Pre­sos polí­ti­cos vas­cos: un via­je de amor, por Jose Mari Espar­za Zabalegi

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La lucha de los fami­lia­res de pre­sos y pre­sas polí­ti­cas vas­cas es todo un ejem­plo de cons­tan­cia y dig­ni­dad fren­te a la pre­po­ten­cia fas­cis­ta espa­ño­la y francesa.

‑Un vier­nes cual­quie­ra sale de Gaz­teiz un auto­bús reple­to. Las muje­res, mayo­ría expe­ri­men­ta­da, orga­ni­zan todo. Son madres, her­ma­nas, com­pa­ñe­ras, hijas de pre­sos, todas igual de afa­no­sas, son­rien­tes y cama­ra­das. Por delan­te, 2.500 kiló­me­tros. Sopo­rí­fi­ca pelí­cu­la infan­til, sólo para los mue­tes, esla­bón más débil del via­je. Una chi­ca cobra el bille­te: 100 euros, más las comi­das, gas­tos, ayu­da al pre­so… Un jor­nal para el via­je­ro espo­rá­di­co, una extor­sión cruel para las fami­lias habi­tua­les. Mas­cu­llan­do mal­di­cio­nes, inten­to dormir.

‑Para­da en Sevi­lla, de don­de algu­nos par­ten hacia Huel­va y Alge­ci­ras. Con­ti­nua­mos has­ta lle­gar a un bar, encla­ve entre las tres cár­ce­les de Puer­to, que lla­man «El Cepo». Des­ma­de­ja­do y ado­lo­ri­do, uno no está para bro­mas. Dicen que el due­ño del Cepo se por­ta bien, pero que para con­tra­rres­tar las crí­ti­cas sobre el nego­cio que hace a cos­ta de los eta­rras, ha exa­cer­ba­do su espa­ño­li­dad, con ban­de­ra roji­gual­da en un has­ta, en el pecho de los cama­re­ros, en los sobres de azú­car… Una foto de Itur­gaiz (¿qué pin­ta­rá aquí?) pre­si­de el bar. La gen­te se recom­po­ne del des­ma­de­je del via­je y las muje­res, una vez tota­ña­das, lucen bien her­mo­sas para sus bienamados.

‑Puer­to de San­ta María: lugar con mayor núme­ro de cár­ce­les per cápi­ta de Euro­pa. Cer­ca, la base mili­tar de Rota com­ple­ta el pai­sa­je de alam­bra­das y esa degra­da­ción esté­ti­ca indi­ca cier­ta degra­da­ción moral del pue­blo que la sopor­ta. Por eso es tie­rra abun­do­sa de seño­ri­tos, poli­cías, cofra­días y maca­re­nas, a las que no paran de pedir per­dón por sus peca­dos. El úni­co méri­to de Puer­to para ser un pre­si­dio es su dis­tan­cia de Eus­kal Herria, esto es, agran­dar el daño a los fami­lia­res. Si pudie­ran, los envia­rían, como en el siglo XIX, a pre­si­dios de La Haba­na o Car­ta­ge­na de Indias. La mal­dad pare­ce algo gené­ti­co en la cla­se polí­ti­ca espa­ño­la que, facha o pro­gre, sigue enfer­ma de Inqui­si­ción, de tics impe­ria­les, de sub­de­sa­rro­llo democrático.

‑Se comu­ni­ca por telé­fono, a tra­vés de cris­ta­les blin­da­dos, pero te obli­gan a des­pren­der­te has­ta del chi­cle. Alguien deman­da que le dejen pasar las gafas, «para ver­lo de cer­ca». Otro pide pasar papel y lápiz para apun­tar los reca­dos. No. Sólo la memo­ria. Las car­ce­le­ras son muje­res, como la Direc­to­ra Gene­ral de Pri­sio­nes: qué tris­te que la eman­ci­pa­ción haya depa­ra­do tam­bién en esto. Nos con­du­cen por patios inter­nos hacia los locu­to­rios. La Mer­ce­des Galli­zo y su equi­po pro­gre gus­tan de pin­tar y ador­nar esos ale­da­ños del terror con cua­dros, mura­les y paté­ti­cos mace­te­ros. En la pri­sión de Arbo­lo­te, esos patios de cemen­to, rejas y espi­nos tie­nen nom­bre: «Pla­za de Anto­nio Lara», «Pla­za de la Cons­ti­tu­ción Espa­ño­la»… Pien­so en lo poco que tie­nen que amar a Anto­nio Lara y a Espa­ña. Y deduz­co que no hay en el mun­do nadie más pre­so que un carcelero.

‑A la entra­da de las cár­ce­les sue­len colo­car el artícu­lo 25.2 de la Cons­ti­tu­ción Espa­ño­la: «Las penas pri­va­ti­vas de liber­tad y las medi­das de segu­ri­dad esta­rán orien­ta­das hacia la reedu­ca­ción y rein­ser­ción social (…) En todo caso ten­drá dere­cho a un tra­ba­jo remu­ne­ra­do y a los bene­fi­cios corres­pon­dien­tes de la Segu­ri­dad social, así como el acce­so a la cul­tu­ra y al desa­rro­llo inte­gral de su per­so­na­li­dad». Qui­zás por eso les tie­nen ais­la­dos, solos la mayor par­te del día, les alar­gan las con­de­nas, les dejan un máxi­mo de dos libros, les tra­ban los estu­dios, y pro­cu­ran que los her­ma­nos o los matri­mo­nios pre­sos estén a miles de kiló­me­tros de dis­tan­cia uno del otro. Es la doble, la cíni­ca moral española.

