Víctimas de un terremoto, los haitianos han muerto en masa. En la década que terminará en diciembre, esta tragedia me parece comparable a la muerte en masa de indonesios y asiáticos por un tsunami, a finales de 2004. Unos y otros han muerto en masa por los cataclismos, pero sobre todo porque sus sociedades no cuentan con medios ni sistemas para defender mejor la vida de la gente. Por otra parte, desde 2003 las fuerzas armadas de Estados Unidos han producido una muerte en masa de civiles no combatientes en Iraq que es mucho mayor que la suma de víctimas causadas por ambos desastres naturales. La verdad es que recibir la muerte en masa es uno de los pocos privilegios que le van quedando al que llamaban Tercer Mundo cuando las ideologías dividieron en dos al mundo regido por el capitalismo.
La palabra «humanitario/a» se instaló y se ha repetido hasta el cansancio en los medios de comunicación y en la prosa oficial. «Ayudas» de los poderosos a los mismos que han despojado históricamente de casi todo, bombardeos contra bodas y hospitales, agresiones a países e intervenciones armadas, han portado el apellido «humanitario/a». Ellos no han tenido una reacción humanitaria –o al menos humana- frente a la catástrofe de Haití. Con abismal tacañería y total impunidad se ha hablado de rebajarle el monto de sus deudas internacionales, se ha prometido darle algo, y ya se está dejando de hablar del tema. La verdad es que «humanitario/a» es una de las expresiones más infames de la lengua prostituida y al servicio de la dominación más sucia, que hoy predomina en el sistema totalitario de información y formación de opinión pública que llamamos medios de comunicación, y se repite hasta el cansancio por los cómplices y por los tontos.
Miles de soldados estadounidenses han ocupado militarmente los puntos de Haití que han estimado conveniente, a partir del terremoto. Comentaron que era para combatir estallidos de violencia que no ha habido, pero no se han ido. No le dieron explicación a nadie, ni ellos ni esa sombra internacional llamada Naciones Unidas. En esto también va mal la década que termina. Cuando invadieron Afganistán, hubo una explicación; era mentira, pero la dieron. Cuando invadieron Iraq hicieron una gigantesca campaña de mentiras para justificarlo, pero la hicieron.
La verdad es que la soberanía nacional de la mayoría de los Estados no es respetada por los imperialistas, y ha regresado la antigua práctica de hacer ocupaciones militares permanentes de países independientes. La verdad es que se ha perdido gran parte de lo avanzado por el mundo que fue colonizado, saqueado, explotado y avasallado en nombre de la civilización y el progreso, para que el capitalismo se volviera imperialismo y lograra ser la fuerza predominante en el planeta. Avances conquistados sobre todo mediante los sacrificios y los heroísmos de millones de personas, que forjaron sus países y sus regímenes sociales a través de revoluciones. Haití fue el primer país que conquistó su independencia en este continente que desde hace siglo y medio se dio en llamar América Latina.
En Asia, África y América Latina y el Caribe, los imperialistas se están apoderando ‑por todos los medios que estiman necesarios y sin mayor recato- de aquellos recursos naturales que han decidido explotar para servirse de ellos, o que han resuelto poseer como reservas para cuando convenga explotarlos a sus negocios y su estrategia. La verdad es que está en curso un proceso de recolonizació n selectiva de países a escala mundial, que va liquidando incluso el neocolonialismo, aquella forma de dominación de Estados independientes que se volvió determinante después de 1945, y que evidenciaba la madurez del sistema capitalista. Haití posee reservas minerales sumamente valiosas; lo más probable es que le toque en la estrategia imperialista servir como reserva, por ahora.
