error de lanzarse de cabeza sin pensar en los peligros. Por otra parte, es absolutamente indispensable tener un plan a largo plazo, concebido en términos generales y que abarque toda una fase estratégica y hasta varias fases. La falta de un plan de este tipo conducirá a la incertidumbre y nos atará de pies y manos, lo cual servirá de hecho a los fines estratégicos del enemigo, condenándonos a la pasividad. Es preciso tener en cuenta que el alto mando del enemigo tiene cierta perspicacia estratégica. Sólo podemos conseguir victorias estratégicas cuando, adiestrándonos, hayamos alcanzado un nivel superior al del enemigo. La dirección estratégica tanto de la línea oportunista de «izquierda» en la quinta campaña enemiga de «cerco y aniquilamiento» como de la línea de Chang Kuo-tao fue errónea principalmente porque no se observó esta condición. En una palabra, en la fase de la retirada tenemos que prever la de la contraofensiva; en la fase de la contraofensiva, la de la ofensiva, y en la fase de la ofensiva, de nuevo la de la retirada. No hacer caso de todo esto y limitar la visión a las ventajas y desventajas del momento, equivale a seguir el camino de la derrota.
Ganar la primera batalla, tener en cuenta el plan de toda la campaña y considerar la fase estratégica que sigue inmediatamente, son los tres principios que no hay que olvidar jamás cuando se comienza la contraofensiva, es decir, cuando se da la primera batalla.
Concentración de las fuerzas
La concentración de las fuerzas parece fácil, pero en la práctica resulta bastante difícil. Todo el mundo sabe que lo mejor es utilizar a muchos para derrotar a pocos. Sin embargo, mucha gente no procede así; por el contrario, divide a menudo sus fuerzas. Esto se debe a que tales jefes militares no tienen una mentalidad estratégica y se desorientan en circunstancias complejas; en consecuencia, se dejan llevar por ellas, pierden la iniciativa y recurren al método de tapar los agujeros.
Por compleja, grave y dura que sea la situación, lo que debe hacer un jefe militar, antes que nada, es organizar y emplear sus fuerzas de manera independiente y con iniciativa. Con frecuencia puede verse forzado por el enemigo a la pasividad, pero lo importante es recuperar la iniciativa con rapidez. Si no lo logra, el resultado será una derrota.
La iniciativa no es algo imaginario, sino algo concreto y material. A este respecto lo más importante es conservar y concentrar una fuerza lo más grande posible y con espíritu combativo.
A decir verdad, en la defensiva es fácil perder la iniciativa. La defensiva ofrece muchas menos posibilidades para el pleno desarrollo de la iniciativa que la ofensiva. Sin embargo, es posible dar a la defensiva, que es pasiva en la forma, un contenido activo y pasar de la fase pasiva en la forma a la fase activa tanto en la forma como en el contenido. En apariencia, una retirada estratégica completamente planificada se realiza bajo presión, pero en realidad tiene por objeto conservar las fuerzas y esperar el momento oportuno para aplastar al enemigo, atraerlo para que penetre profundamente y prepararse para la contraofensiva. Sólo el rehusar retroceder y aceptar precipitadamente el combate (como en la batalla de Siaoshi), es en realidad perder la iniciativa, aunque en apariencia da la impresión de que se lucha por asegurarla. La contraofensiva estratégica no solamente es activa en el contenido, sino que también en la forma abandona la pasividad del período de la retirada. Para el enemigo, nuestra contraofensiva significa un esfuerzo por privarlo de su iniciativa y reducirlo a la pasividad.
Las condiciones indispensables para alcanzar plenamente este objetivo son la concentración de las fuerzas, la guerra de movimientos, la guerra de decisión rápida y la guerra de aniquilamiento, de las cuales la concentración de las fuerzas es la primera y la más importante.
La concentración de las fuerzas es necesaria para cambiar la situación entre el enemigo y nosotros. En primer lugar, es necesaria para invertir los papeles entre los dos bandos con relación al avance y la retirada. Antes el enemigo avanzaba y nosotros retrocedíamos; ahora procuramos conseguir que seamos nosotros quienes avancemos y el enemigo quien retroceda. Cuando concentramos nuestras tropas y ganamos un combate, logramos este objetivo en ese combate y eso ejerce influencia sobre toda la campaña.
En segundo lugar, la concentración de las fuerzas es necesaria para invertir los papeles entre los dos bandos con relación a la ofensiva y la defensiva. En la defensiva, la retirada pertenece fundamentalmente, hasta su punto final, a la fase pasiva, es decir, a la fase de la «defensa». La contraofensiva pertenece a la fase activa, o sea, a la fase del «ataque». Aunque durante toda la etapa de la defensiva estratégica, la contraofensiva no pierde su carácter defensivo, ésta, comparada con la retirada, representa un cambio no sólo de forma, sino también de contenido. La contraofensiva es el paso de la defensiva estratégica a la ofensiva estratégica; reviste el carácter de preludio de la ofensiva estratégica. La concentración de las fuerzas persigue precisamente ese fin.
En tercer lugar, la concentración de las fuerzas es necesaria para invertir los papeles entre los dos bandos con relación a las operaciones en líneas interiores y exteriores. Un ejército que opera en líneas estratégicamente interiores tiene muchas desventajas, y esto es así especialmente en el caso del Ejército Rojo, que se halla enfrentado a las campañas de «cerco y aniquilamiento». Pero en las campañas o combates podemos cambiar esta situación y debemos hacerlo incuestionablemente. Convertir una gran campaña enemiga de «cerco y aniquilamiento» en multitud de pequeñas y separadas camparlas de cerco y aniquilamiento de nuestras tropas contra el enemigo; transformar el ataque convergente que el adversario lanza contra nosotros en escala estratégica, en una serie de ataques convergentes que lanzaremos contra el adversario en el plano de las campañas o combates; convertir la superioridad estratégica del enemigo en superioridad nuestra sobre él en las campañas o combates; colocar al enemigo que está en una posición estratégicamente fuerte en una posición débil en el plano de las campañas o combates, y pasar, al mismo tiempo, de nuestro estado de debilidad estratégica a un estado de fortaleza en las campañas o combates. Es a todo esto a lo que llamamos operaciones en líneas exteriores dentro de las operaciones en líneas interiores, campañas de cerco y aniquilamiento dentro de la campaña de «cerco y aniquilamiento», bloqueo dentro del bloqueo, ofensiva dentro de la defensiva, superioridad dentro de la inferioridad, fortaleza dentro de la debilidad, ventajas dentro de las desventajas, e iniciativa dentro de la pasividad. La victoria en la defensiva estratégica depende, en lo fundamental, de la concentración de las fuerzas.
En la historia militar del Ejército Rojo de China, este problema ha sido con frecuencia tema de importantes controversias. En la batalla de Chían del 4 de octubre de 1930, avanzamos y atacamos antes de que nuestras fuerzas estuviesen concentradas por completo. Por fortuna las fuerzas enemigas (la división de Teng Ying) huyeron por iniciativa propia; nuestro ataque, en sí mismo, resultó infructuoso.
