En Medi­na, van a poner a la zorra a cui­dar galli­nas ¡Joder qué tropa!

Ésta va a ser más gor­da que la de Rama­les. Pero… ¿dón­de se ha vis­to?: ¡Van a poner a la zorra a cui­dar las galli­nas! Ni al que asó la man­te­ca se le habría ocu­rri­do seme­jan­te desatino.

Qué con­tra­ria­do estoy –¡ay!– con las auto­ri­da­des de mi pue­blo: van a con­ta­mi­nar toda su geo­gra­fía, van a ensu­ciar de cabo a rabo todo su pai­sa­je y, tam­bién, a su pai­sa­na­je, van a enve­ne­nar la tie­rra… y no han dicho ni «¡esta lechu­ga es mía!».

Des­en­can­ta­do, tam­bién –y muy mucho – , con las que nos gobier­nan des­de más altas ins­tan­cias: sí. Que más allá de La Mazo­rra, en Bur­gos, tam­po­co han dicho ni «¡mu!». E igual­men­te des­ilu­sio­na­do, con las de aquen­de el Pisuer­ga sur­ca y rie­ga la seca este­pa cas­te­lla­na. Que tam­po­co en Valla­do­lid han abier­to la boca los polí­ti­cos de turno que nos mal­go­bier­nan des­de la Jun­ta. Y allen­de la Villa y Cor­te de los Madri­les, mejor ni hablar.

Ocu­rre que una Sucie­dad Ili­mi­ta­da (¡uy! per­dón por el lap­sus cala­mi. En qué esta­ría yo pen­san­do…). Una Socie­dad Limi­ta­da he que­ri­do escri­bir –y muy «limi­ta­da», a juz­gar por su esca­sa cla­ri­vi­den­cia y el men­gua­do sen­ti­do común del que hace gala– que dice lla­mar­se Reci­cla­dos Eco­ló­gi­cos Bur­ga­le­ses (REB)–¿reci… quéeee? ¿eco..quéeee? ¿bur­ga… quéeee? ¡man­da viru­ta!– pare­ce deci­di­da a cla­var, en el cora­zón de ese esplén­di­do ver­gel que toda­vía son Las Merin­da­des, y sin el menor escrú­pu­lo, una PLANTA capaz de con­ver­tir –a su decir– la basu­ra en oro. Pero a cos­ta, tam­bién, de un pre­cio muy alto: des­truir el medio ambien­te: sem­brar de malos olo­res, sabo­res y colo­res toda la región.

Sí. Una sin­gu­lar fábri­ca-inci­ne­ra­do­ra, que va a dar bien pocos pues­tos de tra­ba­jo y sí, muchos que­bra­de­ros de cabe­za, es la que se nos vie­ne enci­ma. Su fin: trans­for­mar los neu­má­ti­cos vie­jos en hidro­car­bu­ros líqui­dos. Y, para come­ter seme­jan­te des­afue­ro, la sobre­di­cha socie­dad cuen­ta, al pare­cer, con todos los para­bie­nes, licen­cias, ben­di­cio­nes y per­mi­sos de nues­tros gober­nan­tes. La Jun­ta de Cas­ti­lla y León ni se ha moles­ta­do en exi­gir el pre­cep­ti­vo estu­dio del impac­to medioam­bien­tal que mar­ca la ley.

Para obte­ner esa nue­va ver­sión del pre­cia­do «oro negro», tan codi­cian­do en nues­tros días, la limi­ta­da socie­dad en cues­tión está dis­pues­ta a inci­ne­rar más de 350 tone­la­das dia­rias de resi­duos que están cali­fi­ca­dos como «peli­gro­sos», unos; y «no tan peli­gro­sos, otros». Malos, peo­res y menos malos, resi­duos tóxi­cos todos, en mayor o menor gra­do. Pura basu­ra, al fin y al cabo.

El caso es que, si per­mi­ti­mos que arrai­gue sobre el vie­jo solar de nues­tra noble y feraz tie­rra, la «PLANTA» en cues­tión va a dejar hecha unos zorros a toda la comar­ca de Las Merin­da­nes. Sí: ade­más de las 92.000 tone­la­das anua­les del pre­cia­do hidro­car­bu­ro líqui­do que pro­du­ci­rá, la «dicho­sa plan­ta» tam­bién va a ensu­ciar nues­tros cie­los, ríos, valles y mon­ta­ñas –¡y nues­tros pul­mo­nes! ¡y los de nues­tros hijos!– con 9.500 tone­la­das de negro de humo, 634 tone­la­das de meta­les no férri­cos, 800 tone­la­das de ceni­zas… Y toda esa basu­ra «va a flo­re­cer» en una comar­ca que –avi­so para cuan­tos nave­gan­tes no lo sepan– es lugar emi­nen­te­men­te agrí­co­la. Y gana­de­ro. Y monu­men­tal. E his­tó­ri­co. Y turís­ti­co. Y residencial…

