Hai­ti, la con­ti­nua­da catás­tro­fe de un pue­blo, por Car­los Iaqui­nan­di Castro

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Fal­ta­ban pocos minu­tos para las cin­co de la tar­de cuan­do el sue­lo en Puer­to Prín­ci­pe, capi­tal hai­tia­na, comen­zó a sacu­dir­se como una gigan­tes­ca alfombra. 
Edi­fi­cios y ende­bles y pre­ca­rias vivien­das caye­ron en medio de gri­tos y expre­sio­nes de angus­tia. Rápi­da­men­te se ins­ta­ló el horror, el mie­do, el des­con­cier­to entre la pobla­ción. El terri­to­rio más empo­bre­ci­do y aban­do­na­do de Amé­ri­ca Lati­na, se con­vir­tió en un gemi­do colec­ti­vo. Una par­te impor­tan­te de sus casi diez millo­nes de habi­tan­tes per­dió sus pocas pertenencias.
Al momen­to de redac­tar esta cró­ni­ca, no se sabe cuan­tos miles de per­so­nas han muer­to bajo los escom­bros o como con­se­cuen­cia de diver­sas heri­das. Todos los gobier­nos, en espe­cial los de los paí­ses desa­rro­lla­dos anun­cian el envío de sus ayu­das. Pero 24 horas des­pués de la tra­ge­dia, los perio­dis­tas que inten­ta­ban cru­zar la fron­te­ra de la isla des­de la Repú­bli­ca Domi­ni­ca­na, rela­ta­ban que los pues­tos per­ma­ne­cían cerra­dos y afir­ma­ban que la capi­tal, situa­da a solo 15 kms del epi­cen­tro del terre­mo­to y sus répli­cas per­ma­ne­cía ais­la­da. La caren­cia de infra­es­truc­tu­ras bási­cas difi­cul­ta­rá y en algu­nos casos hará impo­si­ble que la ayu­da más ele­men­tal lle­gue a quie­nes lo necesitan.
El terre­mo­to regis­tró una mag­ni­tud pre­li­mi­nar de 7 en la esca­la Rit­cher de 1 – 10 y según los pri­me­ros datos de los cien­tí­fi­cos pare­ce haber­se pro­du­ci­do sobre una falla geo­ló­gi­ca en la que una de dos super­fi­cies adya­cen­tes ver­ti­ca­les se des­pla­zó hori­zon­tal­men­te sobre la otra. Cen­tros de estu­dios geo­ló­gi­cos y sís­mi­cos de los Esta­dos Uni­dos indi­can que es el terre­mo­to más fuer­te que ocu­rre en Hai­tí des­de el año 1770.
Pró­lo­go al nue­vo desastre
Nues­tros her­ma­nos hai­tia­nos viven una de las tra­ge­dias más gra­ves de su dolo­ro­sa his­to­ria, ini­cia­da con el colo­nia­je y la explo­ta­ción impues­ta por dos impe­rios, Espa­ña pri­me­ro, Fran­cia después.
Esta últi­ma no per­do­nó la heroi­ca inde­pen­den­cia de la pri­me­ra repú­bli­ca negra en 1804 y apli­có lue­go leo­ni­nas indem­ni­za­cio­nes que Hai­tí debió pagar duran­te casi medio siglo. Los enfren­ta­mien­tos entre los ex escla­vos que resi­dían en las zonas rura­les y la eli­te mula­ta de las zonas urba­nas deri­va­ron en una ines­ta­bi­li­dad per­ma­nen­te.
A los moti­nes y gol­pes pala­cie­gos, le suce­die­ron dos ocu­pa­cio­nes mili­ta­res nor­te­ame­ri­ca­nas para defen­der los intere­ses de sus pro­pias empre­sas y apo­de­rar­se del con­trol adua­ne­ro. Des­pués vino la terri­ble dic­ta­du­ra de Fran­co­is Duva­lier, con el terror coti­diano de su pro­pia mili­cia, los «ton­ton macou­tes», suce­di­do por su hijo que pro­lon­gó el des­po­tis­mo fami­liar (1957−1986). 