A partir de 1932, se planteó la consigna de «Atacar en todo el frente», que exigía que se lanzaran ataques desde la base de apoyo en todas las direcciones: hacia el norte, el sur, el este y el oeste. Esto es erróneo no sólo en la defensiva estratégica, sino también en la ofensiva estratégica. Mientras no se produzca un cambio radical en toda la correlación de fuerzas entre el enemigo y nosotros, tanto la estrategia como la táctica comprenden la defensiva y la ofensiva, la contención y el asalto, y «atacar en todo el frente» es algo rarísimo en la práctica. Semejante consigna es una expresión del igualitarismo militar que acompaña al aventurerismo militar.
En 1933, los partidarios del igualitarismo militar formularon la teoría de «golpear con dos puños en dos direcciones a la vez» dividieron en dos a las fuerzas principales del Ejército Rojo, intentando conquistar victorias simultáneas en dos direcciones estratégicas. Como resultado de esto, uno de los puños permaneció inactivo, mientras que el otro se fatigó en los combates y, lo que es peor, se perdió la ocasión de lograr la más grande victoria posible de ese momento. En mi opinión, cuando nos vemos frente a un enemigo poderoso, debemos emplear nuestro ejército, sea cual fuere su fuerza numérica, en una sola dirección principal en un momento determinado, y no en dos direcciones a la vez. No me opongo a operaciones en dos o más direcciones, pero en cada momento dado debe haber sólo una dirección principal. Si el Ejército Rojo de China, que apareció en el escenario de la guerra civil como una fuerza pequeña y débil, ha podido derrotar repetidas veces a su poderoso enemigo y asombrar al mundo con sus victorias, se debe en gran medida a que ha aplicado el principio de concentración de las fuerzas. Esto se puede demostrar examinando cualquiera de nuestras grandes victorias. La fórmula de «enfrentar uno a diez y diez a cien» se refiere a la estrategia, a la guerra en su conjunto y a la correlación general de fuerzas entre el enemigo y nosotros. En este sentido, eso es, efectivamente, lo que hemos hecho. Pero esta fórmula no se refiere a las campañas ni a la táctica, en las que jamás debemos proceder así. Tanto en la contraofensiva como en la ofensiva, siempre debemos concentrar una gran fuerza para golpear a una parte del enemigo. Cada vez que no concentramos nuestras fuerzas lo pagamos caro, como en la batalla contra Tan Tao-yuan en la zona de Tungshao, distrito de Ningtu, provincia de Chiangsí, en enero de 1931; en la que se dio contra el XIX Ejército en la zona de Kaosings, distrito de Singkuo, Chiangsí, en agosto de 1931; en la batalla contra Chen Chi-tang en la zona de Shuikous, distrito de Nansiung, provincia de Kuangtung, en julio de 1932, y en la batalla contra Chen Cheng en la zona de Tuantsun, distrito de Lichuan, Chiangsí, en marzo de 1934. Batallas como la de Shuikous¸ y la de Tuantsun fueron generalmente consideradas como victorias o incluso como grandes victorias (en la primera fueron desbaratados veinte regimientos de Chen Chi-tang y en la segunda doce regimientos de Chen Cheng), pero nosotros jamás aplaudimos tales victorias y, en cierto sentido, incluso podemos calificarlas de derrotas. En nuestra opinión, una victoria tiene poca importancia cuando no nos trae ningún botín o cuando el botín no es mayor que nuestras pérdidas. Nuestra estrategia es «enfrentar uno a diez», y nuestra táctica es «enfrentar diez a uno»: éste es uno de los principios fundamentales en que nos basamos para derrotar al enemigo.
El igualitarismo militar llegó a su punto culminante durante nuestra quinta contracampaña en 1934. Se consideraba que «dividiendo las fuerzas en seis direcciones» y «resistiendo en todo el frente», podíamos vencer al enemigo, pero finalmente fue el enemigo el que nos derrotó, y todo esto se explica por el miedo a perder territorio. Naturalmente, es difícil evitar la pérdida de territorio cuando se concentran las fuerzas principales para operar en una dirección determinada y se dejan sólo fuerzas de contención en otras. Pero semejante pérdida es temporal y parcial, y se compensará con la victoria en la dirección en que efectuemos nuestro asalto. Una vez lograda esta victoria, se puede recuperar lo perdido en las direcciones en que hemos realizado nuestras operaciones de contención. Durante la primera, segunda, tercera y cuarta campañas de «cerco y aniquilamiento» del enemigo, sufrimos pérdidas de territorio, y particularmente en la tercera campaña, en que se perdió casi por completo la base de apoyo del Ejército Rojo en Chiangsí. Pero al final nuestro territorio no sólo fue recuperado, sino incluso ampliado.
La subestimación de la fuerza del pueblo en nuestras bases de apoyo conduce con frecuencia a temer injustificadamente que el Ejército Rojo se aleje demasiado de esas bases. Esto sucedió en 1932, cuando el Ejército Rojo de Chiangsí inició una larga marcha para atacar la ciudad de Changchou, provincia de Fuchién, y también en 1933, cuando viró para atacar Fuchién después de la victoria en nuestra cuarta contracampaña. En el primer caso, había temor de que el enemigo se apoderara de toda la base de apoyo, y en el segundo, de que se apoderara de parte de ella. En consecuencia, había oposición a concentrar las fuerzas e insistencia en dividirlas para defender la base de apoyo. Pero en ambos casos el resultado demostró que ése era un temor infundado. Pues de una parte, el enemigo teme penetrar en nuestra base de apoyo, y además, el peligro principal a sus ojos es el Ejército Rojo que penetra en la zona blanca para trabar combate allí. Su atención se concentra siempre en donde se hallan las fuerzas regulares del Ejército Rojo. Es muy raro que el enemigo aparte su atención de estas fuerzas para dirigirla sólo a nuestra base de apoyo. Incluso cuando el Ejército Rojo se halla a la defensiva, sigue siendo el centro de la atención del enemigo. Reducir nuestra base de apoyo forma parte del plan general del enemigo, pero si el Ejército Rojo concentra las fuerzas principales y aniquila a una de sus columnas, el alto mando enemigo se verá obligado a dedicar aún mayor atención al Ejército Rojo y a concentrar fuerzas aún mayores contra él. De ahí que sea posible frustrar el plan enemigo de reducir el territorio de nuestra base de apoyo.
También es erróneo afirmar que «durante la quinta campaña de “cerco y aniquilamiento”, en la cual el enemigo recurrió a la guerra de blocaos, nos era imposible operar con fuerzas concentradas, y todo lo que podíamos hacer era dividirlas para la defensa y lanzar embestidas breves y repentinas». La táctica enemiga de construir blocaos después de un avance de tres o cinco, ocho o diez li, se debió exclusivamente a que el Ejército Rojo ofrecía resistencia paso por paso. La situación habría sido sin duda distinta si nuestro ejército hubiera abandonado la táctica de la defensa paso por paso en sus líneas interiores, y hubiera dado un rodeo y penetrado en las líneas interiores del enemigo para atacarlo cuando fuera necesario y posible. El principio de concentración de las fuerzas constituye precisamente el medio para derrotar la guerra de blocaos del enemigo.
