El encuentro: “No al ALCA — Otra América es posible”, se hizo tradición y forma parte de manera estratégica del pacto del Nuevo Sujeto Histórico. Podemos situar este proceso al final de los años ochenta, veinticinco años después del Consenso de Washington y diez años después de la caída del muro de Berlín.
Un tal paso fue preparado por varias iniciativas: el PPXXI (People’s Power twenty one) en Asia; el encuentro “intergaláctico” de los zapatistas en Chiapas; el Otro Davos, que reunió al principio de 1999 varios movimientos sociales de cuatro continentes en Zurich y en Davos, la misma semana que el Foro Económico Mundial.
Todo eso desembocó, por una parte, en la cadena de protestas sistemáticas contra los centros de poder global: Organización Mundial de Comercio (OMC), Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional (FMI), Grupo de los Ocho (G8), Cumbre Europea, Cumbre de las Américas y, por otra parte, en los Foros Sociales mundiales, continentales, nacionales y temáticos, lugares de convergencia de movimientos y organizaciones luchando contra el neoliberalismo. Los movimientos sociales desempeñaron un papel central en este proceso. Se trata ahora de esbozar un cuadro general de reflexión sobre la marcha de los eventos.
1. ¿Por qué un nuevo sujeto histórico?
La historia de la humanidad se caracteriza por una multiplicidad de sujetos colectivos, portadores de valores de justicia, de igualdad, de derechos y protagonistas de protestas y luchas. Recordamos por ejemplo, la revuelta de los esclavos, las resistencias contra las invasiones en África y Asia, las luchas campesinas de la Edad Media en Europa, las numerosas resistencias de los pueblos autóctonos de América, los movimientos religiosos de protesta social en Brasil, Sudán, China.
Un salto histórico se da cuando el capitalismo construye, después de cuatro siglos de existencia, las bases materiales de su reproducción que son la división del trabajo y la industrialización. Nace el proletariado como sujeto potencial, a partir de la contradicción entre capital y trabajo. Los trabajadores están sometidos al capital dentro del proceso mismo de la producción, haciendo que la clase obrera sea totalmente absorbida al igual que constituida por el capital. Es lo que Carlos Marx llamó la subsumpción real del trabajo por el capital.
La nueva clase se transformó en sujeto histórico cuando se construyó en el seno mismo de las luchas, pasando del estatuto de “una clase en sí a una clase para sí”. No era el único sujeto, pero sí, el sujeto histórico, es decir el instrumento privilegiado de la lucha de emancipación de la humanidad, en función del papel cumplido por el capitalismo. Este último no se situaba únicamente en el plan de la economía, sino que también orientaba la configuración del Estado-Nación, las conquistas coloniales, las guerras mundiales, sin hablar de su papel como vehículo privilegiado de la modernidad. Es evidente que la historia de la clase obrera como sujeto histórico no fue lineal. Hubo el paso de movimiento a partido político y del plan nacional al plan internacional, y asimismo éxitos y fracasos, victorias y recuperaciones.
Hoy día, el sujeto social se amplifica. El capitalismo realiza un nuevo salto. Las nuevas tecnologías extienden la base material de su reproducción: la informática y la comunicación, que le dan una dimensión realmente global. El capital necesita una acumulación acelerada para responder al tamaño de las inversiones en tecnologías cada vez más sofisticadas, para cubrir los gastos de una concentración creciente y encontrar las exigencias del capital financiero que después de la flotación del dólar en 1971 se transformó masivamente en capital especulativo.
Por estas razones, el conjunto de los actores del sistema capitalista combatieron tanto el keynesianismo y sus pactos sociales entre capital, trabajo y Estado, el desarrollo nacional del Sur (el modelo de Bandung, según Samir Amin) como el desarrollismo cepalino (en América Latina y el Caribe) y los regímenes socialistas. Empezó la fase neoliberal del desarrollo del capitalismo llamada también el Consenso de Washington. Esta estrategia se tradujo en una doble ofensiva: contra el trabajo (disminución del salario real, desregulación, deslocalización) y contra el Estado (privatizaciones). Actualmente, frente a las crisis tanto del capital productivo como del capital financiero, asistimos a una búsqueda de nuevas fronteras de acumulación: la agricultura campesina que tiene que convertirse en una agricultura productivista capitalista, los servicios públicos que deben pasar al sector privado y la biodiversidad, como base de nuevas fuentes de energía y de materias primas.
