Azkuna será el candidato del PNV a la alcaldía de Bilbo en las elecciones de la próxima primavera. No descubro nada. No hace mucho que el primer edil jelkide, confirmada su candidatura, enfilaba su prematura campaña electoral prometiendo hacer de la capital vizcaina una «ciudad moderna, cosmopolita y puntera». Puntera, con ene. Y, como es natural, en las calles de esa urbe moderna no tiene cabida alguna el oficio más antiguo del mundo: el comercio carnal, el lenocinio. El puterío, en una palabra. Fijado este principio, sentose el severo primer edil a pensar en su brillante sueño metropolitano y en cómo limpiar las aceras de prostitutas, rameras, meretrices, busconas, fulanas, furcias… de putas, vamos. Pronto descubrió que la cuestión no era baladí, ni mucho menos. Estaban en juego preceptos morales, libertades y derechos, incluso leyes fundamentales. Demasiado paño para tan poco sastre, ¿no creen?
Mas no se arredró el corregidor. Si la montaña no va a Mahoma, Mahoma se fuma un puro y cuela el asunto de rondón en una ordenanza sobre limpieza viaria y uso cívico de los espacios públicos. La derecha, ya se sabe, es muy amiga de la higiene. Así que, lo mismo que se retira la basura, se barre la porquería y se baldea el asfalto, Azkuna ha resuelto que los esforzados agentes de la Policía Municipal limpien las avenidas de barraganas y golfas, desinfecten las plazas de esquineras y cualquieras, y aseen las alamedas de guarras, mujerzuelas y pendejas.
La prostitución es un asunto con muchas aristas, cada cual más afilada. Cierto es que para muchas mujeres supone una forma más de un esclavismo que hunde sus raíces últimas en el machismo más agresivo. Pero no lo es menos que, para otras, es la tabla de salvación que evita su desaparición física. Y, en cualquier caso, a todas les asiste el derecho individual e inalienable de disponer, sin tutelas, de su propio cuerpo. Si existen mafias y proxenetas, chulos y matones, violadores y malnacidos, es deber de las instituciones mantenerlos a raya. Esconder bajo la alfombra la realidad, por muy cruda y complicada que sea, es sólo tan cómodo como cobarde. Aunque reporte votos.