Desde un principio, desde el mismo momento en el que comenzaron a llegar noticias sobre el secuestro del Alakrana, quedó claro que este caso iba a tener una resolución complicada. Al parecer, así lo entendió todo el mundo menos la judicatura y el Ejecutivo españoles. El problema es que, precisamente, eran esos mismos poderes quienes podían actuar para hacer menos complicada esa resolución. Cada decisión que han tomado esos responsables, desde Baltasar Garzón hasta Carme Chacón, ha sido contraria al sentido común, al más mínimo criterio de prudencia. Los otros agentes implicados, principalmente el resto la clase política y los armadores o empresarios del sector, tampoco han estado acertados, por mucho que afirmen lo contrario.
Llegados a este punto, hoy no es el día para debatir sobre lo irracional de enviar barcos industriales a esquilmar mares lejanos mientras en Euskal Herria se deja fenecer al sector pesquero. No es el día, pese a que ese elemento de análisis debe permanecer sobre la mesa. Ahora es prioritario concentrarse en la liberación de los marineros que están secuestrados. Tampoco éste es el momento para análisis geopolíticos sobre la situación de la región, por mucho que haya que tener esa perspectiva en mente. En este terreno es suficiente con no mentir sobre los evidentes límites que tiene la diplomacia cuando se trata de un Estado fallido como Somalia. Tampoco es tiempo de hacer demagogia comparando la capacidad militar de una potencia colonial en la zona como es el Estado francés con la función que hipotéticamente podrían cumplir soldados españoles en esos barcos. Baste señalar que a partir de ese momento los riesgos potenciales para los marineros crecerían exponencialmente, como ya han constatado varios expertos.
En resumen, no es tiempo para necios que juegan con vidas que no son las suyas. Es tiempo de tomar decisiones que faciliten llegar a un acuerdo y tiempo de pagar el precio acordado. Y cada vez queda menos tiempo.
Gara