El resultado es que ahora todos los grupos humanos sin excepción están sometidos a la ley del valor, no solamente la clase obrera asalariada (subsumpción real), sino los pueblos autóctonos, las mujeres, los sectores informales, los pequeños campesinos, bajo otros mecanismos, financieros (precio de las materias primas o de los productos agrícolas, servicio de la deuda externa, paraísos fiscales, etc.) o jurídicos (las normas del FMI, del Banco Mundial de la OMC), todo eso significando una subsumpción formal.
Otro resultado es el hecho de que el carácter destructor del capitalismo (según la expresión de Schumpeter) toma el paso sobre su carácter creador (de bienes y servicios). Más que nunca el capitalismo destruye, como lo notaba hace casi más de un siglo y medio Carlos Marx, las dos fuentes de su riqueza: la naturaleza y los seres humanos. En verdad, la destrucción ambiental afecta a todos y la ley del valor incluye hoy a todos. La mercantilización domina la casi totalidad de las relaciones sociales, en campos cada vez más numerosos como el de la salud, la educación, la cultura, el deporte o la religión.
Además, la lógica capitalista tiene su institucionalidad. Recordemos primero que se trata de una lógica y no de una confabulación de algunos actores económicos (de lo contrario bastaría con convertirlos y corregir abusos y excesos). Me acuerdo de un empresario de Santo Domingo, testigo de Jehová, quien decía a propósito de sus obreros, a los que amaba con un amor muy cristiano: “Llamo a mis trabajadores, magos, porque no sé cómo pueden vivir con el salario que les doy”. El cambio exige una acción estructural, hoy globalizada, de actores determinados con agendas precisas.
El capitalismo globalizado tiene sus instituciones: la OMC, el Banco Mundial, el FMI, los bancos regionales, y también sus aparatos ideológicos: medios de comunicación social, cada vez más concentrados en pocas manos. Finalmente, goza del poder de un imperio, los EE. UU. El dólar de este país es la moneda internacional. Los EE. UU. poseen el único derecho de veto en el Banco Mundial y en el FMI, y un veto compartido en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Este país conserva casi un monopolio en el campo militar, con el dominio sobre la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y la capacidad de empezar guerras preventivas. Por eso, no duda en intervenir militarmente en Iraq o Afganistán para controlar las fuentes de energía. Sus bases militares se extienden por todo el planeta y su gobierno se atribuye la misión de reprimir las resistencias en el mundo entero, sin vacilar en utilizar la tortura y el terrorismo. Sin embargo, el imperio tiene sus debilidades. La naturaleza se venga, y la oposición antiimperialista en la actualidad es mundial. Otras señales de debilidad permiten a Imanuel Wallenstein pensar que lo que él llama “el largo siglo XX”, dominado por el capitalismo, podría encontrar su fin a mediados de este siglo.
Por todas estas razones, el nuevo sujeto histórico se extiende al conjunto de los grupos sociales sometidos, tanto los de la sumisión real (representados por los denominados “antiguos movimientos sociales”) como los de la sumisión formal (“nuevos movimientos sociales”).
El nuevo sujeto histórico a construir será popular y plural, vale decir, constituido por una multiplicidad de actores y no por la “multitud“ de la cual hablan Hardt y Negri. Un tal concepto es vago y peligroso por desmovilizador. La clase obrera conservará un papel importante, pero compartido. Este sujeto será democrático, no únicamente por su meta, sino por el proceso mismo de su construcción. Él será multipolar, en los varios continentes y en las diversas regiones del mundo. Se tratará de un sujeto en el sentido pleno de la palabra, incluyendo la subjetividad redescubierta, abarcando todos los seres humanos, constituyendo la humanidad como sujeto real[1]. El sujeto histórico nuevo debe ser capaz de actuar sobre la realidad a la vez múltiple y global, con el sentido de emergencia exigido por el genocidio y el ecocidio contemporáneos.
