En una nota publicada el 28 de octubre pasado, La Jornada informaba que en un pueblecito rural de San Luis Potosí, llamado Charco Cercado, los pobladores se dedican a cazar ratas para comer. Esto se debe a que el campo ya no produce y la mayoría no tiene un ingreso seguro para comprar el maíz y el frijol necesario para alimentar a las empobrecidas familias.(1)
No me sorprende que en Charco Cercado la gente pobre tenga que cazar ratas para alimentarse. Hace tiempo estuve en Zacatecas acompañado de mi hijo Carlos cuando se nos ocurrió ir al mercado de comidas. A la entrada del mercado, unos campesinos ofrecían ratas muertas como si estuvieran vendiendo pollos. Las amas de casa se acercaban y después de mirarlas detenidamente señalaban la que querían. El campesino tomaba la rata y con un filoso cuchillo la despellejaba, la envolvía en papel de periódico y la entregaba a la compradora al tiempo que le decía: “Son cincuenta pesos, marchanta…”
Tampoco nos debe sorprender que haya hambre en Charco Cercado. México continúa siendo uno de los países con los más altos niveles de pobreza y de desigualdad del ingreso de acuerdo a la Organización para la Cooperación Económica y el Desarrollo (2), por tanto muchísimos mexicanos, sobre todo de las zonas rurales, no tienen comida en sus hogares ni dinero para comprarla. Ellos son parte de los más de cinco millones de mexicanos que para el 2008 habían caído en la pobreza extrema, empujados por el modelo neoliberal capitalista de mantener una clase privilegiada a través del sacrificio y el sufrimiento de la clase trabajadora.
Pero la historia de Charco Cercado se repite por todos lados. La crisis alimentaria continúa agravándose cada día como resultado de la crisis del sistema capitalista. Y aunque el hambre se ensaña particularmente con las poblaciones rurales de los países llamados en “vía de desarrollo”, no nos debe extrañar que ya ha llegado con fuerza hasta el Norte, a los países más poderosos del planeta. Se calcula que en Estados Unidos, por ejemplo, 39 millones de americanos, incluyendo más de 13 millones de niños, padecen hambre.(3) Sin embargo, siguen siendo los pueblos del Sur, víctimas del neocolonialismo, de la explotación del trabajo y la depredación de los recursos naturales, del saqueo del capital extranjero y las políticas económicas neoliberales impuestas por el Norte, donde el hambre ha alcanzado las proporciones de una catástrofe mundial.
La crisis alimentaria es tal, que en su más reciente informe, la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), señala que “en 2009 hay 1,020 millones de personas subnutridas en todo el mundo” y que esto constituye “la mayor cifra de personas hambrientas desde 1970”. El informe nos da otro dato muy ilustrativo de las causas del aumento del hambre: “El incremento de la inseguridad alimentaria no es el resultado de malas cosechas, sino de los elevados precios nacionales de los alimentos, los menores ingresos y un desempleo en aumento, que han reducido el acceso de las personas pobres a los alimentos…”(4)
Esto quiere decir que la crisis económica actual, combinada con el alza en los precios de la comida (“A finales de 2008, los precios nacionales de los alimentos básicos seguían siendo, de media, un 17 % superiores en términos reales a los de dos años antes”, de acuerdo al mismo informe) se han convertido en un cóctel mortal para millones de seres humanos. El sistema empuja a la población ya empobrecida a condiciones de mayor pobreza despojándola de su capacidad para alimentarse.
¿Por qué se muere de hambre la gente en estos tiempos modernos de grandes avances en el conocimiento, la ciencia y la tecnología en la producción agrícola?
Muy simple, porque vivimos bajo un sistema económico donde la comida es una mercancia y como todas las mercancias, tiene su precio. La gente que necesita esta mercancia, es decir que tiene que comer, tiene que comprarla. Esta es la esencia del capitalismo, la producción de mercancias que tienen valor de cambio.
Se trata de un proceso que convierte a las necesidades de la sobrevivencia humana, como la comida, en productos que no solamente tienen valor de uso, la utilidad de ese producto al ser humano para consumo, pero también un componente de ganancia. A estos productos se les agrega esta condición a través de la explotación del trabajo humano, de la expropiación del verdadero valor de su poder laboral para convertirse en mercancía con valor de cambio. En sí, se efectúa la transformación del valor verdadero del poder laboral de trabajador como un proceso natural aceptable dentro de la producción de esta mercancía y cual se dice ser remunerada con los miserables salarios. Al mismo tiempo esta expropiación del valor creado es el ímpetu de la generación de ganancias que son las que contribuyen a la acumulación de capital (la riqueza) en manos de un pequeño grupo de expropiadores, que es una condición indispensable para sostener al sistema capitalista.
Como el ser humano no puede prescindir de la comida, la producción de esta mercancia garantiza la permanente obtención de ganancias para los monopolios que la controlan.
