“La paz será mi puerto, mi gloria, mi recompensa, mi esperanza, mi dicha y cuanto me es precioso en este mundo”, escribía nuestro padre Bolívar a Santander el 23 de junio de 1820.
Y precisamente porque amamos y valoramos la paz, no nos apartaremos, menos ahora cuando toda la saña criminal imperialista nos amenaza por los cuatro costados, de aquel sabio principio: “Si queremos la paz, debemos prepararnos para la guerra”.
Quiero hacer mías las palabras de José Manuel Briceño Guerrero, esa gran conciencia venezolana y nuestroamericana, a quien se le rinde justo homenaje en la V Feria Internacional del Libro de Venezuela, cuando nos habla de la necesidad de “emprender un largo viaje hacia nosotros mismos”. El viaje que iniciamos el 27 de febrero de 1989 y que ha proseguido su curso durante estos diez años de Revolución: el más necesario de los viajes.
Este miércoles pasado, por ejemplo, abanderamos a los 555 atletas que nos están representando en los XVI Juegos Bolivarianos en Sucre, allá en la amada Bolivia. Estoy más que convencido de que seguirán colocando en alto y dignificando el nombre de Venezuela. Es una nueva fuerza moral, fuego sagrado, el que late en todos estos hijos e hijas de la Patria. En ellos continúa y se renueva el viaje hacia nosotros mismos.
Allá entonces la canalla apátrida que quiso hacer fiesta con una orden que yo diera el pasado domingo a los honorables soldados de nuestra Fuerza Armada Nacional Bolivariana. Quiero reiterarlo tal y como lo dije este viernes en el acto por la paz y contra las bases militares de Estados Unidos en suelo colombiano: estoy en la obligación de llamarlos a todos y a todas a prepararnos para defender la Patria de Bolívar y la Patria de nuestros hijos. Si no lo hiciera, estaría cometiendo un acto de alta traición con nuestra amadísima Venezuela, mas aún manejando las informaciones que manejo.
Nuestra Patria hoy es libre y la defenderemos con la vida. Venezuela nunca más volverá a ser colonia de nadie: nunca más estará de rodillas frente a invasor o imperio alguno. Y nuestra Fuerza Armada Bolivariana, el pueblo en armas como un todo, es y tiene que seguir siendo el garante por excelencia de la paz bolivariana: la paz verdadera.
En el denso y contundente artículo que lleva por título La anexión de Colombia a Estados Unidos ‑recomiendo su lectura y relectura- del pasado 6 de noviembre, el comandante Fidel Castro se encarga de alertarnos, con la urgencia del caso, sobre el peligro mortal que se nos viene encima.
En especial dirige unas palabras, necesariamente conminatorias, a quienes ejercemos responsabilidades políticas y nos emplaza: “Los políticos de América Latina tienen ahora ante sí un delicado problema: el deber elemental de explicar sus puntos de vista sobre el documento de anexión. Comprendo que lo que ocurre en este instante decisivo de Honduras ocupe la atención de los medios de divulgación y los ministros de Relaciones Exteriores de este hemisferio, pero el gravísimo y trascendente problema que tiene lugar en Colombia no puede pasar inadvertido por los gobiernos latinoamericanos”.
Me valgo de estas palabras de Fidel para apuntar una idea: es necesario demoler la falacia uribista de que este infame acuerdo es un asunto de soberanía colombiana. ¿Un asunto de soberanía cuando todo el arsenal bélico gringo, contemplado en el mismo, responde al concepto de operaciones extraterritoriales? ¿Cómo se puede hablar con un Gobierno completamente subordinado a la estrategia global de dominación del Imperio? ¿De qué se puede hablar con un Gobierno que convierte al territorio colombiano en un gigantesco enclave militar yanqui, esto es, en la mayor amenaza contra la paz y la seguridad de la región suramericana y de toda Nuestra América? Uribe puede ir por todas partes ofreciendo toda clase de seguridades, pero el acuerdo, de hecho, impide que Colombia pueda ofrecerle garantías de seguridad y respeto a nadie: ni siquiera a los colombianos y colombianas. No puede ofrecerlas un país que ha dejado de ser soberano y que es instrumento del “nuevo coloniaje” que avizorara nuestro Libertador.