Así las cosas, bien pode­mos ase­gu­rar que la plan­ta que ame­na­za con ate­rri­zar en ese nues­tro jar­dín es, antes que nada, una pura y dura mala hier­ba. Y no olvi­de­mos –de sobra lo saben los hor­te­la­nos de Villa­com­pa­ra­da, de Cebo­lle­ros, de Bus­ti­llo y de toda nues­tra tie­rra– que, en Cas­ti­lla, no lla­ma­mos «malas hier­bas» a las hier­bas por ser intrín­se­ca­men­te malas, que no sé si hay algu­na que tal sea. Sino a las que cre­cen don­de no deben. He ahí toda su maldad.

Y, como a perro fla­co todo son pul­gas, la vene­no­sa plan­ta que vie­ne – «la mayor del mun­do», dicen, ufa­nos, sus pro­mo­to­res– va a pro­vo­car, ade­más, un inter­mi­na­ble e insu­fri­ble e infu­ma­ble trá­fi­co de camio­nes que serán los encar­ga­dos de ali­men­tar las fau­ces de tan voraz inge­nio tra­yen­do, de aquí, de allá y de acu­llá, el podri­do cau­cho de los neu­má­ti­cos des­he­chos y dese­cha­dos. Y de des­alen­tar y exas­pe­rar a los pacien­tes con­duc­to­res, luga­re­ños y vera­nean­tes, que cir­cu­len por las vie­jas y reco­le­tas carre­te­ras de esta tie­rra. He ahí, tam­bién, la mal­dad aña­di­da de esa nue­va plan­ta lla­ma­da R.E.B., que ame­na­za con hacer añi­cos la paz y el equi­li­brio eco­ló­gi­co de nues­tras Merin­da­des.

Por eso, por todo eso, yo sugie­ro, pro­pon­go, invi­to y reco­mien­do a los socios de R.E.B., ¿socios o sucios? –ya no sé cuál de las dos pala­bras les cua­dra mejor– que no se vayan a freír espá­rra­gos. ¡Pobres espá­rra­gos!, si lle­ga­ran a caer en la sar­tén de R.E.B., tan satu­ra­da de malo­lien­tes acei­tes de dese­cho. Mejor, que via­jen a Titán.

Por si no estu­vie­ren ente­ra­dos, sepan que Titán, ade­más de ser uno de los per­so­na­jes mito­ló­gi­cos que Hesio­do abor­da en su Teo­go­nía, es uno de los saté­li­tes de Saturno, sex­to pla­ne­ta de nues­tro sis­te­ma solar, el de los bri­llan­tes ani­llos. Y Titán es el úni­co saté­li­te que, como el pla­ne­ta Tie­rra, ate­so­ra líqui­dos sobre su superficie.

Aho­ra, gra­cias a las inves­ti­ga­cio­nes de la NASA y de la ESA (Agen­cia Espa­cial Euro­pea), hemos sabi­do que esos líqui­dos de Titán no son océa­nos de agua, como se pen­sa­ba, sino lagos de hidro­car­bu­ros. El más cau­da­lo­so, en el polo Sur de Titán, ocu­pa una super­fi­cie sie­te veces mayor que Las Merin­da­des: 20.000 kiló­me­tros cuadrados.

¡Ahí es nada!

¡Ánden­le!, pues, socios y ami­gos de Reci­cla­dos Eco­ló­gi­cos Bur­ga­le­ses: arran­quen para Saturno. Y déjen­nos a Moneo en paz. ¡Ojo! No olvi­den la bufan­da. Que, por Titán, hace más fres­co que en Bur­gos: una vez allí, sus pre­cia­dos hidro­car­bu­ros líqui­dos esta­rán al alcan­ce de su mano, sí. Pero la tem­pe­ra­tu­ra media, por aque­llos pagos, ron­da los 180o C. bajo cero. Por eso, tal vez, en Bur­gos, al frío con razón le lla­man fresco.

Si el Cid levan­ta­ra la cabe­za y vie­ra la que se está cocien­do en la tie­rra de sus abue­los, segu­ro que diría lo mis­mo que yo digo aho­ra: ¡joder, qué tropa!

Juan de VILLACOBOS

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