En lo relativo a las reacciones políticas y mediáticas suscitadas por el documento de Altsasu hay que separar el grano de la paja y comprobar que los agentes políticos y sociales que podrían en el futuro acompañar a la izquierda abertzale en una estrategia de confrontación pacífica y democrática con el Estado han ofrecido respuestas positivas.
Iñaki IRIONDO
La bienvenida de Gerry Adams a los principios expuestos el sábado en Altsasu y Venecia, evidencia ‑como el apoyo inmediato del mediador sudafricano Brian Currin- que los pasos que va dando la izquierda abertzale no son patadas en el aire, sino fruto de la reflexión y el trabajo previo.
Las reacciones que hablan de falta de novedades, de más de lo mismo, entraban en el guión. Pero incluso en ese apartado, si algo hay que destacar es que la mayoría de los agentes políticos y mediáticos han visto algo en ese texto ‑sea una esperanza o una amenaza- que les ha obligado a darle respuesta, aunque no fuera más que con un bufido o una trenza de frases hechas.
Ocurre, sin embargo, que aunque los espaldarazos de Adams y Currin sean necesarios en el ámbito internacional y muy de agradecer en el escenario interno, la izquierda abertzale sabe que es a ella a la que le corresponde hacer el trabajo para la consecución del cambio de ciclo político. Por lo tanto, el coro de reacciones a la propuesta del sábado son un indicativo para hacerse una idea del cuadro general pero, en realidad, sólo unas pocas resultaban significativas de cara al futuro. Y en ese terreno las cosas han ido bien para la izquierda abertzale.
Para analizar las reacciones es preciso, en primer lugar, determinar a quién va dirigido el documento y con qué fin. Aunque el destinatario final sea el conjunto de la ciudadanía, a nadie se le escapa que el texto va dirigido en primer lugar a la base de la izquierda abertzale ‑en su más amplia consideración- y, junto a ella, al conjunto de agentes políticos y sociales que en un futuro próximo estén dispuestos a compartir una estrategia de «confrontación con los estados» a través de la «utilización de vías y medios exclusivamente políticos y democráticos», para la consecución primero de un marco democrá- tico en el que la materialización de todas las opciones sea posible, y después, en base al juego de mayorías, tratar de alcanzar la independencia.
Y en ese ámbito político y social las reacciones que se han dado han sido positivas. Cada cual con sus cautelas, fruto de experiencias pasadas y también de los condicionantes propios, pero mostrando que hay terreno para el trabajo en común.
En este contexto y con estas intenciones, resulta no sólo lógico sino saludable que los partidos que se alternan en la gestión del Estado hayan reaccionado de forma negativa. Si se busca una estrategia eficaz para el independentismo, malo sería que lo aplaudiera el unionismo.
Sin embargo, sí hay una cuestión preocupante. Ni PSOE ni PP parecen dispuestos a garantizar que este proceso se desarrolle en parámetros democráticos y de igualdad de condiciones. Quieren seguir contando con todas sus ventajas: incluida el uso de la violencia y la amenaza de su utilización. Está claro que, hoy por hoy, Madrid y sus sucursales no están dispuestos a firmar los principios de Mitchell, que el documento de Altsasu sí que hace suyos.
Toda vez que la izquierda abertzale ya ha declarado que su opción parte de la decisión de realizar movimientos unilaterales, a ella le corresponde buscar las fórmulas para, a través de la acumulación de fuerzas en Euskal Herria y la generación de complicidades fuera de nuestras fronteras, lograr también que el Estado rompa con las inercias del pasado.
En cualquier caso, llama poderosamente la atención que el Gobierno español observe como una agresión cualquier referencia a la negociación y que la prensa que especula con posibles treguas de ETA lo haga como si éstas constituyeran una amenaza. Si la izquierda abertzale ha hecho su autocrítica sobre cómo afrontó el último proceso negociador, parece que también desde el Estado son muy conscientes de cuáles son sus propios puntos débiles. Diríase que tras el striptease hecho en Ginebra en mayo de 2007 ante los mediadores y observadores internacionales, el Ejecutivo de Zapatero huye ahora del debate político sobre la consecución de un marco democrático para Euskal Herria como el gato escaldado del agua fría.