Poco antes de la famosa y muy publicitada crisis financiera de 2008 se habló de una crisis alimentaria –en realidad, a lo largo del planeta siguen reinando el hambre y la desnutrición, su hermana menor‑, de la que se ofrecieron explicaciones sometidas a una lógica de la ganancia, los precios, la producción y el mercado gobernados por el capitalismo. Después, en este mundo lleno de imágenes, nos forzaron a consumir varios miles de horas con el tema de la salvación de la sagrada institución de los bancos, ejecutada por los Estados. De la crisis alimentaria hubo pocas imágenes, aunque siempre hay: esa es una función de naturalizació n de las iniquidades, dándoles su pequeño momento público. Así se nutre la creencia en que «todo» aparece en las imágenes, y lo que no aparece es porque no sucedió. Recuerdo una de esas pocas, la de un reparto de alimentos a una multitud de hambrientos desesperados en Haití. Soldados bien armados custodiaban a los repartidores, y una niñita quedaba enredada en una alambrada militar mientras luchaba por alcanzar algo. La verdad es que la idea de desarrollo, que tuvo su apogeo hace casi medio siglo, ha sido abandonada y olvidada, y es sustituida por la filantropía. Esta virtud cardinal laica burguesa ‑que de paso propicia exención de impuestos- se une a las donaciones que negocian los Estados y las grandes empresas, y que reparten prósperos administradores. Constituyen el mundo contemporáneo de la limosna, y son un ridículo fragmento de lo que se les ha robado y se les sigue robando a sus destinatarios.
Sin que sea posible evitarlo, este año se ha bautizado como el del bicentenario del inicio de las luchas por la independencia de nuestra América. La verdad es que el bicentenario sucedió en 1991. Doscientos años antes, en Sainte Domingue, la más rica colonia de Francia, comenzó la insurrección popular contra la esclavitud y el colonialismo, y estalló una gran revolución, la primera de este continente. La gente de abajo peleó con una abnegación y un heroísmo ejemplares, derrotó a los franceses, los españoles y los ingleses, y finalmente venció al ejército de Napoleón –el triunfador en Europa‑, en la batalla de Vertieres, que no se estudia en las escuelas de nuestro continente. Los revolucionarios aprendieron a considerarse personas completas, a sentir y ejercer la libertad, a procurarse la justicia por sí mismos, a organizarse en ejército y fundar un país, al que nombraron Haití, a constituir una república y dotarse de una Constitución superior a la de los Estados Unidos, que establecía que todas las personas nacen y son libres, y no pueden ser esclavizadas. En vez de celebrar el bicentenario en 1991, reparación histórica que merecía Haití –ya que nunca recibirá la reparación económica a la que tiene derecho por el saqueo mediante el tributo a que fue sometida después de su independencia- , los latinoamericanos nos debatíamos entonces con el engendro del 500 aniversario del «descubrimiento» , o del «encuentro de las culturas» ‑que es casi lo mismo‑, y ganaba terreno la idea espuria de que somos iberoamericanos.
La verdad es que Haití nos viene mostrando desde hace mucho tiempo el precio tan alto que está pagando la humanidad por el dominio del imperialismo estadounidense a escala mundial, por el carácter parasitario, hipercentralizador, excluyente y depredador del medio que está en la naturaleza misma del capitalismo actual, al mismo tiempo que por el retroceso general de las luchas de clases y de liberación nacional. Los descarados que le regatean a Haití la reducción de sus deudas le impusieron la liberalizació n del comercio que acabó con su producción doméstica de alimentos, obligándolo a gastar la mayoría de sus ingresos en importarlos y llenando las ciudades de menesterosos. En 1802, bajo el régimen de Toussaint, los haitianos produjeron dos tercios del azúcar que producía la colonia; dos siglos después, Haití está obligada a vivir de las remesas que envía la multitud de sus hijos emigrados. Tres de cada cuatro haitianos logran menos de dos dólares diarios para sobrevivir, y la infraestructura urbana es muy escasa o inexistente. Su soberanía nacional ha sido conculcada por la sangrienta ocupación militar estadounidense de 1915 – 1934 y por el control o la influencia decisiva sobre sus gobiernos a lo largo del siglo y el dominio neocolonial sobre el país. Otra vez Estados Unidos invadió y ocupó Haití en 1994 – 1996. Después del golpe de estado de 2004, la ONU desplegó allí una fuerza de ocupación militar permanente que no ha ayudado en nada respecto a los gravísimos problemas sociales del país, pero ha cometido crímenes y violaciones contra la población haitiana.
