¿A dón­de se han ido todas las muje­res (y hom­bres) por CSCA

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Estas refle­xio­nes fue­ron exten­sa­men­te rela­ta­das en enero y febre­ro del 2001, cuan­do la fase ini­cial de la segun­da inti­fa­da pales­ti­na, carac­te­ri­za­da por una gran can­ti­dad de mani­fes­tan­tes no arma­dos pales­ti­nos, mayo­ri­ta­ria­men­te hom­bres y niños, enfren­ta­dos a sol­da­dos israe­lís y tan­ques en los pun­tos de con­trol que bor­dean y encie­rran a las ciu­da­des pales­ti­nas, lle­ga­ba a su fin. Los auto­res no afir­man espe­cial pre­vi­sión en la pre­dic­ción del cam­bio hacia el incre­men­to del mili­ta­ris­mo en el siguien­te epi­so­dio de la inti­fa­da; las con­se­cuen­cias de la exce­si­vas e ile­ga­les accio­nes mili­ta­res de Israel con­tra los civi­les pales­ti­nos y sus vidas, no obs­tan­te, resi­den más allá de los lími­tes de la predicción.
A pesar de la ausen­cia vir­tual de enfren­ta­mien­tos en los pun­tos de con­trol, en 2002 los niños pales­ti­nos siguen sien­do ase­si­na­dos en tér­mi­nos de “daños cola­te­ra­les” en vez de como mani­fes­tan­tes. La re-ocu­pa­ción de las ciu­da­des de Cis­jor­da­nia por Israel tra­je­ron un dra­má­ti­co aumen­to en el sufri­mien­to pales­tino. Sin embar­go, son los fallos encu­bier­tos seña­la­dos en este artícu­lo ‑en polí­ti­cas y en la pro­tec­ción de la pobla­ción civil pales­ti­na- los que nece­si­tan ser tra­ta­dos si la vio­len­cia cesa. La urgen­cia de sal­var vidas y crear paz y jus­ti­cia dan fe, en vez de dis­mi­nuir, de la rele­van­cia de com­pren­der los múl­ti­ples efec­tos de la inti­fa­da en los mode­los de con­duc­ta según géne­ro y res­pon­sa­bi­li­da­des de las muje­res, hom­bres y niños pales­ti­nos pues­to que es en sus vidas, rela­cio­nes, vio­len­cia, acti­vi­da­des dia­rias e inter­ac­ción, que los efec­tos de la resis­ten­cia, la repre­sión, el mili­ta­ris­mo y las “polí­ti­cas” están ins­cri­tas. Estos efec­tos per­du­ra­rán más allá de los dra­má­ti­cos even­tos del pre­sen­te, dán­do­le for­ma a la socie­dad pales­ti­na y a las rela­cio­nes de géne­ro entre ellas.

A lo lar­go de dos meses des­pués de la segun­da inti­fa­da pales­ti­na con­tra la ocu­pa­ción israe­lí sur­gi­da el 28 de sep­tiem­bre del 2000, el Jefe de Per­so­nal israe­lí dio una orden inusual inclu­so para la lógi­ca mili­tar de fuer­za exce­si­va que dic­tó la res­pues­ta israe­lí a la rebe­lión pales­ti­na. La orden prohi­bía “ via­jar por las carre­te­ras del West Bank a hom­bres pales­ti­nos en vehícu­los pri­va­dos.”. (Harel and Hass,2000, 3) Los sol­da­dos deben devol­ver esos coches de “ocu­pa­ción sólo mas­cu­li­na” a sus pue­blos o ciu­da­des de ori­gen; sólo si una mujer pasa­je­ra estu­vie­ra pre­sen­te se per­mi­ti­ría el via­je. Ésta orden con­cre­ta fue rela­ti­va­men­te de cor­ta dura­ción, aun­que fue segui­da de muchas varian­tes: en el pun­to de con­trol cer­ca de Khan Yunis en Gaza, por ejem­plo, los sol­da­dos israe­lís tenían orde­nes per­ma­nen­tes de abrir fue­go con­tra coches con­du­ci­dos por un sólo hom­bre, cau­san­do un bre­ve, aun­que arries­ga­do, nego­cio entre los niños pobres de Gaza quie­nes se alqui­la­ban ellos mis­mos como “ escu­dos huma­nos” duran­te el cru­ce del pues­to de con­trol. ( Stee­le, 6 de agos­to del 2002,2)

Estas orde­nes, y los regí­me­nes espa­cia­les de dis­cri­mi­na­ción que obli­gan a cum­plir, son qui­zás los pri­me­ros de todos los ejem­plos de apartheid, lógi­cos del perio­do de Oslo, ambos en la apli­ca­ción de los tra­ta­dos pro­vi­sio­na­les israe­líes, pero tam­bién, podría­mos decir, incrus­ta­dos en los mis­mos tra­ta­dos. En el cora­zón de estos tra­ta­dos pro­vi­sio­na­les hay una eva­sión del dis­cur­so de los dere­chos por una serie de arre­glos basa­dos, no en la igual­dad, sino en la dife­ren­cia, dis­cri­mi­na­ción y des­igual­dad en la dis­tri­bu­ción de recur­sos. Estos arre­glos des­igua­les inclu­yen la divi­sión del terri­to­rio pales­tino en áreas no con­ti­guas, la con­ti­nua ocu­pa­ción mili­tar israe­lí y el con­trol en las fron­te­ras y en una mayo­ría del terri­to­rio pales­tino, la con­ti­nua pre­sen­cia y expan­sión de los asen­ta­mien­tos israe­líes, y los pode­res no sobe­ra­nos y limi­ta­dos de las Auto­ri­da­des Pales­ti­nas. Mien­tras que los líde­res pales­ti­nos creían que estas dis­po­si­cio­nes eran tem­po­ra­les ‑para ser rec­ti­fi­ca­das por pos­tu­ras prin­ci­pa­les hacia el final de las nego­cia­cio­nes- sus efec­tos, inclu­yen­do la casi dobla­da pobla­ción de los asen­ta­mien­tos israe­líes en los años de Oslo (1993-pre­sen­te), están ambas gra­ba­das en el pai­sa­je polí­ti­co y físi­co y todo cla­ra­men­te visi­ble en la explo­sión de la segun­da inti­fa­da. Qui­zás menos visi­ble, pero tam­bién impor­tan­te, es como estas des­igual­da­des entre Israel y los pales­ti­nos, con­di­cio­na­ron la rela­ción entre los pales­ti­nos, en par­ti­cu­lar entre el esta­do emer­gen­te y sus “ ciu­da­da­nos”. (ver Ham­ma­mi and Johnson,1999). Aquí, los pro­ble­mas de géne­ro son un buen ejem­plo. Por ejem­plo, el Womens Char­ter de 1994 emi­ti­do por el movi­mien­to de muje­res pales­ti­nas cuan­do el perio­do de tran­si­ción comen­zó, reafir­mó una línea de dere­chos para la mujer ‑como liber­tad de movi­mien­to y el dere­cho a la ple­na nacio­na­li­dad- que fue­ron de hecho dene­ga­dos a toda la población.

Apartheid y género 

La lógi­ca del apartheid encuen­tra una de sus expre­sio­nes en el géne­ro. En la orden cita­da arri­ba prohi­bien­do el via­je de hom­bres sin acom­pa­ñan­tes, el géne­ro es cla­ra­men­te un prin­ci­pio orga­ni­za­ti­vo de la repre­sión israe­lí la cues­tión que acom­pa­ña es si esto es tam­bién un prin­ci­pio orga­ni­za­ti­vo de la resis­ten­cia pales­ti­na. El infi­ni­to núme­ro de vic­ti­mas jóve­nes ‑hom­bres y niños- ates­ti­guan ambas. De hecho, la orden fue inme­dia­ta­men­te tema de risa, aun­que lleno de sig­ni­fi­ca­do de la res­pues­ta de las muje­res acti­vis­tas pales­ti­nas que bro­mea­ron “ al fin un rol para las mujeres”.

