Culto, meticuloso, tenaz y bregador, domina la oratoria como un estilete en el estrado. Sus adversarios le temen; sus colegas le admiran. Todos coinciden: es uno de los más brillantes abogados penalistas del país.
Usted comenzó a ejercer en 1958. ¿La abogacía le descubrió una realidad que desconocía?
Completamente. Yo realmente abro los ojos a través del trabajo. La abogacía era mi instrumento de trabajo y fue lo que me puso en contacto con la realidad del pueblo vasco. Mis primeros casos políticos eran en el sentido de personas represaliadas…
¿Recuerda cuál fue su primer caso político en los tribunales?
Yo lo considero político. Era el caso de un sereno del barrio de Gros al que el gobernador civil de Gipuzkoa, que había recibido una carta de queja de dos turistas inglesas, encerró en la cárcel y lo retiró del trabajo sin escucharle siquiera. Me ofrecí al señor para llevarle una querella contra el gobernador porque había un delito clarísimo. No quiso porque iba a abrir una carnicería con un cuñado y si me- tíamos una denuncia no le iban a dar el permiso. Me hizo ver lo que ocurría. Yo venía de una familia que no había perdido la guerra…
¿Y su primer contacto con el abertzalismo?
Después de la guerra, la primera plaza de mi padre como registrador fue Daroca. En verano veníamos a Busturia, el pueblo de mi madre. Uno de los veranos, yo tendría 10 ó 12 años, otro chaval que era de Vitoria me preguntó si yo era vasco o español. Yo le dije lo típico de la cultura que teníamos entonces los que no habíamos perdido la guerra. No entendía: yo soy vasco y español. Y él decía: “No, vasco o español, no se puede ser dos cosas”. Me impactó mucho, a pesar de que seguí en mi mundo, ignorando que existía una nación vasca y que los vascos habían perdido la guerra… Pero me quedó esa cosa ahí: “No se puede ser vasco y español”. ¡Y yo sorprendidísimo!
A mediados de los sesenta, ocho abogados denunciaron ante los tribunales nada menos que al gobernador civil de Gipuzkoa por vulnerar los derechos de los detenidos. Eran ustedes valientes…
Bueno, éramos coherentes. En la universidad nos habían enseñado que con el Derecho se iba a todas partes y era simplemente aplicar eso. El tema era claro: el Fuero de los Españoles proclamaba que nadie podía estar detenido más de 72 horas, pero se estaban aplicando las quincenas y las marronas [15 y 30 días de encarcelamiento sin resolución judicial] con firma del comisario jefe. Las aplicaba la Policía. Entonces, era ser coherentes con lo que decía la ley.
Por cierto, el comisario jefe era Melitón Manzanas, que creo que frustró su boda…
No me la frustró, me la retrasó un mes… Yo me iba a casar, pero tenía pendiente una multa de 60.000 pesetas por una protesta por el caso de torturas al abogado José Ramón Rekalde. Me negué a pagarla. Al no pagarla por no tener bienes me tenían que meter en la cárcel. Tardaron unos dos años y medio o tres porque era un escándalo, yo era miembro de la Junta Directiva del Colegio de Abogados.
Las torturas a aquel abogado habían provocado bastante alteración social. No les interesaba remover. Pero en 1966, cuando mi boda era inminente, pensaban que yo iba a pagar la multa y me dieron la alternativa: o paga o un mes de prisión. Y como no pagué, me metieron en la cárcel de Martutene… y me retrasaron la boda un mes.
¿De qué manera le influyó la estancia en la cárcel?
Muy positivamente. Yo creo que la estancia en cárcel debía ser una asignatura obligatoria de todo profesional del derecho. Por algo evidente. Nosotros manejamos las cárceles: seis años y un día, veinte años… pero no sabemos realmente lo que es eso. Una cosa es sabérselo en el papel y otra cosa es tocarlo con las manos y olerlo con las narices. No hace falta que un jurista tenga que estar seis años y un día en la cárcel, pero un mes… ¡Qué menos que un mes!
Pues usted es «repetidor» en la cárcel…
Sí, sí, sí… Es que a algunos nos cuesta aprender y repetimos curso… [risas] Pero siempre estancias breves. Y también me fue positivo porque conocí a unos presos políticos vascos y me hicieron la petición de si conocía abogados de mi edad que estuvieran dispuestos a defenderles gratis y a respetar su ideología. Cuando caían presos, sus padres solían recurrir a abogados de reconocida impronta fascista porque pensaban que con un abogado de influencias franquistas podía irles mejor, pero esos abogados atacaban la ideología de los hijos y cobraban mucho a los padres. Entonces, al salir de la cárcel, hubo una reunión de abogados jóvenes y de ahí salió un grupo dispuesto a llevar estas defensas.