De la época de las cañoneras a la del «poder inteligente» han transcurrido cien años y han cambiado muchas cosas. Pero la verdad es que el recurso a la agresión y la intervención, el uso de la fuerza sin respeto alguno al derecho, son una constante en la política de los Estados Unidos hacia nuestro continente.
El 12 de enero, varios cientos de profesionales de la salud cubanos trabajaban en todo Haití, en labores gratuitas que se ejercen desde 1998 y se extienden a otras áreas de la vida del país. En la Escuela Latinoamericana de Medicina de Cuba, también gratuita, se han graduado ya 543 haitianos y estudian otros seiscientos. Ante el sismo, los cubanos proveyeron la primera atención médica. Todos conocen la entrega incansable de ellos y los que han ido llegando. Casi mil –entre ellos 380 haitianos formados en Cuba- forman hoy el ejército cubano para la vida que trabaja en Haití. Ya logran una atención integral a los pacientes –más de 50.000- y una atención de salud a la población que está creciendo. Cuba ejerce una solidaridad real con su vecino más cercano, una relación entre seres humanos, eficaz, fraternal y respetuosa del gran pueblo que la recibe.
La verdad es que Cuba puede ser solidaria con Haití porque mantiene su revolución socialista, ha formado un pueblo que tiene capacidades extraordinarias y no se deja ganar por el egoísmo y el afán de lucro, posee un nivel de conciencia política realmente admirable y tiene una organización social y estatal muy fuerte. La tarde del 12 de enero, 30.000 personas se trasladaron a lugares altos en menos de una hora en Baracoa, en perfecto orden, en previsión de un posible tsunami. El sistema de defensa civil contra desastres de Cuba es uno de los mejores del mundo, por lo que su población se defiende con éxito de los cataclismos, hoy agravados por los cambios climáticos. El gobierno ha movilizado todo lo que ha estado a su alcance a favor del pueblo haitiano y de una reconstrucció n que lo fortalezca realmente, y la sociedad, que participa decisivamente con los esfuerzos de sus hijos, se mantiene al tanto, conmovida, de lo que sucede en Haití.
El ALBA, que también estaba aportando a la salud, la educación y otros sectores de infraestructura y producción en Haití antes del terremoto, respondió con rapidez y eficiencia ante la tragedia, y unió sus recursos al esfuerzo de los cubanos y haitianos por ampliar y sistematizar los servicios de salud. La reunión de su Consejo Político en Caracas, el 24⁄25 de enero, acordó proponer a Haití un plan más ambicioso en ese campo, y extender las acciones a los niños, el sistema escolar y los alimentos. La Declaración del ALBA es precisa: los esfuerzos de reconstrucció n «deberán tener al pueblo y al Gobierno de Haití como principales protagonistas, respetando los principios de soberanía e integridad territorial» .
La verdad que nos hace palpable Haití es que sólo son respetados y salen adelante los pueblos que hacen revoluciones, logran liberarse, cambiarse a sí mismos y constituir poderes populares muy fuertes, para ser capaces de vencer a sus enemigos y de realizar tareas casi imposibles, para ser sociedades viables que repartan entre todos el bienestar y la dignidad. Que del sistema capitalista no se puede esperar otra cosa que explotación, opresión, despojo, agresión, mezquindad y desprecio. Que el imperialismo norteamericano es el campeón mundial en todas esas prácticas. Que sólo la solidaridad internacionalista –como la que brindó Haití a Bolívar hace dos siglos- les dará fuerzas suficientes a los pueblos de nuestra América para defenderse con éxito y para cambiar el mundo y la vida a favor de las mayorías. Que tenemos por delante un prolongado camino de combates y arduos trabajos, y sólo la unión de los oprimidos y los poderes populares, y las alianzas entre los que estén dispuestos a conquistar la segunda independencia, nos dará la victoria.
Gracias, pueblo hermano de Haití. Igual que ayer nos mostraste la vía hacia la libertad y la justicia, hoy nos aclaras, con tus entrañas destrozadas pero tu dignidad incólume, las verdades fundamentales que debemos aprender y practicar.
Cubarte
Fuente: La Haine