‑Como siem­pre, nos acom­pa­ñan otros gru­pos tri­ba­les: gita­nos, parias, emi­gran­tes… A ellos les tra­tan toda­vía con menor res­pe­to. Me gus­ta­ría creer que el día que ya no haya ape­lli­dos vas­cos en las cár­ce­les, y que ya no coin­ci­da­mos con esta gen­te jun­to a los muros, siga­mos luchan­do por ellos, víc­ti­mas de la pobre­za y la mar­gi­na­ción. Por­que las cár­ce­les no sir­ven ni para los tara­dos que las inventan.

‑2500 kiló­me­tros para hablar cua­ren­ta minu­tos. Nue­va nor­ma: te encie­rran en el locu­to­rio como un pre­so más, para que no pue­das salu­dar al res­to. Por fin, en la cabi­na de enfren­te, Ger­mán Rube­nach. Son­ri­sa intac­ta y ros­tro cru­za­do, del tiro que le atra­ve­só la cabe­za, hace ya dos déca­das, en la Foz de Lum­bier. Recor­da­mos las pala­bras del Minis­tro del Inte­rior, Cor­cue­ra, acu­sán­do­le de inten­tar sui­ci­dar­se des­pués de haber mata­do a sus dos com­pa­ñe­ros, Susa­na y Jon. Si en el jui­cio que­dó pro­ba­do que Ger­mán no lo hizo, ¿quién fue enton­ces, si allí sólo esta­ba la Guar­dia Civil? Sin duda, los mis­mos que le acu­sa­ron, pero eso nun­ca se juz­gó. Los cul­pa­bles están en la calle mien­tras Ger­mán lle­va 20 años cum­pli­dos y aho­ra diez más de pro­pi­na, con la cruel «Doc­tri­na Parot». Como el de Rube­nach, ¿cuán­tos des­pro­pó­si­tos escon­den las cár­ce­les? Para Espa­ña, el agra­vio com­pa­ra­ti­vo es la ley.

-Entre los pre­sos ha corri­do la noti­cia: hoy David Gra­mont va cono­cer a su hijo Ilai, con­ce­bi­do entre rejas. Todos han pues­to un esco­te para hacer un rega­lo al afor­tu­na­do padre. La vida y la espe­ran­za se abren paso, inclu­so a tra­vés de barrotes.

‑Entre los fami­lia­res hay inquie­tud: a par­tir de hoy sólo les per­mi­ten ir a los locu­to­rios de dos en dos, lo que hace que, amén de retra­sar el regre­so, no haya tiem­po y pon­gan otros días de visi­ta, impi­dien­do los via­jes colec­ti­vos. Hay otros inco­mo­dos: en una cár­cel no se han deja­do cachear y no han teni­do vis a vis, sólo locu­to­rio; en otra han pre­fe­ri­do los cacheos a cam­bio de poder abra­zar a los suyos. Para unos la visi­ta ha deja­do sabor dul­ce, para otros amar­go. ¿Qué hacer? Me veo a la Galli­zo, la maoís­ta, en su des­pa­cho, urdien­do mez­quin­da­des, inven­tan­do más barre­ras, impi­dien­do abra­zos… Y me pre­gun­to qué póci­ma bebió en la Tran­si­ción tan­to galli­to rojo, para deve­nir en cuer­vos carroñeros.

‑En la espe­ra, dis­cu­ti­mos: todas estas medi­das de men­tes enfer­mi­zas, des­ti­na­das a putear cada día un poco más a pre­sos y fami­lia­res, ¿se han acen­tua­do estos meses como res­pues­ta rubal­ca­bia­na al pro­ce­so demo­crá­ti­co? Hay quie­nes opi­nan que no, que la maqui­na­ria car­ce­la­ria espa­ño­la es así, pro­gre­si­va­men­te per­ver­sa, ter­ca­men­te cruel, atra­pa­da como está de sus iner­cias atá­vi­cas. Qui­zá sea las dos cosas.

‑Otra vez de noche, des­an­da­mos kiló­me­tros. La rabia que gene­ra tan­ta pre­po­ten­cia se que­da chi­qui­ta ante el amor que se des­pren­de del auto­bús. Miro a los mue­tes futu­ro, a sus madres cora­je, a los vie­jos orgu­llo­sos… Otra sema­na más. Un capí­tu­lo épi­co de la his­to­ria vas­ca se está redac­tan­do en esos auto­bu­ses, en esas cel­das ais­la­das, en esos tri­bu­na­les de ope­re­ta bur­da, en esas comi­sa­rías enca­pu­cha­das. Y de todo ello se está levan­tan­do acta. El que sufre tie­ne memo­ria, dijo Cice­rón. Y algún día, más pron­to que tar­de, muchos ten­drán que dar cuen­ta de lo que hicie­ron y muchos más, de lo que callaron.

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