Para el sistema y el Departamento de Estado, forman parte de la vieja izquierda hoy «políticamente correcta», asimilada al «proceso democrático» y que no reviste ningún peligro para la gobernabilidad del sistema capitalista en la región.
En los hechos, más allá de las filosofías justificatorias, son viejos ex guerrilleros decadentes y acomodaticios que traicionaron y cambiaron los principios revolucionarios por un espacio de poder dentro del dominio imperial con la estrategia del «poder blando» (la democracia).
Desde hace más de 20 años, en América Latina la «democracia de mercado» (el «poder blando») convive con la cadena de bases y el Comando Sur cuya misión es preservar la hegemonía militar norteamericana en la región (el «poder duro»). Se trata de una estrategia de «dos caras» orientada a preservar el dominio geopolítico y militar del imperio norteamericano (sin que se note) en su histórico Patio Trasero.
La función más elemental y clave que cumplieron en América Latina ambas estrategias –la «militar» (dura) y la «democrática» (blanda)– consistió en eliminar los dos factores que impedían la «gobernabilidad en paz» del sistema capitalista en la región: la lucha armada, primero, y la resistencia social y sindical, después.
En los 90, tras la desaparición de la URSS y de la Guerra Fría por áreas de influencia en América Latina, Washington terminó de implantar el nuevo sistema de control político y social que se situó en las antípodas del anterior (basado en gobiernos y dictaduras represivas), y que explotó el consenso masivo que despertó la apertura de procesos constitucionales después de largos años de dictaduras militares con supresión de elecciones y parlamentos.
Paralelamente, y en el plano político, en la década del 80 los gobiernos «democráticos» (el «poder blando») fueron sustituyendo en América Latina a los viejos y gastados gobiernos militares (el «poder duro») mediante elecciones, procesos constitucionales, y banderas de defensa de los derechos humanos.
Debajo de ese paraguas, se preservada la «gobernabilidad», la «paz social» y la «estabilidad económica» del sistema capitalista en América Latina por la ausencia de conflictos sindicales y sociales.
La «democracia de mercado» cobija bajo sus alas tanto a gobiernos de «derecha» como de «izquierda» que ejecutan los mismos programas (capitalistas imperiales) que antes se ejecutaban con golpes militares y represión.
En este marco, y al abandonar sus postulados setentistas de «toma del poder» y adoptar los esquemas de la democracia burguesa y el parlamentarismo como única opción para acceder a posiciones de gobierno, la «izquierda» (vieja y nueva) se convirtió en una opción válida para gerenciar el «Estado trasnacional» del capitalismo en cualquier país de América Latina y del mundo.
La asociación beneficiosa entre la «izquierda civilizada» y el establishment del poder capitalista es obvia: el sistema (por medio de la izquierda) crea una «alternativa de gobernabilidad» a la «derecha neoliberal», y la izquierda (y los izquierdistas) pueden acceder al control administrativo del Estado burgués sin haber hecho ninguna revolución.
La «segunda oportunidad»
En un articulo titulado: «Un puñado de ex guerrilleros, en el poder en América latina», Pablo Stefanoni, columnista del diario Clarín, sostiene que «Adaptados a estos tiempos, militantes de los 60 y 70, hoy ocupan altos cargos en el continente».
En ese escenario, sostiene Stefanoni, «Si hace unos años, el pasado guerrillero era algo para ocultar, hoy puede ser un no despreciable capital político a reivindicar, obviamente como «pecados» de juventud, «acordes al momento histórico». Las controversias sobre la lucha armada quedaron relegadas a pequeños espacios intelectuales. Ya el socialismo está en la agenda de pocos, y nadie pone en duda a la democracia como vía de acceso al poder».
En ese sentido cita a José «Pepe» Mujica (presidente electo de Uruguay) que se presentaba hace unos años como «un viejo que tiene unos cuantos años de cárcel y tiros en el lomo, un tipo que se ha equivocado mucho, como su generación, medio terco, porfiado, y que trata, hasta donde puede, de ser coherente con lo que piensa».
«Y son muchos los militantes de la generación de los 60 y 70 que comparten ser hoy más viejos, haber vivido la cárcel y la tortura y, sobre todo, «haberse equivocado mucho», señala el artículo.
Pero como dice Emir Sader, sociólogo y veterano militante de la izquierda brasileña, a Clarín, «es como si hubiéramos conquistado una nueva oportunidad de realizar los viejos sueños».
«Obviamente, el mundo, y esta generación que buscó tomar el cielo por asalto ‑con las armas en la mano- no son los mismos de entonces. Muchos simplemente cambiaron de métodos para conseguir los mismos sueños, otros cambiaron la utopía por el cinismo. Pero muchos llegaron al poder», dice Stefanoni.