Tal y como dis­cu­ti­re­mos más aba­jo, mien­tras que las muje­res han esta­do acti­vas de dife­ren­tes mane­ras duran­te la inti­fa­da ‑y han cogi­do o aumen­ta­do la car­ga de cui­da­dos y debe­res en la casa y en la comu­ni­dad- sus acti­vi­da­des son apa­ren­te­men­te invi­si­bles para el públi­co real y vir­tual y exten­sa­men­te vis­tas por líde­res feme­ni­nas como inade­cua­das y mar­gi­na­les. Ésta invi­si­bi­li­dad es ejem­plo de una mayor ausen­cia de la socie­dad civil en la pre­sen­te inti­fa­da. Con esto, no que­re­mos decir que la socie­dad civil esté com­ple­ta­men­te inac­ti­va, pero que a día de hoy hay acti­vi­da­des que no tie­nen efec­to direc­to en las polí­ti­cas de la inti­fa­da. Son mar­gi­na­les, en vez de cons­ti­tuir esa “esfe­ra públi­ca de la socie­dad civil” (Calhoun 1992, 4) ‑para usar un con­cep­to de Jur­gen Haber­mas- don­de un dis­cur­so públi­co demo­crá­ti­co y crí­ti­co es tra­du­ci­do a una auto­ri­dad por política.

La mar­gi­na­li­dad de las muje­res y de la socie­dad civil de la esfe­ra públi­ca y polí­ti­ca están fuer­te­men­te uni­das. Tal y como el dis­cur­so de la pre­sen­te inti­fa­da sugie­re, cuan­do las muje­res están ausen­tes del rue­do públi­co, la mayo­ría de los hom­bres están exclui­dos tam­bién. La segun­da inti­fa­da sub­ra­ya otra alec­cio­na­do­ra reali­dad: si el éxi­to de los movi­mien­tos de muje­res en el desa­rro­llo de ini­cia­ti­vas para la igual­dad de géne­ro en el perio­do de Oslo ‑ya sea el mode­lo par­la­men­ta­rio de un año de dura­ción, la pre­sión ejer­ci­da con­tra la dis­cri­mi­na­ción, las ini­cia­ti­vas en los medios de comu­ni­ca­ción, la vio­len­cia con­tra la mujer, etc.- si estas ini­cia­ti­vas, como muchos de los pro­yec­tos de las ONG e inclu­so de los minis­te­rios que seña­la­ban los pro­ble­mas y pro­ce­sos socia­les y de desa­rro­llo, esta­ban en esen­cia apar­ta­das o segre­ga­das de la posi­ción real del poder polí­ti­co. Iró­ni­ca­men­te, los movi­mien­tos de muje­res empe­za­ron a usar el dis­cur­so de moda de “empo­de­ra­mien­to” cuan­do esta­ban en reali­dad per­dien­do poder. Una com­pa­ra­ción de las dos inti­fa­das pales­ti­nas nos ofre­ce­rá una visión pro­fun­da den­tro de estas dinámicas.

Com­pa­ra­ción entre intifadas 

A pesar de los doce años de inter­va­lo, el alza­mien­to pales­tino de 1987 y el actual tie­nen esen­cial­men­te la mis­ma cau­sa, la con­ti­nua­ción de la ocu­pa­ción israe­lí en Cis­jor­da­nia y Gaza, y las polí­ti­cas opre­si­vas de la ocu­pa­ción. Sin embar­go, la nue­va reali­dad socio-polí­ti­ca en el ini­cio del acuer­do de Oslo dio el pis­to­le­ta­zo de sali­da para la segun­da inti­fa­da (Al Aqsa) y mol­deó sus dis­tin­ti­vas y dife­ren­tes carac­te­rís­ti­cas. La nue­va reali­dad polí­ti­ca inclu­ye la pre­sen­cia, esti­lo de nor­mas y cul­tu­ra polí­ti­ca de la Auto­ri­dad Pales­ti­na, la exis­ten­cia de rela­cio­nes for­ma­les, coope­ra­ción y nego­cia­cio­nes entre la Orga­ni­za­ción de Libe­ra­li­za­ción Pales­ti­na (y la Auto­ri­dad-ANP) e Israel, nue­vos mode­los y meca­nis­mos de par­ti­ci­pa­ción y exclu­sión, un cam­bio en el esti­lo de la opre­sión mili­tar israe­lí y el fenó­meno del mili­ta­ris­mo pales­tino. Su inter­ac­ción creó un cli­ma de pro­fun­da ines­ta­bi­li­dad y for­jó una nue­va ima­gen del acti­vis­mo polí­ti­co pales­tino el cual mar­gi­na­li­zó a gran par­te de la socie­dad y a las muje­res en particular.

La erup­ción de la inti­fa­da de 1987 ocu­rrió en un con­tex­to de más de una déca­da de acti­vis­mo demo­crá­ti­co lide­ra­do por las orga­ni­za­cio­nes basa­das en masas pales­ti­nas en Cis­jor­da­nia y en Gaza, y fuer­te­men­te uni­das al movi­mien­to nacio­nal pales­tino (una argu­men­ta­ción más deta­lla­da pue­de ser encon­tra­da en Tara­ki 1991 y Kut­tab 1993). Estas orga­ni­za­cio­nes movi­li­za­ron gran­des sec­to­res de la comu­ni­dad, inclu­yen­do estu­dian­tes, muje­res, tra­ba­ja­do­res y pro­fe­sio­na­les, que a cam­bio lle­ga­ron a ser los acto­res prin­ci­pa­les en la movi­li­za­ción y sos­te­ni­bi­li­dad de la inti­fa­da. Sus pro­gra­mas inten­ta­ron inte­grar carac­te­rís­ti­cas polí­ti­cas, socia­les y cul­tu­ra­les y seña­la­ron tan­to las aspi­ra­cio­nes como las nece­si­da­des con­cre­tas de la pobla­ción (en el caso de las basa­das en masas, con comi­tés de muje­res a tra­vés de la gene­ra­ción de ingre­sos y cen­tros de día, por ejemplo).

En com­pa­ra­ción, la inti­fa­da Al-Aqsa sur­gió en un perio­do don­de el acti­vis­mo polí­ti­co demo­crá­ti­co había sido eli­mi­na­do y reem­pla­za­do por estruc­tu­ras polí­ti­cas for­ma­les y a menu­do cerra­das, mar­gi­na­li­zan­do a la socie­dad civil. En el alza­mien­to de 1987, el movi­mien­to de muje­res como otras orga­ni­za­cio­nes basa­das en masas pudie­ron res­pon­der a las aspi­ra­cio­nes de la gen­te de inde­pen­den­cia con mode­los de orga­ni­za­cio­nes des­cen­tra­li­za­das y movi­li­za­cio­nes que inte­gra­ban la libe­ra­ción nacio­nal y social. Vecin­da­rios y comi­tés popu­la­res movi­li­za­ron a la comu­ni­dad para cubrir sus pro­pias nece­si­da­des ‑ense­ñan­za para los niños des­pués de que los cole­gios fue­ran cerra­dos por orde­nes mili­ta­res, vigi­lan­cia de los vecin­da­rios, moti­va­ción de la eco­no­mía del hogar y pro­ve­yen­do comi­da para aque­llos que lo nece­si­ta­ban, etc.- Los comi­tés tam­bién ser­vían para pro­mo­cio­nar con­cien­cia social y polí­ti­ca para sus­ten­tar la inti­fa­da. Estos mode­los de demo­cra­cia par­ti­ci­pa­ti­va pue­den ser “con­ce­bi­dos abier­ta­men­te como un sis­te­ma polí­ti­co y cul­tu­ral que per­mi­te la ple­na rea­li­za­ción del poten­cial crea­ti­vo humano”. ( Bystyd­ziens­ki, y Sekhon 1991). Aquí, la demo­cra­ti­za­ción es un pro­ce­so en el cual se apo­ya el desa­rro­llo de valo­res y estruc­tu­ras que den a la gen­te una voz direc­ta en hechos que afec­tan a sus vidas y don­de las voces de la gen­te ordi­na­ria encuen­tra una expre­sión cada vez más orga­ni­za­da. A cam­bio, estas orga­ni­za­cio­nes tie­nen el poten­cial de mediar entre la gen­te y el esta­do, expan­dien­do el espa­cio públi­co para incluir espa­cio autó­no­mo del estado.