Y llega 1970, el Proceso de Burgos, un paradigma de los «procesos de ruptura», sobre los que usted teorizó luego. Los procesados tomaban las riendas del juicio. De acusados pasaban a acusadores…
El Proceso de Burgos fue la culminación de una cadena de procesos de ruptura, en los cuales había un enfrentamiento entre los acusados y el tribunal. Los acusados acusaban. No sólo se enfrentaban al tribunal, sino a la opresión que sufría el pueblo vasco. Y los abogados manteníamos una postura desde la barrera, pero les facilitábamos lo que ellos querían hacer y decir. Sin las preguntas que les hacíamos en el interrogatorio, ellos no podían decir lo que querían. Y siempre había un participante fundamental en este tipo de juicio, que era el pueblo vasco. Es decir, lo más importante del Proceso de Burgos es la movilización popular.
Su patrocinado era Mario Onaindia, condenado a muerte. ¿Cómo recuerda aquellos días?
Como aquí en Euskadi constantemente están pasando cosas, lo tengo bastante olvidado. Si no fuera por esta entrevista…
El también abogado Juan Mari Bandrés dice en sus memorias que se llegó a ver en Burgos al propio Argala preparando la fuga de los procesados. ¿Es cierto?
No sé si Argala o quién. Aparte de que yo tenía una virtud en aquella época, que ahora es defecto, y es que se me borraban las imágenes y nunca recordaba los nombres. Sigo teniendo ese fallo, soy un fisonomista fatal, pero me arranca de que entonces era muy eficaz ser mal fisonomista, por si acaso. Y el no saber nombres… Bueno, contaré una anécdota. Puede que tenga muy poca importancia. Me dan un rollito de papel para que se lo pase a Mario Onaindia en la cárcel por el enrejado. Se lo paso, lo deslía, lo lee y le digo: “Me han dicho que después de leerlo te lo tragues”. Pero nada más decir eso, él me lo pasa, yo instintivamente lo cojo y me dice: “Trágatelo tú”. Y me lo tuve que tragar. Luego salió que si hubo un intento de fuga, que si no sé qué, que al final se abandonó la idea. Bueno, a lo mejor, sin darme cuenta, aquello que me tragué… pero no pude darme cuenta de qué iba, las cosas como son.
Y en los últimos fusilamientos de la dictadura llevaba usted la defensa del miembro del FRAP Vladimiro Fernández, finalmente indultado, y de Jon Paredes Txiki, de ETA. ¿Cuándo vio por última vez a Txiki?
Pues la última tarde de vida que tuvo.
¿Fue usted quien recogió su testimonio manuscrito?
Sí, sí… Lo que escribió fue algo espontáneo. Ese viernes había un consejo de ministros. Se pensaba en la posibilidad de que pasase lo que pasó. La mecánica era que las penas de muerte no se podían ejecutar sin haber sido plenamente comunicadas al consejo de ministros. En el caso de Txiki habíamos visto peligro y buscamos abogados en Barcelona, en concreto a Marc Palmes y Magda Oranich. Por razones políticas adelantaron lo de Barcelona muy repentinamente. Aquella tarde fui a ver a Txiki a la cárcel de Barcelona.
¿Qué recuerda de aquella tarde?
Txiki era vida concentrada en un cuerpo muy pequeño, pero cantidad de vida; es decir, la vida se escapaba por todas partes, era nervioso, activo… De lo único que quería hablar era de la situación en Euskadi. ¿Cómo está aquello? ¿Cómo está la gente? ¿Se lucha?… Sí recuerdo una cosa que le dije: «La siguiente vez nos veremos en Zarautz tomando un txikito». Y él me dijo: «Tú tomarás un txikito y además esto habrá cambiado, pero yo ya no estaré allí». No sabíamos todavía que se había firmado o que se iba a firmar la sentencia de muerte. Yo no sé el momento en que surge lo del testimonio… Él llevaba un libro que le habían dejado leer. Arranca una hoja del prólogo, le paso un boli y escribe eso y me lo pasa. No había rejas, tenía una pequeña ventanilla y por la parte de atrás era una puerta con cristal y yo veía cuando pasaba el funcionario. Yo le decía «para», y cuando pasaba, él seguía escribiendo, así, deprisa y corriendo, con faltas de ortografía, etcétera…
¿Y qué decidieron hacer?