La concentración de las fuerzas que propugnamos no implica el abandono de la guerra popular de guerrillas. Como se ha demostrado ya hace tiempo, la línea de Li Li-san, que rechazaba la «pequeña» guerra de guerrillas y exigía que «se concentrara hasta el último fusil en el Ejército Rojo», era errónea. Desde el punto de vista de la guerra revolucionaria en su conjunto, la guerra popular de guerrillas y las operaciones de las fuerzas regulares del Ejército Rojo se complementan como las dos manos del hombre. Si contáramos sólo con las fuerzas regulares del Ejército Rojo, sin la guerra popular de guerrillas, seríamos como un guerrero manco. En términos concretos, y especialmente desde el punto de vista de las operaciones militares, cuando hablamos de la población, de la base de apoyo como una condición, queremos decir que contamos con un pueblo armado. Esta es la razón fundamental por la cual el enemigo teme aproximarse a nuestra base de apoyo.
También es necesario emplear destacamentos del Ejército Rojo para operaciones en direcciones secundarias; no todas las fuerzas de éste deben ser concentradas. La concentración de las fuerzas que propugnamos se basa en el principio de garantizarnos la superioridad absoluta o relativa en el campo de batalla. Para hacer frente a un enemigo fuerte o combatir en un campo de batalla de importancia vital, debemos contar con una superioridad absoluta de fuerzas. Por ejemplo, en la batalla inicial de la primera contracampaña, el 30 de diciembre de 1930, concentramos una fuerza de cuarenta mil hombres contra los nueve mil de Chang Jui-tsan. Al hacer frente a un enemigo débil o al operar en un campo de batalla sin gran importancia, basta con una fuerza relativamente superior. Por ejemplo, el 29 de mayo de 1931, en la última batalla de la segunda contracampaña, el Ejército Rojo, en su ataque a la ciudad de Chienning, empleó sólo algo más de diez mil hombres contra los siete mil de la división de Liu Je-ting.
Eso no quiere decir que sea necesario contar con una fuerza superior en todas las ocasiones. En ciertas circunstancias podemos salir al combate con fuerzas relativa o absolutamente inferiores. Veamos un ejemplo del empleo de una fuerza relativamente inferior. Supongamos que, en un sector determinado, el Ejército Rojo sólo dispone de una fuerza relativamente pequeña (no se trata del caso en que, contando con más tropas, no las ha concentrado). Entonces, para aplastar el ataque de un enemigo superior en una situación en que el apoyo popular, el terreno y el tiempo nos son muy favorables, es evidentemente necesario contener, con unidades guerrilleras o pequeños destacamentos, el centro y uno de los flancos del enemigo, y concentrar todas las demás fuerzas del Ejército Rojo para un ataque por sorpresa contra un sector del otro flanco; de esta manera es posible lograr la victoria. En nuestro ataque por sorpresa a dicho sector del flanco enemigo, se aplica también el principio de emplear una fuerza superior contra otra inferior, de utilizar a muchos para derrotar a pocos. El mismo principio se aplica igualmente cuando entramos en batalla contando con una fuerza absolutamente inferior, por ejemplo, cuando una unidad guerrillera realiza una operación por sorpresa contra una gran agrupación del ejército blanco y ataca sólo a una pequeña parte de ella.
La afirmación de que la concentración de una gran fuerza para operaciones en un solo campo de batalla está sujeta a las limitaciones de terreno, caminos, avituallamiento, alojamiento, etc., también tiene que ser considerada a la luz de circunstancias distintas. Estas limitaciones afectan en diferente grado al Ejército Rojo y al ejército blanco, porque el primero es capaz de soportar mayores dificultades que el segundo.
Derrotamos a muchos con pocos: así se lo declaramos a las fuerzas gobernantes de China en su conjunto. Pero también derrotamos a pocos con muchos: así se lo declaramos a cada parte de las fuerzas enemigas contra las cuales luchamos en el campo de batalla. Esto ya no es un secreto; el enemigo, en general, conoce bien nuestro modo de actuar. Pero no puede impedir nuestras victorias ni evitar sus pérdidas, porque no sabe cuándo ni dónde actuaremos de esta manera. Esto lo mantenemos en secreto. Por lo común, el Ejército Rojo opera por sorpresa.
Guerra de movimientos
¿Guerra de movimientos o guerra de posiciones? Respondemos: guerra de movimientos. Cuando no tenemos grandes fuerzas ni reservas de municiones y cuando en cada base de apoyo sólo disponemos de una unidad del Ejército Rojo para enviarla adonde haya que combatir, la guerra de posiciones, en lo fundamental, nos resulta inútil. Para nosotros, la guerra de posiciones es, en general, inaplicable tanto en la defensa como en el ataque.
Una de las características destacadas de las operaciones del Ejército Rojo, que emana del hecho de que el enemigo es fuerte y el Ejército Rojo débil en equipo técnico, es la ausencia de un frente de operaciones estable.
Los frentes de operaciones del Ejército Rojo son determinados por la dirección en que opera. La inestabilidad de esta dirección implica la de los frentes de operaciones del Ejército Rojo. Aunque la dirección general no cambia en un período determinado, las direcciones particulares dentro de ésta pueden cambiar en cualquier momento. Cuando somos contenidos en una dirección, tenemos que pasar a otra. Si después de un tiempo también nos vemos contenidos en la dirección general, tenemos que cambiar incluso ésta.
En una guerra civil revolucionaria, los frentes de operaciones no pueden ser estables; tal fue también el caso de la Unión Soviética. La situación del ejército soviético se diferenciaba de la del nuestro sólo en que sus frentes no eran tan inestables como los nuestros. En ninguna guerra puede haber un frente de operaciones absolutamente estable, porque los cambios —victorias o derrotas, avances o retiradas— lo impiden. Sin embargo, se dan con frecuencia frentes de operaciones relativamente estables en las guerras en general. Sólo hay excepciones cuando se trata de un ejército que lucha con un enemigo mucho más fuerte, como es el caso del Ejército Rojo de China en la etapa actual.
La inestabilidad de los frentes de operaciones conduce a la inestabilidad del territorio de nuestras bases de apoyo, que se dilatan y se contraen constantemente. Sucede a menudo que mientras aparece una base de apoyo, otra desaparece. Esta variabilidad de nuestro territorio está condicionada enteramente por la movilidad de las operaciones militares.
La movilidad de las operaciones militares y la variabilidad de nuestro territorio dan a todo el trabajo de construcción en nuestras bases de apoyo un carácter variable. Todo plan en este sentido que abarque varios años está fuera de consideración. Los frecuentes cambios en los planes son para nosotros un fenómeno corriente.
