SOCIALISMO ECOLÓGICO ANTIIMPERIALISTA
¿ECOLOGISMO PROGRE, ECOSOCIALISMO, DECRECIMIENTO?
1. LA UNIDAD DE LA CRISIS SOCIAL Y ECOLÓGICA
2. EL ANTIIMPERIALISMO COMO SINTESIS PRÁCTICA
3. DEL ECOLOGISMO PROGRESISTA AL ECOLOGISMO SOCIALISTA
4. EL ECOSOCIALISMO COMO RESPUESTA INCOMPLETA I
5. EL ECOSOCIALISMO COMO RESPUESTA INCOMPLETA II
6. LA MODA DEL DECRECIMIENTO I
7. LA MODA DEL DECRECIMIENTO II
8. EL DECRECIMIENTO EXPLICADO EN GALIZA I
9. EL DECRECIMIENTO EXPLICADO EN GALIZA II
10. EL DECRECIMIENTO EXPLICADO EN GALIZA III
11. ALGUNAS CRÍTICAS MARXISTAS AL DECRECIMIENTO
12. EL SOCIALISMO ECOLOGISTA ANTIIMPERIALISTA
1.- UNIDAD DE LA CRISIS SOCIAL Y ECOLÓGICA:
Este y no otro es el nombre dado a un creciente movimiento socialista latinoamericano de defensa y recuperación de la naturaleza. Es un movimiento que tiene en la Venezuela bolivariana uno de sus centros básicos, pero que ya está ampliándose al continente, y que también quiere integrarse en el resto de luchas antiimperialistas por la recuperación de la naturaleza que se sostienen a escala planetaria. Ha realizado varios encuentros internacionales, siendo el más reciente el celebrado en diciembre de 2009 en Caracas en el que se debatieron bastantes de las ideas que aquí se exponen ahora.
Desde entonces hasta ahora, en estos meses se han producido también debates en otros continentes sobre estos temas. Por ejemplo, en Euskal Herria el avance en un proceso democrático que se amplía superando las represiones españolas y francesas se realiza sobre el trasfondo de luchas obreras y populares entre las que destacan muchas relacionadas con la defensa de la naturaleza, de la tierra, de la calidad de vida y de trabajo, etc. Por ejemplo, además de en Euskal Herria, en otras naciones oprimidas se debate la moda del decrecimiento, como en Galiza. Por otra parte, se multiplican los informes científico-críticos sobre la aceleración, extensión y ramificaciones de la crisis ecológica, sobre el agotamiento de los recursos energéticos, alimentarios y acuíferos, sobre la proximidad del límite insalvable y de no retorno de la capacidad de carga, absorción y reciclaje de la naturaleza, sobre el deshielo imparable y el aumento de la temperatura planetaria, etc.
En este contexto en rápido agravamiento, la reflexión sobre un socialismo que se enfrente al imperialismo ecológico, que tenga como una de sus fundamentales señas de identidad la lucha antiimperialista e internacionalista contra la mercantilización de la naturaleza y de la especie humana, que demuestre en la lucha que es el capitalismo es responsable de la catástrofe ambiental que se multiplica y se acerca rápidamente, esta reflexión es vital y urgente. Que demuestre en los hechos que frente al caos que se avecina sólo se puede oponer con visos de victoria el poder obrero y popular, la democracia socialista, la alianza internacionalista entre Estados obreros antiimperialistas.
Personalmente creo que hablar de socialismo ecologista antiimperialista es, además de necesario, también muy correcto, más incluso que hablar de “ecosocialismo”, porque el socialismo pone el dedo en la llaga no sólo del actual capitalismo imperialista a comienzos del siglo XXI, sino, fundamentalmente, en cómo combatirlo en su secreto y núcleo último, a saber, la interacción entre la explotación asalariada y la reducción de la naturaleza, y por tanto de la especie humana, a mera mercancía explotable y desechable.
¿Qué tiene de especial y novedoso este movimiento? Para mí, su novedad radica en que conjuga los tres componentes básicos, el socialismo, el antiimperialismo y la ecología, desde la capacidad incluyente y asimiladora del socialismo. Podrá objetarse que son lo mismo, pero, que yo sepa u error mío, es la primera vez que se plantea un movimiento que sintetice estos tres componentes otorgando decisiva importancia a la lucha antiimperialista porque la síntesis de los tres componentes nos lleva al problema crucial del poder de clase, del poder del capital a escala planetaria tal cual se ejerce a comienzos del siglo XXI, o sea y en el tema que ahora nos ocupa, el poder del imperialismo ecológico.
