Los escua­dro­nes de la muer­te en Mexi­co, por José Fran­cis­co Gallar­do Rodríguez

En un país don­de la jac­tan­cia de las ban­das cri­mi­na­les acu­mu­la en tres años más de 20 mil muer­tes, miles de deser­to­res y lo más repu­dia­ble que pue­da hacer un Esta­do en con­tra del pue­blo, con saña cada vez más inau­di­ta y don­de que­dan sin cas­ti­go las vio­la­cio­nes a los dere­chos huma­nos, come­ti­das por las fuer­zas de segu­ri­dad del Esta­do, es lógi­co que emer­jan con­duc­tas delic­ti­vas des­de ins­tan­cias del poder público.
El pro­ble­ma es que, como hay tan­tas prue­bas, el gobierno simu­la y, más allá del dis­cur­so, des­de el poder se aus­pi­cia la for­ma­ción de gru­pos para­mi­li­ta­res o escua­dro­nes de la muer­te (EM) como los que actua­ron en las masa­cres de 1968, del 10 de junio de 1971, la matan­za de Acteal en 1997 y en el fusi­la­mien­to de 14 jóve­nes en Ciu­dad Juá­rez el pasa­do 30 de enero. 
Estos gru­pos de extre­ma dere­cha, con­for­ma­dos por mili­ta­res, poli­cías sin uni­for­me y civi­les, que eje­cu­ta­ron accio­nes en con­tra de opo­si­to­res polí­ti­cos al gobierno y al sis­te­ma polí­ti­co o sos­pe­cho­sos de ser­lo, nacie­ron duran­te la gue­rra civil en Cen­troa­mé­ri­ca cuan­do fina­li­zó el con­flic­to mili­tar a raíz de los con­ve­nios de paz.
Inves­ti­ga­cio­nes sobre la acti­vi­dad de los EM hacen pen­sar que estas estruc­tu­ras clan­des­ti­nas comen­za­ron como apén­di­ces de los ser­vi­cios de inte­li­gen­cia de los cuer­pos de segu­ri­dad y de las fuer­zas arma­das, para el caso que nos ocu­pa los lla­ma­dos Gizes (Gru­pos de Infor­ma­ción de Zona), que ope­ran a dis­cre­ción del mando.
La apli­ca­ción del méto­do de gru­pos clan­des­ti­nos, supues­ta­men­te ale­ja­dos del gobierno y de las fuer­zas mili­ta­res del Esta­do, para no tomar res­pon­sa­bi­li­dad algu­na sobre sus accio­nes, se desa­rro­lló a par­tir de la estra­te­gia de USA para soca­var al movi­mien­to social que era la base de la lucha gue­rri­lle­ra en aquel perío­do: gue­rra de baja intensidad.
La idea de con­for­mar EM, su entre­na­mien­to, finan­cia­mien­to, dota­ción de arma­men­to y ase­so­ría en gene­ral fue pro­por­cio­na­da en for­ma de cober­tu­ra mili­tar y de segu­ri­dad; véa­se en Méxi­co la alian­za de segu­ri­dad (ASPAN) y el Plan Méri­da fir­ma­dos por Bush-Fox-Calderón.
Las uni­da­des del Ejér­ci­to y de la poli­cía tenían bajo su car­go al menos un escua­drón que toma­ba infor­ma­ción de los orga­nis­mos mili­ta­res y eje­cu­ta­ba accio­nes de ase­si­na­to y secues­tro sobre blan­cos selec­cio­na­dos, extor­sión, ame­na­zas y todo tipo de deli­tos en con­tra de per­so­nas seña­la­das como gue­rri­lle­ros, sos­pe­cho­sas de apo­yar la lucha con­tra el gobierno, disi­den­tes o sim­ple­men­te denun­cia­das como tales por ter­ce­ros intere­sa­dos en cau­sar­les daños, nos refe­ri­mos a caci­caz­gos o gru­pos de poder.
Even­tual­men­te cada jefe mili­tar auto­ri­za­ba la exis­ten­cia de otro tipo de EM en su juris­dic­ción, a car­go de civi­les con poder eco­nó­mi­co que asu­mían por com­ple­to su fun­cio­na­mien­to y exis­ten­cia, siem­pre en coor­di­na­ción con las fuer­zas mili­ta­res del terri­to­rio bajo con­trol. Hay que recor­dar la crea­ción de para­mi­li­ta­res duran­te la Ope­ra­ción Chia­pas 1994 que des­em­bo­có en la masa­cre de 45 indí­ge­nas en Acteal en 1997.
Estos gru­pos “dor­mían de día y tra­ba­ja­ban de noche”, des­pla­zán­do­se en su terri­to­rio sin mayor inter­fe­ren­cia de las uni­da­des mili­ta­res o poli­cia­les que cus­to­dia­ban el terreno, pues eran reco­no­ci­dos como nece­sa­rios para hacer ese tipo de tra­ba­jo sucio de la gue­rra civil, a favor de los gobier­nos, sus fuer­zas mili­ta­res y de los gru­pos socia­les ínfi­mos que se bene­fi­cia­ban de su exis­ten­cia y funcionamiento.
En pala­bras de la épo­ca del con­flic­to, se tra­ta­ba de “qui­tar­le el agua al pez” como expre­sión que sig­ni­fi­ca­ba qui­tar­le base social a la gue­rri­lla o a cual­quier for­ma de opo­si­ción al gobierno y a sus fuer­zas, por medio del terror y de accio­nes terro­ris­tas con­tra la pobla­ción en gene­ral: Doc­tri­na del Shock.
El resul­ta­do de todo ello fue una enor­me can­ti­dad de ase­si­na­tos de opo­si­to­res o sos­pe­cho­sos de ser­lo, sin iden­ti­dad de sus auto­res o sin que per­so­na algu­na fue­ra lle­va­da a jui­cio por los mismos.
No hay que olvi­dar­lo, los EM o las ban­das para­mi­li­ta­res que actúan en varios paí­ses del hemis­fe­rio, no sólo pro­ce­dían con­tra delin­cuen­tes, sino con­tra quie­nes los miem­bros de la oli­gar­quía local, que finan­cia­ban esas estruc­tu­ras tole­ra­das por la auto­ri­dad, iden­ti­fi­ca­ban como enemigos.
En un con­tex­to tan enra­re­ci­do como el que pre­va­le­ce en Méxi­co, don­de la impu­ni­dad alien­ta cual­quier tipo de con­duc­tas delin­cuen­cia­les, la pro­li­fe­ra­ción del para­mi­li­ta­ris­mo cobra­rá auge si no se des­ac­ti­va a tiempo.
Una de las for­mas es hacer más civil a las ins­ti­tu­cio­nes de segu­ri­dad –poli­cías– y pro­fe­sio­na­li­zar­las; segun-da, es hacer más mili­ta­res a los mili­ta­res para encau­zar­los a su fun­ción pri­mor­dial y moti­vo de la exis­ten­cia del Ejér­ci­to: la defen­sa nacio­nal. Otra, cam­biar la visión patri­mo­nia­lis­ta que se tie­ne de la polí­ti­ca, ter­mi­nar con la corrup­ción y rom­per el halo de impu­ni­dad que aho­ga a la socie­dad y los avan­ces democráticos.
La san­gre es tin­ta inde­le­ble que mar­ca­rá his­tó­ri­ca­men­te a la dere­cha en Méxi­co, los muer­tos no hablan, pero lue­go le recla­man al poder.
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