La ero­sión de estas orga­ni­za­cio­nes basa­das en masas en el perio­do de tran­si­ción deja­ron una éli­te de lide­raz­go que no es res­pon­sa­ble de elec­to­res espe­cí­fi­cos sino más bien bus­ca legi­ti­mi­dad entre “la gen­te” y su rol sim­bó­li­co de guar­das de la libe­ra­ción nacio­nal y su rol his­tó­ri­co como repre­sen­tan­tes de la cau­sa pales­ti­na. Los frá­gi­les par­ti­dos de la opo­si­ción que que­dan, no han sido capa­ces de man­te­ner su acti­vi­dad y via­bi­li­dad, debi­li­ta­do por sus pro­pios con­flic­tos inter­nos y debi­li­dad de estruc­tu­ras, par­ti­cu­lar­men­te con la ausen­cia de demo­cra­cia inter­na, así como la cre­cien­te hege­mo­nía de la Auto­ri­dad Pales­ti­na. Sólo la opo­si­ción isla­mis­ta ha teni­do éxi­to en man­te­ner una base popu­lar. El “esta­do” embrio­na­rio ha pues, trans­for­ma­do el terreno polí­ti­co y de la resis­ten­cia, dis­mi­nu­yen­do las vías de par­ti­ci­pa­ción de la gen­te en gene­ral y de las muje­res en par­ti­cu­lar, ya que las polí­ti­cas for­ma­les reem­pla­za­ron amplia­men­te los modos infor­ma­les de movi­li­za­cio­nes y el lide­raz­go “externo” lle­gó al poder des­de los líde­res “inter­nos” de Cis­jor­da­nia y Gaza. La dua­li­dad resul­tan­te entre la dura acti­vi­dad de la polí­ti­ca for­mal con­tra la débil acti­vi­dad de la infor­mal fue el pri­mer paso en la mar­gi­na­li­za­ción de la socie­dad civil y la limi­ta­ción de la par­ti­ci­pa­ción de las mujeres.

La ero­sión de las orga­ni­za­cio­nes de masas y el fra­ca­so de los par­ti­dos polí­ti­cos res­tan­tes sig­ni­fi­có que el espa­cio públi­co en la era de tran­si­ción fue­ra vir­tual­men­te mono­po­li­za­do por la Auto­ri­dad Nacio­nal Pales­ti­na (y par­ti­cu­lar­men­te por sus ser­vi­cios de segu­ri­dad), a pesar de la oca­sio­nal emer­gen­cia de “repli­cas públi­cas” (Marshall 1994,144) don­de se pro­tes­ta­ba por los pro­ble­mas polí­ti­cos y socia­les. El nue­vo terreno polí­ti­co pre­sen­ta­ba el movi­mien­to de las muje­res, y otros movi­mien­tos socia­les tam­bién, con difí­ci­les dile­mas para desa­rro­llar una estra­te­gia que seña­la­ra los pro­ble­mas de ambos géne­ros en el esta­do emer­gen­te y se unie­ran a la reali­dad de la ocu­pa­ción y colo­ni­za­ción que los hom­bres y muje­res se enfren­tan en sus reali­da­des diarias.

Con­tra­to de géne­ro a la espera 

La uni­dad nacio­nal y la cohe­sión eran carac­te­rís­ti­cas bási­cas de la pri­me­ra inti­fa­da y, como en otras luchas por la libe­ra­ción nacio­nal, la impor­tan­cia de la uni­dad ten­día a sub­su­mir expre­sio­nes polí­ti­cas direc­tas con los pro­ble­mas de cla­se y géne­ro. De todas mane­ras, en la inter­sec­ción entre la pri­me­ra inti­fa­da y el pro­ce­so de paz, los pro­ble­mas de géne­ro empe­za­ron a emer­ger con más fuer­za. Un logro de este perio­do que sacó la fuer­za del movi­mien­to feme­nino duran­te la inti­fa­da fue el Womens Char­ter de 1994, apro­ba­do por la Unión Gene­ral de las Muje­res Pales­ti­nas y todas las más gran­des aso­cia­cio­nes de muje­res pales­ti­nas des­pués de una exten­sa y gran par­ti­ci­pa­ción en deba­tes y dis­cu­sio­nes. Citan­do el prin­ci­pio de “ igual­dad entre los sexos”, con­sa­gra­do en la Decla­ra­ción Pales­ti­na de Inde­pen­den­cia, el Char­ter afir­mó dere­chos para la mujer a nivel nacio­nal, polí­ti­co, social y eco­nó­mi­co, y de esa mane­ra pro­pu­so un nue­vo con­tra­to de géne­ro (y social), para la socie­dad palestina.

Pero este impor­tan­te logro no se tras­la­dó en un pro­ce­so de movi­li­za­ción, ya que las bases de los comi­tés feme­ni­nos, la van­guar­dia del acti­vis­mo feme­nino y lazos a los par­ti­dos polí­ti­cos pales­ti­nos, fue­ron inca­pa­ces de coor­di­nar­se debi­do a la frag­men­ta­ción polí­ti­ca en el des­per­tar del Acuer­do de Oslo. Ade­más, la deman­da de dere­chos de igual­dad del Char­ter fue deva­lua­da por la fal­ta de los dere­chos nacio­na­les y de los ciu­da­da­nos hacia toda la pobla­ción duran­te el perio­do de tran­si­ción. El dile­ma del movi­mien­to feme­nino pales­tino en el perio­do inter­me­dio ‑seña­lan­do tan­tos los pro­ble­mas de géne­ro en el esta­do emer­gen­te y la con­ti­nua opre­sión colo­nial de Israel y las nece­si­da­des reales de inde­pen­den­cia de los hom­bres y muje­res- estu­vie­ron caren­tes de solu­ción en muchas de sus ver­tien­tes, a pesar de los mejo­res esfuer­zos de algu­nas acti­vis­tas del movi­mien­to feme­nino para desa­rro­llar estra­te­gias duales.

La natu­ra­le­za del gobierno pales­tino como uno de los pro­ble­mas de núcleo para la trans­for­ma­ción demo­crá­ti­ca no fue seria­men­te tra­ta­da. (Ham­ma­mi y Kut­tab, 1990). Como resul­ta­do, los pro­ble­mas de igual­dad de géne­ro emer­gen­tes en el espa­cio públi­co fue­ron más difí­ci­les debi­do al ais­la­mien­to de estos pro­ble­mas por par­te del gobierno y el sis­te­ma polí­ti­co. Inclu­so los agen­tes poten­cia­les de la demo­cra­cia, como el Con­se­jo Legis­la­ti­vo Pales­tino (PLC) fue­ron para­li­za­dos debi­do a la natu­ra­le­za auto­ri­ta­ria del gobierno. Esta des­mo­vi­li­za­ción ‑y la con­se­cuen­te alie­na­ción- son sufi­cien­tes razo­nes de por­qué las muje­res en par­ti­cu­lar y la gen­te en gene­ral no están par­ti­ci­pan­do acti­va­men­te en la inti­fa­da actual.

