Camaradas: Nuestra conferencia ha tenido un feliz desarrollo. En su curso se han planteado numerosos problemas, lo que nos ha permitido conocer muchas cosas. Haré ahora algunas observaciones sobre temas que ustedes han estado discutiendo.
Vivimos ahora un período de grandes cambios sociales. Desde hace mucho tiempo la sociedad china se encuentra en medio de grandes cambios. La Guerra de Resistencia contra el Japón fue un período de grandes cambios y la Guerra de Liberación, otro. Pero los cambios actuales son, por su carácter, mucho más profundos que los anteriores. Estamos construyendo el socialismo. Cientos de millones de personas se han incorporado al movimiento de transformación socialista. Las relaciones de todas las clases entre sí se hallan en proceso de cambio. Tanto la pequeña burguesía agraria y artesanal como la burguesía industrial y comercial han sufrido mutaciones. Se ha transformado el sistema económico-social; la economía individual ha devenido en economía colectiva y la propiedad privada capitalista está siendo transformada en propiedad pública socialista. Cambios de tal magnitud, por supuesto, tienen que reflejarse en el pensamiento de la gente. El ser social determina la conciencia. Ante estos grandes cambios en el sistema social, la gente reacciona de distinto modo de acuerdo a las clases, capas o grupos sociales a que pertenece. Las grandes masas del pueblo los respaldan cálidamente, pues la vida misma ha demostrado que el socialismo es la única solución posible para China. Derribar el antiguo sistema social y establecer uno nuevo, el socialismo, es una gran batalla, un inmenso cambio en el sistema social y en las relaciones entre los hombres. Debe decirse que la situación es básicamente saludable. Pero, el nuevo sistema social acaba de establecerse y su consolidación todavía requiere tiempo. No debe suponerse que un sistema nuevo pueda consolidarse totalmente en el momento en que se establece; ello es imposible. Tiene que ir consolidándose paso a paso. Para su consolidación definitiva, es necesario no sólo realizar la industrialización socialista del país y perseverar en la revolución socialista en el frente económico, sino también llevar adelante, en forma ininterrumpida y con duros esfuerzos, la lucha revolucionaria socialista y la educación socialista en los frentes político e ideológico. Además, se requiere el concurso de diversos factores internacionales. En China, la lucha para afianzar el sistema socialista, la lucha para decidir si vencerá el socialismo o el capitalismo, llevará todavía un período histórico muy largo. Pero todos debemos tener claro que el nuevo sistema socialista se consolidará indefectiblemente. Lograremos construir un país socialista que cuente con una industria, una agricultura, una ciencia y una cultura modernas. Este es el primer punto que quería tratar.
En segundo termino, la situación de los intelectuales de nuestro país. No disponemos de estadísticas precisas sobre el número de intelectuales chinos. Se calcula que hay alrededor de cinco millones de todo tipo, entre intelectuales de alta categoría e intelectuales en general. De estos cinco millones, la absoluta mayoría son patriotas, aman nuestra República Popular y están dispuestos a servir al pueblo y al Estado socialista. Un pequeño número de intelectuales no gusta mucho del sistema socialista ni se siente muy feliz con él. Todavía se muestra escéptico respecto del socialismo, pero no deja de ser patriota frente al imperialismo. Los intelectuales hostiles a nuestro Estado son muy pocos. A ellos no les agrada nuestro Estado de dictadura del proletariado y añoran la vieja sociedad. A la primera ocasión que se les presenta, agitan las aguas y provocan disturbios, intentando derrocar al Partido Comunista y restaurar la vieja China. Entre la línea proletaria y la burguesa, entre la socialista y la capitalista, se obstinan en seguir la segunda. Y como seguir esta línea es impracticable, de hecho están dispuestos a entregarse al imperialismo, al feudalismo y al capitalismo burocrático. Tales individuos figuran en los círculos políticos, industriales y comerciales, culturales y docentes, científico-tecnológicos y religiosos, y son extremadamente reaccionarios. Constituyen sólo el 1, 2 o 3 por ciento de los cinco millones. La abrumadora mayoría, o sea más del 90 por ciento, apoya en diverso grado el sisterna socialista. Muchos de ellos aún no tienen muy claro cómo trabajar bajo el socialismo y cómo comprender, manejar y resolver tantos problemas nuevos.