Tiene razón F, Chesnais cuando en “Orígenes comunes de la crisis económica y de la crisis ecológica” (www.herramienta.com.ar Nº 41 Julio 2009, o varios meses antes en www.rebelion.org 03-01-2009) hace una matizaciones al concepto de “decrecimiento”, que asumimos y a las que volveremos más adelante, cuando estudiemos esta moda intelectual, pero sobre todo al de “ecosocialismo”, que también veremos, en el sentido de que basta y es suficiente el término escueto de socialismo para poder argumentar las razones de la lucha contra la catástrofe ecológica que se avecina. Chesnais está en lo cierto cuando dice que tenemos que recuperar el concepto de socialismo en vez de inventar otros nuevos como el de “ecosocialismo”, etc. Siendo esto verdad, también es necesario, pensamos nosotros, poner en acento en el contenido antiimperialista. Por un lado, el capitalismo es mundial, como lo es el deterioro de la naturaleza, y por otro lado, el imperialismo ecológico es una necesidad estructural e ineludible del capital en su conjunto y de las burguesías más poderosas.
Mientras recuperamos y actualizamos el concepto de socialismo –más aún debemos hacerlo con el de comunismo– es conveniente resaltar en todo momento cómo la crisis ecológica, la crisis capitalista y el endurecimiento del imperialismo y especialmente del militarismo, esta dinámica, corresponde a una misma causa histórica: la agudización de las contradicciones irreconciliables del modo de producción capitalista. En los pueblos, mejor decir en los continentes, que padecen un redoblamiento del militarismo y del imperialismo, es más urgente que nunca popularizar consignas fácilmente comprensibles porque van a la raíz de la dominación del capital, al imperialismo, por esto es necesario recordar siempre que la lucha antiimperialista tiene hoy más urgencia, si cabe, que hace medio siglo. Otro tanto ocurre con el concepto de ecología intercalado entre el de socialismo y antiimperialismo. Hay tantos “ecologismos” como apetencias subjetivas y como necesidades de lucha ideológica en defensa del sistema tenga la fábrica intelectual burguesa. La urgencia de mostrar que la única forma de ser ecologista es ser comunista, socialista, y viceversa, aumenta en la medida en que, cada poco tiempo, se lanzan al mercado de las modas ideológicas nuevas mercancías “teóricas” de usar y tirar.
Como siempre, la burguesía tiene necesidad de aplastar las luchas revolucionarias y borrar su cuerpo teórico, su método de transformación del mundo. Este objetivo es facilitado también mediante el confusionismo ideológico masivamente generado por la industria político-cultural y mediática capitalista. ¿Qué mejor forma de invisibilizar el ecologismo socialista, comunista, que en un océano caótico de modas “ecologistas” sin contenido emancipador alguno, o abiertamente reaccionarias? Otro tanto debemos preguntarnos sobre el feminismo, etc. La apariencia de “libertad” aumenta en la medida en que aumenta la bazofia ideológica en las estanterías y en Internet, pero a la vez decrece el rigor teórico e intelectual y la capacidad de movilización revolucionaria. Un ejemplo de la necesidad de la lucha teórica permanente lo tenemos la carga ideológica de la película Avatar en defensa del imperialismo ecológico en general, y en concreto del que sufren los pueblos de las Américas, como ha demostrado N. M. Rey en “Avatar y el discurso ambientalista” (www.lahaine.org 16-02-2010). J. Brown también hace en “Avatar: el comunismo… en Pandora (o un sueño del presidente Schreber)” (www.lahaine.org 7-02-2010) una crítica demoledora a esta película que ha sido la más cara de las realizadas hasta su estreno, cuyo objetivo no es otro que el de expulsar del capitalismo sus contradicciones irresolubles, presentando una imagen idílica que oculta la verdadera situación de la humanidad y de la naturaleza. T. Karsnov es todavía más contundente: “Avatar, cine para bobos” (www.lahaine.org 17-01-2010).
Si la lucha teórico-política es siempre imprescindible, en el actual capitalismo es cuestión de vida o muerte, como se comprueba leyendo los últimos datos sobre el calentamiento climático –sin extendernos a otras muchas muestras de la crisis ecológica– que aparecen en la “Reseña ejecutiva” de “The Copenhagen Diagnosis” (www.copenhagendiagnosis.com 24 – 1‑2010). Sin extendernos aquí sobre esta importante tarea, debemos saber que existe una reacción censora y autoritaria creciente contra la tarea divulgadora que realizan los grupos de científicos críticos con sus descubrimientos sobre los efectos de la crisis ecológica y del calentamiento climático. G. Monbiot ha investigado en “La hostilidad pública hacia la investigación del clima” (www.lahaine.org 25-03-2010) cómo se produce este ataque por parte de las empresas interesadas en el saqueo de la naturaleza, pero, y lo que es muy importante, este autor indica que también existe un rechazo subjetivo, inconsciente, psicológico profundo, de las masas contra los argumentos científicos sobre el desastre ambiental. Pensamos nosotros que una de las razones es la fuerza de la alienación en la estructura psíquica de las masas formadas en la ideología burguesa, ideología caracterizada por el egoísmo consumista y el racismo, lo que le lleva, por un lado, a no poder ver críticamente la realidad y, por otro, a apoyar directa o indirectamente las atrocidades del imperialismo ecológico, atrocidades necesarias para mantener el nivel de consumo de los países capitalistas más fuertes. Esto no hace sino confirmar la necesidad de la lucha teórica contra los ecologismos burgueses.
