NOTA: ESTE ARTÍCULO SE ESCRIBIÓ POCO ANTES DE LA DETENCIÓN DE 34 JÓVENES VASCAS Y VASCOS: VA EN SU HONOR.
Hace poco, en una de esas discusiones de bar tan necesarias y tan frecuentes en nuestro pueblo, un amigo extranjero pidió una rápida caracterización del momento sociopolítico. Debía participar en un debate público y quería saber nuestras opiniones. Hablábamos sobre que parece que el pasado y el presente se apelotonan en un desorden de acontecimientos en el que sólo se entreve la decisión española por acabar con la nación vasca. Comentábamos que nos querían retrotraer a palo limpio a mediados del siglo XX pero en las condiciones de comienzos del siglo XXI. Decíamos que, por su misma dinámica, estas situaciones pueden definirse como puntos de no retorno, de inflexión, en los que el principio de emergencia de lo nuevo, o salto cualitativo, o crisis de bifurcación para utilizar otro concepto, tanto da ahora; y que es en estas situaciones cuando además de la valoración autocrítica de nuestros errores también y sobre todo debemos partir de nuestros logros y avances.
El amigo estaba impresionado por la realidad vasca, por la represión y por las mentiras fabricadas por la industria político-mediática española. Le interesaban mucho nuestras reflexiones epistemológico-dialécticas, como las llamó, pero le urgía la síntesis sociopolítica. Llegamos a un acuerdo para resumirle la situación en siete puntitos. El orden de exposición no indica la mayor importancia de unos sobre otros, ya que forman un proceso superior a sus partes, interactuando e impulsándose mutuamente a pesar de sus diferentes ritmos. Ya hemos dicho lo esencial sobre el primero: tras un tercio de siglo de lucha y de acumulación de fuerzas, hemos abierto la posibilidad de dar un salto a otra fase de liberación más amplia. Se trata de una posibilidad porque depende de nosotros, en primer lugar, y de las ilusiones y esperanzas que nuestra decisión genere en los sectores que todavía dudan.
El segundo punto es incuestionable: pese a los golpes crecientes que sufre la izquierda independentista, no decrece su arraigo popular y social, no se debilita su legitimidad y su prestigio. Nunca debemos menospreciar los efectos de una represión que se endurece día a día, pero menos aún tenemos que cometer el error del derrotismo pesimista y de la aceptación acrítica de las mentiras de la propaganda estatal. Como se ha demostrado hasta ahora, las sucesivas ilegalizaciones y obstáculos sufridos por la izquierda independentista no han logrado barrer su fuerza política expresada electoralmente, ni menos aún su fuerza popular. Es cierto que la propaganda, el miedo a la represión y su endurecimiento han creado un velo espeso que distorsiona y difumina la fuerza real del independentismo socialista, pero esta tramoya se desploma siempre que la izquierda abertzale desborda las prohibiciones y muestra su fuerza real.
El tercero es el aumento de la decisión de lucha del pueblo trabajador vasco contra la crisis, pero también contra la explotación capitalista, inseparable de la opresión nacional y de la ocupación que sufrimos a manos de los Estados español y francés. La pasada huelga general y las movilizaciones posteriores son un ejemplo. Especialmente, la juventud vasca está confirmando con los hechos diarios la profundización y ampliación de sus sentimientos independentistas y de izquierda. Los Estados español y francés conocen de sobra esta capacidad y la golpean todo lo que pueden, pero no logran destruirla. Este punto es crucial ya que el sujeto emancipador no es otro que el pueblo, única fuerza capaz de aglutinar a su alrededor a las “clases medias”, a la pequeña burguesía, a los autoexplotados, etc., ofreciéndoles un proyecto progresista y democrático ahora que el imperialismo, empezando por el europeo, estruja hasta la asfixia a estas clases y sectores intermedios, empobreciéndolos y dejándoles únicamente la opción del neofascismo, del racismo y del terrorismo patriaral. El pueblo trabajador ni puede ni quiere permitirlo.
