El día 31 de Marzo, personas que se han visto a lo largo de su vida afectadas por la represión o la guerra sucia, han convocado movilizaciones en varias localidades navarras. La denuncia de lo ocurrido a Jon Anza es el objetivo de estas manifestaciones.
La desaparición de Jon Anza supuso el mayor exponente de la llamada Guerra Sucia del siglo XXI, que en Nafarroa tuvo dos episodios con los secuestros de Dani Saralegi y Alain Berastegi. Han pasado ya varias semanas desde que el cuerpo del refugiado y militante abertzale fuese encontrado en la morgue de Tolouse. La versión oficial no da respuestas a las múltiples preguntas que a todos y todas se nos amontonan en la cabeza.
Encima por si acaso, para no esclarecer esas preguntas, tratan de imputar a quienes exponen públicamente sus sospechas sobre lo que le ha podido pasar a Jon: que Jon Anza fue secuestrado, torturado y asesinado por elementos de las fuerzas policiales españolas.
De momento, la única versión que ha quedado desestimada, y no porque lo diga yo, sino dicho por la propia fiscal de Baiona, Anne Kayanakis, es la de Alfredo Perez Rubalcaba, Ministro de Interior del estado español: “Jon ha huido con el dinero al Caribe y por eso ETA nos pide que lo busquemos”.
Euskal Herria, y en concreto Nafarroa, conoce de sobra cuales son los objetivos de las versiones oficiales. Cuando en 1978 Germán Rodriguez fue asesinado en plena calle durante los Sanfermines, la versión oficial habló de “errores”, pero nunca se ha reconocido que estos acontecimientos estuviesen preparados o que tuvieran un objetivo político. En 1979 Gladys del Estal fue asesinada en Tutera por la Guardia Civil. En esa ocasión la versión oficial habló de “forcejeo” y de “disparo fortuito y accidental”. Quienes presenciaron los hechos dijeron que fue una ejecución.
En otras muchas ocasiones no ha habido testigos para rebatir la versión oficial: “Mikel Zabalza se ahogó” en el río Bidasoa en 1985 “cuando trataba de escapar” tras haber sido detenido por la Guardia Civil de Intxaurrondo; Susana Arregi y Juan Mari Lizarralde “se suicidaron al verse atrapados por las fuerzas policiales, ayudados por German Rubenach” en la Foz de Lumbier en 1990; Mikel Iribarren “se quemó la cara con un coctel molotov” durante unos incidentes en 1991; el militante de ETA Josu Zabala “Basajaun” “se suicidó en 1997” en el alto de Deba; Igor Portu y Mattin Sarasola se lesionaron al “oponer resistencia durante su arresto” en 2008.
Pero todos sabemos que a Mikel Zabalza le torturaron hasta la muerte en Intxaurrondo, y que posteriormente le inyectaron agua del Bidasoa en los pulmones. El Tribunal de Estrasburgo ha condenado al Reyno de España por las lesiones que un agente español sin identificar provocó en la cara de Mikel Iribarren con un bote de humo. Tenemos la certeza de que Susana y Juan Mari no se suicidaron, sino de que fueron ejecutados por la Guardia Civil. Quienes conocían a Josu Zabala no tienen dudas de que fueron policías los que acabaron con la vida de Basajaun. Y un juez de Donostia ha imputado a varios guardias civiles por golpear y poner al borde de la muerte a Igor Portu.
Las versiones oficiales de Interior huelen a rancio en Euskal Herria y destapan las vergüenzas de unos estados que se autodenominan democráticos, Estados de Derecho, pero que en realidad son frágiles ante la verdad que los desnuda y los muestra tal y como son ante la opinión pública. Tanto España como Francia han practicado o colaborado con la guerra sucia y los crímenes de Estado, pero nunca lo han reconocido, y quienes han participado en estas actividades siempre han salido impunes o han pagado muy barato sus crímenes.
Pero Euskal Herria tiene memoria, y no va a parar hasta que la verdad de lo sucedido con Jon Anza salga a la luz publica. Quizás tengan que pasar tantos años como los que transcurrieron desde que Lasa y Zabala desaparecieron hasta que sus cuerpos regresaron a Euskal Herria, pero ni la cal viva de entonces ni las versiones oficiales de ahora conseguirán que los Galindos y Rubalcabas de siempre pasen a la historia como personas de honor.