[Este libro tuvo tres ediciones: argentina, cubana y colombiana. El presente prólogo se agrega a la cuarta edición. Fue especialmente redactado para la edición venezolana que se encuentra en proceso de edición]
* Iván Márquez es integrante del Secretariado de las FARC-EP
Estudiar Marx en su (tercer) mundo de Néstor Kohan es liberar el alma del ergástulo del fatalismo ortodoxo, de los manuales y recetas para construir mundos al final de los siglos, sociedades en lontananza a las que se puede llegar sólo después de transitar una larga ruta con estaciones obligadas; es liberarnos del pesado lastre de la metafísica materialista del DIAMAT y del HISMAT para darle curso a los ingenios y destellos de la impaciencia por un mundo mejor.
La obra es una incitación a abrir las alas del pensamiento en medio de una tormenta para que sea arrastrado por el ímpetu revolucionario, una provocación a la subversión no solamente del orden establecido, sino del pensamiento encadenado a esquemas, forzándolo a la lucha, a la praxis, por los cambios que anhelamos, con inventivas y proyecciones certeras.
El marxismo no es la estatua inexpresiva del barbudo de Tréveris pincelada de grises degradados por la pátina del tiempo. La filosofía de la praxis es un pensamiento vivo en permanente regeneración. Es un edificio en construcción que aún no termina, que incorpora insumos y experiencias extraídas de las luchas de los pueblos, de la filosofía, de la ciencia, de la política… siempre en ascenso hacia las cumbres de la dignidad humana. Es el vuelo del pensamiento hacia un horizonte de múltiples caminos, de posibilidades, hacia el destino de humanidad que nos desvela. Una teoría que guía el choque contra la opresión y que de éste deriva al mismo tiempo su vitalidad.
Un pensamiento desconectado de la praxis, de la política, que no moviliza pueblos, es un pensamiento muerto, sin signos vitales. No sirve. Y lo que no sirve para liberar no es revolucionario. Los destellos de oropel de ciertas teorías como el postmodernismo, el postestructuralismo y el pragmatismo, son como telarañas extendidas para atrapar y enredar incautos. Sólo aquellas que sirven a la libertad son invencibles. Y así es la de Marx, una teoría, un pensamiento para liberar pueblos, para edificar sociedades nuevas y humanas con la constelación de opciones que ofrece el universo de la dialéctica.
El marxismo es una filosofía de la praxis y una teoría de la historia. Un arma para la lucha como la espada y el fusil, como las alianzas políticas y la movilización de pueblos. Esa teoría debe marchar en la vanguardia de las luchas.
A Marx hay que tomarlo en su integridad. No lo dividamos en joven y viejo. El Marx autocrítico a partir de los años 60 es el mismo de sus periodos iniciales, con la pasión de Goethe y de Shakespeare, con la nueva visión surgida de la lucha, el de la categoría del mercado que proyecta al capitalismo como un sistema mundial que destruye esa odiosa frontera entre metrópoli y periferia. Que al no justificar la opresión imperial o colonial en aras del progreso de las fuerzas productivas, reivindica a la humanidad. Ése es el Marx que queremos. El de la filosofía viva, no coagulada, el que le responde a Vera Zasulich que no hay fatalidad histórica; el Marx que nos presenta Kohan con una pluralidad de líneas alternativas de desarrollo en sus manos haciéndonos ver las posibilidades de construcción en el tercer mundo de un socialismo no colonizado.
Reconocer que en el corpus teórico marxista hubo discontinuidades y rupturas para adecuarlo a las nuevas circunstancias, no es revisionismo como todavía vociferan algunos torquemadas disfrazados de marxistas, que quedaron acostumbrados a señalar con el dedo de la inquisición, quién debía ser arrojado a la hoguera del pensamiento momificado. A pesar de su enorme creación, la modestia de Marx llegó a decir, “yo solo sé que no soy marxista”; más exactamente: “tout ce que je sais, c’est que je ne suis pas marxiste”, como le respondió a los marxistas franceses; que es como afirmar, no me encasillen, no me reduzcan. Marx se negaba así a que lo transfiguraran en suministrador de recetas infalibles y verdades eternas.
“La filosofía del marxismo ya no puede ser concebida solamente como un materialismo dialéctico, pues su problema fundamental no es ni nunca ha sido ontológico ‑apunta Kohan. En realidad es una filosofía de la praxis que aborda los problemas fundamentales de la filosofía y la política –sobre todo de la política que es lo que más nos interesa- en relación con la actividad práctica humana que pasa a tener la primacía desde un punto de vista antropológico”.
Es sencillamente extraordinaria su disertación sobre el legado de Lenin, que reúne en un manojo filosofía y política, que habla de ejercer la hegemonía, que dinamiza la lucha de clases al colocar en sus manos el arma de las alianzas… Que le da subjetividad al campesinado, que no teme incorporar soldados a la lucha popular. Que le otorga trascendental importancia al papel de la subjetividad, a la acción y a la conciencia. Lenin, a quien podemos llamar el hombre de la praxis, tuvo la genialidad, sin desestimar la teoría, de priorizar el levantamiento insurreccional al congreso de partido. Era la hora de la insurrección, no de discutir si el capitalismo había alcanzado o no el grado de desarrollo que permitiera dar el paso a unas nuevas relaciones sociales. Lo imperativo y crucial era lanzar sobre el Palacio de Invierno a las masas de obreros y campesinos, determinar el flanco de la acción de los soldados que combatían al lado del pueblo y establecer el momento en que el Crucero Aurora debía disparar el cañonazo que indicara el comienzo de la insurrección para que todo el poder pasara a los soviets.