Fron­te­ras Ver­sus Comunidades 

La situa­ción y natu­ra­le­za de la resis­ten­cia pales­ti­na en las dos inti­fa­das son tam­bién cru­cia­les para enten­der la mar­gi­na­li­za­ción de las muje­res en la socie­dad civil. En la pri­me­ra inti­fa­da, el empla­za­mien­to de lucha fue la comu­ni­dad, sus calles, vecin­da­rios y casas, la “pie­dra” fue el arma prin­ci­pal en la defen­sa de la dig­ni­dad de la comu­ni­dad, y las muje­res par­ti­ci­pa­ron en los enfren­ta­mien­tos direc­tos con la arma­da israe­lí, ya fue­ra como mani­fes­tan­tes, lan­za­do­ras de pie­dras o pro­tec­to­ras y res­ca­ta­do­ras de los jóve­nes. Los entor­nos del hogar y la comu­ni­dad eran dia­ria­men­te luga­res de con­flic­to con los sol­da­dos israe­líes: tal y como Yuval-Davis obser­va, “la cla­ra divi­sión sexual en la gue­rra, des­apa­re­ce sin embar­go, usual­men­te cuan­do no hay una cla­ra dife­ren­cia entre el “fren­te de bata­lla” y el “fren­te de casa”…”(Yuval-Davis 1997). En la pri­me­ra fase del levan­ta­mien­to actual, el enfren­ta­mien­to tomó lugar en la fron­te­ra y los pun­tos de cru­ce entre áreas en la encru­ci­ja­da de Oslo. Estos pun­tos de con­trol están en el lími­te de la “sobe­ra­nía” pales­ti­na (como por ejem­plo en las fron­te­ras de las ciu­da­des pales­ti­nas) y con­tro­la­das por la arma­da israe­lí. En estos luga­res, Israel ha ejer­ci­do auto­ri­dad a lo lar­go de los años para dene­gar a los pales­ti­nos acce­so a cali­dad de vida, con­tac­to social y uni­dad nacional.

En este con­tex­to, los roles direc­tos de la muje­res en la resis­ten­cia fue míni­mo, dada la ausen­cia de con­tex­to en la comu­ni­dad, el entorno mili­ta­ri­za­do y el impac­to dife­ren­cial de res­tric­cio­nes de movi­li­dad para las muje­res. Cuan­to más alto el gra­do de mili­ta­ri­za­ción y la vio­len­cia mili­ta­ri­za­da, menor la par­ti­ci­pa­ción de la mujer y de la vas­ta comu­ni­dad. Como en otras socie­da­des, la cons­truc­ción de com­ba­tien­tes con­tra no com­ba­tien­tes está tam­bién influen­cia­da por el géne­ro, resi­dien­do en cons­truc­cio­nes ideo­ló­gi­cas de la femi­ni­dad y mas­cu­li­ni­dad en la socie­dad, en vez de en habi­li­da­des reales de com­ba­te (Yuval-Davis,1997).

La exten­sión de los roles feme­ni­nos en la pri­me­ra inti­fa­da fue­ron posi­bles por­que la divi­sión entre com­ba­tien­tes y no com­ba­tien­tes fue muy flui­da. En la segun­da inti­fa­da, “los com­ba­tien­tes” están alta­men­te defi­ni­dos por géne­ro y edad. Como resul­ta­do, el rol repro­duc­ti­vo de la mujer como cui­da­do­ra de los lucha­do­res, un rol poli­ti­za­do ya pre­sen­te en la polí­ti­ca cul­tu­ral pales­ti­na, está sobre­va­lo­ra­do, y la madre del már­tir se con­vier­te en un sím­bo­lo poten­te de la resis­ten­cia (Peteet, 2001), mien­tras que las madres reales, tal y como explo­ra­re­mos más aba­jo, se enfren­tan a gra­ves y ago­ni­zan­tes dilemas.

Efec­ti­va­men­te, explo­ra­re­mos tres cri­sis rela­cio­na­das y gene­ra­das o saca­das a la luz por los nive­les, for­mas y luga­res de la fuer­za exce­si­va israe­lí y la resis­ten­cia pales­ti­na en la segun­da inti­fa­da: una cri­sis en la mas­cu­li­ni­dad, una cri­sis en la pater­ni­dad, par­ti­cu­lar­men­te en roles pater­na­les de pro­tec­ción y pro­vi­sión para las fami­lias, y una cri­sis en la mater­ni­dad, pues­to que las madres se enfren­tan a dolo­ro­sas con­tra­dic­cio­nes en sus res­pon­sa­bi­li­da­des mater­na­les hacia los niños.

Mas­cu­li­ni­dad en crisis
Mien­tras que las muje­res y hom­bres pales­ti­nos no difie­ren subs­tan­cial­men­te en su apo­yo o no apo­yo a la resis­ten­cia y al uso de dife­ren­tes for­mas de vio­len­cia (Jeru­sa­lén Media y Com­mu­ni­ca­tion Cen­ter 2001), la dife­ren­te par­ti­ci­pa­ción en enfren­ta­mien­tos vio­len­tos es otra his­to­ria, aun­que de hecho, la mayo­ría de los hom­bres pales­ti­nos de más de vein­ti­cin­co años tam­po­co par­ti­ci­pa­ron en nin­guno de las eta­pas ini­cia­les de las mani­fes­ta­cio­nes o en las eta­pas más avan­za­das del con­flic­to armado.

La natu­ra­le­za de los enfren­ta­mien­tos popu­la­res que domi­na­ron los pri­me­ros meses de la inti­fa­da fue­ron dura­men­te res­trin­gi­dos por géne­ro y edad. Si la gue­rra es el lugar “más direc­to” para la cons­truc­ción y repro­duc­ción de la mas­cu­li­ni­dad (Mor­gan, en Brod y Kauf­man 1994, 165), gue­rras par­ti­cu­la­res o con­flic­tos hacen eso mis­mo de modos alta­men­te espe­cí­fi­cos, recor­dán­do­nos que “el patriar­ca­do se repro­du­ce tan­to en el inte­rior como entre los géne­ros” y de este modo “requie­re de aten­ción mucho más cer­ca­na a esas ins­ti­tu­cio­nes res­pon­sa­bles de la pro­duc­ción de la iden­ti­dad mas­cu­li­na” (Kan­di­yo­ti 1994, 199)

En los enfren­ta­mien­tos que esta­mos exa­mi­nan­do, el alto nivel de muer­tos y heri­dos entre los mani­fes­tan­tes y mili­tan­tes pales­ti­nos, y el lugar, for­ma y con­se­cuen­cias de los enfren­ta­mien­tos vio­len­tos expo­nen una cri­sis de mas­cu­li­ni­dad que mere­ce una espe­cial aten­ción. El sacri­fi­cio y la lucha de los jóve­nes y niños pales­ti­nos en las mani­fes­ta­cio­nes, en los pun­tos de con­trol israe­líes situa­dos en las fron­te­ras de las ciu­da­des y áreas pales­ti­nas, no pue­de ser redu­ci­da a una sim­ple cri­sis de iden­ti­dad mas­cu­li­na. Una cri­sis de iden­ti­dad nacio­nal, de cla­se y étni­ca están pro­fun­da­men­te entrelazadas.

