Durante su reunión en Estambul a principios de este mes, El Banco Mundial hizo público un informe que revela el enorme descenso del nivel de vida experimentado en la ex Unión Soviética y Europa oriental como consecuencia de la crisis económica y financiera mundial.
Con el título de “La crisis mundial afecta a los hogares en la Europa emergente y Asia Central”, habla de “un agudo aumento del paro y de la pobreza” en toda la región.
Philippe Le Houérou, vicepresidente del Banco Mundial para Europa y Asia Central, declaró en una conferencia de prensa en Estambul: “lo que empezó como una crisis financiera se ha convertido en una crisis humana y social. La crisis mundial ha llegado inmediatamente después de las crisis alimentarias y del petróleo, que ya habían debilitado a los pueblos de la región al reducir su poder adquisitivo. Hoy, la creciente pobreza y el desempleo están llevando la miseria a los hogares y provocando que los que ya eran pobres empeoren su situación”.
El informe señala que “la crisis financiera y económica ha devastado literalmente muchas zonas de la Europa emergente y de Asia Central” y prevé para 2009 un 5,6% de reducción del crecimiento económico en la región.
El Banco Mundial calcula que el paro en la zona ha aumentado de 8,3 millones en 2008 a 11,4 millones en 2009 y se ha duplicado en los países bálticos, ha crecido un 60% en Turquía, y un tercio en otros países de la región.
Según Indermit Gill, economista jefe del Banco Mundial para Europa y Asia Central: “En lugar de una disminución de 15 millones de pobres para 2009, ahora prevemos que la pobreza aumentará en otros 15 millones de personas. Gill reconocía que ya había 145 millones de pobres en la región- casi un tercio de la población total. Y señalaba: “Para ellos, la crisis ha hecho más dura aún su existencia. Este otoño, gran parte del mundo ha tenido buenas noticias económicas, pero para los trabajadores de Europa Oriental y Asia Central, y para sus familias, las noticias no son halagüeñas.”
Si bien resaltaron el aumento de la pobreza en la zona, el Informe del Banco Mundial y sus representantes en Estambul ocultaron el papel desempeñado por el propio organismo en la perpetuación de la miseria social.
Muy al contrario, el Banco Mundial propugnó precisamente seguir con las políticas responsables en primer lugar de la creciente miseria de la clase obrera en Europa Oriental. Según Le Houérou, lo prioritario es “sanear el sector bancario…”, “mejorar el clima empresarial para atraer capital privado” y “ conseguir que el gasto público sea más eficaz”.
Gill resaltó que, tras las enormes subvenciones a los bancos, el déficit estatal en la región aumentará desde el 1,5 por ciento del PIB en 2008 al 5,5 por ciento en 2009. Y llegó a señalar que el gasto social supone más de la mitad del gasto público, por lo que, concluyó, que lo fundamental es que los gobiernos “sean más eficaces en la educación, sanidad y seguridad social”. Lo que quiere decir más recortes masivos en un sistema de bienestar social ya raquítico. Las “reformas” necesarias, concluía Gill, “ayudarán al saneamiento fiscal de los gobiernos, a fortalecer la economía, y a una sociedad más justa. Todos los políticos responsables deberían tener en cuenta seriamente estas reformas”.
Las propuestas del Banco Mundial, en lugar de conducir a sociedades “más justas”, sólo servirán para acelerar el enorme crecimiento de las desigualdades sociales y la consecuente pobreza en Europa Oriental y Asia Central. Al concentrarse en las repercusiones de la crisis financiera de 2008, el Informe del Banco Mundial reconoce que un tercio de la población de la zona vive en la pobreza, lo que, veinte años después de la reintroducción del capitalismo en la Unión Soviética y Europa Oriental, constituye una acusación devastadora para el sistema de libre mercado.
Tras el colapso de la Unión Soviética y de sus estalinistas estados satélites, el Banco Mundial, junto a otras instituciones financieras internacionales (IFI, en sus siglas inglesas) y a la Unión Europea, contribuyeron a la aplicación de una “terapia de choque”, diseñada para imponer el mercado libre capitalista lo más rápido posible en los países de Europa Oriental y Rusia. Simultáneamente, el “big bang de la liberalización económica” se produjo en la época en que los bancos de los países capitalistas más avanzados se estaban volcando cada vez más hacia las inversiones especulativas, y de mayor riesgo, para obtener los máximos beneficios.