Es útil que reconozcamos esta característica. Debemos elaborar nuestros planes sobre esta base, y no forjarnos ilusiones acerca de una guerra puramente ofensiva, una guerra sin retirada, ni alarmarnos por la variación temporal de nuestro territorio y de la retaguardia de nuestro ejército, ni tratar de trazar planes concretos a largo plazo. Debemos adaptar nuestro pensamiento y nuestro trabajo a las circunstancias, estar dispuestos a establecernos y también a marchar, y tener siempre a mano nuestra mochila de raciones. Sólo a costa de los esfuerzos que hacemos en nuestra vida errante de hoy, podremos conseguir una relativa estabilidad para mañana y, al final, la plena estabilidad.
Los partidarios de la línea estratégica de la llamada «guerra regular», que dominaba durante la quinta contracampaña, negaron esta movilidad y se opusieron a lo que ellos llamaban «guerrillerismo». Estos camaradas, que se oponían a la movilidad, actuaban como si fueran gobernantes de un gran Estado, y el resultado fue una extraordinaria y colosal movilidad: la Gran Marcha de veinticinco mil li.
Nuestra república democrática de obreros y campesinos es un Estado, pero actualmente todavía no lo es en el pleno sentido de la palabra. Hoy nos encontramos aún en el período de defensiva estratégica de la guerra civil; nuestro poder está todavía muy lejos de tener la forma completa de un Estado. Nuestro ejército es todavía muy inferior al ejército enemigo, tanto en efectivos como en equipo técnico; nuestro territorio es aún muy pequeño, y el enemigo sueña constantemente con aniquilarnos y no se dará por satisfecho mientras no lo consiga. En estas condiciones, al definir nuestra política, debemos admitir con franqueza el carácter guerrillero del Ejército Rojo, en lugar de repudiar el guerrillerismo en términos generales. Es inútil sentirnos avergonzados de ello. Por el contrario, ese carácter guerrillero es precisamente nuestra particularidad, nuestro punto fuerte, nuestro medio para derrotar al enemigo. Debemos prepararnos a desechar ese carácter, pero hoy no podemos hacerlo todavía. En el futuro, llegaremos a avergonzarnos de ese carácter y lo desecharemos; pero hoy es algo valioso en que debemos persistir.
«Combatir cuando podamos vencer y cuando no, marcharnos»: tal es la interpretación popular de nuestra actual guerra de movimientos. No hay ningún experto militar en el mundo que estime necesario sólo combatir y niegue la necesidad de marcharse, sólo que nadie marcha tanto como nosotros. En nuestro caso, por lo común dedicamos más tiempo a las marchas que a los combates; ya estaría bien si sostuviéramos en promedio un combate importante por mes. Cuando nos marchamos, lo hacemos siempre con miras a combatir. Toda nuestra orientación estratégica y de operaciones se basa en combatir. No obstante, hay varias circunstancias en las cuales no es conveniente combatir. En primer lugar, no conviene combatir cuando el enemigo que tenemos enfrente es numéricamente superior. En segundo lugar, a veces tampoco conviene combatir cuando las fuerzas del enemigo, aunque no son tan grandes, se hallan muy cerca de otras unidades enemigas. En tercer lugar, hablando en términos generales, no conviene combatir a una fuerza enemiga que no está aislada y que se encuentra fuertemente atrincherada. En cuarto lugar, es inconveniente continuar un combate cuando no hay perspectiva de victoria. En todos estos casos, debemos estar dispuestos a marcharnos. Esto es admisible y necesario, porque nuestro reconocimiento de la necesidad de marcharnos está basado, ante todo, en nuestro reconocimiento de la necesidad de combatir. He aquí la característica fundamental de la guerra de movimientos del Ejército Rojo.
Nuestra guerra es en lo fundamental una guerra de movimientos, pero no rechazamos la guerra de posiciones allí donde es necesaria y posible. Tenemos que reconocer la necesidad de recurrir a la guerra de posiciones cuando, en la defensiva estratégica, defendemos tenazmente algunos puntos clave con miras a contener al enemigo, o cuando, durante nuestra ofensiva estratégica, nos encontramos frente a una fuerza enemiga aislada y privada de toda ayuda. Tenernos ya considerable experiencia en el empleo de los métodos de la guerra de posiciones para vencer al enemigo: hemos tomado muchas ciudades, blocaos y aldeas fortificadas, y hemos abierto brechas en sus posiciones de campaña bastante bien fortificadas. En el futuro tendremos que intensificar nuestros esfuerzos y remediar nuestras insuficiencias en este sentido. Es completamente necesario que aboguemos por el ataque o la defensa de posiciones fortificadas cuando las circunstancias lo exijan y permitan. A lo que nos oponemos hoy es al empleo general de la guerra de posiciones, o a darle la misma importancia que a la guerra de movimientos; esto es lo inadmisible.
¿Acaso no se ha producido ningún cambio, durante los diez años de guerra, en el carácter guerrillero del Ejército Rojo, en la ausencia de frentes de operaciones estables, en la variabilidad del territorio de nuestras bases de apoyo o en la inestabilidad del trabajo de construcción en estas bases? Sí, ha habido cambios. En la primera etapa, que va desde la época de las montañas Chingkang hasta el comienzo de la primera contracampaña en Chiangsí, ese carácter guerrillero y esa variabilidad o inestabilidad eran muy pronunciados. El Ejército Rojo estaba aún en su infancia y las bases de apoyo todavía eran zonas guerrilleras. En la segunda etapa, que se extiende de la primera contracampaña a la tercera, los rasgos señalados antes disminuyeron considerablemente. Se había formado el Ejército del I Frente y nuestras bases de apoyo ya contaban con una población de varios millones de habitantes. En la tercera etapa, comprendida entre el final de la tercera contracampaña y la quinta, ese carácter guerrillero y esa variabilidad o inestabilidad disminuyeron aún más. Ya se habían establecido el Gobierno central y la Comisión Militar Revolucionaria. La Gran Marcha constituyó la cuarta etapa. Por haber rechazado erróneamente la guerra de guerrillas y la movilidad en pequeña escala, nos embarcamos en una guerra de guerrillas y una movilidad de enorme escala. Ahora nos encontramos en la quinta etapa. Como no conseguimos aplastar la quinta campaña de «cerco y aniquilamiento» y como se produjo esta gran movilidad, el Ejército Rojo y las bases de apoyo se han visto considerablemente reducidos. Sin embargo, nos hemos instalado firmemente en el noroeste; hemos consolidado y desarrollado nuestra base de apoyo de la región fronteriza de Shensí-Kansú-Ningsia. Los ejércitos de tres frentes que constituyen las fuerzas principales del Ejército Rojo se hallan ya bajo un mando único, cosa que no ocurría antes.