Además de esto, la importancia decisiva del socialismo queda demostrada por todos los espeluznantes datos sobre los efectos inhumanos que casa la explotación imperialista a escala mundial y especialmente en los sectores más débiles e indefensos de la humanidad. A. Tejeda Rocha indica que la malnutrición afecta ahora mismo a 178 millones de niñas y niños en el mundo, pero que bastarían 167 euros para alimentar y garantizar los dos primeros años de vida a cada uno de ellos (www.rebelion.org 03-04-2010), mientras que UNICEF afirma que Cuba es el único país de América Latina y el Caribe que ha eliminado la desnutrición infantil, como nos recuerda Cira Rodríguez (www.rebelion.org 24-12-2009). Muy cerca de la Isla Heroica, nada menos que 6 millones de estadounidenses, una persona de cada cincuenta, malviven sólo con los 100 a 200 dólares de los bonos mensuales de comida, en una situación que Jerry White ha definido muy correctamente como “catástrofe social” que se multiplica desde 1996 (www.rebelion.org 11-01-2010), mientras que el informe de Jacques Coubard indica que cerca de cincuenta millones de norteamericanos pasan hambre, de los cuales nada menos que 17 millones son niñas y niños (www.kaosenlared.net 2-12-2009).
Más concretamente: “Según el informe anual 2009 de la Coalición de Nueva York Contra el Hambre hay 49 millones de estadounidenses que pasan más o menos hambre. 1.5 de neoyorkinos están debajo del nivel de la pobreza, 1.3 millones vive en situación de emergencia alimentaria. 350.000 niños y 140.000 ancianos no saben con seguridad cuándo llegará la próxima comida. El 34% de los necesitados tiene que escoger entre comprar comida o pagar la renta. En el plano nacional la mayoría de los que pasan hambre son latinos, afroamericanos y asiáticos”, como indica Roberto Torres Collazo en su artículo sobre “El hambre en EEUU” (www.aporrea.net 28-11-2009). Otro informe indica que nada menos que el 25% de niñas y niños de EEUU pasó hambre en 2008 (www.rebelion.org 19-11-2009).
Desde la perspectiva marxista la “crisis social”, es el última instancia inseparable de la “crisis ecológica” porque existe una unidad entre la especie humana y la naturaleza mediatizada por las fuerzas productivas y sobre todo por la propiedad privada de éstas, en la que el factor decisivo de la ruptura ha sido la irracionalidad insalvable del capitalismo. La “crisis social” es, por ello mismo parte de la “crisis ecológica” dado que la especie humana no es sólo una especie animal y por tanto una parte de la naturaleza, sino porque ella misma es la parte más desarrollada de la biosfera. Por tanto, según el grado de separación y ruptura de la especie humana hacia la naturaleza, y lo que es peor, según el grado de destrucción de esa naturalaza por lA irracionalidad inherente a la propiedad privada, sobre todo a burguesa, según la gravedad de la destrucción natural, más estrecha será la unidad entre la “crisis social” y la “crisis ecológica”. Al fin y al cabo, una familia obrera norteamericana hambrienta, desnutrida y con mala salud, es una demostración de la objetividad de la “crisis ecológica” tan incuestionable o más que el deterioro de la vida de otras especies animales. Desde el marxismo, el hambre es una crisis socioecológica.
Por estas razones básicas, no estamos en condiciones de perder el tiempo con debates bizantinos y puntillosos sobre qué nombre es más adecuado o no para designar el método teórico que debe vertebrar internamente la lucha revolucionaria contra la catástrofe ambiental que se aproxima. Tenemos que decir muy alto y muy claro que nuestro socialismo es interna y esencialmente ecologista y antiimperialista, que este concepto de socialismo ecologista antiimperialista deja de ser una redundancia para convertirse en un llamado a la lucha socialista por la toma del poder y por la creación de Estados obreros antiimperialistas e internacionalistas que introduzcan medidas vitales de reintegración de la especie humana en la naturaleza, medidas que deben ser tomadas mediante el ejercicio de la democracias socialista y garantizadas en su ejecución mediante el poder del pueblo en armas.
