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Desde a la Casa Blanca, Obama nombró a un enviado especial para el frente Afganistán-Pakistán”, Richard Holbrooke, y se multiplicaron los viajes y los encuentros de congresistas, senadores, directores de las agencias de inteligencia, y altos mandos militares del Pentágono con autoridades civiles y militares de Pakistán.
La dinámica llevó al Departamento de Estado a la reciente adquisición de siete hectáreas en Islamabad destinado a un complejo para alojar a un cada vez mayor número de funcionarios estadounidenses destinados a Pakistán, según la prensa local.
Con el mismo objetivo se han potenciado las actividades en los consulados en Karachi y Lahore, mientras el único hotel de cinco estrellas de Peshawar, el Pearl Continental, que fuera atacado el pasado verano, se ha reacondicionado para para albergar un nuevo consulado en el norte del país.
De acuerdo con la prensa local, antes del 11‑S no había más de cien diplomáticos, y hoy ya suman 750 según el ministerio de Asuntos Exteriores. A esta cifra hay que agregar otros dos mil norteamericanos (principalmente empresarios) que se encuentran en el país sin status diplomático.
«Las especulaciones de un desembarco norteamericano son inevitables”, dijo a Reuters el analista Imtiaz Gul, director del centro de investigación de estudios de seguridad de Islamabad y autor del libro «La conexión Al Qaeda: talibanes y terrorismo en la zona tribal».
“Tenemos cientos de americanos que entran y salen sin necesidad de pasar un control de pasaportes, esto ya empieza a parecer una colonia”, señala por su parte Ahsan Akhtar Naz, director del Instituto de Comunicación de Lahore.
En este escenario, y mientras EEUU presiona una mayor implicación del ejercito pakistaní en la lucha contra el «terrorismo talibán», la prensa local habla de un «sentimiento antiamericano» que comienza a apoderarse de la población pakistaní.
En los medios locales corren rumores de que los ataques «terroristas» de Peshawar son obra de extranjeros, como sucede en Bagdad”, o se advierte de la presencia de agentes de la compañía de mercenarios Blackwater, que los políticos de Islamabad niegan enfáticamente, y que la prensa pakistaní lo reafirma citando fuentes de los servicios secretos pakistaníes ( ISI) .
Según el estado mayor militar pakistaní, hay más de 100.000 soldados desplegados a lo largo de toda la frontera con Afganistán, un número superior al que EEUU y la OTAN mantienen en todo Afganistán.
La «avanzada» de Hillary Clinton
El viejo plan archivado de Bush de ocupar militarmente las zonas de Pakistán en «peligro» ‑según lo rescata Hillary Clinton- parece reciclarse con las advertencias estadounidenses de que el país está a punto de ser tomado por los talibanes.
La secretaria de Estado, Hillary Clinton, provocó una conmoción en el establishment de poder norteamericano cuando, el 22 de abril, en el Senado de EEUU, acusó al gobierno de Islamabad de «abdicar ante el Talibán y los extremistas”.
La jefa de la diplomacia USA dijo ante un comité del Senado que el incipiente gobierno del Partido Popular de Pakistán afrontaba una “amenaza existencial” de los combatientes islamistas que podrían apoderarse de su arsenal nuclear y convertirse en un «peligro mortal» para EEUU y otros países.
Además, desde distintas fuentes, tanto oficiales como privadas, se viene construyendo una escalada de «versiones» sobre el arsenal nuclear de Pakistán y la posibilidad de que éste caiga en manos de los talibanes que ya luchan contra el Ejército a pocos kilómetros de Islamabad.
Simultánea a la alerta con el «peligro talibán», Washington lanzó una operación internacional «Danger» con la versión de que el programa nuclear pakistaní se encuentra «fuera de control» y el destino y el uso de su arsenal permanecen inciertos.
En su primera visita al país, en la última semana de octubre, Hillary Clinton prometió a Pakistán «toda la ayuda necesaria» para derrotar al terrorismo: «Esta lucha no es sólo la de Pakistán. Los extremistas quieren destruir lo que nos es querido. Es también nuestra lucha», dijo Clinton al pisar suelo paquistaní.
La secretaria de Estado estadounidense prometió 103,5 millones de dólares al primer ministro paquistaní, Yousef Raza Gilani, con quien se reunió en Islamabad, para apoyar los programas de «seguridad» y para imponer la ley y el orden del Gobierno paquistaní, según un comunicado del Departamento de Estado.