En esta segun­da inti­fa­da, los jóve­nes y niños que iban a los pun­tos de con­trol eran los pri­me­ros y más des­ta­ca­dos pro­tes­tan­do por las con­fi­na­das con­di­cio­nes de sus vidas y su futu­ro, ya fue­ran tra­ba­ja­do­res des­em­plea­dos, niños refu­gia­dos que nun­ca han sali­do de Gaza, o inclu­so per­so­nal del cuer­po de segu­ri­dad y poli­cial que han esta­do patru­llan­do estas fron­te­ras sin poder aban­do­nar­las. Pero ellos, han enfren­ta­do ahí un poder que los ha defi­ni­do como mar­gi­na­les y obli­ga­dos a ser seres infe­rio­res. Y tam­bién se enfren­tan a una ausen­cia de gobierno nacio­nal que está teó­ri­ca­men­te pre­sen­te, pero prác­ti­ca­men­te sin poder y sin capa­ci­dad para lide­rar. Los recur­sos polí­ti­cos y cul­tu­ra­les dis­po­ni­bles para los jóve­nes en rebe­lión les per­mi­ten de muchas mane­ras la resis­ten­cia, pero no una resolución.

¿Ritua­les de Paso o Círcu­lo Cerrado? 

Escri­bien­do sobre la vio­len­cia per­pe­tua­da sobre los jóve­nes pales­ti­nos por los sol­da­dos israe­líes tan­to en las calles como en las pri­sio­nes duran­te la pri­me­ra inti­fa­da, Peteet cree que “las pali­zas (y deten­cio­nes) están enmar­ca­das como ritos de paso que lle­gan a ser el cen­tro de la cons­truc­ción del ser adul­to y mas­cu­lino con con­se­cuen­cias crí­ti­cas para la con­cien­cia polí­ti­ca y orga­ni­za­ti­va” (Peteet 2000, 103).

Los jóve­nes que son des­ti­na­ta­rios de éste ritual de vio­len­cia israe­lí atra­vie­san una fase ini­cial de sepa­ra­ción de la comu­ni­dad, des­pués a tra­vés de un peli­gro­so esta­do de ambi­güe­dad “fue­ra del tiem­po social” don­de la vio­len­cia físi­ca es apli­ca­da y sopor­ta­da, y una fase final de re-admi­sión en la vida social nor­mal, a menu­do veri­fi­ca­da por la comu­ni­dad y por las his­to­rias de las expe­rien­cias, acom­pa­ña­das por la exa­ge­ra­da “mas­cu­li­ni­dad y cre­den­cia­les y capi­tal revo­lu­cio­na­rios, los cua­les los jóve­nes usan a menu­do para mover los roles de las célu­las en las orga­ni­za­cio­nes polí­ti­cas”. (Peteet 2000, 112)

Una inves­ti­ga­ción más empí­ri­ca es nece­sa­ria para con­tras­tar los “ritua­les” de la segun­da inti­fa­da, pero noso­tros suge­ri­ría­mos que hay impor­tan­tes dife­ren­cias. Pri­me­ro, hay una mayor pre­sen­cia de muer­tos y heri­dos en los rela­ti­vos esta­cio­na­rios “pun­tos de igni­ción” don­de los mani­fes­tan­tes en efec­to se expo­nen al fue­go israe­lí. La base de estos enfren­ta­mien­tos, pues, expre­sa la dura reali­dad polí­ti­ca de la post-era de Oslo. Es en esto, más que la par­te reli­gio­sa de la inti­fa­da, don­de se pro­du­ce el énfa­sis de mar­ti­rio. Aun­que la pri­me­ra inti­fa­da tam­bién hon­ra­ba a sus már­ti­res, sus imá­ge­nes eran de gue­rri­lle­ros, don­de los pro­tes­tan­tes y los lan­za­do­res de pie­dras emer­gían de la comu­ni­dad, arro­jan­do sus men­sa­jes y misi­les, y vol­vien­do des­pués a la comu­ni­dad, vivos un día más.

En los enfren­ta­mien­tos de la segun­da inti­fa­da, la comu­ni­dad no pro­por­cio­na el cli­ma de sus­ten­to y pro­tec­ción, sino, inquie­tan­te­men­te, una audien­cia, situa­da lite­ral­men­te en el pun­to de con­trol y vir­tual­men­te a tra­vés de la tele­vi­sión nacio­nal y por cable, tra­yen­do cober­tu­ra actua­li­za­da al minu­to a los hoga­res. En las últi­mas fases de la inti­fa­da, los jóve­nes que lle­va­ban a cabo las bom­bas sui­ci­das sólo regre­sa­ban a casa a tra­vés de otros medios de comu­ni­ca­ción ‑posters pega­dos en las pare­des de los cam­pos de refu­gia­dos y en las calles prin­ci­pa­les de la ciudad-.

Pero pue­de tam­bién haber una dife­ren­cia impor­tan­te en la re-admi­sión en la comu­ni­dad y cre­den­cia­les mas­cu­li­nos y capi­tal polí­ti­co adqui­ri­do, dado que para la mayo­ría de los jóve­nes mani­fes­tan­tes, no hay movi­mien­to hacia ade­lan­te en los roles de las célu­las polí­ti­cas o en las vas­tas comu­ni­da­des de lide­raz­go. Aquí, el sis­te­ma de reglas que hemos lla­ma­do “popu­lis­mo auto­ri­ta­rio” entra en jue­go, un sis­te­ma que depen­de de la “gen­te” o de la “calle” por legi­ti­ma­ción, pero obli­ga a las polí­ti­cas y a la par­ti­ci­pa­ción demo­crá­ti­ca. Tan­to la Auto­ri­dad mis­ma, o Fateh, el par­ti­do polí­ti­co domi­nan­te, el cual es la fuer­za líder en la inti­fa­da y en el gobierno, los lide­res polí­ti­cos a la vez usan y son rehe­nes del poder de los jóve­nes insur­gen­tes, pero sin cam­biar la rela­ción entre ellos. Hay mucho que explo­rar aquí, inclu­yen­do una reso­nan­cia con la degra­da­ción de la esfe­ra públi­ca obser­va­da por Haber­mas en un bas­tan­te dife­ren­te con­tex­to cul­tu­ral, don­de “el públi­co res­pon­de por acla­ma­ción, o nega­ción de la acla­ma­ción, en vez de por un dis­cur­so crí­ti­co” ( Calhoun 1992, 26). Debi­do a esta diná­mi­ca, podría­mos argu­men­tar que la cri­sis de la mas­cu­li­ni­dad no fue resuel­ta a tra­vés de la resis­ten­cia popu­lar, y de hecho el aumen­to del mili­ta­ris­mo es qui­zás la úni­ca “solu­ción” que fue ofre­ci­da y es cier­ta­men­te la direc­ción que fue tomada.