Desde el punto de vista del carácter de nuestra estrategia, también se puede decir que el período transcurrido desde los días en las montañas Chingkang hasta la cuarta contracampaña fue una etapa; la quinta contracampaña, otra, y el período que va desde la Gran Marcha hasta ahora, la tercera. Durante nuestra quinta contracampaña, fue rechazada erróneamente la antigua línea correcta; ahora, hemos rechazado con toda razón la errónea línea que se adoptó durante la quinta contracampaña y revivido la justa línea anterior. Pero no descartamos todo lo de la quinta contracampaña ni revivirnos todo lo anterior a ella. Sólo revivimos lo bueno del pasado y rechazamos lo erróneo del período de la quinta contracampaña.
El guerrillerismo tiene dos aspectos. El uno es el carácter irregular, es decir, la descentralización, la falta de unificación, la ausencia de una disciplina estricta, los métodos simplistas de trabajo, etc. Todos estos rasgos los trae el Ejército Rojo del período de su infancia y algunos de ellos eran justamente lo que se necesitaba entonces. Pero a medida que el Ejército Rojo alcanza su etapa superior, debe desembarazarse de todo ello gradual y conscientemente, para hacerse más centralizado, más unificado, más disciplinado y más cuidadoso en su trabajo, en una palabra, para adquirir un carácter más regular. En lo que respecta a la dirección de las operaciones militares, es también necesario reducir en forma gradual y consciente aquellas características guerrilleras que dejan de ser necesarias en la etapa superior. Negarse a progresar en este aspecto y aferrarse obstinadamente a la antigua etapa es inadmisible y perjudicial; es perjudicial para las operaciones a gran escala.
El otro aspecto del guerrillerismo lo constituyen el principio de la guerra de movimientos, el carácter guerrillero de nuestras operaciones estratégicas y de campañas, que todavía nos es necesario, la variabilidad, todavía inevitable, del territorio de nuestras bases de apoyo, la flexibilidad en nuestros planes de construcción de estas bases y el rechazo a dar prematuramente un carácter regular al Ejército Rojo en el curso de su formación. A este respecto, es igualmente inadmisible y dañino, igualmente desventajoso para nuestras operaciones actuales, negar los hechos históricos, oponerse a la conservación de lo que es útil, dejar irreflexivamente la actual etapa para correr a ciegas hacia una «nueva etapa» inaccesible y desprovista de toda significación real en la actualidad.
Nos encontramos ahora en vísperas de una nueva etapa en cuanto a equipo técnico y organización del Ejército Rojo. Debemos prepararnos para pasar a ella. No hacerlo sería erróneo y desventajoso para nuestras futuras operaciones militares. En el futuro, cuando las condiciones técnicas y organizativas del Ejército Rojo hayan cambiado y éste haya entrado en una nueva etapa de su formación, las direcciones de sus operaciones y los frentes de combate se harán relativamente estables, se recurrirá más a la guerra de posiciones, y el carácter móvil de la guerra, la variabilidad de nuestro territorio y la inestabilidad de nuestro trabajo de construcción disminuirán en gran medida para desaparecer finalmente. Entonces, ya no será un obstáculo para nosotros todo lo que nos limita ahora, como por ejemplo, las fuerzas superiores del enemigo y sus posiciones sólidamente fortificadas.
En la actualidad nos oponemos, por una parte, a las erróneas medidas adoptadas en el período en que dominaba el oportunismo de «izquierda» y, por la otra, al renacimiento de muchos de los rasgos de irregularidad propios de la infancia del Ejército Rojo y que ya han dejado de ser necesarios. Pero debemos restablecer resueltamente los numerosos y valiosos principios relativos a la formación del Ejército, a la estrategia y a la táctica, con arreglo a los cuales el Ejército Rojo ha logrado victorias constantemente. Debemos resumir todo lo valioso del pasado y transformarlo en una línea militar sistemática, aún más desarrollada y más rica, a fin de ganar hoy victorias sobre nuestro enemigo y prepararnos para pasar a una nueva etapa en el futuro.
Hacer la guerra de movimientos abarca numerosos problemas, tales como el reconocimiento, el juicio sobre la situación, la adopción de decisiones, la disposición de las fuerzas para el combate, la dirección del combate, el camuflaje, la concentración de las fuerzas, las marchas, el despliegue, el ataque, la persecución, el ataque por sorpresa, el ataque a posiciones, la defensa de posiciones, los encuentros inesperados, la retirada, el combate nocturno, las operaciones especiales, las maniobras para evitar las fuerzas enemigas poderosas y atacar a las débiles, el asedio a las ciudades para aniquilar los refuerzos enemigos, el ataque simulado, la defensa antiaérea, las maniobras entre varias unidades enemigas, las maniobras para atacar una unidad enemiga eludiendo otra mediante un rodeo, los combates sucesivos, las operaciones sin retaguardia, la necesidad de descansar y acumular energías, etc. En la historia del Ejército Rojo, todas estas formas de acción han presentado muchas particularidades que deben ser tratadas en forma metódica y resumidas en la ciencia de las campañas. Sobre ellas no me extenderé aquí.
Guerra de decisión rápida
La guerra prolongada en el plano estratégico y las campañas o combates de decisión rápida son dos aspectos de una misma cosa, dos principios a los que se debe dar simultáneamente igual importancia en la guerra civil y que también son aplicables en la guerra antiimperialista.
El carácter prolongado de nuestra guerra está determinado por el hecho de que las fuerzas reaccionarias son poderosas mientras que las fuerzas revolucionarias sólo crecen en forma gradual. Aquí, la impaciencia es perjudicial, y preconizar la «decisión rápida» es erróneo. Sostener una guerra revolucionaria durante diez años, como lo hemos hecho nosotros, podría ser sorprendente en otros países, pero para nosotros no representa más que los párrafos iniciales de un «ensayo en ocho partes» —la «introducción», la «exposición preliminar del tema» y las «tesis generales de la disertación»19—, y nos esperan todavía apasionantes capítulos. No cabe duda que, bajo la influencia de las condiciones internas y externas, las cosas pueden desarrollarse en el futuro mucho más rápido que en el pasado. Como ya se han producido cambios en la situación internacional e interna y sobrevendrán cambios aún mayores en el futuro, puede decirse que hemos dejado atrás la situación anterior en que el desarrollo era lento y luchábamos en el aislamiento. Pero no debemos esperar que los éxitos nos lleguen de la noche a la mañana. La aspiración de «aniquilar al enemigo antes del desayuno» es laudable, pero sería malo elaborar los planes concretos de acción sobre la base de esta aspiración. Como las fuerzas reaccionarias de China están respaldadas por muchas potencias imperialistas, nuestra guerra revolucionaria continuará siendo una guerra prolongada hasta que las fuerzas revolucionarias del país hayan acumulado suficiente poderío para quebrar las principales posiciones de los enemigos internos y externos, y hasta que las fuerzas revolucionarias internacionales hayan aplastado o contenido a la mayor parte de las fuerzas de la reacción internacional. Formular nuestra línea estratégica de guerra prolongada partiendo de este punto, es uno de los principios importantes de nuestra dirección estratégica.