A Mujica la «segunda oportunidad» lo acaba de llevar a la presidencia de Uruguay a los 74 años. Alí Rodríguez ‑alias «Comandante Fausto»- es hoy ministro de Economía de Venezuela, después de presidir la superpoderosa petrolera estatal PDVSA. Dilma Roussef ‑que competirá con José Serra para suceder a Lula- militó en Vanguardia Armada Revolucionaria Palmares, uno de los principales grupos guerrilleros brasileños y sucedió en el cargo de Jefa de Gabinete a otro ex militante armado: José Dirceu. Daniel Ortega regresó al poder en Nicaragua, aliado a los ex contras ‑la guerrilla antisandinista apoyada por Ronald Reagan- y a la cúpula de la Iglesia católica. En el vecino El Salvador, Mauricio Funes ‑sin pasado armado- llegó a la presidencia de la mano del ex grupo guerrillero Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional. Y en Argentina, vinculados a Montoneros como Nilda Garré ‑al mando de las FF.AA.- o Carlos Kunkel (que terminó amigo de Aldo Rico) llegaron al poder», resume Stefanoni.
Un caso más atípico ‑señala Stefanoni- es el del actual vicepresidente boliviano, Alvaro García Linera, quien participó junto al aymara Felipe Quispe en una extemporánea guerrilla indígena en los 90 ‑el Ejército Guerrillero Tupak Katari‑, estuvo cinco años en la cárcel y, al salir, su nuevo rol de analista y sociólogo mediático lo llevó en menos de una década al segundo lugar de mando.
Pero entre los ex guerrilleros notorios no todos son oficialistas en el «giro a la izquierda», subraya el corresponsal de Clarín.
Teodoro Petkoff (77 años) ex guerrillero comunista en los 60, en el Comando de Douglas Bravo, es una figura de la oposición dura a Hugo Chávez, al igual que el ex líder del Movimiento de Izquierda Revolucionaria, Domingo Alberto Rangel.
«Pero es en Nicaragua ‑señala Stefanoni- donde más ex guerrilleros se oponen a un gobierno supuestamente de izquierda: la mayoría de la vieja guardia sandinista ‑como Dora María Téllez, el ex vicepresidente Sergio Ramírez, Ernesto Cardenal y Gioconda Belli- son furibundos «antidanielistas» y dicen que Daniel Ortega y su esposa Rosario Murillo conduce al país hacia una dictadura familiar… como la de Anastasio Somoza».
El emergente «democrático»
«De la revolución armada a la democracia de mercado», podría ser el titulo que sintetice la metamorfosis de los viejos ex guerrilleros convertidos en funcionarios o estadistas del sistema que combatieron en el pasado.
Pero, más allá de las posturas filosóficas para justificar su adscripción al sistema, los viejos ex guerrilleros forman parte de una estrategia imperial que sustituyó el dominio militar (las dictadura) por el dominio civil (los gobiernos de «izquierda» o de «derecha») dentro de una estrategia de «poder blando» vigilado por el «poder duro».
La función más elemental y clave que cumplieron en América Latina ambas estrategias –la «militar» (dura) y la «democrática» (blanda)– consistió en eliminar los dos factores que impedían la «gobernabilidad en paz» del sistema capitalista en la región: la lucha armada, primero, y la resistencia social y sindical, después.
Si se analiza el actual escenario socio-económico y político de América Latina, se pueden verificar cuatro fenómenos emergentes y concatenados:
A) Funcionamiento a pleno de las llamadas «instituciones» con elecciones periódicas y continuidad del sistema de «gobernabilidad democrática».
B) Ausencia total de huelgas generales y de conflictos sociales por reivindicaciones generales de la sociedad (sólo existen conflictos atomizados por reivindicación sectorial), y ausencia de dictaduras militares y de lucha armada (salvo Colombia).
C) Crecimiento constante de ganancias siderales para los bancos y empresas que hegemonizan el control económico-productivo de los países, y crecimiento desmesurado de los activos empresariales y fortunas personales.
D) Crecimiento sostenido y sin interrupción de la llamada «pobreza estructural» (falta de trabajo estable, vivienda y seguridad social) que ya afecta a más de la mitad de la población del continente, cuya mayoría permanece sometida a políticas «asistenciales» y a empleos temporarios y en negro (contratos basura).
En este proceso, de depredación sin limites y con «gobernabilidad» capitalista asegurada, se desarrolla la «segunda oportunidad» de la «vieja izquierda» combativa convertida en gerenciadora de la democracia de mercado.