El españolismo intolerante aún no consigue encajar lo sucedido el 2 de enero. El vasquismo claudicante intenta ensombrecer el esplendor de aquella tarde-noche invernal. Los familiares tuvieron el protagonismo que se merecían
El nuevo año pudo haber arrancado con el mismo guión de otras muchas y nefastas jornadas: prohibición de la convocatoria de Etxerat, disolución de la confluencia sociopolítica que la respaldaba, reafirmación de los más tenaces en el derecho de manifestación, represión implacable por parte de los más violentos, reacciones airadas de los siempre masacrados… El Estado hizo todo lo que estuvo de su parte para que así ocurriera. La Audiencia Nacional prohibió una marcha largamente anunciada y ampliamente esperada: los medios deformativos airearon la oportunidad de la medida y la perfidia de los convocantes; cuantas policías campean por estas tierras aprestaron sus aparejos para retener autobuses y apalear manifestantes…
En esta ocasión, por fortuna, el viejo guión se trastocó. Cinco fuerzas políticas se lanzaron a la arena. Habían considerado legítima la reivindicación de Etxerat ‑que previamente secundaban- y creyeron necesario mantenerla cuando Madrid amordazó a los familiares. ¿Desafío al Estado o solidaridad consecuente? Aunque España lo tergiverse y a nosotros nos sorprenda por infrecuente, sigue teniendo sentido el compañerismo que tantas veces evocamos cantando: «lepoan hartu ta segi aurrera». La ejemplar reacción de los cinco nuevos convocantes produjo sentimientos dispares. La nutrida e intolerante colonia española afincada en Euskal Herria bramó y, como suele hacer siempre que se ve desbordada por la dinámica de este pueblo, apeló a sus «primos» para que le sacaran las castañas del fuego. El PNV, fiel colaborador de Rubalcaba en palabras del propio ministro, actuó en consecuencia. Dejó caer algún comentario que sintonizaba con la mayoría social vasca pero su vergonzosa ausencia volvía a ser otro cheque en blanco a la política de dispersión; una de cal y otra de arena con la que los jelkides siguen cubriendo las espaldas del ministro; estrategia de camanduleo y cambalache que tantos réditos les dio en otros tiempos y que tanto desgaste les está ocasionando en los presentes. La mayoría sindical vasca, desbordando de nuevo y por la izquierda a la derecha colaboracionista, respaldó a los cinco convocantes. Una gran masa social de nuestro pueblo experimentó una intensa alegría cuando supo de la nueva convocatoria. Minimizando resquemores, premió con su reconocimiento a las cinco siglas que, aparcando discrepancias, abrían un inesperado y convergente cauce de participación.
Como era de esperar, el 2 de enero fue un día intenso. Casi 45.000 personas arroparon a los presos vascos y acompañaron a quienes tuvieron la audacia de encabezar la segunda convocatoria. Pocas horas y muchas ganas fueron suficientes para provocar aquella avalancha integradora. El españolismo intolerante aún no consigue encajar lo sucedido. El vasquismo claudicante intenta ensombrecer el esplendor de aquella tarde-noche invernal. Los familiares tuvieron el protagonismo que se merecían. Y la mayoría social no podía ni quería disimular su alegría: en los albores del nuevo año, había sido capaz de tomar la iniciativa.