Si se confirman las penas, lo más importante es que llegue este papel a Euskadi. Allí están su familia, el pueblo… Por si acaso, firmé un papel en que pedíamos los tres abogados, en nombre de él [de Txiki], que no le dieran garrote sino que lo fusilasen. Firmé ese papel y me fui al aeropuerto para venir a San Sebastián. Y cuando estaba en el aeropuerto, me llaman por los altavoces; era el tercer abogado de Marc Palmes que me decía que me reclamaban urgentemente en el juzgado militar de Madrid. Van a fusilar a todos. Me dicen también que van a fusilar a Txiki. Fui a Madrid y de allá a Carabanchel. Allá me dijeron que les habían notificado a todos los condenados, pero no sabían si a Vladimiro [Fernández] porque yo no había estado. Entro y en presencia mía le notifican el indulto. Pasé la noche en el despacho de Paquita Sauquillo. Fotocopiamos la nota de Txiki y al día siguiente salgo para San Sebastián en el primer tren, sabiendo ya que a Txiki lo fusilan esa mañana. Al poco de llegar aquí, me llama Mikel Paredes por teléfono y me cuenta el fusilamiento de su hermano.
En la actualidad encontramos tortura, aislamiento, prolongación de condenas, multas, encarcelamientos, ilegalizaciones, represión violenta de manifestaciones… Ni los retratos mudos de los presos permiten exhibir. Usted, que fue uno de los fundadores de las Gestoras pro-Amnistía, ¿llegó a imaginar estos niveles?
Yo no soy una persona con vocación política; un político sí que tiene que pensar en el futuro. Yo he vivido muy de presente, sin plantearme el mañana. Recuerdo la época de mi padre en Daroca, muy dura. Estoy hablando del año 1940 – 42. Era el franquismo duro; en la escuela se estudiaban las lenguas del Eje nazi-fascista: italiano y alemán. Luego pierde el Eje y ganan los aliados, que son la democracia, y entonces el franquismo se llama democracia orgánica. Luego llega el tardofranquismo, que sería el Proceso de Burgos,… Y hoy en día yo diría que estamos en el franquismo constitucionalizado. Es el franquismo constitucional.
Claro que es distinto, pero hay algo que pervive y que es muy sintomático. Por ejemplo, después del juicio de Amedo y Domínguez [del GAL] a mí me preguntan en una entrevista si creo que se ha acabado la guerra sucia. No, no… el GAL no es un grupo, aquí han cogido a toda una organización constitucional: han cogido al ministro de Gobernación [Interior], al secretario de Estado, al gobernador civil de Bizkaia, luego con Galindo cogieron también al gobernador civil de Gipuzkoa, al comisario jefe… Vamos, que han cogido ustedes a toda una jerarquía constitucional. Y ojo, porque cualquier persona con dos dedos de frente piensa que eso iba más arriba.
El problema es que no es un grupo, sino una organización constitucional. ¿Quiénes son el GAL? Pues los mismos que torturan dentro de las comisarías. Y eso sigue intacto. Que no haya habido ruptura democrática significa muchas cosas. Una de ellas es ésa, que a nivel represivo, policial, la Policía sigue teniendo una carta en blanco para que sea eficaz. Siempre se dice que la Policía es más eficaz cuanto menos se le controla, menos se le critica y más se le protege. Eso viene del franquismo.
Usted ya militaba políticamente, pero en un momento determinado accedió a responsabilidades públicas como destacado miembro de Herri Batasuna. ¿La toga no era suficiente para intervenir en la realidad?
En aquella época había un hándicap para los políticos a los que yo respetaba y es que no habían tenido tiempo ni posibilidades de adquirir una imagen pública y entonces había que buscar sucedáneos. Por lo que sea, los abogados ‑bueno, el pequeño grupito de abogados que aceptábamos defensas políticas, que éramos muy pocos- habíamos adquirido una cierta imagen.
Yo entré para echar una mano. Por los cálculos que se ha- cían, no pensaba que iba a salir senador… Acepté ir en las listas, con la mala suerte de que salí, y aguanté año y medio. Pero realmente mi vocación no va por ahí. Y luego está el tema del euskara también, que para mí es muy claro, sobre todo en Gipuzkoa, pero también en Euskadi, donde hay dos culturas. Una persona que tiene un cargo político y tiene sólo una de las dos culturas no vale. Para mi desgracia, yo me pierdo muchísimo porque no sé euskara.
