Ayer mientras veía a mi hijo hacer sus tareas escolares me entró un ataque de nostalgia. De inmediato recordé cuando a su misma edad cursaba la primaria en el colegio de curas en Bogotá. ¡Qué tiempos aquellos! Me tuve que concentrar al máximo para refrescar mi memoria pues un oscuro nubarrón dejaba mi mente en blanco. Entonces, saqué el álbum de fotos que guardaba en el armario y al instante todo se esclareció. Allí estaba yo con mi uniforme de colegial haciendo parte del rédil, un numerito más, una mascota de los curitas y profesores. Mis padres querían lo mejor para mí y por eso me matricularon en El Colegio Calasanz, una institución de prestigio que se regía por los valores tradicionales del cristianismo. Las escuelas Pías o piadosas administrada por sacerdotes españoles que se instalaron en Colombia a partir del año 1947. El gobierno nacional les abrió las puertas pues deseaban promover la educación privada y elitista. Los curas y monjitas monopolizaron el campo de la enseñanza, se instituyó una verdadera teocracia y éstos se convirtieron en nuestros preceptores aplicando una pedagogía basada en el terror y la represión. ¡El pecado, hijos el pecado! ¡El infierno, hijos el infierno!
Siempre el castigo, peligro el cuerpo es malo y sucio, pero también es muy apetecible, ¿no? Se les suponía seres elegidos por Dios para completar su obra sobre la faz de la tierra. Los padres de familia, por lo general católicos y apostólicos,encantados nos entregaron bajo su tutela para que nos hicieran «ciudadanos de bien»
La educación no era más que una vil manipulación donde los estudiantes debían acatar a rajatabla las órdenes de los superiores. Nos domaron a punta de biblias y rosarios, todos cortados con la misma tijera, Nuestra semilla tenía que caer en tierra fértil y ellos encarnaban a los ángeles guardianes que desbrozaban la cizaña. Siempre el mismo cuento, el bien y el mal, la clásica dicotomía esquizoide. La mentira institucionalizada. Nos hicieron creer que ellos poseían la llave de la salvación pues por algo perdonaban los pecados. A Dios gracias teníamos asegurado un pasaporte directo al cielo.
Inmersos en un sistema maquiavélico que ensalzaba a los alumnos más brillantes y humillaba a los mediocres. Debíamos aspirar a ser los número uno, es decir, la perfección ¿nazi? los mejores ejemplares, los más inteligentes, los más mansos y sumisos. Educar y domesticar, por supuesto.
Todas las mañanas nos formaban en el patio del colegio y al son del himno nacional marchabamos acompasados saludando la bandera colombiana. Tanta marcialidad hacia parte de un credo fascistoide en el que se nos inculcaba la ideología de Cristo Rey: la disciplina, el honor, la lealtad y ¡ah!, sobre todo, la hipocresía, la materia preferida de los maestros. ¡Qué cobardes! manipular a niños, a criaturas inocentes que no pueden discernir ni defenderse. El curita y el profesor se aprovechaban de su autoridad y con una regla en la mano dictaban cátedra ‑a ver quien se mueve, a ver quien suspira- Impunemente estos tiranos imponían sus leyes, los castigos, las reprimendas,los diez mandamientos, abusos, los manoseos y chantajes. De todo hay en la viña del señor.
Cual muñequitos de trapo nos sentaban en los pupitres y repetíamos como cacatúas el catecismo, la lección de geografía e historia o de matemáticas, años y años enjaulados en esos claustros mortecinos donde los brillantes pedagogos juraban que íbamos a conquistar el cénit de la sabiduría. Prohibido llevar la contraria, criticar al profesor, menos, al rector, pecado mortal ‑debéis respetar la jerarquía- Copiar y copiar, memorizar y memorizar las lecciones: uno más uno dos, dos por dos son cuatro, arrodillados frente a los angelitos, vírgenes y diosecillos. A los mejores simios se les premiaba con doble ración de cacahuetes. Al final del año el padre rector entregaba los diplomas y les ponía medallitas a los alumnos más preclaros. ¡Qué maravilla! el experimento con las ratitas y cobayas había culminado con éxito, por fin alcanzábamos la madurez, unos adultos estúpidos disfrazados con esos ridículos trajes de paño prestos a engrosar las filas de la sociedad de consumo.