¿Una Cri­sis de Paternidad?
La cri­sis de iden­ti­da­des de géne­ro está tam­bién pro­du­ci­da por una serie de cri­sis rela­cio­na­das, tan­to en el nacio­na­lis­mo pales­tino des­pués de Oslo a nivel polí­ti­co, como los múl­ti­ples efec­tos humi­llan­tes en lo eco­nó­mi­co y social del sis­te­ma de apartheid de Oslo (y tam­bién los efec­tos a lar­go pla­zo de la ocu­pa­ción de la eco­no­mía) que ha mar­gi­na­li­za­do algu­nos gru­pos de hom­bres en su rol de sus­ten­ta­do­res y man­te­ne­do­res de la fami­lia, y los ha des­es­ta­bi­li­za­do en sus pues­tos de cabe­za de fami­lia. Inclu­so antes de la inti­fa­da, la vas­ta mayo­ría de los cabe­zas de fami­lias pobres eran hom­bres y par­ti­ci­pan­tes de la fuer­za labo­ral, pero el des­em­pleo, el sub­em­pleo y los bajos suel­dos com­pa­ra­dos con los pre­cios, sig­ni­fi­can que los hom­bres cabe­zas de fami­lia no pue­den real­men­te sus­ten­tar a sus fami­lias. Para muchos jóve­nes, entrar en el mun­do labo­ral y esta­ble­cer un hogar son retos difí­ci­les. Al mis­mo tiem­po, los roles de los jóve­nes como héroes y agen­tes de la resis­ten­cia nacio­nal ha sido tam­bién des­es­ta­bi­li­za­da por las humi­llan­tes con­di­cio­nes de Oslo. En un con­tex­to ante­rior, la cri­sis de géne­ro des­cri­ta por Thom­pson en Siria y Líbano en el des­per­tar de los estra­gos de la Pri­me­ra Gue­rra Mun­dial y los con­se­cuen­tes sis­te­mas colo­nia­les es rele­van­te. Thom­pson señala:

“ la pro­fun­da des­co­lo­ca­ción sufri­da por fami­lias duran­te y des­pués de la Pri­me­ra Gue­rra Mun­dial, segun­do, la crea­ción de los nue­vos, teó­ri­ca­men­te, esta­dos nacio­na­les; y ter­ce­ro la impo­si­ción del regla­men­to de Fran­cia. En su com­bi­na­ción, estas tres con­di­cio­nes moti­va­ron reac­cio­nes en un micro-nivel uni­das al estrés de mudar la eco­no­mía del hogar y los roles de cada géne­ro entre la fami­lia, y a un macro-nivel de reor­ga­ni­zar la comu­ni­dad y las orga­ni­za­cio­nes políticas”.(Thompson 2000, 6)

Thom­pson lla­ma a las reac­cio­nes uni­das al estrés en el hogar, comu­ni­dad y orga­ni­za­cio­nes polí­ti­cas una “cri­sis de pater­ni­dad” (Thom­pson 2000, 6).

Los des­co­lo­ca­mien­tos pales­ti­nos en estos tres nive­les ‑en el hogar hacien­do fren­te a los “shocks”, y en la comu­ni­dad y orga­ni­za­cio­nes polí­ti­cas vivien­do las ten­sio­nes entre una auto­ri­dad nacio­nal debi­li­ta­da y una colo­ni­za­ción israe­lí domi­nan­te- tam­bién pro­du­ce estrés en los roles de los géne­ros que han sido alta­men­te acen­tua­das en la inti­fa­da actual. Una eva­lua­ción sobre la pobre­za de par­ti­ci­pa­ción nacio­nal, lle­va­da a cabo en Cis­jor­da­ni y Gaza en verano del 2001 e invierno del 2001 – 2002 por los equi­pos de inves­ti­ga­ción pales­ti­nos, mues­tra cla­ra­men­te el estrés en los roles de géne­ro y las res­pon­sa­bi­li­da­des con las que hom­bres, muje­res y niños pobres des­cri­ben sus vidas. Un tema urgen­te y sub­ya­cen­te, dado a cono­cer una y otra vez, por los hom­bres y muje­res pobres cuan­do des­cri­ben las razo­nes y con­di­cio­nes de su empo­bre­ci­mien­to y vul­ne­ra­bi­li­dad, es una pro­fun­da cri­sis en la habi­li­dad de los hom­bres cabe­zas de fami­lia para apo­yar a sus fami­lias. Esta cri­sis es una inten­si­fi­ca­ción de una ten­den­cia cla­ra­men­te visi­ble en el Infor­me Nacio­nal de la Pobre­za 1998, don­de la fuer­za labo­ral no pre­vino la pobre­za de tres cuar­tos de hoga­res pobres que fue­ron enca­be­za­dos por una par­ti­ci­pan­te fuer­za labo­ral, mayo­ri­ta­ria­men­te mas­cu­li­na. (Natio­nal Comis­sion for Poverty Alle­va­tion 1998, 43 – 44)

Dos voces par­ti­ci­pan­tes de la eva­lua­ción de la pobre­za cuen­tan la historia:

“ La peor cosa para un tra­ba­ja­dor, a par­te de su can­san­cio, es el día en el que le des­pi­den. Por­que no sabe cuan­do se va a la cama, como va a ganar el pan al día siguien­te para su fami­lia.” (un tra­ba­ja­dor del cam­po de refu­gia­dos deJa­bal­ya, que solía tra­ba­jar en Israel)

“Mi mari­do era muy bueno, pero una vez que se que­dó sin tra­ba­jo y comen­zó a que­dar­se en casa, su moral esta­ba muy baja, por todas nues­tras nece­si­da­des y exigencias.”
( Una mujer del dis­tri­to de Gaza) (John­son 2002, 3)
Estas y otras voces de los pobres apun­tan a la impor­tan­te ver­dad de que el des­em­pleo pue­de ser cau­sa­do por un mer­ca­do labo­ral dis­tor­sio­na­do en la esfe­ra públi­ca, pero la expe­rien­cia real de des­em­pleo toma lugar a mayor esca­la en la esfe­ra domés­ti­ca. La cri­sis del hom­bre cabe­za de fami­lia es una cri­sis de géne­ro y una cri­sis fami­liar. Los efec­tos del des­em­pleo ‑ya sean pro­ble­mas psi­co­ló­gi­cos, per­di­da de auto­es­ti­ma, tras­tor­nos y ten­sio­nes en la vida fami­liar, un aumen­to de enfer­me­da­des y mor­bo­si­dad, o el “endu­re­ci­mien­to de las asi­me­trías de los géne­ros” (Sen 1999, 9)- son efec­tos que ocu­rren en la fami­lia y entre sus miem­bros y los cua­les ponen un enor­me estrés en los roles de género.

Dos chi­cos, Sím­bo­los contradictorios 

Con­si­de­re­mos tam­bién las dos imá­ge­nes más popu­la­res de la inti­fa­da. La pri­me­ra es bien cono­ci­da a nivel mun­dial: un joven padre en Gaza tra­ta inú­til­men­te de pro­te­ger a su hijo de doce años, Moham­med Durra, a la vez que el repe­ti­do fue­go israe­lí se lle­va la joven vida. Entre las muchas mane­ras que esta ima­gen, repe­ti­da en toda los medios de comu­ni­ca­ción pales­ti­na, resue­na es como una drás­ti­ca y trá­gi­ca ima­gen de la “cri­sis de pater­ni­dad” (Thom­pson 2000, 284), deno­tan­do, no sim­ple­men­te un fallo en la auto­ri­dad pater­nal, sino en la pro­tec­ción paternal.

La segun­da ima­gen es de otro del­ga­do chi­co, Fares Odeh, en Gaza, apa­ren­tan­do qui­zás doce años, pero real­men­te 2 años más, posi­cio­na­do desa­fian­te en fren­te de un enor­me tan­que israe­lí, pie­dra en mano, una foto que está omni­pre­sen­te en tien­das, ofi­ci­nas y hoga­res pales­ti­nos. En un examen de estas “dos paté­ti­cas fotos que han domi­na­do la visión de los pales­ti­nos a lo lar­go de los tres últi­mos meses”, Zaka­riy­ya Muha­med escri­be que “ Moham­med Durra nos dio nues­tro sím­bo­lo en su muer­te; Odeh nos dio nues­tro sím­bo­lo con su pos­tu­ra retan­te.” (Muha­med 2001, 10). La visión de Muha­med está de hecho más mati­za­da ‑él obser­va que los chi­cos de doce años toda­vía con­ci­ben la gue­rra como un jue­go y recha­zan lla­mar­los már­ti­res por­que esto impli­ca­ría que “la víc­ti­ma es cono­ce­do­ra del sig­ni­fi­ca­do de la gue­rra y sabe lo que sig­ni­fi­ca morir por una cau­sa.” ( Muha­med, 2000, 9).