2. Los movimientos sociales
Los movimientos sociales son el fruto de contradicciones, hoy día globalizadas. Para ser verdaderos actores colectivos suponen, según Alain Touraine, un carácter de historicidad (situarse en el tiempo), una visión de la totalidad del campo dentro del cual se inscriben, una definición clara del adversario y una organización. Son más que una simple revuelta (las “jacqueries” campesinas), más que un grupo de intereses (cámara de comercio), más que una iniciativa autónoma del Estado (organización no gubernamental).
Los movimientos nacen de la percepción de objetivos como metas de acción, pero para existir en el tiempo necesitan un proceso de institucionalización. Se crean roles indispensables para su reproducción social. Así nace una permanente dialéctica entre metas y organización, con el peligro de dominación de la lógica de la reproducción sobre las exigencias de los objetivos. Existe un infinito número de ejemplos de esta dialéctica en la historia.
Así por ejemplo, el cristianismo nació, como lo dice el teólogo argentino Rubén Dri, como “el movimiento de Jesús”, expresión religiosa de protesta social, peligrosa para el imperio romano y reprimida por éste. Se transformó por su inserción en la sociedad romana en una institución eclesiástica, siguiendo el modelo de la organización política, centralizada, vertical y a menudo aliada con los poderes de opresión. El peso institucional no mató el espíritu, no obstante introdujo una contradicción permanente. El Concilio Vaticano II constituyó un esfuerzo de restablecer el predominio de los valores del mensaje evangélico sobre el carácter institucional, aunque en los años siguientes tal carácter fue bastante recuperado por una corriente de restauración.
Otro ejemplo es el caso de muchos sindicatos obreros y partidos de izquierda. Fueron iniciativas de los trabajadores o de los medios populares en lucha. Con el tiempo se transformaron en burocracias definiendo sus tareas en términos solamente defensivos, esto es en función de la agenda del adversario y no del proyecto de transformación radical del sistema. En el caso particular de los partidos políticos, la lógica electoral predomina sobre el objetivo original y define las prácticas, lo que significa una lógica de reproducción y no una perspectiva de cambio profundo (revolucionario). Eso no impide la presencia de muchos militantes auténticos en estas organizaciones, si bien significa que están encerrados en una lógica que los sobrepasa.
Con todo, la realidad social no está predeterminada y se puede actuar sobre los procesos colectivos. Para que los movimientos sociales estén en posición de construir el nuevo sujeto social, hay dos condiciones preliminares. En primer lugar, tener la capacidad de una crítica interna con el fin de institucionalizar los cambios y asegurar una referencia permanente a los objetivos. En segundo lugar, captar los desafíos de la globalización, que a la vez son generales y específicos al campo de cada movimiento: obrero, campesino, de mujeres, populares, de pueblos autóctonos, de juventud, en breve, de todos los que son las víctimas del neoliberalismo globalizado.
Pero existen además otras exigencias. Los movimientos sociales que se definen como la sociedad civil tienen que precisar que se trata de la sociedad civil de abajo, recuperando de esta forma el concepto de Antonio Gramsci que la considera como el lugar de las luchas sociales. Eso impide caer en la trampa de la ofensiva semántica de los grupos dominantes, como el Banco Mundial, para los cuales ampliar el espacio de la sociedad civil significa restringir el lugar del Estado, o en la ingenuidad de muchas organizaciones no gubernamentales (ONG) para las cuales la sociedad civil es el conjunto de todos los que quieren el bien de la humanidad. En el plan global, la sociedad civil de arriba se reúne en Davos y la sociedad civil de abajo en Porto Alegre.