Este nuevo compromiso eleva el apoyo total de Estados Unidos a estos programas en el año en curso a 147,2 millones de dólares, precisa el comunicado.
Hillary Clinton impulsa la nueva ley Kerry-Lugar-Berman, que prevé triplicar la ayuda estadounidense para Pakistán, fijándola en 7.500 millones de dólares en cinco años.
La ley suscita fuertes polémicas y críticas en Pakistán, e influyentes paquistaníes acusan a Washington de querer «condicionar con esas ayudas la soberanía del país».
La secretaria de Estado llamó al ejército paquistaní a tener en cuenta la «amenaza terrorista nuclear» de Al Qaeda. «Sabemos que Al Qaeda y sus aliados extremistas siguen en búsqueda de material nuclear y que no se necesita mucho para provocar una explosion muy grave con consecuencias políticas y psicológicas temibles», alertó la canciller de la potencia ocupante.
Según lo que se desprende de las profecías de la secretaria Clinton: Pakistán está en un «caos» y en un avanzado proceso de «desintegración». El Gobierno y el ejército «no controlan», y el escenario está preparado para que las fuerzas y los aviones del Pentágono ingresen a poner «orden y paz» en el convulsionado Pakistán.
El objetivo Pakistán
La actual escalada sangrienta en Pakistán y las continuas advertencias de EEUU sobre el «peligro talibán» consiguieron anarquizar el país convirtiéndolo en un nuevo teatro operativo de la «guerra contraterrorista» que traslada el escenario afgano a Pakistán.
Washington ‑así coinciden los expertos militares- necesita una argumentación sólida para desplegar sus tropas y bases militares en Pakistán y así completar su posicionamiento geopolítico militar en uno de los puntos estratégicos de la guerra por el control de los recursos energéticos (más del 70% de las reservas mundiales) ubicados dentro de la zona que define el eje Eurasia-Cáucaso-Medio Oriente.
Irak, Afganistán y Pakistán, son países «llaves» dentro de la estrategia geopolítica y militar de EEUU en la guerra (por ahora «fría») por el apoderamiento de los recursos petroleros y gasíferos, vitales para su supervivencia futura, para lo cual debe controlar sus fuentes de reservas y rutas principales de transporte.
Para EEUU, Pakistán, dotado de un arsenal nuclear y con uno de los ejércitos mejor armados y entrenados de la región (financiado por EEUU) es el mejor contrapeso estratégico contra Irán, un gigante islámico que, además de controlar la llave petrolera del Golfo Pérsico, también comparte fronteras con Irak, Turquía, Afganistán y Pakistán.
Tanto Irán como Pakistán conforman una caja de resonancia estratégica de cualquier conflicto que estalle tanto en Medio Oriente como en el Cáucaso o en los corredores euroasiáticos del gas y petróleo, donde se acumula más del 70% de las reservas energéticas mundiales.
Por las líneas geopolíticas paquistaníes se trasmiten y retrasmiten los teatros de conflicto que atraviesan la escala comprendida entre Eurasia y Medio Oriente, cuyos desenlaces impactan directamente en las fronteras de Irán, ubicadas entre el Mar Caspio y el Golfo Pérsico, las llaves estratégicas del petróleo y la energía mundial.
En ese polvorín de la «guerra energética», todo lo que pasa en Pakistán repercute en Teherán y en sus fronteras, y todo lo que pasa en Irán se expande rápidamente a sus vecinos, y, todos juntos, representan el corazón estratégico de la «guerra fría» intercapitalista por áreas de influencia y recursos energéticos que disputan Rusia y el eje USA-UE.
Ese es el punto que explica el alto valor estratégico que representa Pakistán en la agenda de Obama, el gerente imperial de turno en la Casa Blanca.
El desarrollo de los últimos acontecimientos parecen señalar que todo está preparado para que (invocando la figura del «Estado ausente») Washington ocupe militarmente Pakistán.
Todo indica que al demócrata Barak Obama (siguiendo el legado de Bush en Irak y Afganistán) le toca la misión de ampliar y extender el dispositivo del control geopolítico militar sobre los corredores energéticos euroasiáticos con la ocupación militar de Pakistán.
Un objetivo necesario y complementario para el reposicionamiento del poder de EEUU en el Cáucaso, y la profundización del control geopolítico militar sobre la «llave petrolera» del Golfo Pérsico hoy en manos de Irán.
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(*) Manuel Freytas es periodista, investigador, analista de estructuras del poder, especialista en inteligencia y comunicación estratégica. Es uno de los autores más difundidos y referenciados en la Web.
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