Los abusos sexuales de los superiores institucionales contra menores de edad tienen que ser castigados con la máxima severidad porque constituyen una traición irreparable. No bastan los golpes de pecho por más piadosos o enérgicos que pretendan ser. Las tibias manifestaciones de la Iglesia Católica sobre los delitos irreparables cometidos por clérigos, complican en extremo la situación y los hacen más penosos todavía. La pederastia es una aberración sexual que pudiera ser patológica es decir, practicada por enfermos mentales que requieren tratamiento adecuado pero cuyo manejo exige tres condiciones indispensables: ser retirado del ejercicio clerical, ser juzgado por la justicia ordinaria y resarcir el daño ocasionado. No pueden aceptarse medias tintas ni benevolencias en el tratamiento del acto perverso. Pero la pederastia puede ocurrir por hábito sexual desviado, por el simple placer sexual de aprovecharse de la debilidad o inferioridad de la víctima inocente o indefensa. Este es un acto criminal, vil, sin atenuantes. Es a la investigación judicial a quien corresponde dilucidar la eventualidad y proceder en consecuencia.
También en esta segunda alternativa se impone el castigo ejemplar, el resarcimiento de los daños y la exclusión del ejercicio clerical del pederasta. Porque la pederastia en los clérigos, como la traición de un maestro pedagogo o la de un militar que vuelve las armas conferidas contra el pueblo que se las confió constituyen traiciones de lesa humanidad contra la sociedad que confió ingenuamente en la idoneidad de los depravados que abusan de la posición institucional que ostentan. Es cierto que los actos de clérigos con aberraciones sexuales, corruptores de menores, no descalifican per se a la institución de la iglesia. Pero sobre esta recae la responsabilidad de seleccionar exhaustivamente a los aspirantes a funcionarios religiosos para garantizar que pederastas no hagan tanto daño como los que se han venido denunciando en todo el mundo y que con seguridad constituyen solo una fracción de los abusos cometidos en la realidad. Y más aún, es su obligación retirar de por vida del ejercicio a quien incurra en la aberración, además de cooperar con la justicia para que sea juzgado el implicado. Porque los estudios especializados demuestran el alto porcentaje de reincidencias. Pudiera decirse que la forma más expedita de acceder a la satisfacción pederasta es ostentar la posición institucional ventajosa que confiere la iglesia.
Las religiones en general tienen vigencia en la sociedad humana porque constituyen una de las alienaciones más poderosas que existen. Constituyen una súper estructura espiritual creada por la mente del humano que se convierte en hegemonía absoluta de sus actos, de su estructura mental. El humano, en la búsqueda de explicaciones para los hechos y fenómenos naturales que no comprende, encuentra en la religión un refugio que le calma el ansia de una respuesta a sus interrogantes o anhelos. Estas razones hacen más graves las traiciones ejecutadas por clérigos aberrados porque se valen de la mísera ignorancia del humano, quien en su incertidumbre es capaz de confiar todo lo que provenga de la institución a quien ha conferido una fe ciega. Triste por decir lo menos la manipulación que intentan las autoridades del Vaticano, con el Papa a la cabeza, para desviar la atención del escándalo mundial sobre curas y obispos pederastas.
Ahora resulta que son “chismorreos” los abusos sexuales comprobados, las violaciones de discapacitados, el sometimiento sexual de monjas, el aprovechamiento aberrado de la superioridad institucional y religiosa que en mala hora les confirieron ingenuos creyentes. Ahora resulta que la iglesia católica es víctima del anticlericalismo. O que los escándalos son comparables con el antisemitismo, o que el Papa merece una felicitación por la carta compasiva dirigida al pueblo irlandés, o que lo que necesita la humanidad es una “profunda conversión moral y espiritual” de la cual la iglesia, precisamente, ha demostrado escasez en estos deplorables casos. Esta manipulación es mucho más sencilla que aceptar la discusión de la también aberrante disposición del celibato clerical. La reclamación a la iglesia católica contra la pederastia de sus clérigos es compartida por todos quienes somos padres, madres, abuelas y abuelos y por los niños inocentes.