En tiem­pos más recien­tes, la frus­tra­da espe­ran­za en Aris­ti­de, el cura ads­crip­to a la teo­lo­gía de la libe­ra­ción que lide­ró un pro­ce­so de cam­bio demo­crá­ti­co, pero que ter­mi­nó acu­sa­do de corrup­ción y auto­ri­ta­ris­mo como sus ante­ce­so­res. Los suce­sos que pre­ce­die­ron a su aban­dono del car­go y del país, die­ron lugar a una inter­ven­ción de fuer­zas de las Nacio­nes Uni­das como «misión de Paz», y el com­pro­mi­so de asis­ten­cia de ayu­da internacional. 
Trans­cu­rri­dos varios años, los bue­nos pro­pó­si­tos han demos­tra­do ser insu­fi­cien­tes. La estruc­tu­ra esta­tal se man­tie­ne bajo míni­mos gra­cias a las apor­ta­cio­nes del exte­rior. La corrup­ción corroe los meca­nis­mos de ayu­da, mien­tras una eli­te pri­vi­le­gia­da y abso­lu­ta­men­te mino­ri­ta­ria con­tro­la eco­nó­mi­ca­men­te el país. El 4 % de su pobla­ción con­tro­la el 64% de su rique­za.
Orga­nis­mos y comi­sio­nes inter­na­cio­na­les se reúnen perió­di­ca­men­te, pero los resul­ta­dos no se corres­pon­den con tan­ta deli­be­ra­ción ni espa­cio mediá­ti­co. La pro­pia fuer­za mili­tar de la ONU ha sido reite­ra­da­men­te acu­sa­da de diver­sos deli­tos, inclu­yen­do des­vío de dine­ro en bene­fi­cio pro­pio, repre­sión indis­cri­mi­na­da o vio­la­cio­nes de muje­res y niños.
Tras la lle­ga­da de los «auxi­lios» de la fuer­za inter­na­cio­nal, el des­em­pleo y la mise­ria siguen aumen­tan­do, al igual que la deu­da exter­na del país. Los esca­sos y últi­mos ser­vi­cios públi­cos se han pri­va­ti­za­do y res­trin­gi­do a quie­nes eco­nó­mi­ca­men­te pue­den acce­der a ellos. Empre­sas extran­je­ras, en espe­cial cana­dien­ses, nor­te­ame­ri­ca­nas, fran­ce­sas o bra­si­le­ñas, explo­tan los recur­sos natu­ra­les.
Dece­nios de polí­ti­cas neo­li­be­ra­les des­tru­ye­ron la capa­ci­dad pro­duc­ti­va nacio­nal. En 1970 Hai­tí pro­du­cía prác­ti­ca­men­te el 90% de su deman­da ali­men­ta­ria, y actual­men­te, impor­ta casi el 55 %. En las últi­mas déca­das, se esti­ma que más de dos millo­nes de hai­tia­nos se radi­ca­ron en el exte­rior, huyen­do de la mise­ria y de la fal­ta de futu­ro. El núme­ro total es impre­ci­so, pero sola­men­te en Esta­dos Uni­dos se cal­cu­la que viven allí un millón y medio de haitianos.
Otro núme­ro impor­tan­te vive y hace los tra­ba­jos más duros en la Rep. Domi­ni­ca­na. El envío de reme­sas de dine­ro a su país ( unos 700 millo­nes de dóla­res ) es la prin­ci­pal entra­da de divi­sas y es la vía de sub­sis­ten­cia de milla­res de familias. 
El perio­dis­ta espa­ñol Vicen­te Rome­ro, que ha esta­do en Hai­tí en varias opor­tu­ni­da­des en los últi­mos años, recor­da­ba hoy que en cada via­je ha encon­tra­do una situa­ción peor que la ante­rior. Se pre­gun­ta­ba que será de los miles de pobla­do­res de Cité Soleil y otros barrios misé­rri­mos que han per­di­do lo poco que tenían. 
Evo­ca­ba zonas devas­ta­das por los 2 hura­ca­nes y 2 tor­men­tas tro­pi­ca­les que azo­ta­ron el país en el 2008. Ya en aquel enton­ces, las ayu­das se demo­ra­ron y los pobla­do­res vaga­ban por las calles des­con­cer­ta­dos, sin rum­bo. Afir­ma Rome­ro que la mejor des­crip­ción de la situa­ción de la gen­te enton­ces, fue­ron las pala­bras del cama­ró­gra­fo de Tele­vi­sión Espa­ño­la que le acom­pa­ña­ba quien tras tomar las últi­mas imá­ge­nes expre­só: » ya pue­do decir a mis hijas como es el infierno y don­de está». El perio­dis­ta redon­deó estos apun­tes indi­can­do que es impo­si­ble que poda­mos ima­gi­nar la dimen­sión de la situa­ción actual, tras la enor­me catás­tro­fe, por más que vea­mos imá­ge­nes o escu­che­mos rela­tos.