Otra exigencia para construir el nuevo sujeto histórico es trazar el vínculo con un campo político renovado. En los primeros tiempos de los Foros Sociales había un real miedo hacia los órganos de la política, en parte por razones justas: repudio de la instrumentalización por necesidades electorales o como simple herramienta de partidos en el poder, y en parte por una actitud de principio antiestatal, en particular en ciertas ONG. De ahí el éxito de las tesis de John Holloway quien se pregunta cómo cambiar las sociedades sin tomar el poder. Si se trata de afirmar que la transformación social exige mucho más que la toma del poder político formal, ejecutivo o legislativo, esta perspectiva es plenamente aceptable, sin embargo si significa que cambios fundamentales como una reforma agraria o una campaña de alfabetización se pueden realizar sin el ejercicio del poder, es una total ilusión.
Luego, los movimientos sociales deben contribuir a la renovación del campo político, como lo indica muy bien Isabel Rauber en su libro Sujetos políticos[2]. La pérdida de credibilidad de los partidos políticos es una realidad mundial y es urgente hallar la manera de realizar una reconstrucción del campo. Un ejemplo interesante es el la República Democrática del Congo (Kinshasa), donde los movimientos y las organizaciones de base se movilizaron para la organización de las elecciones de julio 2006. Después de cuarenta años de dictadura y de guerras (en los últimos cinco años hubo más de tres millones de víctimas), las fuerzas populares de la base de la población, a pesar de todos los esfuerzos de fragmentación del país para controlar más fácilmente los recursos naturales, afirmaron la necesidad de defender la integridad de la nación y salvaron esta última de su desmantelamiento. Por otra parte, ellas están inventando formas de democracia participativa, juntamente con la democracia representativa. Miles de organizaciones locales, de mujeres, campesinos, pequeños comerciantes, jóvenes, comunidades cristianas católicas y protestantes, se movilizaron para presentar candidatos, ligados por pacto a las comunidades (portavoces y no representantes, como lo expresa la ley de consejos comunales de Venezuela), a nivel local y provincial, con algunos a nivel nacional, aunque sin candidato a la presidencia, porque estiman que primero debe consolidarse el proceso desde abajo. Es una verdadera reconstrucción de un campo político, casi destruido por completo por las prácticas (corrupción y tribalismo) de los partidos existentes.
Finalmente, será muy importante para las convergencias de los movimientos sociales encontrar el modo de aglutinar las numerosas iniciativas populares locales que no se transforman en movimientos organizados, pese al hecho de representar una parte relevante de las resistencias (a nivel de pueblos o regiones, contra una represa o la privatización del agua, la electricidad, la salud, contra la entrega de selvas a empresas transnacionales, etc.). Existen ejemplos, como el de MONLAR en Sri Lanka, la organización que lucha por la reforma agraria y que agrupa más de cien iniciativas locales, además de ser un movimiento campesino nacional. Ha realizado una acumulación de fuerzas capaz de actuar en el plano nacional, como órgano de protesta (manifestaciones nacionales) y asimismo de diálogo y de confrontación con el Gobierno y con el Banco Mundial.
3. ¿Cómo construir el nuevo sujeto histórico?
Varios pasos son necesarios para producir el nuevo sujeto histórico. La primera condición es elaborar una conciencia colectiva basada sobre un análisis de la realidad y una ética.
En cuanto al análisis, se trata de utilizar instrumentos capaces de estudiar los mecanismos de funcionamiento de la sociedad y de entender sus lógicas, con criterios que permitan distinguir efectos y causas, discursos y prácticas. No se trata de cualquier tipo de análisis, sino del aparato teórico crítico más adecuado para responder al grito de los de abajo. Exige un alto rigor metodológico y una apertura a todas las hipótesis útiles para este fin. La opción en favor de los oprimidos es un paso precientífico e ideológico que guiará la elección del tipo de análisis, no obstante este último pertenece al orden científico sin concesión posible. Es un saber nuevo que ayudará a crear la conciencia colectiva.