Las operaciones de los especuladores de Wall Street, y los apetitosos intereses de dos o tres dígitos de los fondos internacionales de inversión, se convirtieron en el modelo de capitalismo de libre mercado implantado en los antiguos países estalinistas. Por indicación del Banco Mundial, del Fondo Monetario Internacional y de la Unión Europea, desaparecieron de la noche a la mañana programas de bienestar social, con larga tradición en esos países, para sustituirlos por “una red de seguridad”, que facilitaba sólo beneficios sociales mínimos con el menor coste.
Al comentar el papel desemeñado por la UE en este proceso, Ivan Krsatev, director del Centre for Liberal Strategies de Sofia, señalaba en 2004: “Resulta impactante ver que cuando la UE apoya proyectos para promover el desarrollo económico más a allá de sus fronteras, exporta una fórmula de ortodoxia neo-liberal que no acepta en su territorio”.
El resultado de estas políticas ha sido unos niveles sin precedentes de desigualdad social y pobreza en toda la región. Mientras la prensa occidental publica un gran número de artículos que, sin la menor crítica, alaban el retorno de las relaciones capitalistas, apenas ha facilitado información sobre las circunstancias sociales que imperan en esos países. Una breve ojeada a algunos de los materiales publicados en los últimos años es suficiente para borrar cualquier euforia sobre los supuestos beneficios de la economía basada en el libre mercado.
La investigadora rusa Olga Kilitsyna, en un estudio publicado unos años antes de la crisis de 2008, ya había subrayado que en relación con la estratificación por ingresos en las economías en transición, Rusia era líder absoluta. “El 10 por ciento de la población rusa más pobre percibe menos del 2 por ciento del total de los ingresos, mientras que el 10% de los más ricos acumula el 40 por ciento”. El informe señala lo siguiente: “Desde el punto de vista de la desigualdad de ingresos, la economía rusa se encuentra más cerca del modelo latinoamericano” y, cuando se trata de la desigualdad social, Rusia va inmediatamente detrás de Brasil, Chile y México.
Kilitsyna subraya que lo excepcional en el desarrollo de la desigualdad social en Rusia es la velocidad a la que se ha producido. En menos de dos décadas, una sociedad en la que el nivel de vida era bajo para la generalidad de la población debido a las desastrosas políticas de las burocracias estalinistas, pero relativamente igualitaria, se había convertido en una de las sociedades más desiguales del planeta.
Los multimillonarios rusos han sufrido bastante tras la crisis financiera, pero la revista Forbes publica que aún así, en 2009, 32 de ellos figuraban entre las 793 personas más ricas del mundo. Esos 32 rusos acumulaban 102,1 mil millones de dólares frente a los 471,4 mil millones de dólares de los 87 rusos más acaudalados en 2008.
La vuelta a las relaciones económicas capitalistas ha producido, asimismo, la aparición de una reducida clase media, especialmente en las principales zonas urbanas. La pobreza, el paro y el subempleo prevalecen, sin embargo, en las grandes metrópolis, y las condiciones de vida en las áreas más remotas del país son consideradas, en general, catastróficas.
A pesar del crecimiento económico de los últimos años, la situación de la economía de Rusia hoy supone alrededor de tres cuartos de lo que era en 1989, antes de la reintroducción del libre mercado capitalista. La bajada del PIB en otros antiguos Estados satélites soviéticos es mucho más dramática. En 2008- antes de la crisis mundial- las economías de Georgia y Moldavia habían disminuido alrededor del 40 por ciento de lo que producían en 1989.
Simultáneamente, el aumento de las desigualdades sociales en Rusia ha producido un enorme coste social. Según el British Medical Journal, el colapso de la Unión Soviética en 1991 ocasionó un gran aumento del índice de mortalidad en Rusia, con los mayores incrementos de muertes por alcoholismo, seguidas por las resultantes de accidentes y violencia.
Según las investigaciones del epidemiólogo Michael Marmot, presentadas en su libro de 2004, The Status Síndrome, la restauración del capitalismo en los años 1990 ha producido una mortalidad de unos cuatro millones de personas.