Hai­tí tie­ne algo menos de diez millo­nes de habi­tan­tes. De ellos, más de la mitad vive con menos de un dólar dia­rio. Casi un 80 por cien­to de su pobla­ción vive bajo el nivel de pobre­za. El país care­ce prác­ti­ca­men­te de infra­es­truc­tu­ras. Solo 2 de cada 10 habi­tan­tes tie­ne algu­na for­ma de tra­ba­jo remu­ne­ra­do. La ren­ta anual per cápi­ta es de 450 dóla­res (Ban­co Mun­dial, 2005). La super­fi­cie fores­ta­da es de solo un 2%Más del 80 por cien­to de la pobla­ción está des­ocu­pa­da o con tareas ocasionales.
Los pocos tra­ba­jos rela­ti­va­men­te esta­bles son los pues­tos del apa­ra­to esta­tal y los de las explo­ta­cio­nes cafe­ta­le­ras, de man­go y otros cul­ti­vos. Sal­vo edi­fi­cios ofi­cia­les, reli­gio­sos y los de algu­nos gran­des empre­sas o comer­cios, las cons­truc­cio­nes son pre­ca­rias y la mayo­ría de las vivien­das son de cha­pas, made­ras o car­to­nes.
Hace poco más de un año una escue­la se derrum­bó sin terre­mo­to alguno pro­vo­can­do casi un cen­te­nar de muer­tos, la mayo­ría de ellos niños. Ima­gi­ne­mos el efec­to del sis­mo y sus répli­cas. Cuan­do la Natu­ra­le­za gol­pea a la pobre­za, los daños y el dolor se multiplican.
Tres millo­nes de afectados
Los pri­me­ros rela­tos tes­ti­mo­nia­les indi­can que cien­tos de miles de per­so­nas han pasa­do la noche a la intem­pe­rie en el área de la capi­tal; por­que sus casas se derrum­ba­ron total o par­cial­men­te, o por­que temen nue­vas sacudidas. 
Muchos de ellos sufren un shock que prác­ti­ca­men­te los man­tie­ne ausen­tes de la reali­dad. Otros inten­tan orga­ni­zar el res­ca­te de miles de per­so­nas que tie­nen heri­das abier­tas o frac­tu­ras o se encuen­tran atra­pa­dos por escombros.
La capa­ci­dad asis­ten­cial nor­mal­men­te muy redu­ci­da, está total­men­te sobre­pa­sa­da. Res­pon­sa­bles guber­na­men­ta­les han pedi­do que un bar­co hos­pi­tal de gran capa­ci­dad atra­que en Puer­to Prín­ci­pe. El coor­di­na­dor de Médi­cos Sin Fron­te­ra en la capi­tal hai­tia­na Hans van Dillen indi­ca que hay milla­res de per­so­nas heri­das en las calles con trau­ma­tis­mos, que­ma­du­ras o heri­das diver­sas que no pue­den reci­bir asis­ten­cia. Afir­mó que dos de los tres hos­pi­ta­les exis­ten­tes han resul­ta­do muy afec­ta­dos por el terre­mo­to, y aña­dió que las ins­ta­la­cio­nes de esta ONG son de las pocas que se encuen­tran ope­ra­ti­vas. Es urgen­te dis­po­ner de alber­gues pro­vi­sio­na­les, garan­ti­zar el sumi­nis­tro de agua pota­ble y tomar medi­das urgen­tes para pre­ve­nir la pro­pa­ga­ción de enfer­me­da­des e infec­cio­nes. El Comi­té Inter­na­cio­nal de la Cruz Roja esti­ma que los efec­tos del terre­mo­to afec­tan de diver­sas for­mas a unos tres millo­nes de per­so­nas.
El Pala­cio Pre­si­den­cial, una de las cons­truc­cio­nes más nota­bles de la capi­tal se derrum­bó par­cial­men­te; tam­bién que­da­ron des­truí­dos por el sis­mo la Cate­dral y la sede de la Misión de Esta­bi­li­za­ción de las Nacio­nes Unidas. 