Hay interdependencia entre objetividad y subjetividad.
Kohan nos invita a repensar la filosofía del marxismo desde abajo y con los de abajo. No solo desde la academia y la intelectualidad, sino desde la práctica política, desde la lucha en todas sus modalidades. A comprender desde el marxismo y desde este hemisferio, la realidad de Nuestra América. A construir desde el pensamiento latinoamericano y caribeño, con Mariátegui, Ingenieros, el Che, Ponce, Martí, y Bolívar –agregamos nosotros‑, y también Manuel ‑que pregonaba que la lucha armada generaba conciencia‑, con lo mejor del pensamiento autóctono, una visión para la lucha, para destronar la oligarquía con una concepción, un movimiento con un norte, y con ansia irrefrenable de poder.
El intento de Kohan de sistematizar el pensamiento latinoamericano es un laudable esfuerzo y aporte tangible a la causa de nuestra redención.
Ni calco ni copia…, de acuerdo. Debemos ir por el camino de nuestros propios pensamientos y proyectos, manufacturados, amalgamados con nuestras realidades y costumbres, y nuestra historia de lucha. Porque tenemos historia. Aquí también hay un edificio en construcción. La hora de América está llegando. Inventamos o erramos, como dice el maestro Simón Rodríguez, quien nos instruye a través de sus enseñanzas al Libertador. Usted formó mi corazón –le escribió Bolívar- para la libertad, para la justicia, para lo grande, para lo hermoso…
Definitivamente Marx en Nuestra América no puede ser sin Bolívar, aunque aquel hubiese tenido una lectura precaria y equivocada de su gesta y del significado de su apasionada lucha, que hoy prosigue. Marx y Bolívar juntos constituyen en América Latina una potencia demoledora contra la opresión.
Arrojando los dogmas al incendio del olvido debemos reconocer que Bolívar es un poliedro de espejos que destella luces en todas las direcciones de la rosa de los vientos: Guerrero y Libertador. Creador de Estados sobre la base de la soberanía del pueblo. Impulsor de la formación en este hemisferio de una Gran Nación de Repúblicas que blindara nuestro destino. Precursor del antiimperialismo. Apóstol de la unidad. Quijote de la igualdad. Defensor de los indígenas, destructor de las cadenas de la esclavitud. Sólo la democracia –decía- es susceptible de la más absoluta libertad. “Yo antepongo siempre la comunidad a los individuos. Las minas de cualquier clase corresponden a la república. El primer deber del gobierno es dar educación al pueblo”… Ahí están las semillas del socialismo regadas en el surco abierto del corazón de América.
Por su proyecto político y social, de redención y libertad de los pobres del mundo, por su empeño de formar a toda costa una gran patria latinoamericana, Bolívar fue asesinado, mandado a matar, por el gobierno de Washington en una conspiración que involucró a las oligarquías de Bogotá, Lima y Caracas. Antes de él habían sido descuartizados por la corona opresora Amaru y Katari, también Galán el comunero, y había ofrendado su vida, peleando, el gran Lautaro. Millares murieron por nuestra independencia. Su sacrificio es la base de la nueva sociedad que construiremos; el fuego que impulsa la vindicta de los pueblos.
Una creación heroica debe ser el socialismo latinoamericano…Un socialismo asentado en nuestros valores. Nuestra América-Abya Ayala es un pueblo con historia. La noche latinoamericana tiene aurora y debemos salir a su encuentro. Los estrategas de nuestro destino, nuestros pensadores, fueron al mismo tiempo libertadores. Combatientes de la praxis. Eran palabra y espada, y lanza, al mismo tiempo. Bolívar creó a Colombia, que es unidad de pueblos y primer paso de la unidad continental, antes de que existiera liberada. La estructuró, le dio leyes y luego salió a formarla con su espada en los campos de batalla en Boyacá y en Carabobo. Era la impetuosidad. Nunca concibió la independencia y la libertad, aisladas de la revolución social, y de la unidad. Un bloque de pueblos libres constituido en equilibrio del universo, fue su sueño y será nuestro destino.
De este empeño, contrariando la santa alianza de los tronos opresores, decía Goethe de Bolívar que “la reunión anfictiónica de Panamá con el propósito de formar una santa alianza de libertad, halagaba su espíritu de ciudadano del mundo y de patriota”.
No hay vida fuera de la lucha. Es un derecho inalienable luchar por un mundo mejor. Frente al imperio sólo tenemos un deber: combatirlo. “No teníamos más armas para hacer frente al enemigo que nuestros brazos, nuestros pechos, nuestros caballos y nuestras lanzas”, apuntaba Bolívar. Pero hoy tenemos el arma de la unidad, y la fuerza del ejemplo, el espíritu y la decisión de nuestros libertadores.
Como dice Kohan, ahora tenemos otro enemigo más mortal que el coloniaje físico: el coloniaje espiritual, que engaña y desmoviliza. Contra él tenemos que concentrar toda nuestra energía colectiva. Reventando esas cadenas, será más fácil construir el nuevo mundo.
Marx en su (tercer) mundo. Hacia un socialismo no colonizado, debe ser abordado releyendo nuestra historia. Con la certeza de que nunca fuimos definitivamente derrotados, me atrevo a sugerir un estudio detenido del capítulo décimo, reforzando su final con las siguientes palabras de Bolívar: “Si disponemos de una mayoría, empleémosla. Si no, no transijamos, pero defendamos el terreno con las armas en la mano y dejemos que nos derroten; la derrota permite la recuperación, en tanto que capitulando… se pierde el derecho de la propia defensa. Victoria absoluta o nada, Esa es mi bandera”.