Hace poco me enteré que uno de mis compañeros de clase fue el narcogeneral Oscar Naranjo, director de la Policía Nacional Me entran náuseas, como pude compartir mis estudios con ese monstruo, un verdadero genio en el arte de la guerra, el exterminio y la tortura. Una lumbrera que sacaba las mejores notas. Y a fe que llegó a la más alta cima del poder. Definitivamente nos gobiernan los mejores estudiantes y así está el mundo cada día más podrido y decadente.
Cuando en semana santa se realizaban los retiros espirituales en alguna finca de la sabana de Bogotá los curitas ensotanados se frotaban las manos. Era la hora de poner en práctica las lecciones de anatomía. Justo al sonar las campanadas de las doce de la noche el padre Gregorio o el padre Fermín llegaban a hacer la ronda por los dormitorios. Que extraños gemidos se escuchaban tras las cortinas. ¿Serán almas en pena? Y nosotros nos metiamos debajo de las cobijas por si las moscas. De repente una manita temblorosa intentaba destaparnos y oh, aparecían los fantasmas jadeantes rebuscando entre las sabanas el más preciado tesoro. Sólo era un juego, tranquilos, se disculpaban los lobos en celo.
El golpe más fuerte estaba aún por llegar. Tuvieron que pasar muchos años hasta que un día por casualidad en la biblioteca del instituto Cervantes cayó entre mis manos una revista en la que se contaba la historia de un tal Marcial Maciel, el cura fundador de los Legionarios de Cristo. Durante décadas él y sus lugartenientes sometieron a cientos de niños y jóvenes a las más abominables depravaciones sexuales, concretamente en el seminario Ontaneda en Cantabria. Juan Pablo II, que estaba informado sobre sus fechorías, lo protegió, lo defendió, parece que se lo tomó como una travesura de un viejo verde. En ese entonces a la cabeza de la Congregación para la Doctrina de la Fe se encontraba Joseph Ratzinger, el actual Papa Benedicto XVI.
En ese artículo se afirmaba que el primer escándalo de abusos a menores se llevó a cabo en una de las escuelas del aragonés San José de Calasanz, fundador en 1612 de la orden de los Clérigos Regulares Pobres, mejor conocidos como los Escolapios. Calasanz ocultó la violación y el abuso sexual de niños en sus escuelas e incluso pagó para que no se hicieran públicos. Uno de los pedófilos, el padre Estefano Cherubini, tuvo tal éxito que se convirtió en el superior de la orden, defenestrando a su propio fundador. Las Escuelas Pías fueron clausuradas por mandato del Papa Inocencio X. Calasanz murió en Roma a los 91 años apartado de sus funciones y caído en desgracia. Ocho años más tarde el papa Alejandro VII lo rehabilitó y dio el visto bueno para que la orden siguiera haciendo de las suyas. Calasanz fue elevado alos altares en 1767 por el Papa Clemente XIII. ¡Qué cinismo! hoy se le considera el ¡patrono de los estudiantes! ¡Vaya descubrimiento! Me entró tal cabreo que por poco parto la mesa de la biblioteca de un palmotazo. San José de Calasanz, un ser tan puro al que me enseñaron a amar y respetar. No lo puedo creer. Esto es demasiado. Se me retorcieron las entrañas de asco. Y mira por donde defensor de los pedófilos y quién sabe si también se habrá hartado de carne tierna.