Esto explica por qué en medio de esta crisis económica tan devastadora para la población, las corporaciones que controlan el sistema alimentario, han visto aumentar sus ganancias. Hormel Foods, basada en Austin, Minnesota, tuvo ingresos por 77.2 millones de dólares en el tercer timestre que terminó el 26 de julio de este año. Estos ingresos superaron los pronósticos de los analistas y permitieron a Hormel anunciar recientemente la creación de MegaMex Foods, con la corporación mexicana Herdez del Fuerte para intentar capturar el mercado de comida mexicana en los Estados Unidos y en otros países. (5) Mientras millones de personas padecen hambre y todo mundo lamenta los impactos de la crisis, las corporaciones se dan el lujo de aumentar los dividendos para los accionistas y las jugosas bonificaciones a sus ejecutivos. Esto es lo que llamamos la apropiación de la riqueza producida por la fuerza de trabajo. Tal es el caso de ConAgra Foods Inc., que durante su más reciente junta de accionistas, su CEO o jefe ejecutivo, Gary Rodkin, los sorprendió con un buen aumento ya que según les informó, “durante el primer trimestre del 2010 habían tenido ventas por $1.86 mil millones de dólares incrementando sus ganancias operativas en 34 por ciento”. (6)
Bajo el capitalismo las mercancias son producidas por la clase trabajadora, en este caso de la comida como mercancia, por trabajadores agrícolas que son principalmente migrantes. En Estados Unidos, por ejemplo, ocho de cada diez trabajadores del campo son mexicanos. En España, los asalariados de la agricultura vienen del continente africano, de Sudamérica o de la arruinada Europa oriental. Además, dentro de muchos países la agricultura es desarrollada por los migrantes nacionales o interestatales. Por ejemplo, los nicaragüenses van a Costa Rica y los haitianos van a la República Dominicana. Muchos de estos trabajadores agrícolas migrantes reciben un salario miserable por producir la comida que sostiene a la humanidad. En la región de El Paso, Texas, frontera con México, los piscadores de chile solamente tienen un ingreso anual de $6,000. Si el nivel de pobreza oficial norteamericano para una familia de 5 personas es de $25,790, entonces quiere decir que estos piscadores ni siquiera ganan lo suficiente para alcanzar el status oficial de “pobres”.
Las mercancias también son producidas por campesinos que son forzados a producir no lo que necesitan sus familias o su comunidad para alimentarse, si no lo que los gobiernos les imponen a través de sus políticas agrícolas, los programas de ajustes estructurales previos y los tratados de libre comercio, como el Tratado de Libre Comercio con América del Norte. Esta presión se da por medio del control del agua para riego, de los subsidios y de los programas de ayuda al campo. Pero la presión más importante viene de la pandilla de monopolios que controlan las semillas, los fertilizantes, la maquinaria, los préstamos y los mercados. Esta banda de monopolios cuenta con la complicidad de las oligarquías nacionales, pero sobre todo de los gobiernos, so pena de un golpe de estado como ocurrió en Honduras.
La lógica de este sistema capitalista entonces es que la comida, como mercancia con valor de cambio, debe generar ganancias. No se trata de erradicar el hambre porque esto no es rentable. El hambre es precisamente el negocio. Los que tienen, mejor dicho, los que todavía tienen a pesar de la crisis, pueden alimentarse. Los que no tienen nada están condenados por el capitalismo a ser muertos de hambre.
Dentro de pocos días inicia en Roma, Italia, la Cumbre Mundial de la Seguridad Alimentaria de la FAO. Ahí se reunirá la mayoría de los países miembros para compadecerse de la lamentable situación actual del hambre. En 1996 llevaron a cabo otra cumbre similar. Entonces se estimaba que había 830 millones de personas con hambre y se discutieron planes para aliviar el problema. Pero 13 años después tenemos que los estados y las instituciones de los estados no solamente no lo disminuyeron sino que aumentó a más de mil millones las personas con hambre y que sigue aumentando todos los días. Claro, ni la FAO ni los estados miembros van a tocar los intereses del puñado de corporaciones que controlan la comida en el mundo, ni mucho menos van a cuestionar al sistema económico, el capitalismo, responsable de la tragedia del hambre. A lo más que llegarán será a manipular el problema para consumo mediático tal y como ha ocurrido en estos últimos 13 años. Por ejemplo, al hambre ya no le llaman hambre, lo cambiaron con el término de “inseguridad alimentaria” o “food insecurity”. Así que no hay que esperar mucho de esta cumbre más que programas diseñados bajo la tutela de los ambiciosos ejecutivos de Cargill, Nestlé, ConAgra, Monsanto, ADM, Coca-Cola, etc.
Pero junto a esta cumbre, los movimientos sociales también llegarán a Roma para decirle a todo el mundo que hay otra alternativa al problema del hambre. Esta alternativa fue presentada por primera vez por La Vía Campesina, precisamente durante la cumbre de la FAO de 1996. Es la alternativa ante la crisis alimenticia generada por el sistema capitalista. Es una alternativa que no considera a los alimentos como mercancias de cambio, sino como elementos esenciales para la vida humana, productos del trabajo humano para su consumo y uso y no para el mantenimiento y regeneración de este sistema devastador. Es la alternativa de la soberanía alimentaria; del derecho de los campesinos a seguir siendo campesinos, del derecho de los pueblos a tener la comida en calidad y cantidad suficiente y de acuerdo a su cultura, y del derecho a los pueblos a definir libre y democráticamente sus propias políticas alimentarias. Ahí en Roma, La Vía Campesina junto con los más importantes movimientos sociales, estará presente para reafirmar, como lo hiciera el campesino vasco, Paul Nicholson, en Ginebra en el 2007, de que se terminó el tiempo del neoliberalismo, de que ahora “es el tiempo de la soberanía alimentaría”.
FUENTES:
(4) “El estado de la inseguridad alimentaria en el mundo 2009” http://www.fao.org/docrep/012/i0876s/i0876s00.htm
Publicado originalmente en el blog del autor: http://carlosmarentes.wordpress.com/