Escribo estas líneas en la madrugada, en medio de una noche de insomnio, la cual he pasado llorando y reflexionando, al igual que las anteriores, después de la masacre de las 28 personas, la noche del sábado pasado en la Colonia Villas de Salvárcar, la mayoría jóvenes estudiantes, varios de los cuales todavía se debaten entre la vida y la muerte.
Ayer un día dedicado a actividades de la emergencia en que nos encontramos me dejó con muchos sentimientos y sucesos que procesar: por la mañana un grupo de organizaciones y académicos intentábamos dar cuenta a funcionarios de la SEDESOL de la tragedia que vivimos, con la presencia de Clara Jusidman, solidaria incansable de la causa de Juárez. Después de allí, la misa y un acto cargado de dolor y solidaridad, con los cuerpos de 3 de los jóvenes asesinados en el CBTIS 128, donde apoyamos el desarrollo del Programa ConstruyeT, por lo tanto, un lugar familiar, con cuyos directivos, docentes y jóvenes hemos venido compartiendo reflexiones, preocupaciones y búsquedas en el último tiempo.
Por la mañana, se vertían datos e historias para intentar dar cuenta de la magnitud de la tragedia. Las dos vertientes que destacan: la crisis económica, con sus secuelas de pobreza y la inseguridad y el horror cotidiano, ambas retroalimentándose y produciendo estragos en la vida de las y los juarenses.
Juárez se nos cae a pedazos. Algunos de los datos, según estudios recientes del IMIP y COLEF eran: 116,000 viviendas vacías (la cuarta parte de las de la ciudad), se calcula que (entre 2008 y 2009) alrededor de 100,000 juarenses se han ido a vivir a El Paso, Tx. (principalmente los de mayores ingresos económicos), muchos otros han regresado a sus lugares de origen o se han ido a otras ciudades de México. Sólo en la Industria Maquiladora se han perdido más de 80,000 empleos en estos dos años, producto de la recesión estadounidense; de las que quedan, el 20% se encuentra en “paro técnico”, es decir, con contratos firmados con los trabajadores para solo trabajar 3 días o descansar periodos de varias semanas sin pago; 10,000 pequeñas y medianas empresas han cerrado, producto de la extorsión y las amenazas; más de 600,000 juarenses están hoy en situación de pobreza. Se señalaba que para el Censo de 2010, por primera vez en la historia de Ciudad Juárez, tradicional receptora de migrantes, se espera un decrecimiento significativo de la población. La ciudad que llegó a ser mostrada al mundo como el modelo de pleno empleo (precario, por supuesto) y que tuvo un crecimiento que duplicaba o triplicaba la media nacional durante décadas hoy se encuentra en la peor crisis de su historia, donde su viabilidad está en duda. Se hablaba de la cancelación del espacio público, de alrededor de 7000 huérfanos y de las viudas de esta guerra, de la soledad con que se vive el horror, de la destrucción de las familias, de las úlceras en niños pequeños y personas que han sido atendidas con inflamación cerebral, producto del estrés extremo, pero sobre todo se hablaba del miedo, un sentimiento permanente en la población juarense.
Por la tarde los maestros (a esos que los medios en su afán sensacionalista tacharon de “insensibles”) organizaban un emotivo acto en la escuela en honor de Brenda, Rodrigo y Juan Carlos. Ella, promotora incansable de la ecología, una joven a quien, decía la Maestra Montaño, recordaremos sembrando flores en nuestra escuela. El entrenador del equipo de futbol americano describía a Rodrigo y Juan Carlos como de los mejores atletas que había tenido la escuela. Jóvenes, vestidos con el uniforme del equipo, lloraban a los lados de los cuerpos, echando porras y brindando aplausos y cargaron los féretros por todo el campo de la escuela. La maestra Norma, directora y el Inge Carlos, subdirector, con gran tacto y delicadeza, daban el pésame a las familias, hablando de que siempre iban a estar en la memoria de la escuela. Emilio, el coordinador de deportes del plantel, les entregaba las camisetas, cuyos números serán retirados del equipo y dos balones, con las firmas de todos los jugadores a los padres de los jóvenes, que emocionados agradecieron tanto amor y muestras de solidaridad. Al final, todos llorábamos y nos abrazábamos.
Llevamos dos años con miles de soldados y policías en la calle, soportando retenes y abusos y la pregunta que nos hacemos muchos es ¿a quien combaten?, porque hasta ahora no los hemos visto en ninguna acción contra narcotraficantes y como decía alguien: se han vuelto especialistas en la escena del crimen, a la que procuran llegar un buen rato después, para asegurarse que los asesinos se han ido.
A ratos no sé que nos duele más a los juarenses: si la muerte, que se ha vuelto una realidad cotidiana, la indiferencia hacia el dolor de las víctimas y sus familias (como el caso de la niña que fue atropellada por una camioneta del ejército, perdió una pierna y ahora el hospital quiere quitarle la casa a la familia, porque debe cien mil pesos; el padre desesperado dice que en la SEDENA no le quieren pagar y ya los soldados ni lo dejan entrar); el discurso de las autoridades, que siempre afirman que los asesinados eran narcotraficantes, lo que lastima doblemente a las familias; los espectaculares por toda la ciudad: “Policía municipal lista”, “Subprocuraduría de Justicia: metas ¡rebasadas!”, “El Ejército y la Policía Federal vienen a salvar a Ciudad Juárez”; el cinismo y la trivialidad de los funcionarios y la clase política de los tres niveles de gobierno, como si nada hubiera pasado o la manera como los funcionarios federales con los que hemos intentado generar interlocución distintos sectores de la sociedad para buscar una salida nos ven y nos tratan a los juarenses, con una actitud cargada de indiferencia y descalificación, sin asumirse como hombres de Estado, como si la responsabilidad del país no estuviera en sus manos. Las precampañas ya se encuentran en marcha y pronto las campañas, con los mismos de siempre, como si nada hubiera pasado. El Director de Seguridad Pública Estatal acaba de renunciar, pero no por vergüenza ante los miles de asesinatos, sino ¡Para buscar la Presidencia Municipal de Ciudad Juárez!
Dentro del dolor, encontramos también muchas acciones de solidaridad entre los jóvenes, en las comunidades, en las organizaciones de la sociedad civil, en la ciudadanía, llenas de significado, que sería importante recoger y narrar al mundo, pero la profundidad de la crisis tiene un tiempo reversible: hay hambre, hay muerte, hay dolor, el imaginario colectivo se desvanece; ayer narraba una maestra que un grupo de jóvenes de bachillerato le comentaba con preocupación: “¿qué va a pasar con las niñas y niños, al menos nosotros pudimos tener una infancia, aunque ahora no podamos salir a divertirnos, pero ellos que sólo han vivido esto?”. En mayo pasado, cuando asesinaron a su padre, mi hijo me lanzó la pregunta “¿Mamá y no nos vamos a ir a otra ciudad?” Yo le contesté que era importante quedarnos para luchar por que las cosas cambiaran en nuestra ciudad. Hoy siento que el tiempo y las fuerzas se nos agotan y Ciudad Juárez se nos muere de tristeza.
Tere Almada
Febrero 2010