De cual­quier modo, el hecho de que el joven enfren­te del tan­que esté en una situa­ción deses­pe­ra­da no está cons­cien­te­men­te reco­no­ci­da en su aná­li­sis, o de hecho en la res­pues­ta popu­lar a esta ima­gen, aun­que hay una pro­fun­di­dad adi­cio­nal, dado que Fares Odeh fue dis­pa­ra­do en el cue­llo por un sol­da­do israe­lí en otra mani­fes­ta­ción diez días des­pués y murió desan­gra­do en el cru­ce de Kar­ni. El con­tra­dic­to­rio sig­ni­fi­ca­do del poster, pide una explo­ra­ción, una “pos­tu­ra de reto” para ase­gu­rar­se, pero una que pare­ce pre­di­cha a fallar, y don­de un alta­men­te vul­ne­ra­ble niño es el sím­bo­lo de una lucha nacio­nal. Mien­tras que los jóve­nes, par­ti­cu­lar­men­te los “niños de las pie­dras”, fue­ron sím­bo­los de la pri­me­ra inti­fa­da, ten­dían a tener una pos­tu­ra de espe­ran­za en el futu­ro y una rea­li­za­ción de inde­pen­den­cia. Aquí, ambas imá­ge­nes grá­fi­ca­men­te demues­tran tan­to el poder bru­tal de Israel como el poder sin super­vi­sión a tra­vés de un niño expues­to y sin pro­tec­ción, y resue­na con el fallo de las polí­ti­cas adul­tas y la resis­ten­cia. De hecho, el sím­bo­lo de Fares Odeh se disuel­ve en Muham­med Durra ‑dos niños cuyos “padres” no son capa­ces de pro­te­ger­les- tan­to sus padres reales, como la comu­ni­dad y las orga­ni­za­cio­nes polí­ti­cas. Estos dos fallos simi­la­res en pro­tec­ción, suge­ri­mos, pro­du­cen una cri­sis de pater­ni­dad de pri­mer orden.

Acti­vis­mo de las Muje­res y la Cri­sis en la Maternidad 

Una explo­ra­ción del acti­vis­mo feme­nino duran­te la inti­fa­da podría, qui­zás, comen­zar con la par­ti­ci­pa­ción de la muje­res en un ran­go de acti­vi­da­des infor­ma­les, des­de ayu­dan­do direc­ta­men­te a los sha­bab (hom­bres jóve­nes) en las mani­fes­ta­cio­nes, a la exten­di­da par­ti­ci­pa­ción en mar­chas fune­ra­les, para apo­yar a las fami­lias y a los heri­dos. Otro sitio para empe­zar es con la madre de Fares Odeh, el chi­co que des­obe­de­ció al tan­que israe­lí. Amna Odeh, según infor­mes de un perió­di­co, esta­ba pro­fun­da­men­te preo­cu­pa­da por su hijo, que había jura­do ven­gan­za por la muer­te de sus pri­mos en manos de la arma­da israe­lí. Su madre no sólo habló con Fares, sino que inten­tó encon­trar­lo en en pun­to de con­trol: “ Debo haber ido a bus­car­lo unas 50 veces”, le dijo a un repor­te­ro del Washing­ton Post. De hecho, ella era una visión tan fami­liar en el cru­ce de Kar­ni, que los chi­cos bro­mea­ban con Fares dicién­do­le “ Hey, Faris, por­que está el equi­po SWAT (equi­po espe­cial de armas y tác­ti­cas) detrás de ti?” (Hocks­ta­der, 12 Diciem­bre 2000,2 ).

En ambas inti­fa­das, el acti­vis­mo infor­mal de las muje­res ha toma­do la for­ma de una exten­sión del rol feme­nino, par­ti­cu­lar­men­te “acti­vis­mo de madre”, más visi­ble en la pri­me­ra inti­fa­da cuan­do las muje­res más mayo­res die­ron techo y desa­fia­ron a los sol­da­dos. En la segun­da inti­fa­da, esta pro­tec­ción “mater­nal” es casi com­ple­ta­men­te inade­cua­da, y es sin­to­má­ti­ca de una menos visi­ble “cri­sis de mater­ni­dad”, que acom­pa­ña a la cri­sis de pater­ni­dad des­cri­ta arri­ba. Mien­tras que las imá­ge­nes de los medios de comu­ni­ca­ción tien­den a cen­tra­li­zar­se en las madres “ ben­di­cien­do a sus hijos” antes de mar­ti­ri­zar­se, el caso de Amna Odeh sugie­re que el dile­ma real de las madres es mucho más ago­ni­zan­te y que las ben­di­cio­nes de las madres tie­nen más que ver con el terri­ble dolor que sien­ten y las con­tra­dic­cio­nes sin sen­ti­do ni solu­ción. Si, como Rud­dick obser­va, las prác­ti­cas mater­na­les están gober­na­das por “los tres intere­ses de con­ser­va­ción, cre­ci­mien­to y acep­ta­bi­li­dad del niño” (Rud­dick en Meyers 1997, 589), esos intere­ses pue­den ser dolo­ro­sas con­tra­dic­cio­nes. La con­ser­va­ción pue­de estar en con­flic­to con el cre­ci­mien­to (con­tra­dic­cio­nes polí­ti­cas y de par­ti­ci­pa­ción) y más par­ti­cu­lar­men­te con la acep­ta­ción de la comu­ni­dad cuan­do “esta­do” y socie­dad ‑o gru­pos socia­les- mues­tran resis­ten­cia inclu­so con impo­si­bles posi­bi­li­da­des. La rela­ti­va impo­ten­cia de las madres para resol­ver estas con­tra­dic­cio­nes a su mane­ra se aña­de al dilema.

En este mar­co, tie­ne sen­ti­do que una de las ini­cia­ti­vas más sen­sa­tas del movi­mien­to feme­nino pales­tino haya sido la de luchar con­tra las ale­ga­cio­nes de que las madres pales­ti­nas man­dan a sus hijos a morir en los pun­tos de con­trol ‑una de los más fla­gran­tes casos del agre­sor (Israel) acu­san­do a la víc­ti­ma por sus pro­pias muer­tes-. En los pri­me­ros meses de la inti­fa­da, el movi­mien­to feme­nino pales­tino tam­bién orga­ni­zó la casi úni­ca mani­fes­ta­ción públi­ca que no era ni una mar­cha fune­ral ni un des­fi­le mili­tar de fac­cio­nes polí­ti­cas, sino unas mani­fes­ta­cio­nes mul­ti­tu­di­na­rias, varias vigi­lias a la luz de las velas en Rama­llah y Gaza y otra mani­fes­ta­ción públi­ca en Jeru­sa­lén, ambas con poca publi­ci­dad y limi­ta­das tem­po­ral y geo­grá­fi­ca­men­te. Aún así, el hecho de que hom­bres, así como muje­res y niños, fue­ran en tro­pel para asis­tir a ellas mues­tra que gran par­te del públi­co nece­si­ta­ba, y casi no tenían, una direc­ción para la expre­sión de la polí­ti­ca y de la comu­ni­dad. Aquí, el movi­mien­to feme­nino sir­vió como sede de la socie­dad civil en su con­jun­to, aun­que de for­ma limi­ta­da. En la más gran­de vigi­lia en Rama­llah en octu­bre 2000, varios gru­pos de jóve­nes diri­gién­do­se al pun­to de con­trol se mez­cla­ron con la masa. Los jóve­nes esta­ban muy exci­ta­dos por el enfren­ta­mien­to inmi­nen­te; algu­nos esta­ban encan­ta­dos con la gran par­ti­ci­pa­ción mien­tras que otros se bur­la­ron de las velas y alen­ta­ban a la gen­te a ir al pun­to de con­trol. Ini­cial­men­te, los jóve­nes esta­ban cla­ra­men­te cerra­dos en su pro­pio mun­do revo­lu­cio­na­rio con sus pro­pias éti­cas. Oca­sio­nal­men­te lo inten­ta­ron con sus esló­ga­nes, más vio­len­tos y menos polí­ti­cos que los del res­to de asis­ten­tes. De modo intere­san­te, las muje­res tra­ta­ron con éxi­to de cal­mar a los jóve­nes en nom­bre de la demo­cra­cia, qui­zás una de las pocas dis­cu­sio­nes públi­cas entre los com­ba­tien­tes y el públi­co, en una inti­fa­da don­de la “esfe­ra públi­ca” ha sido más evi­den­te en el espa­cio vir­tual de la tele­vi­sión por cable que en las calles de Rama­llah y otras ciu­da­des palestinas.