Entre las víc­ti­mas reco­no­ci­das, los par­tes ofi­cia­les men­cio­nan al jefe de la misión de la ONU, el tune­cino Hedi Anna­bi y el arzo­bis­po de la capi­tal, Ser­gi Miot. Por su par­te, Bra­sil con­fir­mó la muer­te de la misio­ne­ra Zil­da Arns, de 75 años. Médi­ca pedia­tra de pro­fe­sión, par­ti­ci­pa­ba de un encuen­tro en el que se dis­cu­ti­rían méto­dos para com­ba­tir la des­nu­tri­ción infan­til. Arns, fun­da­do­ra de la Pas­to­ral de niños en Bra­sil, era her­ma­na del arzo­bis­po emé­ri­to de Sao Pau­lo, car­de­nal Pau­lo Eva­ris­to Arns, un reco­no­ci­do defen­sor de los dere­chos huma­nos duran­te la dic­ta­du­ra mili­tar que gober­nó ese país entre 1964 y 1985. 
Tres de los mejo­res hote­les de la capi­tal, se derrum­ba­ron par­cial­men­te. En uno de ellos figu­ra como des­apa­re­ci­da la espo­sa de un gene­ral chi­leno que inte­gra la fuer­za de las Nacio­nes Uni­das en Hai­tí. Pero estos apun­tes se refie­ren a la zona cén­tri­ca de la capi­tal, don­de están las cons­truc­cio­nes más sóli­das y don­de exis­tían algu­nas infra­es­truc­tu­ras pro­pias de una zona urbana.
Pero a cen­te­na­res de metros se extien­den barrios don­de las vivien­das son ele­men­ta­les, pre­ca­rias y se care­ce de los ser­vi­cios bási­cos, como el caso de Cité Soleil. Allí el dra­ma es pavo­ro­so. Prác­ti­ca­men­te nada que­da en pié. La gen­te deam­bu­la con ros­tros de angus­tia o des­con­cier­to entre cuer­pos de muer­tos y heridos.
Hoy Hai­tí vol­vió a las pri­me­ras pla­nas de los dia­rios y a enca­be­zar con sus deso­la­do­ras imá­ge­nes los tele­dia­rios en todo el mun­do. La nue­va catás­tro­fe, el terre­mo­to más devas­ta­dor en 240 años es el tris­te méri­to para esa reaparición. 
Muchos des­cu­bri­rán la reali­dad de aquel país isle­ño, has­ta aho­ra vaga­men­te reco­no­ci­do como un lugar dis­tan­te y exó­ti­co. Si tie­nen inte­rés y un míni­mo de pacien­cia, se aso­ma­rán a su dolo­ro­sa his­to­ria, des­de el par­to como pri­me­ra repú­bli­ca negra del pla­ne­ta, una lucha de los escla­vos que lide­ra­dos por Tous­saint Lou­ver­tu­re derro­ta­ron a Napo­león has­ta nues­tros días.
Ese pue­blo her­mano nece­si­ta hoy la soli­da­ri­dad inter­na­cio­nal, no solo la de los gobier­nos que pron­to olvi­da­rán la tra­ge­dia y muchos incum­pli­rán ‑como tan­tas veces – sus com­pro­mi­sos huma­ni­ta­rios pro­cla­ma­dos, sino la de los pue­blos. Las de todos los que sen­ti­mos ese dolor como pro­pio, como par­te de los que sufre nues­tra Amé­ri­ca Lati­na en bus­ca de un futu­ro mejor. Como escri­bió hace años Noam Chomsky : «En nues­tras vidas el paraí­so encon­tra­do por Colón y que enri­que­ció a Euro­pa pue­de con­ver­tir­se en un desier­to des­pro­vis­to de vida. Nun­ca es tar­de para dete­ner ese des­tino. Si lle­ga a ocu­rrir, los pode­ro­sos no ten­drán nin­gu­na difi­cul­tad en lavar­se las manos de toda res­pon­sa­bi­li­dad; los que se han bene­fi­cia­do de una bue­na edu­ca­ción pue­den escri­bir el guión aho­ra mis­mo. Si lle­ga a ocu­rrir, solo nos podre­mos cul­par a noso­tros mismos».
Car­los Iaqui­nan­di Castro
Redac­ción de SERPAL, Ser­vi­cio de Pren­sa Alternativa.
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