¿Gran Salto Atrás o tormenta en una taza de té? Las relaciones entre EEUU y China han pasado en pocas semanas de lo que parecía una luna de miel a convertirse de repente en otra de hiel. La visita de Obama en noviembre a China culminaba el acercamiento propiciado desde febrero de 2009, al poco de tomar posesión, cuando la secretaria de Estado Hillary Clinton anticipaba en Beijing el deseo de elevar las relaciones bilaterales a una nueva fase. La inauguración del diálogo económico y estratégico, la reanudación de los contactos militares, la moderación expresada por Washington durante los graves incidentes de Xinjiang en julio y también respecto a la apreciación del yuan, o la atención a la baja en materia de derechos humanos, parecían indicar la existencia de un nuevo punto de encuentro y también de partida para la articulación de sus relaciones basado en una agenda diferente en la cual perdían peso algunos de los asuntos más conflictivos o se enfatizaba un tono más dialogante para otras controversias..
La crisis económica había aupado a China, antes de lo previsto, al grupo de países centrales del sistema internacional. Obama lo reconocía dejando en el aire una cierta sensación de claudicación. En paralelo, el Japón de Hatoyama daba alas a una Comunidad del Este Asiático en cuya propuesta descartaba la presencia de EEUU. Y en el sudeste asiático, la creación de la zona de libre comercio entre China y los países de la ANSEA amenazaba con dificultar la recuperación de la tradicional influencia de EEUU, también mermada en los últimos años. Hillary Clinton definió entonces como la mayor prioridad estratégica de su departamento el regreso a Asia-Pacífico, donde se decide hoy día la supremacía mundial.
Todo pareció cambiar en Copenhague, al evidenciarse con claridad humillante el nuevo papel de China frente a EEUU y su indisponibilidad para congraciarse con los países más desarrollados de Occidente plegándose a sus requerimientos. Esa pérdida de liderazgo se evidenció de nuevo cuando los servicios de emergencia de China llegaban a Haití dos horas antes que los enviados por Washington, a pesar de su clamorosa proximidad a Puerto Príncipe. Por otra parte, a nivel interno, las expectativas de Obama ante la derrota sufrida en Massachussets y el reto de las elecciones de mitad de mandato probablemente también han influido en un cambio de rumbo presidido por la recuperación de la agenda y la actitud tradicional en las relaciones bilaterales.
La caja de los truenos incluye la polémica por el plante de Google, la venta de armas a Taiwán, las críticas por la manipulación del yuan, la recepción al Dalai Lama, la adopción de medidas proteccionistas en diversos rubros, etc., generando tensiones en el orden comercial, político y estratégico y retrocediendo en su entendimiento a la época de Bush. China no se ha amilanado y, al contrario, ha respondido al desafío planteado por la Casa Blanca con airadas críticas, desmentidos, suspensión del diálogo en materia de defensa, amenaza de sanción a las empresas implicadas en las ventas a Taiwán, entre otras acciones. A medida que se afianza su poder también crece su firmeza a la hora de defender sus puntos de vista.
En el tira y afloja entre EEUU y China existen factores coyunturales relacionados con la crisis financiera y los encontrados intereses económicos y comerciales de ambas partes. Pero también está muy presente un pulso de carácter estratégico, que obedece al desacuerdo manifestado en noviembre, cuando las autoridades orientales desoyeron la petición de Obama de conformar una alianza o G‑2 capaz de ofrecer respuestas comunes a los grandes desafíos globales acercando sus respectivas identidades y planteamientos. China no ha dado garantías a EEUU de que el incremento de su influencia mundial no va a ir en menoscabo de la hoy detentada por la única superpotencia, lo cual sugiere la prolongación de las tensiones bilaterales por largo tiempo.
No quiere ello decir que nos hallemos en los prolegómenos de una nueva guerra fría. La interdependencia entre ambos países es demasiado grande y a ambos les exige encontrar fórmulas de entendimiento en numerosos temas, pero en los grandes asuntos es más probable la afirmación de las diferencias en tanto China no acepte entrar en el juego estadounidense y con sus reglas e insista en conducirse rechazando las exigencias occidentales sobre sus valores y sistema.
China soportará cuanto sea necesario para afirmarse en el escenario global como un poder autónomo, circunstancia que no es del agrado de Washington. Para debilitar a Beijing, a sabiendas de que sus intereses centrales radican en la integridad territorial, la estabilidad o el régimen político, no dudará en gesticular cuanto pueda para erosionar su poder. Pero no es probable que China claudique, optando por blindar el régimen echando mano del sueño nacionalista que le abre las puertas del fin de la decadencia provocada en buena medida por la agresión occidental hace siglo y medio. Cuanta más presión, más alta tenderá a ser la muralla, pudiendo disimular con ella sus mayores vulnerabilidades internas, las de origen socio-político y económico.
La pugna de intereses entre ambos países irá en aumento a lo largo de 2010, que promete ser otro año especialmente difícil para China.
Xulio Ríos es director del Observatorio de la Política China (www.politica-china.org)