El principio que se aplica a las campañas y combates es inverso: no la larga duración, sino la decisión rápida. Buscar la decisión rápida en las campañas y combates es algo propio de todas las épocas y de todos los países. En una guerra tomada en su conjunto, también se busca, en todo tiempo y lugar, la decisión rápida, y siempre se considera desventajosa una guerra de larga duración. Sólo en el caso de China, la guerra debe ser manejada con la máxima paciencia y tratada como una guerra prolongada. Durante el período de la línea de Li Li-san, cierta gente ridiculizaba nuestra manera de proceder, llamándola «táctica de boxeo» (o sea, la táctica de conquistar una gran ciudad sólo después de numerosos cambios de golpes), y se burlaba de nosotros diciendo que no veríamos la victoria de la revolución hasta que tuviésemos blancos los cabellos. Se ha demostrado ya hace tiempo que semejante impaciencia es errónea. Pero estas observaciones críticas habrían sido perfectamente justas si se hubiesen referido a los problemas de las campañas y combates, y no a la estrategia. Esto se explica porque, en primer lugar, el Ejército Rojo no tiene una fuente de abastecimiento de armas y, en especial, de municiones; en segundo lugar, hay numerosos ejércitos blancos contra un solo Ejército Rojo, que debe prepararse para llevar a cabo un combate tras otro en rápida sucesión, a fin de aplastar cada campaña de «cerco y aniquilamiento», y, en tercer lugar, aunque los ejércitos blancos avanzan por separado, en la mayoría de los casos se mantienen bastante cerca unos de otros y si, al atacar a uno de ellos, no logramos decidir rápidamente la batalla, todos los demás convergerán sobre nosotros. Por estas razones tenemos que recurrir a operaciones de decisión rápida. Es habitual que terminemos una batalla en unas cuantas horas, o en uno o dos días. Sólo cuando nuestro plan es «el asedio a las ciudades para aniquilar los refuerzos enemigos», es decir, cuando nuestro propósito no es aniquilar al enemigo sitiado, sino a las tropas que se envíen en su socorro, estamos dispuestos a realizar operaciones relativamente prolongadas contra el enemigo sitiado, pero buscamos siempre una decisión rápida en nuestro ataque a sus refuerzos. Frecuentemente nos orientamos también hacia las campañas o combates prolongados cuando, durante la defensiva estratégica, defendemos tenazmente nuestros puntos de apoyo en los sectores donde efectuamos operaciones de contención, o cuando, durante la ofensiva estratégica, atacamos a fuerzas enemigas aisladas y privadas de toda ayuda o eliminamos los puntos fortificados blancos dentro de nuestras bases de apoyo. Pero semejantes operaciones prolongadas no obstaculizan sino que ayudan a las operaciones de decisión rápida de las fuerzas regulares del Ejército Rojo.
La decisión rápida no se puede obtener sólo con desearla; requiere muchas condiciones concretas. Las principales son: prepararse bien, no dejar escapar el momento oportuno, concentrar una fuerza superior, emplear la táctica de cerco y de movimientos envolventes, elegir un terreno favorable y atacar a las fuerzas enemigas cuando están en marcha o cuando se han detenido pero no han consolidado todavía sus posiciones. Sin estas condiciones es imposible conseguir la decisión rápida en una campaña o combate.
El aplastamiento de una campaña de «cerco y aniquilamiento» es una operación a gran escala, en la que conviene aplicar también el principio de decisión rápida y no el de larga duración, porque las condiciones de una base de apoyo, tales como reservas humanas, recursos financieros y poderío militar, no permiten operaciones prolongadas.
Pero, al observar en general el principio de decisión rápida, debemos oponernos a la precipitación indebida. Es absolutamente necesario que el organismo superior que dirige militar y políticamente una base de apoyo revolucionaria, teniendo en cuenta las condiciones de esa base antes mencionadas y la situación del enemigo, no se deje intimidar por la furiosa presión de éste, ni pierda el ánimo ante dificultades que pueden soportarse, ni se descorazone por ciertos reveses, sino que pruebe tener la paciencia y perseverancia necesarias. La primera campaña de «cerco y aniquilamiento» en Chiangsí fue aplastada, de la primera a la última batalla, sólo en una semana; la segunda, sólo en medio mes; la tercera, al cabo de tres meses; la cuarta, en tres semanas, y la lucha contra la quinta se prolongó durante todo un año. Pero cuando nos vimos obligados a romper el cerco después de no lograr aplastar la quinta campaña de «cerco y aniquilamiento», mostramos una precipitación injustificable. En aquellas circunstancias habríamos podido resistir dos o tres meses más, de modo que nuestras tropas hubieran tenido tiempo para descansar y reorganizarse. Si se hubiera procedido así y si, después de romper el cerco, la dirección hubiera actuado con un poco de inteligencia, la situación habría sido muy distinta.
Sin embargo, el principio de reducir por todos los medios la duración de una campaña, principio del que hemos hablado, sigue siendo válido. En nuestros planes para las campañas y combates, debemos esforzarnos al máximo por concentrar nuestras fuerzas, recurrir a la guerra de movimientos, etc., a fin de asegurar el aniquilamiento de las fuerzas vivas del enemigo en las líneas interiores (esto es, en la base de apoyo) y el rápido aplastamiento de la campaña de «cerco y aniquilamiento». Pero cuando es a todas luces imposible desbaratar la campaña en nuestras líneas interiores, debemos emplear las fuerzas principales del Ejército Rojo para romper el cerco enemigo y desplazarnos a nuestras líneas exteriores, o sea, a las interiores del enemigo, a fin de lograr el mismo objetivo. Ahora que el enemigo ha desarrollado ampliamente su guerra de blocaos, ése será nuestro método habitual de operaciones. Dos meses después del comienzo de nuestra quinta contracampaña, cuando se produjo el Incidente de Fuchién20, las fuerzas principales del Ejército Rojo debieron, sin duda alguna, haber irrumpido en la zona de Chiangsú-Chechiang-Anjui-Chiangsí, con la provincia de Chechiang como centro, y barrido a lo ancho y a lo largo la zona entre Jangchou, Suchou, Nankín, Wuju, Nanchang y Fuchou, pasando de la defensiva estratégica a la ofensiva estratégica, amenazando los centros vitales del enemigo y buscando combates en las vastas zonas donde no había blocaos. De ese modo habríamos podido obligar a las fuerzas enemigas que atacaban el sur de Chiangsí y el oeste de Fuchién a volver para defender sus centros vitales, y habríamos podido aplastar su ofensiva contra la base de apoyo de Chiangsí y aliviar la situación del Gobierno Popular de Fuchién, al que ciertamente habríamos ayudado actuando así. Rechazado este plan, no fue posible desbaratar la quinta campaña de «cerco y aniquilamiento» y el Gobierno Popular de Fuchién se derrumbó inevitablemente. Después de un año entero de lucha, aunque se había tornado perjudicial avanzar sobre Chechiang, todavía nos era posible pasar a la ofensiva estratégica en otra dirección, llevando nuestras fuerzas principales hacia la provincia de Junán, no para pasar a la provincia de Kuichou, sino para avanzar hasta el centro mismo de Junán; de esta manera habríamos podido inducir al enemigo a desplazarse de Chiangsí a Junán y aniquilarlo allí. Como este plan también fue rechazado, se disipó finalmente toda esperanza de aplastar la quinta campaña de «cerco y aniquilamiento» y no quedó más salida que la Gran Marcha.