Soberanía. He ahí una palabra que siempre debemos someter a discusión, renovarla, fortalecerla, vigorizarla en la acción y en el pensamiento: en la reflexión socializada. Se hace necesario pues, un mínimo repaso para saber de dónde nos viene esa palabra para darle su justo lugar. Sobre todo cuando su uso y su significado están en juego.
Como la gran mayoría de las categorías políticas tradicionales de la democracia representativa que heredamos de la Europa de finales del siglo XVIII, la de soberanía es herencia del pensamiento de la Ilustración y de la Revolución Francesa.
Soberanía refiere a la libertad enelejerciciodepoderqueunpueblo y un gobierno tienen dentro de un territorio determinado, con una identidad histórica específica, moldeando a un Estado-Nación y su esqueleto legal. Es decir: es la libertad de un pueblo para determinar el hecho político de una nación.Esenestaúltimasignificación en la que nuestro Libertador se apoya para profundizarla en el tiempo. Y la profundiza a niveles que ni el mismo Rousseau ‑a quien le debemos el concepto “soberanía popular”- imaginara, porque la soberanía en el pensamiento de Bolívar alcanza el más hondo contenido popular.
Así se refiere nuestro Padre Libertador en su Mensaje al Congreso Constituyente de Bolivia (1826): ‘La Soberanía del Pueblo, única autoridad legítima de las Naciones’. Bolívar deja claro cuál es el rostro soberano de las naciones de Nuestra América.
Siempre es importante recordar que una cosa es lo que significa el concepto de soberanía desde una visión eurocentrista y otra radicalmente diferente desde una visión nuestroamericana: con rostro de pueblo descalzo.
Nos remitimos otra vez al pensar bolivariano: “Nadie, sino la mayoría, es soberana. Es un tirano el que se pone en lugar del pueblo; y su potestad, usurpación”.
Es a esta línea reflexiva a la que nos debemos en nuestro ejercicio como nación: como país de NuestraAmérica.Sonyacasionceaños en el esfuerzo de hacer y construir soberanía a todos los niveles. Y es aquí donde debemos recalcar que soberanía y dignidad son palabras hermanas. Lo hemos demostrado con acciones, con convicciones y con un sueño en construcción: la soberanía socialista que se constituye de abajo hacia arriba; este es el camino para erigir una soberanía construida desde el Poder Popular como núcleo.
Ahora, frente al nuevo embate imperial, viene una hora de prueba para nuestra soberanía.
Hora de prueba que afrontaremos con la misma vocación pacifista que nos ha caracterizado.
Pero debemos dejar claro que paz no es, y nunca será, equivalente a sumisión.
Construir soberanía socialista, de abajo hacia arriba, es y debe ser el propósito principal del proceso electoral que celebra hoy domingo el PSUV con la finalidad de elegir, desde las bases, a los delegados al Congreso Extraordinario que se realizará a finales de año. A un total de 2 millones 450 mil 377 militantes, inscritos en nuestras patrullas, les corresponde el honor histórico de consolidar al partido como una poderosa estructura de masas en movimiento consciente, acelerando el parto de la nueva historia. Un partido que sea capaz de generar una multitud de nuevos cuadros políticos dentro de la masa popular. Un partido que se ponga a la vanguardia en la construcción del socialismo.
¡¡ Patrulleros y patrulleras: a la batalla!! ¡Vamos rumbo al nosotros mismos! Para terminar estas líneas, parafraseando a Bolívar, os digo: la paz es nuestro puerto, la paz será nuestra gloria.
¡¡Venceremos!!