Antes de la reimplantación del capitalismo, por ejemplo entre 1984 y 1987, la expectativa de vida en Rusia se había elevado de 61,7 a 64,9 años para los hombres, y de 70,0 a 74,3 para las mujeres. Pero entre 1987 y 1994, las expectativas de los rusos disminuyeron hasta sólo 57,6 años y la de las mujeres a 71.
A principios de loa años 1970- el denominado periodo del “estancamiento” comunista- la diferencia de expectativas de vida entre la Unión Soviética y los países más avanzados del occidente capitalista era de 2,5 años. A mediados de los 2000, esta brecha había crecido casi 15 años (Informe de Desarrollo de la ONU de 2007.)
Los autores del mencionado Informe llegaban a la conclusión siguiente: “ la magnitud de las variaciones en los índices de mortalidad y expectativas de vida reflejadas aquí en relación con Rusia, son insólitas en tiempos de paz…”
Todos estos datos reflejan el enorme colapso de los servicios sociales y del nivel de vida, sufridos en los países del antiguo bloque estalinista tras la implantación del libre mercado y de la liberalización económica. En este proceso, debe tenerse en cuenta el papel desempeñado por la antiguas burocracias estalinistas, ya que tuvieron una enorme importancia en facilitar el enorme deterioro social experimentado.
La burocracia soviética dirigida por Mikhail Gorvachev no sólo introdujo las circunstancias políticas para la restauración del capitalismo sino que muchos dirigentes del partido comunista de la Unión Soviética y de todos los países de Europa Oriental se convirtieron en presidentes de empresas capitalistas, bancos y gobiernos, asumiendo un papel directo en la aplicación de la terapia de choque impuesta por el FMI y el Banco Mundial.
Si bien Rusia ha sufrido un enorme aumento de la desigualdad social y su correspondiente crecimiento de la pobreza, la situación en otros países europeos del este es mucho peor. Algo que resulta evidente si echamos una ojeada a la situación actual en Rumania.
Según una encuestas de la agencia europea Eurequal: “Rumania es uno de los países más pobres de Europa y uno de los que ocupan posiciones más bajas en el Human Developmente Index (1). Ni el post-comunismo ni la incorporación a la UE han cambiado su posición”. El informe señala a continuación que: “El post-comunismo (es decir, el capitalismo) ha ocasionado una mayor desigualdad social no sólo en lo relativo a la distribución de los ingresos sino en la existencia de extremas diferencias, por lo que la pobreza es un problema acuciante”.
El análisis de la prensa del país revela la realidad del colapso en los servicios básicos y lo que subyace tras la referencia eufemística al “problema de la pobreza” en Rumanía.
Bajo el titular A Winter of Discontent [Un invierto de descontento], el director del periódico rumano Adevarul escribe lo siguiente: “Veo la televisión. ¡Un desastre! Grabaciones en las escuelas de Brasov, Transilvania: los niños vestidos como si fueran a una batalla con bolas de nieve, tiritando en la escuela que no tiene dinero para la calefacción. ¡Y nadie parece preocuparse! El periodista observa el termómetro que marca 12ºC dentro del aula. Después vemos a una madre preparando la tartera de la comida. Nada de bocadillos para el muchacho, pero ella se preocupa de darle su dosis de Nurofen (según un reciente estudio, la mayoría de los niños rumanos en edad escolar, del grupo de edad comprendido entre los 8 – 9 años, están deprimidos.)
“Nueva toma desde el hospital de Zlatna, también en Transilvania: ni el menor signo de que los radiadores funcionen desde el año pasado. Tóquenlos: están tan fríos como los cadáveres de la morgue. Un paciente todavía vivo se acurruca en posición fetal bajo una pila de mantas. En las salas, la temperatura es sólo dos o tres grados más alta que en el exterior. Una señora, embutida en ropas hasta el punto de parecerse al hombre de Michelin, se queja de que ha venido aquí por una dolencia y se va a marchar con otra…”.
Nota:
(1) N.T.: Índice de Desarrollo Humano de la ONU.
Fuente: http://www.wsws.org/articles/2009/oct2009/east-o24.shtml