Estra­te­gias del movi­mien­to femenino 

Muchas acti­vis­tas del movi­mien­to feme­nino son pro­fun­da­men­te cono­ce­do­ras del con­tras­te de los roles de las muje­res en las dos inti­fa­das pales­ti­nas y cla­ra­men­te arti­cu­lan la nece­si­dad de desa­rro­llar nue­vas estra­te­gias que unan obje­ti­vos de géne­ro con los nacio­na­les y de lucha. En una reu­nión del 16 de diciem­bre del 2000, acti­vis­tas de la mayo­ría de las orga­ni­za­cio­nes de muje­res toma­ron par­te en un forum ini­cial en Rama­llah, bien titu­la­do “Movi­mien­to Feme­nino y la Situa­ción Actual: Hacia la Inte­gra­ción del Nacio­na­lis­mo y los Obje­ti­vos Femi­nis­tas”. Un núme­ro de par­ti­ci­pan­tes mos­tró la impor­tan­cia de la dife­ren­cia entre las dos inti­fa­das, par­ti­cu­lar­men­te en rela­ción a la visi­bi­li­dad de la par­ti­ci­pa­ción de las muje­res en la pri­me­ra inti­fa­da, dado que “la ocu­pa­ción esta­ba en todas par­tes”, y su vas­ta par­ti­ci­pa­ción a todos los nive­les. En la segun­da inti­fa­da, el volu­men de muje­res ha aumen­ta­do, debi­do por ejem­plo al cos­te humano más alto, inclu­yen­do miles de per­so­nas per­ma­nen­te­men­te invá­li­das que nece­si­tan cui­da­dos. Pero esta for­ma de par­ti­ci­pa­ción está ocul­ta en los hoga­res. Un por­ta­voz con un papel impor­tan­te en la pri­me­ra inti­fa­da lla­mó a su lide­raz­go un “lide­raz­go civil con raí­ces en la socie­dad y con res­pues­ta a sus nece­si­da­des, un mar­co en el cual las muje­res se aco­plan y pue­den participar”.

Mien­tras que el reco­no­ci­mien­to de que la dele­ga­ción de estas res­pon­sa­bi­li­da­des a las Auto­ri­da­des Pales­ti­nas era par­te del Esta­do, inclu­yen­do res­pon­sa­bi­li­da­des de bien­es­tar, que una vez fue­ron en par­te, com­pe­ten­cia de las muje­res, las acti­vis­tas esta­ban pro­fun­da­men­te preo­cu­pa­das por que les esta­ban arre­ba­tan­do sus roles feme­ni­nos. De modo intere­san­te, un núme­ro de muje­res, la mayo­ría retor­na­das (Célu­la OLP y fami­lias retor­na­das en el encua­dre del tra­ta­do de Oslo) de la Unión Gene­ral de las Muje­res Pales­ti­nas, pro­ba­ron la vali­dez de la com­pa­ra­ción entre las dos inti­fa­das y tam­bién cues­tio­na­ron la limi­ta­da par­ti­ci­pa­ción de las muje­res. En su opi­nión, la par­ti­ci­pa­ción de las muje­res en comi­tés muni­ci­pa­les de coor­di­na­ción ofi­cia­les, así como en los roles feme­ni­nos de “moti­var a sus niños” a resis­tir­se, eran váli­dos y una impor­tan­te for­ma de par­ti­ci­pa­ción. Una línea rela­cio­na­da de pen­sa­mien­to lle­vó a varios par­ti­ci­pan­tes a abo­gar por una estra­te­gia de moti­va­ción a las jóve­nes para par­ti­ci­par en mani­fes­ta­cio­nes en los pun­tos de con­trol. Esta argu­men­ta­ción vie­ne lógi­ca­men­te des­de una opi­nión que defi­ne el modo de par­ti­ci­pa­ción nacio­na­lis­ta ya dado y, diría­mos, pone de relie­ve una línea de pen­sa­mien­to que es una estra­te­gia sin futu­ro ni por­ve­nir para los movi­mien­tos femeninos.

El con­cep­to de una acti­vis­ta de una ONG pro­fun­da­men­te inmer­sa en ini­cia­ti­vas de refor­mas lega­les y ayu­da legal a las muje­res duran­te el perío­do de Oslo, argu­men­ta­ba dura­men­te que los pro­ble­mas de nacio­na­lis­mo y femi­nis­mo esta­ban hon­da­men­te inter­re­la­cio­na­dos y urgían al movi­mien­to a que no cerra­ran ven­ta­nas que habían sido abier­tas en el perio­do de tran­si­ción don­de los pro­ble­mas de los dere­chos de las muje­res, dere­chos de los niños y dere­chos huma­nos habían sido saca­dos a relu­cir en Pales­ti­na. Mien­tras que sus argu­men­tos eran cier­tos en muchas cosas, otro impor­tan­te acti­vis­ta recor­dó a la audien­cia la fal­ta de resul­ta­dos de gran par­te del tra­ba­jo que no pro­ve­nía del gobierno duran­te el perio­do de Oslo, el cual resi­de en el fallo a la hora de reco­no­cer que la polí­ti­ca sig­ni­fi­ca poder y que la ausen­cia de demo­cra­cia en el con­tex­to pales­tino tie­ne que ser seña­la­da polí­ti­ca­men­te, en vez de sim­ple­men­te a tra­vés de acti­vi­da­des de las ONGs. De hecho, tal y como otro por­ta­voz argu­men­tó, el esla­bón per­di­do entre el femi­nis­mo y el nacio­na­lis­mo es la demo­cra­cia, inclu­yen­do no sólo a las muje­res, sino a toda la sociedad.

Aquí fue per­fi­la­da una direc­ción estra­té­gi­ca para con­tra­rres­tar la dis­mi­nu­ción de los roles feme­ni­nos, no dicien­do, por ejem­plo, que las jóve­nes deban tomar los roles mili­ta­res de los hom­bres, sino con una amplia­ción del encua­dre para la par­ti­ci­pa­ción a tra­vés de polí­ti­cas alter­na­ti­vas. Estas nece­si­da­des están fuer­te­men­te uni­das a las aspi­ra­cio­nes nacio­na­les de la gen­te pales­ti­na, pero está en manos de la socie­dad civil el hacer que está unión sea visi­ble y una fuer­za real en polí­ti­ca. En la com­pli­ca­da situa­ción de la inti­fa­da, desa­rro­llar una polí­ti­ca alter­na­ti­va no es un reto sen­ci­llo, pero es prio­ri­ta­rio, no sólo para la par­ti­ci­pa­ción de las muje­res y para la igual­dad de géne­ro, sino para una trans­for­ma­ción demo­crá­ti­ca en una Pales­ti­na independiente.

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