Guerra de aniquilamiento
Para el Ejército Rojo de China es inconveniente preconizar la «guerra de desgaste». Que compitieran en riquezas no dos Reyes Dragones21, sino un Rey Dragón y un mendigo, sería una cosa muy cómica. Para el Ejército Rojo, que obtiene del enemigo casi todos sus abastecimientos, la orientación básica es la guerra de aniquilamiento. Sólo aniquilando las fuerzas vivas del enemigo, podemos aplastar sus campañas de «cerco y aniquilamiento» y ampliar las bases de apoyo revolucionarias. Causar bajas al enemigo es un medio para aniquilarlo; de otro modo, no tendría ningún sentido. Nosotros mismos sufrimos pérdidas cuando infligimos bajas al enemigo, pero, aniquilándolo; completamos nuestras filas, y de este modo no sólo compensamos nuestras pérdidas, sino que aumentamos el poderío de nuestras tropas. En una guerra contra un enemigo poderoso, las operaciones encaminadas sólo a derrotarlo no pueden decidir radicalmente el desenlace de la guerra. En cambio, una batalla de aniquilamiento produce inmediatamente un gran impacto sobre el enemigo, sea éste quien fuere. En una riña es mejor cortarle un dedo al adversario que herirle en los diez; en una guerra, es preferible aniquilar una división enemiga que derrotar a diez.
Nuestra política para hacer frente a la primera, segunda, tercera y cuarta campañas de «cerco y aniquilamiento» fue la guerra de aniquilamiento. Aunque las fuerzas aniquiladas en cada campaña no constituían más que una parte de las tropas enemigas, todas estas campañas fueron aplastadas. Pero durante la quinta contracampaña se adoptó una política contraria, que en realidad ayudó al enemigo a alcanzar su objetivo.
La guerra de aniquilamiento implica la concentración de una fuerza superior y la adopción de la táctica de cerco y de movimientos envolventes. Sin las últimas, la primera es imposible. Condiciones tales como el apoyo del pueblo, un terreno favorable, una fuerza enemiga fácil de atacar y el ataque por sorpresa, son indispensables para aniquilar al enemigo.
Desbaratar a una fuerza enemiga o permitirle escapar sólo tiene sentido cuando, en el combate o campaña en su conjunto, nuestras fuerzas principales realizan operaciones de aniquilamiento contra otra fuerza enemiga ya determinada; de otro modo es una cosa sin sentido. Aquí las pérdidas se justifican por las ganancias.
Cuando establecemos nuestra propia industria de guerra, debernos guardarnos de depender de ella. Nuestra política básica consiste en apoyarnos en las industrias de guerra de los países imperialistas y de nuestro enemigo interno. Tenemos derecho a la producción de las fábricas de armamentos de Londres y de Janyang, y las unidades enemigas nos sirven de brigadas de transporte. Esta es la pura verdad y no una broma.
Mao Zedong
Diciembre de 1936
- El 30 de octubre de 1927, los campesinos de la región de Jaifeng y Lufeng, provincia de Kuangtung, realizaron su tercera insurrección bajo la dirección del Partido Comunista de China, ocuparon Jaifeng y Lufeng, así como sus alrededores, organizaron unidades del Ejército Rojo y establecieron el poder democrático obrero-campesino. Fueron derrotados más tarde porque cometieron el error de subestimar al enemigo.
- En el otoño de 1936, después de unir sus fuerzas, los ejércitos de los IV y II frentes del Ejército Rojo se desplazaron hacia el norte desde el nordeste de Sikang. En ese tiempo, Chang Kuo-tao seguía persistiendo en su posición antipartido y se obstinaba en su política de retirada y liquidacionismo. En octubre del mismo año, cuando los ejércitos de los II y IV frentes llegaron a la provincia de Kansú; Chang Kuo-tao ordenó a las unidades de avanzada del Ejército del IV Frente, con más de veinte mil hombres, que organizaran la Columna Occidental para cruzar el río Amarillo y avanzar hacia el oeste, en dirección a la provincia de Chingjai. Esta Columna fue virtualmente derrotada después de sufrir golpes en las batallas de diciembre de 1936, y definitivamente aplastada en marzo de 1937.
- Véase la carta del 12 de abril de 1871 de K. Marx a L. Kugelmann sobre la Comuna de París.
- Famosa novela china que describe una guerra campesina, es atribuida a Shi Nai-an, quien vivió en el siglo XIV, a fines de la dinastía Yuan y comienzos de la dinastía Ming. Lin Chung y Chai Chin son héroes de la novela. Jung es maestro de armas de la casa de Chai Chin.
- Lu y Chi fueron dos Estados feudales de la Era de Primavera y Otoñó (722−481 a. n. e.), situados en la parte sur y central, respectivamente, de la actual provincia de Shantung. Chi era un Estado grande y Lu, uno pequeño. El príncipe Chuangkung reinó en el Estado de Lu del 693 al 662 a. n. e.
- Autor de Tsuo Chuan, famosa crónica de la dinastía Chou. El pasaje citado corresponde a El décimo año del reinado del príncipe Chuangkung.
- La antigua ciudad de Chengkao, situada en la parte noroeste del actual distrito de Chengkao, provincia de Jonán, era en tiempos antiguos un punto estratégico de gran importancia. En e1 año 203 a. n. e., fue escenario de varias batallas entre Liu Pang, rey de Jan, y Siang Yu, rey de Chu. En un principio, Siang Yu tomó sucesivamente Singyang y Chengkao, y las tropas de Liu Pang fueron casi derrotadas. Pero más tarde, éste, aprovechando el momento en que las tropas de Siang Yu llegaban al centro del río Sishui, les asestó un golpe demoledor y reconquistó Chengkao.
- La antigua ciudad de Kunyang, situada en el actual distrito de Yesien, provincia de Jonán, fue el lugar en que, en el año 23, Liu Siu (emperador Kuangwu, fundador de la dinastía Jan del este) derrotó a las tropas de Wang Mang, emperador de la dinastía Sin. En esa batalla, la disparidad numérica entre los dos ejércitos era extraordinaria: el ejército de Liu Siu tenía de ocho a nueve mil hombres, y el de Wang Mang, más de cuatrocientos mil. Aprovechando la negligencia de Wang Sin y Wang Yi, generales de Wang Mang, quienes subestimaban al enemigo, Liu Siu derrotó con sólo tres mil hombres escogidos a las fuerzas principales de Wang Mang. Explotando la victoria, Liu Siu atacó al resto de las tropas de Wang Mang y las aplastó por completo.
