Los enfrentamientos registrados en las últimas semanas en la ciudad vieja de Jerusalén entre palestinos y policía israelí volvieron a generar la expectativa de una tercera intifada, nueve años después de que la visita del primer ministro, Ariel Sharon, a la Explanada de las Mezquitas, provocase el inicio de la segunda revuelta en 2000. Pero, en ésta ocasión, la situación es distinta. En primer lugar, porque la rebelión de Jerusalén no se ha extendido a los territorios ocupados. En segundo, y en la misma línea, porque las recientes protestas están relacionadas con la situación específica de la capital palestina, ocupada desde 1967 y anexionada ilegalmente por Israel en 1981.
Con Gaza ahogada por el bloqueo y todavía sin recuperarse de la última agresión sionista y con una Cisjordania dividida y atascada, donde cada vez son más las voces que exigen la disolución de la Autoridad Palestina, Israel ha acelerado sus planes de judeización de Jerusalén Este.
De este modo, la aprobación hace unos meses del Plan Municipal de Jerusalén fue el punto de partida para una estrategia de expulsión masiva de palestinos en barrios como Silwan o Sheik Jarrar, que viene acompañada con la creación de nuevas colonias. ¿El objetivo? Vaciar de árabes para profundizar en el carácter judío del estado de Israel. Durante los últimos meses, el número de viviendas destruidas ha ido en aumento, y cientos de familias viven con el miedo a que los bulldozers hebreos se lleven por delante su casa. Además, el gobierno israelí ha dado el visto bueno a la creación de más colonias en el denominado “cinturón” de Jerusalén que aíslan “de facto” a la capital palestina del resto de territorios ocupados. Y todo ello, con el visto bueno de la administración estadounidense, que comenzó exigiendo la paralización de los asentamientos y ha terminado reculando, lo que significa un aval para la expansión sionista.
Lo que se ha visualizado durante los enfrentamientos registrados en Jerusalén es que el descontento entre los palestinos con carné israelí (pero considerados ciudadanos de tercera categoría), va en aumento. El pasado 1 de octubre, miles de ciudadanos árabes secundaron una huelga general en el interior de Israel convocada por el Comité de Seguimiento de los Árabes Ciudadanos de Israel, una coordinadora que une a las ONGs palestinas agrupadas en Ittijah, partidos políticos árabes con representación parlamentaria y otros excluidos del proceso político, alcaldes de ciudades árabes y el sindicato de estudiantes árabes. A esta protesta, que tuvo una especial incidencia en el norte, se le suman las movilizaciones de las últimas semanas, provocadas por la visita de un grupo de colonos ultras a la Explanada de las Mezquitas.
Éste fue el detonante, sí. Pero el deterioro de las condiciones de vida de los palestinos dentro del estado sionista está provocando que el descontento aumente. Israel está profundizando en un régimen de apartheid que trata de asfixiar a los árabes del interior, considerados un peligro para preservar el carácter judío del estado sionista. En estas condiciones, no sería de extrañar que, como vaticina Michel Warchawski, fundador del Alternative Information Center de Jerusalén, la tercera Intifada llegue de los árabes israelíes, hartos de sufrir un régimen que los considera ciudadanos de tercera.