Que sean precisamente hijos de una patria escarnecida donde miles de madres lloran e impotentes reclaman por los suyos desaparecidos, torturados o “dados de baja en combate”, quienes pongan su fama, fortuna y veneración de los medios no al servicio de la justicia que clama desagravio sino de los victimarios encarnados en el régimen autor del oprobio, es cuestión que amerita reflexión. Porque aunque no debieran, bien pueden –aunque mal‑, los bendecidos por la gloria ser ajenos a las miserias del mundo. Para esto tienen suficientes argucias: que lo mío es el arte, que el arte no es político, que estoy es por la paz entre todos los hombres, o simplemente, que la paz es una chimba h.p. y ¡qué chimba tan h.p. ver toda esta gente feliz y cantando!
Pero si el consentido de los dioses abandona su asepsia y por algún cálculo de mercadeo se torna mortal, sólo tendría una opción. Una sola queremos decir digna, honrada, ética: la de asumir la causa de las víctimas. Jamás la de los victimarios. Si se unta del barro de la política, que sea del que cubre la fosa común de La Macarena. Nunca, del de la estatua del héroe que la cavó. Que si sus alforjas rebosantes a más no poder se han de llenar aún más, que sea con el oro de la gratitud de los perseguidos. No con el cobre que brilla en el pecho del poder. Que bien pronto se oxida según predica todos los días la historia.
Porque no están mal unos pares de zapatos –y pueden ser miles- para los niños de pies descalzos. Y no está mal un concierto por la paz aunque sin mucha conciencia política, ni decir las cosas por su nombre, ni denunciar el verdadero peligro para esa paz. Pero estos, no pasan de ser gestos mediáticos, parte del engranaje publicitario que tiene que manejar una superestrella a cuyo alrededor se mueven millones de dólares. Existe entonces un “manager”, una empresa que maneja la imagen, y claro, hay que hacer cosas políticamente correctas. Como los conciertos gratuitos por la paz, y la donación de zapatos.
Pero lo que sí definitivamente está mal, muy mal, es que nuestras “estrellas” tomen de lleno partido ideológico en la confrontación que divide al mundo entre los “buenos” y los “malos”, con las comillas como nunca antes bien puestas. Y opten naturalmente por “los buenos”. Pero lo hagan de manera vergonzante. ¿Cómo? Disfrazando de humanitaria su postura ideológica. Es entonces cuando Juanes, nuestro famoso Juanes, “sensibilizado” ante el dolor del mundo, ante su terrible injusticia y ante la risotada del poder que perturba el silencio de las fosas comunes, propone para premio Nobel de la Paz a … las “damas de blanco”.
¿Y quiénes son esas distinguidas y respetables señoras? Poco se sabe. Al parecer se trata de las madres y las esposas de unos cuantos presos comunes en Cuba, que intentaron marchar en La Habana pidiendo la libertad de sus familiares, lo que fue impedido por la policía. Y ahí fue Troya. Los medios, el exilio cubano en Miami, y el departamento de estado, crearon el hecho noticioso más importante del mundo ese día. No se supo que las señoras hubieran sido muertas, torturadas, golpeadas, desaparecidas, ni puestas presas como es absolutamente rutinario en el día a día del mundo, sin que a nadie conmueva ni le importe.
Sin embargo, el escándalo fue mayúsculo: “el mundo” estupefacto repudió la “brutal” represión de la policía y exigió la libertad de los prisioneros a quienes ipso facto se graduó de “disidentes”, sin tomarse el trabajo de averiguar qué delito común los tenía en la cárcel. Y para coronar el sainete, Juanes candidatiza a las señora al Nobel, con el entusiasta respaldo de Gloria Estefan y claro, no podía sustraerse al gesto “humanitario” Shakira, ciega, sorda y muda.
Ni Juanes ni Shakira consideraron que las madres, hijas y esposas de los siete mil colombianos que hacinan las cárceles por estrictas razones de conciencia, fueran merecedoras de esa distinción. Ni las de los detenidos – desparecidos que llevan treinta años clamando por la devolución de sus quince mil seres queridos. Mucho menos, desde luego, las madres de Soacha. En últimas y con respecto a éstas, Juanes y Shakira lavarán su conciencia haciendo suyas las palabras del Presidente al referirse a las víctimas de esa monstruosidad llamada los falsos positivos: “No sería a coger café a lo que iban”. Menos, tampoco van a ser consideradas las madres de esos adolescentes buenos y estudiosos, asesinados por el crimen de participar en una manifestación pacífica. Uno de ellos menor de edad y a golpes, para que no haya dudas de la brutalidad policial. Pero no. La brutalidad que importa es la de la policía cubana. Así fuera sin sangre. Lo importante es que haya sido contra las “damas de blanco”. Ah! Y que permita atacar al régimen cubano por algo, ya que allí no se dan las torturas, las desapariciones ni el asesinato de opositores.
Hay un tinte de turbidez en el humanitarismo de nuestros ídolos, que nos recuerda a Gauthier: “Este mundo donde las mejores cosas tienen el peor destino”.