- Kuantu se encontraba en el nordeste del actual distrito de Chungmou, provincia de Jonán. Allí tuvo lugar la batalla entre las tropas de Tsao Tsao y las de Yuan Shao en el año 200. El ejército de Yuan Shao contaba con cien mil hombres, en tanto que Tsao Tsao tenía pocas tropas y escasos víveres. Sin embargo, Tsao Tsao, aprovechando la negligencia de Yuan Shao, que subestimaba a las fuerzas enemigas lanzó a sus tropas de infantería ligera en un ataque por sorpresa y prendió fuego al bagaje del ejército de Yuan Shao. En éste cundió el pánico y las tropas de Tsao Tsao lanzaron un ataque general, aniquilando las fuerzas principales de Yuan Shao.
- El Estado de Wu era regido por Sun Ch¸an, y el de Wei, por Tsao Tsao. Chipi, en el nordeste del distrito de Chiayu, provincia de Jupei, se encuentra en la ribera meridional del río Yangtsé. En el año 208, Tsao Tsao dirigió un ejército de más de quinientos mil hombres —él afirmaba que era de ochocientos mil— para atacar a Sun Chian. Éste, en alianza con Liu Pei, otro enemigo de Tsao Tsao, reunió una fuerza de treinta mil hombres y, aprovechando que el ejército de Tsao Tsao se hallaba infestado por una epidemia y no estaba acostumbrado a los combates navales, prendió fuego a la flota de Tsao Tsao y destrozó su ejército.
- Yiling se encontraba en el este del actual distrito de Yichang, provincia de Jupei. En el año 222, Lu Sin, general del Estado de Wu, infligió allí una severa derrota a las tropas del Estado de Shu, al mando de Liu Pei, que al comienzo habían logrado sucesivas victorias y penetrado quinientos o seiscientos li en el territorio de Wu, hasta Yiling. Lu Sin eludió el combate durante más de siete meses, hasta que Liu Pei «se halló sin saber qué hacer, y con sus tropas agotadas y desmoralizadas». Entonces infligió una derrota aplastante a las tropas de Liu Pei, aprovechando el viento para prender fuego a sus tiendas.
- El año 383, Sie Sian, general del Estado de Tsin del Este, derrotó a Fu Chien, monarca del Estado de Chin, a las orillas del río Feishui, provincia de Anjui. Fu Chien tenía una infantería de más de seiscientos mil hombres, una caballería de 270.000 y un cuerpo de guardias de más de treinta mil, en tanto que las fuerzas terrestres y fluviales de Tsin del Este sólo sumaban ochenta mil hombres. Los dos ejércitos se encontraban separados por el río Feishui. Sie Sian, aprovechando el engreimiento y la presunción de su enemigo, le pidió que dejara un espacio en la orilla septentrional, donde se encontraban las tropas de Chin, a fin de que las de Tsin del Este pudiesen cruzar el río y sostener una batalla decisiva. Fu Chien así lo hizo, pero una vez que sus tropas empezaron la retirada, no pudieron ser contenidas. Sin dejar escapar esa oportunidad, las tropas de Sie Sian atravesaron el río, se lanzaron al ataque y derrotaron al ejército de Fu Chien.
- El 1 de agosto de 1927, el Partido Comunista de China dirigió este famoso levantamiento en Nanchang, capital de la provincia de Chiangsí, para combatir la contrarrevolución de Chiang Kai-shek y Wang Ching-wei y para continuar la revolución de 1924 – 1927. Participó en el Levantamiento una fuerza armada de más de treinta mil hombres, dirigida por los camaradas Chou En-lai, Chu Te, Je Lung, Ye Ting y otros. El ejército insurgente se retiró de Nanchang el 5 de agosto, de acuerdo con un plan previo, pero sufrió una derrota cuando se acercaba a Chaochou y Shantou, en la provincia de Kuangtung. Una parte del ejército insurrecto, dirigida por los camaradas Chu Te, Chen Yi, Lin Piao y otros, se abrió paso combatiendo hasta las montañas Chingkang y unió sus fuerzas a la I División del 1er Cuerpo de Ejército del Ejército Revolucionario de Obreros y Campesinos dirigida por el camarada Mao Zedong.
- Véase ¿Por qué puede existir el Poder rojo en China?
- En septiembre de 1927, las fuerzas armadas populares de los distritos de Siushui, Pingsiang, Pingchiang y Liuyang, en los límites entre Junán y Chiangsí, realizaron este famoso Levantamiento bajo la dirección del camarada Mao Zedong y se organizaron en la I División del 1er Cuerpo de Ejército del Ejército Revolucionario de Obreros y Campesinos. El camarada Mao Zedong condujo estas fuerzas hasta las montañas de Chingkang, donde creó la base de apoyo revolucionaria de la región fronteriza de Junán-Chiangsí.
- Organización contrarrevolucionaria del servicio secreto del Kuomintang, que actuaba clandestinamente en las zonas rojas. Las letras A‑B corresponden a las iniciales de la palabra inglesa Anti-Bolshevik.
- Véanse V. I. Lenin, Tesis sobre el problema de la inmediata concertación de una paz por separado y anexionista, Peregrino y monstruoso, Una seria lección y una seria responsabilidad e Informe sobre la guerra y la paz pronunciado el 7 de marzo, y también Compendio de Historia del Partido Comunista (bolchevique) de la URSS, cap. VII.
- Se refiere a los tibetanos que viven en la zona oeste de la provincia de Sechuán y a los juis que habitan en las provincias de Kansú, Chingjai y Sinchiang.
- Era la forma prescrita para los exámenes imperiales de competencia en la China feudal, del siglo XV al XIX. Se componía de: introducción, exposición preliminar del tema, tesis generales de la disertación, preámbulo, párrafo inicial, párrafo intermedio, párrafo final y conclusión. De los últimos cuatro párrafos, cada uno contenía una tesis y una antítesis, lo que daba, en total, ocho partes. Por eso, este tipo de ensayo se llamaba «ensayo en ocho partes». El camarada Mao Tse-tung se refiere aquí a la exposición de un tema en este tipo de ensayo para mostrar metafóricamente el desarrollo de las diferentes etapas de la revolución. Sin embargo, el camarada Mao Tse-tung generalmente emplea la expresión «ensayo en ocho partes» para ridiculizar el dogmatismo.
- En noviembre de 1933, bajo la influencia del ascenso del movimiento popular antijaponés en todo el país, los dirigentes del XIX Ejército del Kuomintang, en alianza con parte de las fuerzas kuomintanistas de Li Chi-shen, declararon públicamente su ruptura con Chiang Kai-shek, establecieron en la provincia de Fuchién el Gobierno Revolucionario Popular de la República China y concluyeron un acuerdo con el Ejército Rojo para resistir al Japón y atacar a Chiang Kai-shek. Esto es lo que se llamó Incidente de Fuchién. Más tarde, el XIX Ejército y el Gobierno Popular de Fuchién se derrumbaron ante los ataques de las tropas de Chiang Kai-shek.
- Personaje de la mitología china, dueño de mares y océanos, poseedor de incontables tesoros.