Año 1979, firma usted el artículo «Insultante impunidad» y es procesado y condenado por injurias al gobierno. Sin embargo, recurre al Tribunal Europeo de Derechos Humanos ‑caso «Miguel Castells contra el Reino de España»- y en 1992 gana. Señor Castells, creo que es usted el único vasco que ha vencido en solitario al Reino de España…
[Risas] Bueno, bueno… Estamos hablando a nivel judicial, que es un nivel del que se pueden decir muchas cosas. De todas formas, yo creo que los [abogados] hermanos Beaumont ganaron un asunto también, creo que era el caso de Mikel Iribarren… Es decir que el Reino de España ya ha tenido dos porrazos. Esperemos que pronto tenga un tercero.
En febrero de 1981, en la Casa de Juntas de Gernika, los electos de Herri Batasuna ‑usted entre ellos- reciben al rey de España puño en alto cantando el «Eusko Gudariak». La Transición tocaba hueso en Euskal Herria.
Sí, lo que pasa es que si te han elegido tienes que adquirir unos compromisos y lo mínimo que se podía hacer era cantar al rey. Incluso en una estructura democrática clásica. En aquel momento el grupo al que yo pertenecía éramos la segunda fuerza electoral, a nivel de las municipales que se acababan de celebrar. Se monta el acto de Gernika como un acto parlamentario y dicen que van a hablar solamente, por supuesto el rey, que no era cargo electo, luego Pujana, que era el presidente del Parlamento Vasco, y Carlos Garaikoetxea, que era el presidente del Gobierno. ¿Y la primera fuerza de oposición? No, esos a escuchar. Bueno, pues no, y hubo que cantar. Y qué mejor canto para el rey de España que el «Eusko Gudariak».
Unos días más tarde de lo de Gernika llegó el golpe de Estado. ¿Dónde le pilló la noticia?
Pues me pilló en Madrid, pero tengo coartada de que yo no fui de los que dieron el golpe de Estado… [risas] por si acaso. Había tenido una vista por la mañana en el Tribunal Supremo. Yo estaba citado por la tarde con una amiga a la que no había visto hacía veintitantos años. Ella estaba casada con un militar y yo era senador de HB. Estábamos citados en un bar del barrio Salamanca, pero no acudió… Decidí volver esa misma noche a Euskadi, llamé a un abogado por si acaso.
Usted ejerció la acusación particular en el juicio contra Amedo y Domínguez por el GAL. La sentencia permitió acceder al siguiente escalón del Ministerio del Interior, pero no se reconoció el concepto «terrorismo de Estado». ¿Era demasiado para el aguante de alguien?
Se llegó hasta donde se llegó porque había unos intereses en que se llegara hasta ahí. Ese sumario se abre porque cogen a un mercenario portugués, creo que en San Juan de Luz, y éste canta y se abre en Francia un procedimiento penal y se llega hasta donde se llega. Y también en Portugal. Y luego aquí hay que hacer algo. Y al abrirse el sumario aquí, el PP aprovecha y llegan hasta donde llegan. Pero claro, el PP no quiere llegar al crimen de Estado, le bastaba con el crimen de Gobierno. Lo que se manejó a nivel del PP y del periódico «El Mundo», y también a nivel judicial, era un crimen de Gobierno. No quisieron desvelar lo que realmente había, que es un crimen de Estado.
Se vivieron momentos de mucha tensión en aquel juicio. Los procesados y sus protectores se cebaron especialmente con usted. ¿Llegó a sentir miedo?
No, no. Puede ser un defecto mío, no llegué a sentir miedo.
¿Y en algún otro momento de su vida política o profesional?
Tampoco. Quizás me ha influido un poco la educación de la posguerra. Cuando yo llego con 12 años interno a Tudela, lo primero que hago es pegarme con un tal Gastón, que era el matón del curso. Le pego y le gano. En Tudela tenía fama de que nunca me rendía y los del curso superior me cogían y me torturaban para que dijera “me rindo” y no lo conseguían.
Yo he tenido una infancia muy dura. Yo no sé si es eso, pero no recuerdo haber sentido… Sí he sentido miedo andando por el monte: “quién me habrá mandado a mí meterme en esta pendiente con ese precipicio”… Pero en temas políticos no he sentido miedo, aunque sí he sabido en algunos momentos que nos podían matar a cualquiera de nosotros. Eso lo he tenido muy claro.
Estamos de nuevo ante un caso de desaparición, el caso de Jon Anza. ¿Cree posible otro GAL, la guerra sucia de nuevo?
