La libertad siempre está antes que la seguridad, salvo que todos nos hayamos vuelto discípulos de Hobbes, el teórico del estado absoluto
Parece ser que el Gobierno de Sarkozy va a presentar un proyecto de ley para prohibir el velo de todo el cuerpo de las mujeres en las calles y lugares públicos. Se prevén multas de hasta 750 euros a quien aparezca en público con su rostro cubierto. El Partido Socialista francés dice oponerse a la burka: una «prisión para mujeres», pero cree que es «contraproducente» prohibirlo legalmente. Todo visto con ojos occidentales. No aprendemos. Nadie se pone en el lugar del otro. Bajo el prisma de poniente es impensable justificar que una mujer musulmana asuma indumentarse voluntariamente la burka (o el burka) sin mediar coerción de su marido que, incluso, «moderno» él, puede que la invite a que abandone esas antiguallas. Haré aquí una digresión para decir que nosotros, tan modernos, o los gobiernos, obligan a la chusma (a Botín lo dudo) a someterse a los escáneres corporales para «desnudar» al personal en aras de la «seguridad» a costa de la libertad, la dignidad y la intimidad.
La República francesa es la cuna de las libertades burguesas cuando la burguesía era revolucionaria y decapitó a un rey por el simple delito de serlo. Francia era una república laica y, por tanto, debe velar por la libertad de conciencia y de culto de cada cual y, en especial, de las minorías. En las escuelas, según las constituciones laicas burguesas que acabaron felizmente con la hegemonía clerical, no se puede permitir que haya ningún simbolismo o iconografía (los musulmanes, por cierto, son aniconistas) religiosa. Pero es justamente en las calles públicas donde no se puede prohibir que cualquier ciudadano muestre cuáles son sus creencias en función de algo tan banal como la vestimenta que porte. Ni provocan, ni alardean ni se exhiben. Es pura democracia burguesa que, ya se ve, no tolera ni estas inocuas manifestaciones identitarias que quieren relegar al ámbito de lo privado. Los románticos franceses del siglo XIX se dejaban largas melenas para distinguirse, para afirmarse,eso sí, contra algo o alguien (la burguesía parvenu). Un musulmán no hace esto, sólo pide que le respeten. El choque de civilizaciones del fascista S. Huntington es un invento occidental (como el sida o el cambio climático o las pandemias) de carácter beligerante.
Es lugar común decir que las minorías deben adaptarse a las mayorías del país que los acoge. Esto, en principio, queda al criterio de esas minorías, pero lo democrático es justo lo contrario: aceptar que hay gente distinta y respetarlo. Distinta cosa es que se les obligue a delinquir y eso sea caldo de cultivo para la demagogia y la xenofobia. También circula la peregrina y muy miserable idea de que bajo la burka sabe dios si no se oculta un «terrorista». No. La libertad siempre está antes que la seguridad, salvo que todos nos hayamos vuelto discípulos de Hobbes, el teórico del estado absoluto.
Tiene coña que yo, marxista y ateo, tenga que recordar estas elementales libertades burguesas. Yo no estoy con la burka ni con los talibanes que destrozaban esculturas de Buda. La libertad de cultos es un axioma burgués. La libertad de crítica de las religiones, como supersticiones y supercherías, es un principio marxista. Pero, de todos modos, me lo haré mirar.