El Fondo Monetario Internacional (FMI), tras un periodo de declive al ser rechazado por imponer políticas económicas en detrimento de las grandes mayorías del mundo, esta tratando nuevamente de convertirse en el inspector financiero del orbe.
En ese sentido, el director gerente del FMI, Dominique Strauss-Kahn, anunció recientemente durante un discurso en Washington que la institución solicitará a sus Estados miembros que le otorguen un papel de supervisión e interventor mundial ampliado.
Strauss-Kahn, declaró ante el comité de Bretton Woods en Washington que «podría haber necesidad de un mandato más claro para detectar los riesgos que pesan sobre la estabilidad económica y financiera mundial» y que el FMI pedirá un papel de supervisión del sistema financiero mundial “para una mejor detección de potenciales riesgos”.
Hace un año, en marzo de 2009, el llamado G‑20 (encabezado por Estados Unidos y varios países europeos) se reunió en Londres para adoptar medidas urgentes e intentar salvar al desprestigiado organismo, que a lo largo de su existencia, con empréstitos leoninos, impuso políticas neoliberales y de libre comercio a sus deudores, que han llevado la pobreza a millones de personas en el orbe.
La mayor y profunda crisis capitalista desde la ocurrida en 1930, amenazaba no solo con el debilitamiento de sistema sino también con sus mecanismos de dominación como han sido el FMI y el Banco Mundial, que ejercen el control financiero sobre las naciones pobres del mundo desde que fueron fundadas en 1944 en Bretton Woods.
Se hacia necesario salvar los métodos de libre comercio, propiedad privada, la recuperación del dólar como moneda internacional y mantener las políticas neoliberales.
En aras de llevar adelante esos objetivos, la reunión londinense del G‑20 triplicó las reservas del FMI en 750 000 millones de dólares para convertirlo en una especie de Banco Central del mundo que intervenga, en última instancia, para supuestamente evitar el derrumbe de sus miembros acosados por la crisis.
Para afianzarlo más en su rol de gendarme financiero internacional, le otorgaron otros 250 000 millones en nuevas emisiones de giros, y al Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) 100 000 millones a cada uno.
Meses antes, en una Cumbre realizada en Washington, el G‑20 llamó a reformar desde posiciones capitalistas al FMI para que jugara un papel más efectivo y que “sacara experiencia de la actual crisis financiera” que paradójicamente este organismo ayudó a fomentar.
En los momentos de la grave crisis bancaria, las asignaciones se destinarían fundamentalmente a salvar las empresas y bancos en quiebra y a la vez evitar que se ahogara el sistema financiero capitalista.
De esa forma, el FMI se convertiría en contralor mundial y fiscalizador de las obligaciones que conllevan la entrega de préstamos a los países llamados “emergentes” y a los subdesarrollados.
El poder del FMI se basa en que sus programas de ajuste tratan de imponer la confianza de los mercados internacionales de capital en el país deudor. Sin el visto bueno del FMI, que como censor determina la voluntad y capacidad de un país para pagar el servicio de la deuda, no se abren generalmente las puertas para la entrega de empréstitos.
Las naciones que reciben este “beneficio” deben someterse a condicionamientos que van desde recomendaciones no obligatorias hasta inspecciones extremas con imposición de sanciones de carácter forzoso.
Las divisas entregadas por el FMI para financiar déficit en cuentas corrientes no son en sí misma empréstitos sino la compra de moneda libremente convertible contra la moneda nacional (los llamados Derecho de Giro) que atan a los deudores.
Desde 1944, durante la reunión celebrada en Bretton Woods, Estados Unidos y Europa mantienen un pacto para controlar las actividades del FMI y del BM, al imponer Washington los directivos en el BM y los europeos los del Fondo, sin haya oportunidad para algún país del Tercer Mundo de alcanzar esos puestos.
Estos organismos mantienen inmunidad jurídica total, y no se les puede realizar reformas sin la aprobación de Washington y otros países ricos los cuales poseen la mayoría de los votos por ser los máximos acreedores.
Como en los últimos años han surgido bloques y agrupaciones entre los países del Sur, al comprender éstos la arbitraria política económica impuesta por esas instituciones internacionales financieras, Estados Unidos y Europa, en contraposición, han tratado de insuflar nuevas fuerzas al FMI para no perder el control sobre los países del Tercer Mundo.
Importantes naciones deudoras como Brasil, Indonesia, Venezuela, Malasia o Argentina se fueron apartando de las gestiones del Fondo y hasta liquidaron deudas anticipadamente, lo que motivo que el FMI, en un momento, no pudiera cubrir sus gastos de funcionamiento y peligraba hasta su existencia. Se hacia necesario, como ocurrió en Londres, destinarles sumas millonarias para su subsistencia.
Alternativas a estas instituciones han surgido con fuerza como son el Banco del Sur, el Banco del ALBA, los intercambios directos entre las naciones del BRIC (Brasil, Rusia, India y China) o las transacciones entre China y los países de la ASEAN, sin mediar el dólar para los intercambios.
Ante estos desafíos, el señor Dominique Strauss-Kahn, todopoderoso gerente del FMI, pide que la institución se convierta nuevamente en inspectora financiera del mundo. Pero las cosas no son iguales que hace 66 años y ya muchos gobiernos, Estados y pueblos conocen, porque lo han sufrido, las desafortunadas políticas ejercidas por esa organización.
Fuente: Rebelion