Claro los muy zorros se callaban todo, lo ocultaban todo en el nombre de Dios ¡qué no lo sepa nadie! shhh, shhh ¡qué vergüenza!, la reputación,silencio, tápenlo, tápenlo, secreto de confesión «delicta graviora» es el clásico método utilizado por del Vaticano, el mismo que aplicó Juan Pablo II y Ratzinger. Si se descubrían algunas “irregularidades” o “actos impúdicos” los culpables se transladaban a otra parroquia o diócesis o a tierra de misión, pues eran considerados enfermos con derecho a rehabilitarse y no delincuentes Tan sólo debían purgar su castigo dedicados a la vida contemplativa. De nada valían tantos golpes de pecho ya que al cabo de un tiempo continuaban sus tropelías pues “palo que nace doblao jamás su tronco endereza”
Tantas violaciones, tantos abusos sexuales que se hubieran podido prevenir, pero no, por favor, que no se sepa, que dirán, se nos acaba el negocio, tapen,tapen. La iglesia de Cristo es inmaculada. Sus pastores gozan de inmunidad y que Dios los juzgue en el cielo porque la justicia terrenal no les atañe. El Papa, sus Obispos y Cardenales son cómplices de estos abusos por omisión, por hacerse los de la vista gorda y también porque a lo mejor hasta han metido mano, vaya uno a saberlo. Los crímenes de pedofilia cometidos por curitas y prelados en EEUU, Irlanda, Austria, Alemania, España, Colombia, Chile, Brasil, México y en medio mundo han causado un gran revuelo entre la opinión pública y les va a quedar muy difícil escamotearse. Esto apenas comienza pues las denuncias se multiplican, las confesiones, que por vergüenza un día callaron las víctimas, hoy prometen depararnos grandes, grandísimas sorpresas.
Nos enseñaron que San José de Calasanz era nuestro padre o quizás más, nos enseñaron que teníamos que venerarlo con amor, que su legado era un gran tesoro para la humanidad, el apóstol de los niños pobres alabado sea, bendito sea por siempre señor. Lo veíamos allí todas las mañanas en una pintura que presidía el salón de clase, un ser celestial que velaba por la educación de los niños. Pero tan sólo se trataba de un sucio encubridor de una manada de diabólicos pederastas.
Jamás tuvimos la menor sospecha, nadie se dignó contarnos la verdad. Talvez si lo hubieran hecho las cosas serían distintas. Pero nuestros queridos profesores y los curitas guardaron silencio encubriendo el delito, y esos delitos moralmente no prescriben y los culpables tendrán que pagarlo ante la justicia. Que se les juzgue y les caiga todo el peso de la ley pues todas esas vilolaciones, estrupros, manoseos, felaciones, actos de sodomía, besos negros y quien sabe que otras prácticas macabras no pueden quedar impunes.
El Vaticano contrataca y se hacen las víctimas seguramente los infantes fueron los que provocaron a los pederastas. Ellos siguen empeñados en que todo es un montaje, en que todos esos miles y miles de niños complotan contra la Santa Madre Iglesia . «-¡Por Dios! sólo son habladurías y falsedades, todo esto hace parte de una conspiración judeo-masónica», «un anticlericalismo radical y demencial se está difundiendo por Europa de forma rastrera» Ya no saben que decir, están contra las cuerdas, la bestia se siente acorralada y ha quedado con el culo al aire. Hasta el mismísimo Papa de Roma Joseph Ratzinger tiene la soga al cuello.
Según San José de Calasanz «desde los más tiernos años, el niño debe ser imbuido en la piedad y las letras, y sin duda puede esperarse con fundamento un feliz transcurso de su vida. Lo importante es que sea escuchado con amor »Y mira con que amor lo hacían los muy canallas. En los evangelios reza «¡ay de aquel que escandalizara a un niño! Mas le valiera haberse colgado una piedra de molino al cuello y arrojarse al mar” Pensábamos que ellos nos iban formar espiritualmente pero en realidad deseaban crucificar nuestros cuerpos en el altar de las depravaciones.
Carlos de Urabá 2010
Investigador de Colombia.