Respecto a la actitud de los cinco millones de intelectuales hacia el marxismo, se podría decir que más del 10 por ciento ‑comunistas y simpatizantes- están relativamente familiarizados con el marxismo y, bien plantados sobre sus pies, se sitúan firmemente en la posición del proletariado. Ellos sólo representan una minoría de ese total de cinco millones, pero constituyen su núcleo y tienen gran fuerza. La mayoría desea estudiar el marxismo y ya ha aprendido algo, pero aún no lo conoce bien. Entre esta mayoría hay algunos que, siendo todavía escépticos y careciendo de una posición firme, vacilan en cuanto se levanta una tormenta. Este sector de intelectuales, que constituyen la gran mayoría de los cinco millones, mantienen una posición intermedia. Aquellos que se oponen obstinadamente al marxismo o le tienen odio representan una mínima proporción. Hay algunos que, si bien no lo declaran abiertamente, de hecho desaprueban el marxismo. Habrá gentes de este tipo durante mucho tiempo y debemos permitirles que lo desaprueben. Por ejemplo, algunos idealistas pueden apoyar el sistema político y económico del socialismo, pero disienten de la concepción marxista del mundo. Lo mismo ocurre con los patriotas de los círculos religiosos. Ellos son teístas y nosotros ateos. No podemos forzarlos a aceptar la concepción marxista del mundo. En resumen, sobre la actitud de los cinco millones de intelectuales hacia el marxismo, puede decirse lo siguiente: los que aprueban el marxismo y están relativamente familiarizados con él son una minoría, los que se oponen a él son también una minoría y la mayoría lo aprueba pero no lo conoce bien, y esta aprobación se da en muy diversos grados. Se presentan, por consiguiente, tres posiciones: apoyo resuelto, vacilación y oposición. Tal situación perdurará por largo tiempo; esto debemos reconocerlo, pues si no, puede suceder que exijamos demasiado a los demás y nos asignemos a nosotros mismos tareas muy pequeñas. La tarea de los camaradas encargados de la propaganda es divulgar el marxismo. Esto debe hacerse gradualmente y en forma apropiada, de manera que la gente lo acepte gustosa. No podemos obligar a la gente a aceptar el marxismo; lo único admisible en este sentido es la persuasión. Estaría muy bien que, en un período de varios planes quinquenales, un buen número de intelectuales llegara a aceptar el marxismo y lograse comprenderlo mejor a través de su trabajo y de su vida, a través de su práctica en la lucha de clases, en la producción y en las actividades científicas. Y esto es lo que esperamos.
En tercer término, el problema de la reeducación de los intelectuales. Nuestro país tiene escaso desarrollo cultural. Para un país tan inmenso como el nuestro, cinco millones de intelectuales son demasiado pocos. Sin intelectuales no podríamos hacer bien nuestro trabajo, y esto nos impone hacer lo debido para unirnos con ellos. La sociedad socialista se compone principalmente de tres sectores: los obreros, los campesinos y los intelectuales. Intelectuales son aquellos que se dedican al trabajo mental; su actividad está al servicio del pueblo, o sea, al servicio de los obreros y campesinos. En lo que respecta a la mayoría de los intelectuales, pueden servir a la nueva China lo mismo que sirvieron a la vieja China, y servir al proletariado lo mismo que sirvieron a la burguesía. Cuando los intelectuales servían a la vieja China, el ala izquierda se resistía, el sector intermedio vacilaba y sólo el ala derecha permanecía firme. Ahora, cuando se trata de servir a la nueva sociedad, la situación se presenta a la inversa. El ala izquierda permanece firme, el sector intermedio vacila (estas vacilaciones en la nueva sociedad no son las mismas que en el pasado) y el ala derecha se resiste. Los intelectuales son también educadores. Diariamente nuestros periódicos educan al pueblo. Nuestros escritores y artistas, científicos y técnicos, profesores y maestros, todos están enseñando a sus educandos, al pueblo. Como son educadores y maestros, antes que nada ellos mismos deben ser educados. Tanto más cuanto que el presente período es de grandes cambios en el sistema social. En los últimos años, han recibido cierta educación marxista y algunos han estudiado con empeño y logrado notables progresos. Pero la mayoría está aún muy lejos de haber reemplazado totalmente su concepción burguesa del mundo por la proletaria. Algunos han leído unos cuantos libros marxistas y se creen muy doctos, pero como lo que han leído no les ha penetrado ni prendido en la mente, no saben utilizarlo y sus sentimientos de clase siguen como antes. Otros son muy engreídos y, habiendo leído algunas frases librescas, se consideran gran cosa y se hinchan de orgullo, pero cada vez que se levanta una tormenta asumen una posición muy diferente a la de los obreros y a la de la mayoría de las masas trabajadoras del campesinado. Vacilan mientras éstos permanecen firmes, se muestran equívocos mientras éstos son francos y directos. Por lo tanto, es erróneo suponer que el que educa no necesita a su vez recibir educación ni tampoco aprender, o que reeducación socialista significa tan sólo reeducar a los demás ‑a los terratenientes, capitalistas y productores individuales- pero no a los intelectuales. Los intelectuales también necesitan reeducación; no sólo deben reeducarse aquellos que aún no han cambiado su posición básica, sino que todos deben aprender y reeducarse. Yo digo «todos», y eso incluye a los que estamos aquí presentes. Las situaciones están en constante cambio, y para adaptar su pensamiento a las nuevas situaciones, uno debe aprender. Incluso quienes tienen una mayor comprensión del marxismo y se mantienen relativamente firmes en la posición proletaria, deben continuar aprendiendo, asimilar cosas nuevas y estudiar problemas nuevos. A menos que eliminen de sus cabezas lo que no es sano, los intelectuales se hallarán por debajo de su tarea de educar a otros. Por supuesto, debemos estudiar mientras enseñamos, ser alumnos y maestros a la vez. Para ser un buen maestro, primero hay que ser un buen alumno. Son muchas las cosas que no pueden aprenderse a través de los libros solamente, y que es necesario aprender de los productores ‑los obreros y campesinos- y, en las escuelas, de los estudiantes, de aquellos a quienes uno está enseñando. En mi opinión, la mayoría de nuestros intelectuales está dispuesta a aprender. Es nuestra tarea ayudarles en el estudio, de todo corazón y de manera adecuada, sobre la base de su buena disposición; no debemos forzarlos a estudiar recurriendo a métodos compulsivos.