2.- ANTIIMPERIALISMO COMO SINTESIS PRÁCTICA:
Hemos dicho que el contenido antiimperialista es especialmente necesario porque hace un llamado práctico e inmediato a la lucha contra el imperialismo ecológico. Una muy buena explicación de lo que es el imperialismo ecológico al que nos enfrentamos sistemáticamente, nos la ofrece R. Vega Cantor al hablar del interminable saqueo de la naturaleza y de los parias del sur del mundo por el capitalismo (www.herramienta.com.ar nº 31 marzo 2006): «En los actuales momentos de expansión imperialista hasta el último rincón del planeta, ocurre una acelerada destrucción de los ecosistemas y una drástica reducción de la biodiversidad. Es un resultado directo de la generalización del capitalismo, de la apertura incondicional de los países a las multinacionales, de la conversión en mercancía de los productos de origen natural, de la competencia desaforada entre los países por situarse ventajosamente en el mercado exportador, de la caída de precios de las materias primas procedentes del mundo periférico, de la reprimarización de las economías, en fin, de la lógica inherente al capitalismo de acumular a costa de la destrucción de los seres humanos y de la naturaleza».
Podríamos hacer una pequeña crítica al brillante texto de Vega Cantor en el sentido de que el imperialismo ecológico también golpea a los pueblos sitos en el denominado “norte” pero que son más débiles e indefensos que los grandes Estados imperialistas, pero sería alargarnos en exceso. De los tres componentes, socialismo, ecología y antiimperialismo, éste último cumple el papel decisivo de lo que Lenin denominó como el criterio de la práctica, es decir, la interacción e integración dialéctica entre el socialismo y la ecología solamente puede demostrarse y enriquecerse mediante la práctica, mediante la lucha antiimperialista. La validez teórica del socialismo ecologista solamente puede confirmarse mediante la lucha contra el capitalismo en su forma actual, contra el imperialismo ecológico. Una lucha que debe tener siempre muy en cuenta el enemigo de clase, el enemigo imperialista, al que se enfrenta. Por ejemplo, ¿cómo puede hablarse de ecología sin hacer alusión alguna a las tesis del ejército norteamericano de que la crisis ambiental, el cambio climático sobre todo, puede provocar guerras, migraciones, “terrorismo”, etc., (www.20minutos.es 04-06-2007), como respuestas del “eje del mal” contra la “civilización humana”?
¿Cómo puede hablarse de concienciación ecologista sin estudiar críticamente y sin denunciar con la práctica el oportunismo adaptativo del capital, de sus transnacionales que «se maquillan de verde» para ocultar su violencia contra la naturaleza y su poder desnudo e implacable, como demuestra J. E. Rulli (www.herramienta.com.ar nº 42 octubre 2009)? Maridalela Villanueva ya estudió cómo el imperialismo ecológico se adaptaba a las nuevas necesidades usando el símil del «lobo que se disfraza de cordero» (www.rebelion.org 10-09-2006) para aparentar lo que no es. De este modo, la clase dominante a escala mundial, la burguesía, puede ofrecer una imagen falsa de lo que hace. Una de las tareas de las ONGs y de otros colectivos oficiales e institucionales es precisamente la reforzar el maquillaje verde y lograr que la piel de cordero oculte totalmente al lobo disfrazado con ella, como ha demostrado Joan Roelofs en su texto «¿Por qué también odian nuestros amables corazones? La Fundación Nacional para la Democracia (NED), las Organizaciones No Gubernamentales y el uso imperial de la filantropía» (www.kaosenlared.net 7 – 3‑2010).
Un ejemplo de las limitaciones del ecologismo reformista para entender la realidad actual de la dominación ecológica capitalista, lo tenemos en muchos de los comentarios sobre el fracaso de la reciente cumbre de Copenhague. José Albelda en «Tras las cenizas de Copenhague» (www.rebelion.org 02-03-2010) ha escrito que:
«Pero junto al fracaso más patente, el de los acuerdos, entiendo que hay otro que ha pasado algo desapercibido: el fracaso de la propia estructura de representación del mundo ante un reto concreto y a la vez global. La lógica de la distribución del poder a través de los representantes políticos de los estados-nación, con su compleja y cambiante estructura de alianzas, intereses y desigualdades, no es operativa para afrontar problemas globales que deben estar por encima de intereses particulares. Por si quedaba alguna duda tras la guerra de Irak, la idea, aunque imprecisa y difuminada, de una cierta representatividad de los intereses de la gente por parte de los políticos, debe quedar definitivamente borrada. En Copenhague hemos asistido al radical ninguneo de la supuesta base de la democracia, la voz del pueblo —si se me permite la expresión— se ha visto radicalmente desoída sin que ello suponga ya ninguna sorpresa. Tras tan obscena ignorancia debe darse un replanteamiento de los modelos de contestación política. Pero como decía en un artículo reciente Alain Touraine, es improbable que la sociedad civil a través de sus múltiples organizaciones que recogen todo el espectro de la ética, pueda sustituir a los políticos en la difícil tarea del gobierno del mundo. Y sin embargo, insistía, carecemos de los cuadros institucionales necesarios para resolver nuestros problemas, necesitamos alternativas al actual sistema».