Tomamos un ejemplo contemporáneo. Se habla mucho de los objetivos del Milenio, decididos por los jefes de Estado en Nueva York en el año 2000. ¿Quién podría estar en contra de la eliminación de la pobreza y de la miseria (pobreza absoluta) y en favor del desarrollo? Por eso hubo unanimidad. Además del hecho de que el objetivo para el 2015 es reducir apenas a la mitad la extrema pobreza, lo que significa que en ese año el mundo se encontrará todavía con más de ochocientos millones de pobres (una vergüenza), todo indica que será muy difícil alcanzar los objetivos previstos. La razón es que no se criticó la lógica fundamental del tipo de desarrollo que favorece al 20% de la población de los países del Sur. Esta minoría crece de manera espectacular, formando una base de consumo apreciable para el capital y acentuando la visibilidad de una cierta riqueza. Al mismo tiempo, las distancias sociales aumentan. Para entender esta contradicción se debe criticar el concepto mismo de desarrollo, del cual dependen los criterios adoptados para definir los objetivos del Milenio. No entran en su definición elementos cualitativos como el bienestar, la igualdad, la soberanía alimentaria y otros más. Es por eso que Marta Harnecker, en el Centro Miranda de Caracas, trabaja en la creación de herramientas analíticas para medir los criterios del desarrollo. De hecho, los conceptos utilizados por las Naciones Unidas son los del mercado y no los de la vida de los seres humanos.
El segundo elemento que contribuye a la construcción de una conciencia colectiva es la ética. No se trata de una serie de normas elaboradas en abstracto, sino de una construcción constante por el conjunto de los actores sociales en referencia a la dignidad humana y al bien de todos. Las definiciones concretas pueden cambiar según los lugares y las épocas y cuando se trata de la realidad globalizada, la perspectiva ética tendrá que ser elaborada por el conjunto de las tradiciones culturales: ese es el concepto real de los derechos humanos. La ética en este sentido no es una imposición dogmática, es una obra colectiva que haya sus referencias en la defensa de la humanidad.
Podemos decir que el logro principal de los Foros Sociales, como convergencias de movimientos y organizaciones populares, ha sido la elaboración progresiva de una conciencia colectiva, con varios niveles de análisis y comprensión y con una ética a la vez de protesta contra todo tipo de injusticia y desigualdad, y de construcción social democrática de “otro mundo posible”. La existencia de los Foros es en sí misma un hecho político, además de los muchos otros logros, como la constitución de redes, el intercambio de alternativas, el funcionamiento en su seno de la asamblea de los movimientos sociales y la contribución de intelectuales comprometidos.
Después de la elaboración de una conciencia colectiva, el segundo paso necesario es la movilización de los actores plurales, populares, democráticos y multipolares. Aquí nos encontramos con el aspecto subjetivo de la acción. Los actores humanos son seres completos y no actúan solamente en función de la racionalidad de las lógicas sociales. El compromiso es un acto social caracterizado por un elemento afectivo fuerte y aun central. De ahí la importancia de la cultura como conjunto de las representaciones de la realidad y también de los innumerables canales de su difusión: el arte, la música, el teatro, la poesía, la literatura, la danza. La cultura es una meta, pero de igual modo un medio de emancipación humana.
Lo mismo se puede decir del papel potencial de las religiones, donde se encuentran referencias existenciales humanas fundamentales: la vida, la muerte, en referencia con una fe que se puede compartir o no, aunque no se puede ignorar. Ese fue un error grave de un cierto tipo de socialismo. El potencial religioso liberador es real. Además, las religiones pueden aportar una espiritualidad y una ética colectiva y personal indispensables para la reconstrucción social.
El tercer elemento esta constituido por las estrategias para lograr los tres niveles de alternativas. El primero es la utopía, en el sentido de lo que no existe hoy pero que puede ser realidad mañana, vale decir una utopía no ilusoria, sino necesaria como decía el filósofo francés Paul Riqueur. ¿Qué tipo de sociedad queremos? ¿Cómo definir el poscapitalismo o el socialismo? La utopía también es una construcción colectiva y permanente, no una cosa que viene del cielo. Necesita para su cumplimiento una acción a largo plazo: cambiar un modo de producción no se hace con una revolución política, aun si ella puede significar el inicio de un proceso. El capitalismo tomó cuatro siglos para construir las bases materiales de su reproducción: la división del trabajo y la industrialización. Los cambios culturales, que son parte esencial del proceso, poseen un ritmo distinto al de las transformaciones políticas y económicas.