En cuarto término, el problema de la integración de los intelectuales con las masas de obreros y campesinos. Dado que su tarea es servir a las masas de obreros y campesinos, los intelectuales deben, antes que nada, entenderlos y familiarizarse con su vida, su trabajo y sus ideas. Estimulamos a los intelectuales a que vayan a las masas, a las fábricas y al campo. Es cosa muy mala que uno nunca en la vida se vea con obreros o campesinos. Los funcionarios del Estado, escritores, artistas, maestros e investigadores científicos deben aprovechar toda oportunidad para acercarse a los obreros y campesinos. Algunos pueden ir a las fábricas o al campo sólo a dar una vuelta y echar un vistazo. Esto se llama «ver las flores desde un caballo al trote» y de todos modos es mejor que no ver nada. Otros pueden permanecer allí durante unos meses llevando a cabo investigaciones y haciendo amigos; esto se llama «desmontar para ver las flores». Hay otros más que pueden vivir allí durante un tiempo considerable, digamos dos o tres años o aún más, lo cual puede ser llamado «establecerse». Algunos intelectuales viven ya de hecho entre obreros y campesinos; por ejemplo, los técnicos industriales, en las fábricas, y los técnicos agrícolas y maestros de escuelas rurales, en el campo. Ellos deben cumplir bien con su trabajo y fundirse con los obreros y campesinos. Es preciso que el acercarse a los obreros y campesinos se convierta en una práctica generalizada, es decir, que lo haga gran número de intelectuales. Naturalmente, no podrán hacerlo el ciento por ciento de ellos, pues algunos, debido a una u otra razón, no están en condiciones de ir; sin embargo, aspiramos a que vaya el mayor número posible. Tampoco pueden ir todos al mismo tiempo, pero sí por grupos y en diferentes períodos. Esta experiencia de hacer que los intelectuales entren en contacto directo con los obreros y campesinos la tuvimos ya en la época de Yenán. En aquel tiempo, muchos intelectuales en Yenán tenían ideas muy confusas y se presentaban con toda clase de opiniones peregrinas. Celebramos una reunión con ellos y les aconsejamos ir a las masas. Posteriormente, muchos fueron y obtuvieron excelentes resultados. Los conocimientos adquiridos por los intelectuales en los libros serán incompletos, y a veces sumamente incompletos, mientras no los integren con la práctica. Es fundamentalmente a través de la lectura de libros como los intelectuales reciben la experiencia de nuestros antepasados. Desde luego, es indispensable leer libros, pero la sola lectura no resuelve los problemas. Hay que estudiar la situación actual, las experiencias prácticas y materiales concretos, y hacer amistad con obreros y campesinos. Forjar esta amistad no es cosa fácil. También hoy hay personas que van a las fábricas o al campo, y unas obtienen resultados y otras no. Lo que aquí está de por medio es la posición o actitud que se adopte, un problema de concepción del mundo. Abogamos por «que compitan cien escuelas», es decir, por que en cada rama del saber pueda haber múltiples tendencias y escuelas; pero en cuanto a la concepción del mundo, en la época actual sólo existen esencialmente dos escuelas, la proletaria y la burguesa. Es la una o la otra: la concepción proletaria del mundo o la burguesa. La concepción comunista del mundo es la concepción del proletariado y de ninguna otra clase. La mayoría de nuestros intelectuales de hoy proviene de la vieja sociedad y de familias no pertenecientes al pueblo trabajador. Algunos, a pesar de su origen obrero o campesino, no dejan por ello de ser intelectuales burgueses, pues recibieron una educación burguesa antes de la liberación y su concepción del mundo sigue siendo en esencia burguesa. Si no se deshacen de lo viejo reemplazándolo por la concepción proletaria del mundo, seguirán teniendo puntos de vista, posiciones y sentimientos distintos a los de los obreros y campesinos y se sentirán desadaptados entre los obreros y campesinos, quienes, a su vez, no les abrirán su corazón. Si los intelectuales se integran con éstos y se hacen sus amigos, estarán en condiciones de apropiarse del marxismo que han aprendido en los libros. Para adquirir una verdadera comprensión del marxismo, hay que aprenderlo no sólo en los libros, sino también y principalmente a través de la lucha de clases, del trabajo práctico y del íntimo contacto con las masas obreras y campesinas. Si, además de leer libros marxistas, nuestros intelectuales logran cierta comprensión del marxismo a través del íntimo contacto con las masas obreras y campesinas y mediante su propio trabajo práctico, todos tendremos un lenguaje común: no sólo el lenguaje común del patriotismo y del sistema socialista, sino también probablemente el de la concepción comunista del mundo. En este caso, todos trabajaremos mucho mejor.