¿Cuál es la “estructura de representación del mundo”? ¿Las instituciones mundiales diseñadas por los EEUU a finales de la Segunda Guerra Mundial y que siguen aún vigentes, como la ONU, y todas las que posteriormente ha ido creando el imperialismo para facilitar su control del mundo y la explotación de los pueblos? ¿Qué relación guardan estas instituciones con los Estados imperialistas, con sus transnacionales y grandes corporaciones que monopolizan las ramas industriales básicas, el capital financiero y los medios de propaganda y manipulación? Más aún, ¿no basta con indicar simplemente, como hace Alicia Narváez (www.rebelion.org 13-12-2009) que los países desarrollados bloquean los avances en Copenhague, dando así por sabida y demostrada la aplastante superioridad de medios de que dispone el imperialismo ecológico para “bloquear” al resto del mundo en algo tan crucial como la crisis ecológica?
Podemos hacernos una idea de la “estructura de representación del mundo” leyendo los datos ofrecidos por Debora Billi según los cuales más de 1200 limusinas, cochazos de alto lujo que tuvieron que ser alquilados también en Alemania y otros países circundantes porque se habían agotado los daneses, así como nada menos que 140 jet privados que colapsaron los aeropuertos, y otras muestras ostentosas de riqueza dilapidada por una minoría que pagaba 1000 euros por noche en hoteles en los que “se consumía foie gras, ostras y tartaletas de caviar. Todo muy sostenible” (www.rebelion.org 15-12-2009).
Desde la perspectiva antiimperialista, no cabía esperanza alguna de que esta cumbre abriera un avance cualitativo en la lucha contra la catástrofe ambiental, sino al contrario. El capital mundial está atravesando una crisis que conjuga todas las peores características de sus contradicciones internas esenciales, con problemas “nuevos” entre los que destacan el desastre ambiental, el calentamiento, las hambrunas, etc., y también el giro al capitalismo de los llamados impropiamente “Estados socialistas”, especialmente el del China Popular que en la cumbre de Copenhague ha actuado como auténtico “Estado capitalista”. En modo alguno es casualidad el que hayan sido los pueblos que defienden su independencia y soberanía los que más resistencias hayan presentado a la apisonadora imperialista, sobre todo los pueblos que sí tienen gobiernos obreros y populares, socialistas y revolucionarios.
Carlos Rivero Collado ha analizado la lección de Copenhague (www.kaosenlared.net 23-12-2009) desde esta visión antiimperialista, mostrando cómo son los pueblos con un poder propio, independientes en el sentido real de la palabra, es decir, no dependientes en lo económico ni sometidos a la dependencia de burguesías colaboracionistas, los únicos que pueden combatir al imperialismo ecológico, al ha indicado Miguel Mitxitorena (www.elmilitante.net 14 – 1‑2010). Otro tanto ha hecho I. Salinas que ha mostrado cómo ha sido el imperialismo el que ha determinado el nefasto resultado de esta cumbre (www.kaosenlared.net 29-12-2009) en la que el reformismo había depositado todas sus esperanzas.
Pero estas crecientes luchas contra el imperialismo ecológico no han surgido de la nada, y lo que es más importante, no han surgido sin una previa independización política y teórica de los dogmas sobre la ecología impuestos por el capitalismo, por su poder cultural. De la misma forma que existe un imperialismo ecológico existe un imperialismo cultural, teniendo ambos el mismo origen de clase. La independización teórica del mito del “desarrollo sostenible” nos muestra cómo se ha ido avanzando en la elaboración de otra alternativa inasimilable por la burguesía. Tenemos que empezar recordando cómo fue el imperialismo el que determinó el marco político del cual no podía salir la acción ecologista, marco que era un concepto-trampa que ha desorientado, paralizado y arruinado muchas luchas ecologistas. Se ha vuelto a reeditar un texto imprescindible de J. M. Naredo sobre el origen, el uso y el contenido del término “sostenible” (www.herramienta.com.ar nº 36, octubre 2007) que citamos por su importancia:
“Cuando a principios de la década de los setenta el Primer Informe del Club de Roma sobre los límites del crecimiento, junto con otras publicaciones y acontecimientos, pusieron en tela de juicio la viabilidad del crecimiento como objetivo económico planetario, Ignacy Sachs (consultor de Naciones Unidas para temas de medioambiente y desarrollo) propuso la palabra «ecodesarrollo» como término de compromiso que buscaba conciliar el aumento de la producción, que tan perentoriamente reclamaban los países del Tercer Mundo, con el respeto a los ecosistemas necesario para mantener las condiciones de habitabilidad de la tierra. Este término empezó a utilizarse en los círculos internacionales relacionados con el «medioambiente» y el «desarrollo», dando lugar a un episodio que vaticinó su suerte. Se trata de la declaración en su día llamada de Cocoyoc, por haberse elaborado en un seminario promovido por las Naciones Unidas al más alto nivel, con la participación de Sachs, que tuvo lugar en l974 en el lujoso hotel de ese nombre, cerca de Cuernavaca, en Méjico. El propio presidente de México, Echeverría, suscribió y presentó a la prensa las resoluciones de Cocoyoc, que hacían suyo el término «ecodesarrollo». Unos días más tarde, según recuerda Sachs en una reciente entrevista [Sachs, I. , 1994], Henry Kissinger manifestó, como jefe de la diplomacia norteamericana, su desaprobación del texto en un telegrama enviado al presidente del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente: había que retocar el vocabulario y, más concretamente, el término «ecodesarrollo» que quedó así vetado en estos foros. Lo sustituyó más tarde aquel otro del «desarrollo sostenible», que los economistas más convencionales podían aceptar sin recelo, al confundirse con el «desarrollo autosostenido» (self sustained growth) introducido tiempo atrás por Rostow y barajado profusamente por los economistas que se ocupaban del desarrollo. Sostenido (sustained) o sostenible (sustainable), se trataba de seguir promoviendo el desarrollo tal y como lo venía entendiendo la comunidad de los economistas. Poco importa que algún autor como Daly matizara que para él «desarrollo sostenible» es «desarrollo sin crecimiento», contradiciendo la acepción común de desarrollo que figura en los diccionarios estrechamente vinculada al crecimiento”.