El cuarto es el aumento las ansias democráticas de nuestro pueblo, del enriquecimiento de las formas de sentir la identidad vasca y de (re)construirla en las nuevas condiciones del siglo XXI. Los ataques españoles a la identidad vasca en su forma esencial –euskara, unidad política y territorial, memoria y conciencia militar, y derecho de autodeterminación– no responden al mero capricho del nacionalismo español, sino a su histerismo ante una dinámica que se le va poco a poco de las manos. No puede permitir que la (re)construcción de la identidad de un paso de gigante al plasmarse en una conciencia política dirigida a la construcción de una República Socialista Vasca, con su Estado propio, reconocida internacionalmente. Son de sobra conocidos los resultados afirmativos obtenidos en todas las encuestas e investigaciones sociológicas sobre qué piensa mayoritariamente la ciudadanía vasca cuando se le pregunta acerca la solución democrática y negociada del conflicto causado por la dominación española.
El quinto es el agotamiento de los modelo estatutista y regionalista impuestos hace un tercio de siglo. Si sobreviven es porque no se les somete a un referendo democrático que permita que el pueblo de su opinión sobre ellos. Sobreviven por la fuerza estatal del nacionalismo español y por el egoísmo de las burguesías regionalista y autonomista. Aun así, éstas están ahora más debilitadas que hace treinta años. UPN se agarra desesperadamente a la cartera del Estado, mientras que el PNV apenas puede ocultar las discrepancias entre una parte de su base popular y su burocracia genuflexa. Hace un tiempo EA se rompió y Aralar sufre una marejada de fondo al agotarse el apoyo estatal que le insufló vida artificial en sus inicios. Estas y otras fuerzas aceptaron en cuerpo y alma las restricciones españolas de finales de los ’70 y ahora sufren las consecuencias de aquella humillación voluntaria. Sectores suyos empezaron ya a comienzos de los ’90 a moverse hacia el soberanismo, acercándose tímidamente a la izquierda abertzale. Ahora, el Estado español, muy nervioso, maquina toda serie de medidas represivas para detener en seco esta confluencia.
El sexto es la crisis que corroe al Estado español, y que podemos resumirla así: crisis económica estructural, de la que saldrá parcialmente hasta un nuevo desplome, gracias entre otras cosas al inestimable apoyo del reformismo político-sindical; crisis de credibilidad interna y externa no sólo por la masiva corrupción que le pudre, sino por la ineptitud de sus cuadros burocráticos, por la miopía de su clase dominante y por facherío de sus poderes fácticos, incluida la Iglesia; crisis de cohesión estato-nacional porque no ha podido destrozar a las naciones que oprime; y crisis internacional porque retrocede puestos en la jerarquía imperialista, lo que limita sus beneficios y dificulta su modernización productiva. El gobierno del PSOE está cada día más nervioso, y cuando un ministro de represión pierde la compostura dentro del Parlamento, es que siente que el suelo tiembla bajo sus pies. Sus gritos amenazadores indican que ven cada vez más cercana la posibilidad de su derrota histórica, pero también su rabia y odio.
El séptimo es la gravedad de la crisis del capitalismo. La prensa burguesa asegura que lo peor ya ha pasado, pero los responsables máximos del sistema reconocen en público que la recuperación es mínima y que se ha logrado solamente con las inconcebibles masas de dinero regalado a la burguesía. Los muy pequeños repuntes habidos en algunas economías de la UE se han logrado tras dilapidarse nada menos que el 26% del PIB europeo en ayudas desesperadas al capital, y tras un aumento de más del 60% en las ayudas a la economía. Cualquier economista burgués no excesivamente fanático ni vendido, reconoce la dureza social de la perspectiva a largo plazo. La crisis mundial ha acelerado el proceso que analizamos al poner a cada bloque de clases –el pueblo trabajador frente a la burguesía y en la mitad las franjas sociales dudosas e indecisas– frente a la auténtica realidad del capitalismo. Se ha agotado la ficción y han reaparecido en la superficie cotidiana las la explotación, la opresión y la dominación, que nunca desaparecieron, que siempre bulleron en el subsuelo social. Tales son las fuerzas motrices que nos han conducido hasta aquí. Pero en su interior ha actuado y sigue presente otra fuerza impulsora consciente, organizada y decidida a vencer. Sin ella nunca habríamos avanzado tanto. No se trata de un octavo punto, sino de su columna vertebral
IÑAKI GIL DE SAN VICENTE
EUSKAL HERRIA 20-11-2009