En quinto término, la rectificación. Rectificación significa corrección del modo de pensar y del estilo de trabajo. Campañas de rectificación dentro del Partido Comunista se han llevado a cabo en tres ocasiones: durante la Guerra de Resistencia contra el Japón, en el curso de la Guerra de Liberación y en los días posteriores a la fundación de la República Popular China. Ahora, el Comité Central del Partido Comunista ha resuelto que se inicie este año otra campaña de rectificación dentro del Partido. Personas no pertenecientes al Partido pueden tomar parte o no en ella, según sea su deseo. Esta campaña está dirigida principalmente a criticar las siguientes tendencias erróneas en el modo de pensar y en el estilo de trabajo: subjetivismo, burocratismo y sectarismo. Al igual que en la campaña de rectificación efectuada durante la Guerra de Resistencia, el método consistirá, primero, en estudiar una serie de documentos y, sobre esta base, examinar cada cual sus propias ideas y su trabajo y desplegar la crítica y autocrítica con el fin de descubrir los defectos y errores y de estimular lo que sea bueno y correcto. En el curso de la campaña, por un lado, debemos ser estrictos, efectuando concienzuda y no superficialmente la crítica y autocrítica de los errores y defectos para luego corregirlos; por otro, debemos proceder con la suavidad de una brisa, siguiendo el principio de «sacar lecciones de los errores pasados para evitarlos en el futuro, y tratar la enfermedad para salvar al paciente», y oponernos al procedimiento de «acabar con el tipo de un mazazo».
El nuestro es un Partido grande, glorioso y correcto. Esto es innegable. Pero aún tenemos defectos, y esto también es innegable. No debemos considerar como positivo todo lo que hemos hecho sino únicamente lo que es correcto; al mismo tiempo, no debemos negarlo todo, sino sólo lo erróneo. Si bien los éxitos constituyen lo fundamental de nuestro trabajo, no son pocos los defectos y errores. De ahí la necesidad de una campaña de rectificación. ¿Se minará el prestigio de nuestro Partido si criticamos nuestro propio subjetivismo, burocratismo y sectarismo? Pienso que no. Por el contrario, esto servirá para elevarlo. Así lo demostró la campaña de rectificación realizada durante la Guerra de Resistencia, pues acrecentó el prestigio de nuestro Partido, de los camaradas militantes y de nuestros cuadros veteranos, y también permitió que los nuevos cuadros lograran grandes progresos. ¿Cuál de los dos temía a la crítica, el Partido Comunista o el Kuomintang? El Kuomintang. Este prohibió la crítica, pero no pudo salvarse de la ruina. El Partido Comunista no teme a la crítica, pues somos marxistas, la verdad está de nuestro lado y las masas fundamentales, los obreros y campesinos, están con nosotros. La campaña de rectificación es, como decíamos, «una amplia campaña de educación marxista». Por rectificación entendemos el estudio del marxismo en todo el Partido a través de la crítica y autocrítica. Podremos sin duda aprender más marxismo en el curso de la campaña de rectificación.