Los otros dos niveles, el medio y el corto plazo, dependen de las coyunturas, sin embargo deben ser el objeto de estrategias concertadas y realizadas en convergencia, entre actores sociales diversos. Son el lugar de las alianzas. Con todo, no es la simple suma de alternativas en los sectores económicos, sociales, culturales, ecológicos, políticos la que permitirá a un sujeto histórico nuevo salir adelante. Se necesita una coherencia. Esta última será igualmente obra colectiva y no el resultado de un monopolio del saber y el conocimiento por una vanguardia depositaria de la verdad. Será un proceso constante y no un dogma.
Desde este punto de vista es importante subrayar el carácter indispensable de algunos actos colectivos estratégicos, aun parciales, pero que reagrupan un conjunto de actores sociales diversos en una iniciativa significante en relación con la dimensión utópica del proyecto global. Felizmente existen varios ejemplos en este sentido, de los cuales recordamos dos.
La campaña contra el ALCA reunió muchos movimientos sociales, desde sindicatos hasta campesinos, pasando por los de mujeres e indígenas. ONG de diferente índole se juntaron a la iniciativa. En algunos países, iglesias tomaron posición contra el tratado. Se utilizó métodos muy variados de acción, incluso referéndums populares que recogieron millones de firmas. Otro ejemplo es el plan alternativo popular de reconstrucción después del tsunami en Sri Lanka. El plan oficial administrado por el Banco Mundial preveía esencialmente el desarrollo del turismo internacional y no respondía a las necesidades de base de la población mayoritaria. Era la forma de acelerar la política neoliberal de alcance mundial. Por eso se constituyó una alianza amplia de movimientos y organizaciones sociales, incluidas instituciones budistas y cristianas, para oponerse al plan gubernamental y proponer soluciones alternativas.
Frente a la necesitad de una perspectiva de acción a nivel mundial, se tomaron dos iniciativas complementarias: la red “En Defensa de la Humanidad“, fundada en México bajo el impulso de Pablo González Casanova y que tiene capítulos de varios países, sobre todo latinoamericanos y caribeños, y el “Llamamiento de Bamako”, promovido por el Foro Mundial de Alternativas (iniciado en Lovaina-la-Nueva en 1996 en ocasión del 20° aniversario del Centro Tricontinental y fundado oficialmente en El Cairo el año siguiente), el Foro del Tercer Mundo (Dakar), Enda (una ONG africana) y el Foro Social de Malí. En Defensa de la Humanidad propuso la constitución de una promotora destinada a reunir y plantear acciones comunes, y el Llamamiento de Bamako definió diez áreas para pensar y proponer actores colectivos y estrategias, inspirándose en gran parte en el Manifiesto de Porto Alegre elaborado por un grupo de intelectuales durante el Foro Social Mundial de 2005. Estas dos iniciativas complementan el trabajo de la Asamblea de Movimientos que dentro de cada Foro produce un documento y sugiere campañas (como la manifestación contra la guerra en Iraq, que en 2003 reunió más de quince millones de personas en seiscientas ciudades del mundo).
Finalmente, dentro de la perspectiva general se necesitan victorias parciales aunque significativas. Mantener la acción, entretener la motivación, exige resultados. No se trata de cualquier logro, sino de los que movilizan varios actores sociales en una acción común, sobre objetivos relacionados con una visión de conjunto y de dimensión global. Hay también en este aspecto varios ejemplos importantes. De nuevo se puede citar la campaña latinoamericana y caribeña contra al el ALCA. En Europa, el no al tratado constitucional preparado según una orientación neoliberal y con sumisión a los EE. UU. en el campo militar, es otro ejemplo. El rechazo con éxito del contrato de primer empleo en Francia y el abandono de la base naval de los EE. UU. de Vieques en Puerto Rico, después de una larga movilización popular, son otros ejemplos. Y en el ámbito político, la elección del primer presidente indígena en Bolivia tiene asimismo un sentido muy amplio de victoria en los planos cultural, social y económico.
En conclusión, podemos decir que ya está trazado el camino para pasar de la creación de una conciencia colectiva a la construcción de actores colectivos, y que todo eso anuncia el amanecer del sujeto histórico nuevo.