Como puede verse, únicamente hizo falta una llamada de teléfono del jefe de la diplomacia yanqui para que se impusiera un cambio semántico decisivo en las discusiones posteriores sobre la crisis ecológica, ya que, como veremos al estudiar el papel reaccionario de la tesis del “desarrollo sostenible”, esta corriente ideológica justifica la expansión del ecocapitalismo, del capitalismo verde, del imperialismo ecológico. El poder de una llamada telefónica solamente es explicable si previamente se ha estudiado el poder material arrasador de EEUU, de su imperialismo representado entonces un Kissinger que tuvo mucho que ver con las atrocidades exterminadoras de dictaduras militares y regímenes autoritarios de varios continentes, peones files de EEUU. Sin una definición científico-crítica previa de lo que es el imperialismo, sin ella, no podremos nunca comprender la razón de la eficacia de una sola llamada telefónica para cambiar un única palabra en un texto sobre ecología.
Mientras las “izquierdas” reformistas, eco-pacifistas y estrictamente parlamentaristas se limitaban a protestar contra las malas interpretaciones, abusos y excesos en lo tocante a la aplicación del “desarrollo sostenible”, pero sin cuestionar radicalmente su esencia burguesa, mientras así sucedía y sigue sucediendo en menor medida, el imperialismo avanzaba en sus políticas de arrasamiento de los recursos y destrucción de la naturaleza. Abundan las buenas denuncias críticas sobre el saqueo, muchas de ellas confirmadas con el tiempo. Por citar solamente una: Isidro Herrera Hernández demostró cómo la ofensiva geopolítica del imperio petrolero estadounidense (www.aporrea.org 14-01-2006), extendía sus tentáculos militares, económicos, políticos y culturales sobre y contra los pueblos de las Américas, pero también contra todos aquellos pueblos y naciones poseedores de las reservas energéticas que el imperialismo necesita para saciar su “hambruna energética”. Según este investigador, el imperialismo recurre a una “telaraña de tratados de ‘cooperación’” y a la doctrina de “guerra global contra el ‘terrorismo’”, para extender su poder mundial.
El antiimperialismo en la actualidad, en la fase actual del capitalismo denominado senil, no puede por menos que caracterizarse por una reivindicación elemental: la toma del poder por los pueblos trabajadores. Si bien esta es una reivindicación esencial del socialismo desde la mitad del siglo XIX, cuando el marxismo apareció como la forma más consecuente del socialismo teniendo en cuenta todas sus corrientes, si bien esto es incuestionable, no lo es menos que en la actualidad la toma del poder por los pueblos trabajadores adquiere una urgencia y una lógica muy fácilmente explicable. De hecho, el socialismo ecologista antiimperialista demuestra con tres argumentos irrebatibles la necesidad de construir nuevos poderes obreros y populares, nuevos Estados obreros antiimperialistas.
3.- DEL ECOLOGISMO PROGRESISTA AL ECOLOGISMO SOCIALISTA
Damos este nombre a las corrientes ecologistas que no dan el paso a una asunción plena del contenido socialista de esta lucha, aunque muchos de sus defensores digan ser socialistas en mayor o menor grado en otras cuestiones y niveles de la vida, sobre todo en el medio académico e intelectual. Por ejemplo, en 1997 Wallerstein presentó la ponencia “Ecología y costes de producción capitalistas: No hay salida”, a disposición en Internet. Para esta época estaban ya encendidas todas las luces de alerta roja sobre la crisis ambiental que se gestaba aceleradamente. Desde los años ’70 se acumulaban los informes críticos sobre el crecimiento exponencial de los efectos devastadores que el capitalismo provocaba en la naturaleza.
