Incluso si procedes de cunas humildes, tus padres no entenderían que defiendas su clase después de los sacrificios que han hecho para que estudies, prosperes y «progreses»
Recién le escribía a un amigo que, en la sociedad dividida en clases, los comunistas de extracción social burguesa son traidores a su propia clase. No puede ser, no se entiende, que, proviniendo de un estrato social cómodo, muelle y descomplicado, te «compliques» la vida defendiendo a la clase obrera. En lugar de reproducir la clase dominante y su ideología aprovechando la oportunidad y el privilegio de estudiar una carrera en, pongamos, la Universidad de Deusto, sucede que cursas esa carrera, digamos Derecho, y pones todos tus conocimientos y talento, mucho o poco, al servicio de los explotados por el capital. Y ello por convencimiento. Y a sabiendas de que te apuntas a los «perdedores». A esto es a lo que llamo una «traición» objetiva a la clase que te amamantó.
También se llama «desclasamiento» de arriba abajo, es decir, que pudiendo vivir como un dilecto burgués dizque probo ciudadano y ser un «buen hombre» ‑el obrero también lo sería a condición de que esté amaestrado, o sea, de que sea un animal‑, te perjudicas a ti mismo posicionándote con el enemigo de clase (en la lucha de clases). Algo ‑para la burguesía- incomprensible. Incluso si procedes de cunas humildes, tus padres no entenderían que defiendas su clase después de los sacrificios que han hecho para que estudies, prosperes y «progreses». En países anglosajones y calvinistas ‑incluido este pueblo vasco, que es calvinista- esto se entiende mejor.
Leo en GARA (26−01−10) el corrosivo billete de Maite Soroa acerca de lo que escribe Pedro J. Ramírez en su homilía dominical en «El Mundo», periódico de derechas, sobre el usurpador ‑Ibarretxe sería Hamlet- Patxi López que llegó a la Lehendakaritza mediante un 18 Brumario como sabe cualquiera que no sea un lerdo o un «profesional» que vive de esto (de la «política») para no hincarla. En su homilética entrega, Pedro Jota, ese caudillo civil, llama al paladín López «Patxi Nuestro» (que estás en los cielos, o sea, español sin ambages ni anfibologías) y, transido de buenismo, quizá transverberado en un vivo sin vivir en mí, arrebolado, se le antoja que López es un personaje sacado de una película del almibarado con sobredosis amerengadas Frank Capra.
Y luego, este aficionado a los corpiños (un golpe bajo, sí, pero así somos los periodistas, unos hijos de puta), endiosa a nuestro héroe (como si fuera Facundo Perezagua, que ni sabrá quién era) con estas impagables palabras: «el hijo de un trabajador manual de Portugalete» (aunque creo que era de Sestao). Luego añade el scherzzo y la coda: «Está (López) decidido a ejercer de presidente de todos los vascos de buena voluntad». Pedro Jota en el púlpito con sobrepelliz y con admoniciones savonarólicas administrando sacramentos, bulas y excomuniones más a siniestro que a diestro.
Lo que tengo en común con López, aparte de ser de Ezkerraldea y ambiente obrero, es la traición. Si yo renegué, me desclasé y traicioné mis orígenes burgueses para, en mi medida, destruir el Estado burgués, él, que viene de la clase obrera, también ha traicionado a su clase: de defender los intereses de los trabajadores a ser un lacayo más del capital, bien pagado, eso sí. Nada, chaval, a triunfar, que son dos días.