La responsabilidad de dirigir la transformación y la construcción de China recae sobre nosotros. Cuando hayamos rectificado nuestro modo de pensar y nuestro estilo de trabajo, gozaremos de mayor iniciativa en las tareas nuestras, seremos más capaces y trabajaremos mejor. El país necesita de mucha gente que sirva de todo corazón al pueblo y a la causa del socialismo y que quiera transformaciones. Así debemos ser todos los comunistas. Antes, en la vieja China, hablar de reformas era un crimen que se pagaba con la decapitación o la cárcel. No obstante, hubo reformadores resueltos que, sin temor a nada y desafiando toda clase de dificultades, publicaron libros y periódicos, educaron y organizaron al pueblo y sostuvieron inflexibles luchas. Nuestro poder, la dictadura democrática popular, ha pavimentado el camino para un rápido desarrollo económico y cultural del país. Sólo han pasado unos pocos años desde el establecimiento de nuestro poder y ya puede verse todo un cuadro de florecimiento sin precedentes de la economía, la cultura, la educación y la ciencia. En la lucha por construir una China nueva, los comunistas no tememos ninguna dificultad. Sin embargo, no basta con nuestros solos esfuerzos. Necesitamos de muchas personas no militantes del Partido que tengan grandes ideales y que, siguiendo el rumbo del socialismo y el comunismo, luchen junto con nosotros valientemente por la transformación y construcción de nuestra sociedad. Es tarea muy ardua asegurar una vida mejor a los centenares de millones de chinos y hacer de un país económica y culturalmente atrasado como China, otro próspero, poderoso y con elevado nivel cultural. Precisamente para poder asumir esta tarea con mayor eficacia y trabajar mejor junto con todos aquellos que, sin ser militantes del Partido, tienen altos ideales y están decididos a hacer reformas, debemos desplegar campañas de rectificación tanto ahora como en el futuro y desprendernos constantemente de cuanto haya de erróneo en nosotros. Los materialistas consecuentes son intrépidos; esperamos que todos los que luchan a nuestro lado asuman valientemente sus responsabilidades, superen las dificultades y no tengan miedo a los reveses o las burlas, ni vacilen en hacernos a nosotros los comunistas críticas y sugerencias. «Quien no teme morir cortado en mil pedazos, se atreve a desmontar al emperador», este es el espíritu intrépido que nos exige la lucha por el socialismo y el comunismo. Por nuestra parte, los comunistas debemos brindar facilidades a los que cooperan con nosotros, establecer con ellos buenas relaciones de camaradería en la tarea común y unirnos con ellos para luchar juntos.
En sexto término, el problema de la unilateralidad. Ser unilateral significa pensar en términos absolutos, es decir, enfocar los problemas metafísicamente. En la valoración de nuestro trabajo, es unilateral considerarlo todo positivo o todo negativo. Hay todavía no poca gente dentro del Partido Comunista, y mucha fuera de él, que aborda las cuestiones de esta manera. Considerarlo todo positivo es ver sólo lo bueno y perder de vista lo malo, es admitir únicamente los elogios y no las críticas. Presentar nuestro trabajo como si fuera totalmente bueno es contradecir los hechos. No es cierto que todo sea bueno; todavía existen deficiencias y errores. Pero tampoco es cierto que todo sea malo; pensar así es, igualmente, ir en contra de los hechos. De ahí la necesidad de hacer análisis. Negarlo todo es creer, sin ningún análisis, que nada se ha hecho bien y que la grandiosa empresa de la construcción socialista, esta gran lucha en la que participan centenares de millones de personas, es un embrollo sin nada digno de elogio. Esta manera de abordar las cosas es sumamente errónea y perjudicial y sólo contribuye a desalentar a la gente, aunque muchas de las personas que adoptan este enfoque se diferencian de las que son hostiles al sistema socialista. En la valoración de nuestro trabajo, es erróneo tanto el punto de vista de que todo es positivo como el de que todo es negativo. A los que incurren en esta unilateralidad los debemos criticar, pero, naturalmente, con una actitud de ayuda, partiendo del principio de «sacar lecciones de los errores pasados para evitarlos en el futuro, y tratar la enfermedad para salvar al paciente».
