Faltaban pocos minutos para las cinco de la tarde cuando el suelo en Puerto Príncipe, capital haitiana, comenzó a sacudirse como una gigantesca alfombra.
Edificios y endebles y precarias viviendas cayeron en medio de gritos y expresiones de angustia. Rápidamente se instaló el horror, el miedo, el desconcierto entre la población. El territorio más empobrecido y abandonado de América Latina, se convirtió en un gemido colectivo. Una parte importante de sus casi diez millones de habitantes perdió sus pocas pertenencias.
Al momento de redactar esta crónica, no se sabe cuantos miles de personas han muerto bajo los escombros o como consecuencia de diversas heridas. Todos los gobiernos, en especial los de los países desarrollados anuncian el envío de sus ayudas. Pero 24 horas después de la tragedia, los periodistas que intentaban cruzar la frontera de la isla desde la República Dominicana, relataban que los puestos permanecían cerrados y afirmaban que la capital, situada a solo 15 kms del epicentro del terremoto y sus réplicas permanecía aislada. La carencia de infraestructuras básicas dificultará y en algunos casos hará imposible que la ayuda más elemental llegue a quienes lo necesitan.
El terremoto registró una magnitud preliminar de 7 en la escala Ritcher de 1 – 10 y según los primeros datos de los científicos parece haberse producido sobre una falla geológica en la que una de dos superficies adyacentes verticales se desplazó horizontalmente sobre la otra. Centros de estudios geológicos y sísmicos de los Estados Unidos indican que es el terremoto más fuerte que ocurre en Haití desde el año 1770.
Prólogo al nuevo desastre
Nuestros hermanos haitianos viven una de las tragedias más graves de su dolorosa historia, iniciada con el coloniaje y la explotación impuesta por dos imperios, España primero, Francia después.
Esta última no perdonó la heroica independencia de la primera república negra en 1804 y aplicó luego leoninas indemnizaciones que Haití debió pagar durante casi medio siglo. Los enfrentamientos entre los ex esclavos que residían en las zonas rurales y la elite mulata de las zonas urbanas derivaron en una inestabilidad permanente.
A los motines y golpes palaciegos, le sucedieron dos ocupaciones militares norteamericanas para defender los intereses de sus propias empresas y apoderarse del control aduanero. Después vino la terrible dictadura de Francois Duvalier, con el terror cotidiano de su propia milicia, los «tonton macoutes», sucedido por su hijo que prolongó el despotismo familiar (1957−1986).
En tiempos más recientes, la frustrada esperanza en Aristide, el cura adscripto a la teología de la liberación que lideró un proceso de cambio democrático, pero que terminó acusado de corrupción y autoritarismo como sus antecesores. Los sucesos que precedieron a su abandono del cargo y del país, dieron lugar a una intervención de fuerzas de las Naciones Unidas como «misión de Paz», y el compromiso de asistencia de ayuda internacional.
Transcurridos varios años, los buenos propósitos han demostrado ser insuficientes. La estructura estatal se mantiene bajo mínimos gracias a las aportaciones del exterior. La corrupción corroe los mecanismos de ayuda, mientras una elite privilegiada y absolutamente minoritaria controla económicamente el país. El 4 % de su población controla el 64% de su riqueza.
Organismos y comisiones internacionales se reúnen periódicamente, pero los resultados no se corresponden con tanta deliberación ni espacio mediático. La propia fuerza militar de la ONU ha sido reiteradamente acusada de diversos delitos, incluyendo desvío de dinero en beneficio propio, represión indiscriminada o violaciones de mujeres y niños.
Tras la llegada de los «auxilios» de la fuerza internacional, el desempleo y la miseria siguen aumentando, al igual que la deuda externa del país. Los escasos y últimos servicios públicos se han privatizado y restringido a quienes económicamente pueden acceder a ellos. Empresas extranjeras, en especial canadienses, norteamericanas, francesas o brasileñas, explotan los recursos naturales.
Decenios de políticas neoliberales destruyeron la capacidad productiva nacional. En 1970 Haití producía prácticamente el 90% de su demanda alimentaria, y actualmente, importa casi el 55 %. En las últimas décadas, se estima que más de dos millones de haitianos se radicaron en el exterior, huyendo de la miseria y de la falta de futuro. El número total es impreciso, pero solamente en Estados Unidos se calcula que viven allí un millón y medio de haitianos.
Otro número importante vive y hace los trabajos más duros en la Rep. Dominicana. El envío de remesas de dinero a su país ( unos 700 millones de dólares ) es la principal entrada de divisas y es la vía de subsistencia de millares de familias.
El periodista español Vicente Romero, que ha estado en Haití en varias oportunidades en los últimos años, recordaba hoy que en cada viaje ha encontrado una situación peor que la anterior. Se preguntaba que será de los miles de pobladores de Cité Soleil y otros barrios misérrimos que han perdido lo poco que tenían.
Evocaba zonas devastadas por los 2 huracanes y 2 tormentas tropicales que azotaron el país en el 2008. Ya en aquel entonces, las ayudas se demoraron y los pobladores vagaban por las calles desconcertados, sin rumbo. Afirma Romero que la mejor descripción de la situación de la gente entonces, fueron las palabras del camarógrafo de Televisión Española que le acompañaba quien tras tomar las últimas imágenes expresó: » ya puedo decir a mis hijas como es el infierno y donde está». El periodista redondeó estos apuntes indicando que es imposible que podamos imaginar la dimensión de la situación actual, tras la enorme catástrofe, por más que veamos imágenes o escuchemos relatos.