Desde finales de los ’80, antes incluso de la implosión de la URSS, se conocían ya las consecuencias nefastas del desarrollismo cuantitativo aplicado en la mayoría de los países denominados socialistas, y la catástrofe de Chernobyl sería un ejemplo más. En medio de la euforia imperialista por la “derrota del comunismo” y por la expansión irracional del capitalismo financierizado, las demoledoras denuncias de las organizaciones ecologistas de izquierda aparecían como una de las pocas resistencias frente a la expansión burguesa justificada ideológicamente con el postmodernismo. Sin embargo, también empezaban a moverse nuevas luchas sociales y populares desde mediados de los ’90.
Tras explicar por qué el capitalismo es irreconciliable con la naturaleza, Wallerstein concluye con la siguiente postura:
“¿No hay salida? No hay salida dentro de la estructura del sistema histórico existente. Pero resulta que estamos en el proceso de salir de este sistema. La verdadera pregunta que se nos plantea es la de ¿a dónde llegaremos como resultado de este proceso?. Aquí y ahora debemos levantar el estandarte de la racionalidad material, en torno al cual debemos agruparnos. Una vez que aceptemos la importancia de recorrer el camino de la racionalidad material, debemos ser conscientes de que es un camino largo y arduo. Involucra no solamente un nuevo sistema social, sino también nuevas estructuras de conocimiento, en las que la filosofía y las ciencias no podrán seguir divorciadas, y retornaremos a la epistemología singular en pos del conocimiento utilizada con anterioridad a la creación de la economía-mundo capitalista. Si comenzamos a recorrer este camino, tanto en lo que se refiere al sistema social en que vivimos como en cuanto a las estructuras de conocimiento que usamos para interpretarlo, necesitamos ser muy conscientes de que estamos ante un comienzo, no, de ninguna manera, ante un final. Los comienzos son inciertos, audaces y difíciles, pero ofrecen una promesa, que es lo máximo”.
Como se aprecia, frente a una crisis de agotamiento del sistema capitalista, en la que la catástrofe ambiental juega un papel destructor creciente, Wallerstein solamente propone «levantar el estandarte de la racionalidad material, en torno al cual debemos agruparnos». ¿Qué significa la “racionalidad material” si no se hace ninguna referencia al poder de clase que define e impone dicha “racionalidad”? En general, toda la obra de Wallerstein acaba cuando ha de enfrentarse al problema del poder de clase, del Estado como instrumento de centralización estratégica. Es cierto que en algunas obras concretas apunta ideas socialistas, pero de forma difusa y abstracta. Ahora, en el tema que tratamos aquí y teniendo en cuenta la influencia de este autor en amplios sectores socialdemócratas y excomunistas, su alternativa meramente intelectualistas es asumible por los sectores progresistas de la burguesía porque se limita al área de la declamación de principios abstractos.
A comienzos de 2001 F. Fernández Buey publicó un texto que se inscribía en la corriente denominada “Ecología política de la pobreza” (www.lainsignia.org 23-III-2001) en el podemos leer:
“En suma, lo que la ecología política de la pobreza viene a decirnos es que no se puede seguir viviendo como se ha vivido en las últimas décadas, por encima de las posibilidades de la economía real y contra la naturaleza. Que el modo de vida consumista de los países ricos no es universalizable porque su generalización chocaría con límites ecológicos insuperables. Y que en nuestro mundo actual ser sólo ecologistas es ya insuficiente. Para hacer realidad lo que ahora es todavía un proyecto, un horizonte, la ecología política de la pobreza, surgida en los países empobrecidos, tiene que enlazar con las personas sensibles del mundo rico y convencer a las buenas gentes de que la reconversión ecológico-económica planetaria del futuro obliga a cambios radicales en el sistema consumista hoy dominante en casi todo el mundo industrialmente avanzado. Pues el desarrollo sostenible implica cierta autocontención y la autocontención implica austeridad. Pero para que «austeridad» sea una palabra creíble para las mujeres y varones del mundo empobrecido es necesario que antes, o simultáneamente, seamos austeros quienes hoy vivimos del privilegio”.
Primero: la vida “en contra de la naturaleza” es muy anterior a las “últimas décadas”, ya que siguiendo a Marx y Engels, podemos rastrearla en los efectos sobre la fertilidad de la tierra producidos involuntariamente por las primeras sociedades agrarias mesopotámicas, que causaron la desertización de amplios territorios. Segundo: ¿No hay una forma más directa, radical y científico-crítica con la que definir al “modo de vida consumista de los países ricos”? Tercero: ¿Quiénes son las “personas sensibles” y las “buenas gentes” del mundo rico? ¿Acaso los intelectuales, los burgueses con conciencia ecologista, las clases explotadas, las naciones oprimidas en el “mundo rico”? ¿Supone mucho esfuerzo intelectual precisar el contenido y naturaleza de clase de esas personas? Cuarto: ¿qué es “convencer (…) de cambios radicales en el sistema consumista hoy dominante? ¿Por qué no exigir transformaciones en el sistema productivo, transformaciones decididas democráticamente por la mayoría de la población y aplicadas por un gobierno socialista? ¿Es suficiente limitarnos al convencimiento sobre el consumo por muy “radical” que diga ser?