Hay quienes arguyen que, como se trata de una campaña de rectificación y como a todo el mundo se le pide expresar sus opiniones, la unilateralidad es inevitable y que, por tanto, al proponer evitar la unilateralidad, parece que, en realidad, se quiere impedir que la gente hable. ¿Es acertada esta observación? Es difícil exigir que no haya en nadie un mínimo rastro de unilateralidad. La gente siempre examina y trata los problemas y expresa su criterio a la luz de su propia experiencia; por eso, es ineludible que a veces muestre un poco de unilateralidad. Sin embargo; ¿no deberíamos pedirle que supere gradualmente esa unilateralidad y mire los problemas con una visión más o menos completa? En mi opinión, se le debe pedir. Si procediéramos de otra forma, si no exigiésemos que de día en día, de año en año, hubiera un mayor número de gente capaz de enfocar los problemas con una visión más o menos completa, nos estancaríamos y estaríamos dando carta blanca a la unilateralidad, lo cual equivaldría a ir en contra del propósito de la campaña de rectificación. Unilateralidad significa violación de la dialéctica. Pedimos que gradualmente se divulgue la dialéctica y que, paso a paso, todos aprendan a manejar este método científico. A algunos de los artículos que ahora aparecen lo que les sobra en grandilocuencia les falta en contenido, pues no saben analizar los problemas y carecen de argumentos y fuerza convincente. Es deseable que cada vez haya menos artículos de este tipo. Al escribir un artículo, uno no debe estar pensando todo el tiempo «¡Qué brillante soy!», sino considerar a sus lectores en absoluto pie de igualdad. Si uno dice algo erróneo, la gente lo refutará, aunque tenga muchos años de militancia revolucionaria. Cuanto más aires se dé una persona, menos caso le hará la gente y menos se molestará en leer sus artículos. Debemos cumplir honestamente con nuestro trabajo, tratar las cosas con espíritu analítico, escribir artículos que tengan fuerza convincente y nunca darnos ínfulas para amedrentar a la gente.
Hay quienes sostienen que la unilateralidad se puede evitar en un escrito extenso, pero no en un ensayo corto. ¿Necesariamente tiene que pecar de unilateralidad un ensayo corto? Como ya he dicho, muchas veces es difícil eludir la unilateralidad y no hay nada de terrible en que se deslice por ahí una brizna de ella. Exigir que todo el mundo enfoque los problemas con una visión completísima significaría estorbar el desarrollo de la crítica. No obstante, pedimos que cada uno se esfuerce por enfocar los problemas con una visión más o menos completa y por evitar la unilateralidad tanto en los artículos largos como en los cortos, incluidos los ensayos. Algunos preguntan: ¿Cómo es posible hacer análisis en un ensayo de unos pocos cientos o de mil a dos mil caracteres? Yo respondo: ¿Por qué no? ¿Acaso no lo logró Lu Sin? Método analítico es método dialéctico. Cuando decimos análisis, nos referimos a analizar las contradicciones en las cosas. No es posible ningún análisis acertado sin un conocimiento íntimo de la vida ni una comprensión real de las contradicciones que se hallan sobre la mesa. Los ensayos de Lu Sin escritos en los últimos años de su vida son de una extraordinaria profundidad y vigor y están exentos de unilateralidad, precisamente porque ya en ese entonces había asimilado la dialéctica. A algunos escritos de Lenin también se los puede llamar ensayos cortos; son satíricos y mordaces, pero no tienen nada de unilateralidad. Casi todos los ensayos de Lu Sin apuntaban al enemigo, mientras que los de Lenin estaban dirigidos unos al enemigo y otros a camaradas. ¿Se puede escribir ensayos al estilo de Lu Sin contra los errores y defectos en el seno del pueblo? Creo que sí. Por supuesto, debemos trazar una línea divisoria entre el enemigo y nosotros, y no adoptar una posición hostil hacia nuestros camaradas tratándolos como a enemigos. Hay que hablar en un lenguaje lleno del ardiente deseo de defender la causa del pueblo y de elevar su conciencia política, y en ningún momento debe haber ridiculización o ataque en el enfoque que se realiza.
¿Qué hacer cuando la gente no se atreve a escribir? Algunas personas dicen que, aun cuando tienen algo sobre qué escribir, no se atreven a hacerlo por temor de ofender a otros o de ser criticadas. Pienso que esos recelos deben descartarse. El nuestro es un poder democrático popular, y esto asegura un ambiente propicio para escribir en interés del pueblo. La política de «que se abran cien flores y que compitan cien escuelas» ofrece nuevas garantías para el florecimiento de la ciencia y el arte. Si lo que usted escribe es correcto, no tiene por qué temer a la crítica y, a través del debate, puede aclarar aún más sus correctos puntos de vista. Si, en cambio, lo que escribe es erróneo, la crítica puede ayudarle a corregir, y en eso no hay nada de malo. En nuestra sociedad, la crítica y la contracrítica revolucionarias y combativas constituyen un método eficaz para poner al descubierto las contradicciones y resolverlas, desarrollar la ciencia y el arte y asegurar el éxito en todo nuestro trabajo.
En séptimo término, ¿«apertura» o «restricción» de la expresión de opiniones? Este es un problema de orientación. «Que se abran cien flores y que compitan cien escuelas» es una orientación fundamental y a largo plazo, de ningún modo transitoria. En la discusión, han expresado ustedes su desacuerdo con la «restricción», y yo pienso que tienen toda la razón. El Comité Central del Partido opina que lo que debe haber es «apertura» y no «restricción».