Sí, sí. Eso más pronto o más tarde iba a pasar, para mí eso es claro. Es que no es que se monten bandas… El tema de Amedo y Domínguez: el escalón más bajo no era policial porque cogieron a mercenarios para las operaciones, pero el órgano permanente era un órgano constitucional, era la comisaría de Policía, el gobernador civil, el secretario de Estado para la Seguridad… En fin, eso está ahí. Y como esos están ahí con esa concepción antidemocrática, lo que les importa es la eficacia. Hay una cosa que es clara… ¿Qué dice la democracia cuando hay un detenido? La democracia dice lo que dice la ley: se le advierte que no está obligado a declarar ni a declararse culpable, que puede guardar silencio. Por qué será que en los asuntos de delincuencia común es muy corriente ver que ante la Policía se acogen al derecho de no declarar y declaran ante el juez. O simplemente, de no declarar. En cambio, cuando los tienen incomunicados cinco días, todos declaran (…) Lo que pasa es que vivimos en la mentira. Eso lo tienen que saber los jueces. Es decir, para la eficacia de la lucha antiterrorista es útil torturar. Si no torturan no son eficaces, no consiguen saber dónde está el zulo.
¿Existe una España progresista de inspiración realmente democrática en la que se pueda confiar para una solución al conflicto de Euskal Herria?
Hombre, quedan individualidades, eso es evidente. Por dar nombres… Bergamín vino de España. Y hay bastantes más. Hoy en día, Álvarez Solís… Sí creo que hay, pero son individualidades. El gran pecado del PSOE, que no sé si es pecado o algo coherente en él, es que cuando llega al gobierno, en vez de luchar contra esa educación franquista que tenía la gente ‑franquista en el sentido de la falta de capacidad de crítica, ese respeto a la autoridad, esos miedos…-, en vez de como fue en su época el PSOE antes del 36, preocupándose por la educación del pueblo, pues se aprovecha un poco de la forma de ser del pueblo para ganar las elecciones.
¿Cree que existen líderes políticos de altura para acometer de manera definitiva una solución democrática al conflicto?
Faltan estadistas. En el PSOE faltan estadistas que digan “tenemos un problema en Euskadi, vamos a solucionarlo aunque perdamos las elecciones, no importa; es más importante solucionar este problema”. No hay eso; no hay un De Gaulle en la derecha, por ejemplo. En nuestra izquierda sí hay, pero a los más importantes los tienen en la cárcel. Por parte del Estado español, no hay. Están jugando sólo a ganar elecciones. Y a ganarlas con una masa electoral que no ha roto los esquemas de un pueblo en el que se ha hecho una limpieza ideológica.
Creo que de adolescente ya leía usted a los clásicos griegos…
Sí, sí…
Qué tiempos: héroes virtuosos y humanos desconcertados que desafiaban a los dioses… Ya nada es así, ¿no?
[Risas] Ya sólo leo sentencias para mi desgracia… Aquello se lo debo a mi padre. A mi padre le debo cosas positivas, que es el resistir… Cuando yo estaba en Daroca [de los 10 a los 12 años], mi padre me daba la paga semanal o quincenal. Me daba unos céntimos por cada nota que fuera de notable para arriba y me quitaba si eran malas. Ése era uno de los ejes. El otro era la edad que tenían las personas con las que me había pegado. En la escuela yo era el más pequeño, por lo tanto era el que recibía más hostias. Claro, en aquel mundo tenías que aprender a defenderte para la supervivencia. Entonces si era de mi misma edad no cobraba nada, si tenía un año más cobraba tanto, y así sucesivamente… Yo creo que una constante mía ha sido la dureza, el aguantar… El “lepoan hartu ta segi aurrera”.
Vaya… Pues entre los adversarios a los que se ha enfrentado públicamente podemos contar, por ejemplo: el gobernador civil en la dictadura, los militares del Proceso de Burgos, el dictador de los fusilamientos, los aparatos del Estado impunes, el rey Borbón en Gernika, Amedo y Domínguez de los GAL, el Reino de España, el teniente coronel Rodríguez Galindo, los emboscados de Pasaia… Señor Castells, parece usted un héroe de la Antigua Grecia: no le van los enemigos pequeños…
Bueno, pero yo con el papel, ¡eh?! [risas] Esta tierra es una tierra de enfrentamiento. Esto es lo que el franquismo no consiguió: hacer una sociedad sumisa. La gente no será oficialmente franquista fuera de Euskadi, pero sí hay un nivel sociológico muy sumiso. En Euskadi no consiguieron volver a la gente sumisa.
¿Sigue creyendo que con la ley en la mano se puede luchar contra la injusticia?
Se puede luchar, pero no digo ganar. Una cosa es luchar y otra cosa es vencer. Lo que pasa es que el mero hecho de luchar ya es una victoria. El que no consigan que tires la toalla ya es una victoria para el que lucha, sobre todo cuando la desigualdad de fuerzas es asombrosa.