La sustitución del feudalismo por el capitalismo fue un largo proceso histórico, lleno de avances y retrocesos, de revoluciones y contrarrevoluciones, en una prolongada batalla de siglos. Al fin y al cabo, todo nuevo sistema social nace entre los dolores de un crítico parto, en una feroz lucha entre la vieja sociedad que se resiste a desaparecer y la nueva que aún no termina de imponerse del todo.
De la misma forma, el paso del capitalismo al socialismo es un proceso complejo, con altibajos y dificultades. Pero, a la vez, es una tarea histórica a la orden del día desde que el capitalismo se convirtió en sistema universal y entró en su fase postrera, el imperialismo, tal y como se constató desde 1917. Como revolucionarios, nuestro deber inexcusable es tratar de que el alumbramiento de la nueva sociedad se prolongue lo menos posible, haciendo más corta la era de la explotación y del sufrimiento humanos.
Sin embargo, nuestras vidas son relativamente cortas. Y muchas veces las inmensas dificultades, la terrible desigualdad de fuerzas, la humana impaciencia y hasta la desesperación, nos llevan a perder de vista la tendencia general, los grandes cambios que anuncian el final del capitalismo imperialista.
Una mirada objetiva al mundo actual nos revela que la primera gran potencia imperialista, Estados Unidos, presenta ya claros síntomas de decadencia y de pérdida de influencia. Esta superpotencia comienza el siglo XXI atrapada en las guerras de Afganistán e Irak, un auténtico atolladero de solución prácticamente imposible. Y la recesión económica internacional es, para la inmensa mayoría de los países y pueblos del mundo, la “recesión de EEUU”.
Los propios imperialistas norteamericanos son conscientes de esto. De hecho, el Comité Nacional de Inteligencia estadounidense publicó hace poco un informe de evaluación estratégica señalando que “EEUU verá debilitado en gran medida su predominio mundial antes de 2025. En el campo de las fuerzas armadas, en el que ahora goza de superioridad, verá también disminuir su importancia.”
Esto no quiere decir que Estados Unidos no vaya a seguir siendo, durante un largo período de tiempo, la mayor potencia mundial en todos los terrenos. Pero el peso que representa la economía norteamericana en el volumen total de la economía mundial se está reduciendo progresivamente, a la vez que el dólar tiene cada vez más problemas para mantener su hegemonía. Y esto conlleva, a su vez, al debilitamiento de la influencia de EEUU en los asuntos mundiales.
Por otra parte, está modificándose la correlación de fuerzas entre los países ricos y los países pobres. Durante mucho tiempo las potencias imperialistas (EEUU, Europa, Japón, Canadá…) han dominado de forma absoluta en el orden político y económico del planeta.
Sin embargo, en los últimos años, y fruto precisamente de la globalización económica del imperialismo, unos cuantos países en vías de desarrollo tratan de establecer políticas de regulación económica que no copian mecánicamente el modelo económico de los países imperialistas occidentales. Se trata de una treintena de “países emergentes”, encabezados por China, India y Brasil, que han logrado desarrollar su economía a ritmo relativamente acelerado.
Los “países emergentes” han acortado las diferencias con el poderío económico de los países imperialistas hasta el punto de que, en los últimos diez años, su desarrollo económico supera en más del doble al de los países capitalistas industrializados. Y ello en plena crisis financiera global.
Estos países toman cada vez mayor conciencia de su propia potencialidad y de la importancia de su unidad para fortalecerse. Asistimos así al surgimiento de distintas organizaciones regionales, que juegan un papel cada vez más importante en la escena mundial y aumentan la capacidad de mantener cierta independencia frente a las potencias imperialistas.
Estos cambios en la correlación de fuerzas a escala internacional ‑ámbito en el que unos pocos países imperialistas habían hecho y deshecho hasta ahora a su antojo- ha provocado que cada vez sean más los que exigen reformas. Y la recesión imperialista ha impulsado la sustitución del G‑7 y del G‑8 por el G‑20.
A pesar de que todavía el poderío económico de los países en vías de desarrollo es inferior al de las potencias imperialistas, la comparación de fuerzas entre unos y otros está experimentando un cambio cualitativo a largo plazo.
De hecho, la magnitud de la confrontación entre fuerzas imperialistas y fuerzas antiimperialistas ha subido a una escala nunca vista. Las contradicciones entre los países en vías de desarrollo y los países imperialistas por mantener o reformar el actual orden político y económico se han convertido en las principales del mundo contemporáneo. El reciente enfrentamiento en la cumbre del clima en Copenhague es una clara manifestación de esta lucha.
Desde luego, EEUU y las demás potencias imperialistas seguirán recurriendo a todos los medios, incluidos los financieros y los militares, para impedir el ascenso de nuevos países emergentes y tratar de mantener su dominio. Pero una cosa es lo que quieran, y otra es lo que puedan.
Dice una maldición china “ojalá vivas tiempos interesantes”. Para las mujeres y los hombres del futuro, sin duda, estos serán los tiempos que marcarán en sus libros de historia el inicio del final del capitalismo y del imperialismo. Para nosotros, que los vivimos y los sufrimos como proletarios, no tienen nada de míticos o “interesantes”.
Pero siempre tenemos la opción de padecerlos resignados, como meros objetos zarandeados por el temporal de la historia, o vivirlos como sujetos y protagonistas de esta colosal lucha entre el pasado y el futuro de la humanidad.