En la conducción de nuestro país se puede adoptar uno de estos dos métodos u orientaciones: «apertura» o «restricción». «Apertura» significa dar a la gente la posibilidad de expresarse libremente, de manera que se atreva a hablar, criticar y debatir; significa no temer a las opiniones erróneas ni a las especies venenosas; quiere decir alentar el debate y la crítica entre personas de criterios divergentes, permitiendo tanto la libertad de crítica como la de contracrítica; significa no reprimir las opiniones erróneas, sino convencer a la gente mediante el razonamiento. «Restricción» quiere decir no permitir que nadie manifieste opiniones divergentes e ideas equivocadas, y «acabar con ellos de un mazazo» si llega a hacerlo. Lejos de resolver las contradicciones, este método no hace sino agravarlas. De estas dos orientaciones, «apertura» y «restricción», hay que elegir una. Nosotros optamos por la primera, porque es la orientación que contribuirá a consolidar nuestro país y a desarrollar nuestra cultura.
Con esta orientación de «apertura» nos proponemos unir en torno nuestro a los varios millones de intelectuales y hacer que cambien su actual fisonomía espiritual. Como ya he dicho antes, la abrumadora mayoría de nuestros intelectuales quieren progresar, y desean y pueden reeducarse. La política que adoptemos a este respecto jugará un papel muy importante. El problema de los intelectuales es, ante todo, de orden ideológico, y los métodos rudos y coercitivos en el tratamiento de los problemas ideológicos sólo traen perjuicios y no ventajas. La reeducación de los intelectuales, y en especial la transformación de su concepción del mundo, es un proceso que requiere largo tiempo. Nuestros camaradas deben comprender que la reeducación ideológica supone un trabajo prolongado, paciente y minucioso, y que no se puede pretender que con unas cuantas conferencias o reuniones la gente cambie su ideología, formada a lo largo de décadas de vida. La única forma de hacer que acepte algo es la persuasión, en ningún caso la coacción. Con la coacción sólo se consigue someter, jamás convencer. Es inútil todo intento de imponer las cosas por la fuerza. Este método sólo puede utilizarse con el enemigo, pero nunca con camaradas o amigos. ¿Qué hacer si no sabemos convencer? Bueno, entonces tenemos que aprender. Debemos aprender a vencer toda clase de ideas erróneas a través del debate y el razonamiento.
«Que se abran cien flores» es un medio para desarrollar el arte y «que compitan cien escuelas», un medio para desarrollar la ciencia. Esta política no sólo es un buen medio para impulsar la ciencia y el arte sino que, si se le da una aplicación más amplia, puede ser un buen método para todo nuestro trabajo, y nos permitirá cometer menos errores. Hay muchas cosas que no entendemos y que, por tanto, somos incapaces de resolver, pero, por medio del debate y la lucha, llegaremos a comprenderlas y a saber cómo solucionarlas. La verdad se desarrolla a través del debate entre puntos de vista diferentes. El mismo método puede adoptarse con respecto a todo lo que sea venenoso, antimarxista, porque el marxismo será desarrollado en la lucha contra lo antimarxista. Este es el desarrollo por medio de la lucha de contrarios, desarrollo que está de acuerdo con la dialéctica.
¿No se ha hablado siempre de lo verdadero, lo bueno y lo hermoso? Sus contrarios son lo falso, lo malo y lo feo. Sin estos últimos, no existirían los primeros. La verdad existe en oposición a la falsedad. Tanto en la sociedad humana como en la naturaleza, un todo se divide invariablemente en partes diferentes, sólo que el contenido y la forma varían según las condiciones concretas. Siempre ha de haber cosas erróneas y fenómenos feos. Siempre existirán contrarios como lo correcto y lo erróneo, lo bueno y lo malo, lo hermoso y lo feo. Lo mismo sucede con las flores fragantes y las hierbas venenosas. La relación entre lo uno y lo otro es la de unidad y lucha de contrarios. Sin comparación no puede haber diferenciación; sin diferenciación ni lucha no puede haber desarrollo. La verdad se desarrolla en lucha con la falsedad. Es así como se desarrolla el marxismo. El marxismo avanza en lucha contra la ideología burguesa y pequeñoburguesa y sólo a través de la lucha puede avanzar.