Haití tiene algo menos de diez millones de habitantes. De ellos, más de la mitad vive con menos de un dólar diario. Casi un 80 por ciento de su población vive bajo el nivel de pobreza. El país carece prácticamente de infraestructuras. Solo 2 de cada 10 habitantes tiene alguna forma de trabajo remunerado. La renta anual per cápita es de 450 dólares (Banco Mundial, 2005). La superficie forestada es de solo un 2%. Más del 80 por ciento de la población está desocupada o con tareas ocasionales.
Los pocos trabajos relativamente estables son los puestos del aparato estatal y los de las explotaciones cafetaleras, de mango y otros cultivos. Salvo edificios oficiales, religiosos y los de algunos grandes empresas o comercios, las construcciones son precarias y la mayoría de las viviendas son de chapas, maderas o cartones.
Hace poco más de un año una escuela se derrumbó sin terremoto alguno provocando casi un centenar de muertos, la mayoría de ellos niños. Imaginemos el efecto del sismo y sus réplicas. Cuando la Naturaleza golpea a la pobreza, los daños y el dolor se multiplican.
Tres millones de afectados
Los primeros relatos testimoniales indican que cientos de miles de personas han pasado la noche a la intemperie en el área de la capital; porque sus casas se derrumbaron total o parcialmente, o porque temen nuevas sacudidas.
Muchos de ellos sufren un shock que prácticamente los mantiene ausentes de la realidad. Otros intentan organizar el rescate de miles de personas que tienen heridas abiertas o fracturas o se encuentran atrapados por escombros.
La capacidad asistencial normalmente muy reducida, está totalmente sobrepasada. Responsables gubernamentales han pedido que un barco hospital de gran capacidad atraque en Puerto Príncipe. El coordinador de Médicos Sin Frontera en la capital haitiana Hans van Dillen indica que hay millares de personas heridas en las calles con traumatismos, quemaduras o heridas diversas que no pueden recibir asistencia. Afirmó que dos de los tres hospitales existentes han resultado muy afectados por el terremoto, y añadió que las instalaciones de esta ONG son de las pocas que se encuentran operativas. Es urgente disponer de albergues provisionales, garantizar el suministro de agua potable y tomar medidas urgentes para prevenir la propagación de enfermedades e infecciones. El Comité Internacional de la Cruz Roja estima que los efectos del terremoto afectan de diversas formas a unos tres millones de personas.
El Palacio Presidencial, una de las construcciones más notables de la capital se derrumbó parcialmente; también quedaron destruídos por el sismo la Catedral y la sede de la Misión de Estabilización de las Naciones Unidas.
Entre las víctimas reconocidas, los partes oficiales mencionan al jefe de la misión de la ONU, el tunecino Hedi Annabi y el arzobispo de la capital, Sergi Miot. Por su parte, Brasil confirmó la muerte de la misionera Zilda Arns, de 75 años. Médica pediatra de profesión, participaba de un encuentro en el que se discutirían métodos para combatir la desnutrición infantil. Arns, fundadora de la Pastoral de niños en Brasil, era hermana del arzobispo emérito de Sao Paulo, cardenal Paulo Evaristo Arns, un reconocido defensor de los derechos humanos durante la dictadura militar que gobernó ese país entre 1964 y 1985.
Tres de los mejores hoteles de la capital, se derrumbaron parcialmente. En uno de ellos figura como desaparecida la esposa de un general chileno que integra la fuerza de las Naciones Unidas en Haití. Pero estos apuntes se refieren a la zona céntrica de la capital, donde están las construcciones más sólidas y donde existían algunas infraestructuras propias de una zona urbana.
Pero a centenares de metros se extienden barrios donde las viviendas son elementales, precarias y se carece de los servicios básicos, como el caso de Cité Soleil. Allí el drama es pavoroso. Prácticamente nada queda en pié. La gente deambula con rostros de angustia o desconcierto entre cuerpos de muertos y heridos.
Hoy Haití volvió a las primeras planas de los diarios y a encabezar con sus desoladoras imágenes los telediarios en todo el mundo. La nueva catástrofe, el terremoto más devastador en 240 años es el triste mérito para esa reaparición.
Muchos descubrirán la realidad de aquel país isleño, hasta ahora vagamente reconocido como un lugar distante y exótico. Si tienen interés y un mínimo de paciencia, se asomarán a su dolorosa historia, desde el parto como primera república negra del planeta, una lucha de los esclavos que liderados por Toussaint Louverture derrotaron a Napoleón hasta nuestros días.
Ese pueblo hermano necesita hoy la solidaridad internacional, no solo la de los gobiernos que pronto olvidarán la tragedia y muchos incumplirán ‑como tantas veces – sus compromisos humanitarios proclamados, sino la de los pueblos. Las de todos los que sentimos ese dolor como propio, como parte de los que sufre nuestra América Latina en busca de un futuro mejor. Como escribió hace años Noam Chomsky : «En nuestras vidas el paraíso encontrado por Colón y que enriqueció a Europa puede convertirse en un desierto desprovisto de vida. Nunca es tarde para detener ese destino. Si llega a ocurrir, los poderosos no tendrán ninguna dificultad en lavarse las manos de toda responsabilidad; los que se han beneficiado de una buena educación pueden escribir el guión ahora mismo. Si llega a ocurrir, solo nos podremos culpar a nosotros mismos».
Carlos Iaquinandi Castro
Redacción de SERPAL, Servicio de Prensa Alternativa.