Estamos a favor de la «apertura», pero ésta, lejos de ser excesiva ha sido insuficiente hasta ahora. No debemos temer a la «apertura» y tampoco a las críticas ni a las hierbas venenosas. El marxismo es una verdad científica; no tiene miedo a la crítica ni puede ser derrotado por ella. Igual ocurre con el Partido Comunista y el gobierno popular: no temen a la crítica ni pueden ser derrotados por ésta. Siempre habrá cosas erróneas y de esto no hay por qué asustarse. Recientemente se ha llevado a escena algunos absurdos e inmundicias. Hay camaradas que se han mostrado muy preocupados con esto. En mi opinión, no importa mucho que haya un poco de ese género de cosas; en unas cuantas décadas desaparecerán por completo de los escenarios, y aunque se quiera, ya no se las podrá ver. Debemos promover lo correcto y oponernos a lo incorrecto, pero sin temor de que la gente entre en contacto con cosas erróneas. No solucionarán ningún problema las simples órdenes administrativas que prohíban a la gente tener contacto con fenómenos anormales y feos e ideas erróneas, así como ver absurdos e inmundicias en escena. Por supuesto, no estoy propiciando la divulgación de tales absurdos e inmundicias, sólo digo que «no importa mucho que haya un poco de ese género de cosas». La existencia de unas cuantas cosas erróneas no debe ser motivo de extrañeza ni temor, pues más bien permitirá que la gente aprenda a luchar mejor contra ellas. Ni siquiera las grandes tormentas tienen nada de temible. Es en medio de grandes tormentas como progresa la sociedad humana.
En nuestro país subsistirá por largo tiempo la ideología burguesa y pequeñoburguesa, las ideas antimarxistas. Se ha establecido en lo fundamental el sistema socialista. Hemos obtenido la victoria básica en la transformación de la propiedad de los medios de producción, pero todavía no hemos logrado la victoria completa en los frentes político e ideológico. En el terreno ideológico, todavía no se ha resuelto en definitiva la cuestión de quién vencerá: el proletariado o la burguesía. Aún debemos sostener una lucha prolongada contra la ideología burguesa y pequeñoburguesa. Es erróneo ignorar esto y abandonar la lucha ideológica. Todas las ideas erróneas, todas las hierbas venenosas y todos los absurdos e inmundicias deben ser sometidos a crítica; en ninguna circunstancia podemos tolerar que cundan libremente. Sin embargo, la crítica debe ser plenamente razonada, analítica y convincente, y no burda y burocrática, ni metafísica y dogmática.
Desde hace mucho tiempo se ha venido criticando profusamente el dogmatismo. Esto es necesario, pero con frecuencia se descuida la crítica al revisionismo. Tanto el dogmatismo como el revisionismo son contrarios al marxismo. Indefectiblemente, el marxismo avanzará, progresará con el desarrollo de la práctica y no permanecerá estático. Quedaría sin vida si se estancara y estereotipara. No obstante, nunca se deben violar los principios básicos del marxismo; violarlos conduce a cometer errores. Es dogmatismo enfocar el marxismo desde el punto de vista metafísico, considerándolo como algo fosilizado. Es revisionismo negar los principios básicos del marxismo, la verdad universal del marxismo. El revisionismo es una variedad de la ideología burguesa. Los revisionistas borran lo que distingue el socialismo del capitalismo, la dictadura del proletariado de la dictadura burguesa. Lo que preconizan no es, de hecho, la línea socialista, sino la capitalista. En las circunstancias actuales, el revisionismo es más pernicioso aún que el dogmatismo. Una importante tarea que actualmente encaramos en el frente ideológico es desplegar la crítica al revisionismo.
En octavo y último término, los comités del Partido provinciales, municipales y de región autónoma deben tomar en sus manos el problema ideológico. Este es un punto que algunos de los camaradas aquí presentes querían que yo tratara. En muchos lugares, los comités del Partido aún no han tomado en sus manos este problema, o han hecho muy poco al respecto. La razón principal es que están muy atareados. Pero deben hacerlo indefectiblemente. Por «tomar en las manos» quiero decir que este problema debe ser colocado en el orden del día y ser estudiado. En nuestro país, las vastas y tempestuosas luchas clasistas de las masas, características de los períodos de revolución, en lo fundamental han llegado a su fin; pero todavía hay lucha de clases, principalmente en los frentes político e ideológico, donde ésta se presenta incluso muy enconada. El problema de la ideología ha pasado a ser de singular importancia. Los primeros secretarios de los comités del Partido en todos los lugares deben ocuparse personalmente de esta cuestión, que sólo podrá ser resuelta correctamente cuando le hayan prestado seria atención y la hayan estudiado. En todas partes deben convocarse reuniones sobre el trabajo de propaganda, similares a la que estamos celebrando aquí, para discutir sobre su labor ideológica y sobre todos los problemas vinculados con ésta. A tales reuniones no sólo deben asistir camaradas del Partido sino también gente de fuera de él, incluyendo a personas de diferentes opiniones. Todo esto es para bien y ningún perjuicio puede surgir de ello, como lo ha demostrado la experiencia de la presente conferencia.
12 de marzo de 1957