A lo largo de las páginas que siguen iremos respondiendo a estas y otras preguntas que se reiteran de una u otra forma hasta el cansancio, y que ocultan el verdadero problema, a saber, el de la ausencia de una teoría sobre la interacción entre el poder estatal capitalista y la crisis ecológica, es decir, la carencia o el abandono de una teoría revolucionaria del poder de clase, sobre la importancia que tiene la opresión nacional para el saqueo global que realiza el imperialismo ecológico, y sobre el papel del sistema patriarco-burgués en la perpetuación de la explotación de la naturaleza entre otras cosas con la verborrea ideológica del eco-pacifismo femenino, naturalista e intimista, sobre el cual volveremos en su momento. La referencia del autor a una versión progresista del “desarrollo sostenible” porque implica “cierta autocontención (…) y austeridad”, no hace sino maquillar su reformismo a la vez que abre una vía de conexión con muchas de las tesis de la actual moda del decrecimiento. La obra entera de F. Fernández Buey trasluce posturas claramente reformistas en las cuestiones decisivas de la lucha de clases, pero en el tema de la ecología “de los pobres” su posicionamiento está incluso por detrás del de Wallerstein.
Fue también en 2001 cuando P. Rousset escribió uno de los artículos más representativos de la situación de tránsito, de reflexión creativa y de apertura a nuevas dudas que se estaba viviendo en algunos sectores marxistas que no habían retrocedido al reformismo de F. Fernández Buey y de otros. El autor de: “Lo ecológico y lo social: combates, problemas, marxismos” (www.rebelion.org 17-04-2001), define rápidamente la situación aquel momento, la confluencia entre los problemas socioecómicos y la crisis ecológica, y pasa a exponer la articulación entre las luchas en defensa de los servicios públicos, la lucha contra la polución, la lucha en defensa del empleo, la lucha por la abolición por la deuda, y la lucha por la democracia y por el empleo de una visión estratégica a largo plazo. Sin embargo, hasta ese momento del texto, en esta interacción de luchas, de objetivos por los que luchar, en ningún momento aparece el de la obtención del poder político, del poder de clase, para multiplicar la fuerza y la eficacia de la movilización obrera.
Poco después, el autor añade nuevas cuestiones y objetivos que tenemos que integrar en nuestras luchas: la cooperación, la reducción de las desigualdades sociales, la reducción del tiempo de trabajo y el aumento del tiempo libre, la revolución conceptual y la revolución cultural. ¿Y la revolución sociopolítica que otorgue un poder estatal nuevo y diferente, socialista, a las clases y naciones explotadas, no es una cuestión que tengamos que reivindicar en el presente? Para responder a esta pregunta, que al final no tienen respuesta aunque apunta una salida prometedora, como veremos, el autor ofrece una reflexión interesante. Sostiene que: “La ecología política no puede esquivarse a cuestiones claves como las relaciones de poder y las polaridades sociales. No puede ignorar, sin pérdidas, la importancia crucial de un concepto como el de modos de producción, de la noción sistémica del capitalismo. Cada corriente que se considera como ecología política debe precisar cuál es su teoría de la transformación social, porque se trata de romper el espiral suicida del «productivismo» transformando radicalmente el funcionamiento de nuestras sociedades. Si el aporte marxista en este campo es rechazado, ¿de qué estamos hablando? Pocos fueron los teóricos de una ecología no socialista que quisieron responder a esta cuestión”.
Vemos que aparecen conceptos claves como el de modos de producción, el capitalismo como sistema y, sobre todo, el de la existencia de una “ecología no socialista”, o sea, el de la necesidad de una “ecología socialista”, que no es citada como tal. Y de inmediato, el autor aclara que: “Aún siendo radicales, revolucionarios, los marxistas pueden percibirse intrínsecamente incapaces de integrar la cuestión ecológica si estuvieran, por poco que sea, prisioneros de concepciones «reduccionistas de clase» o economicistas. Así como el feminismo, la ecología política trae a la superficie el carácter dinámico, nodal, esencial, de las contradicciones que no pueden ser reducidas solamente a las relaciones de clase, y rompe las amarras de las concepciones economicistas. Para integrar la cuestión ecológica, el marxismo debe abrirse a todas las «contradicciones motrices»: estas contradicciones mayores, que hacen que la sociedad se transforme, contradicciones que interfieren unas en las otras. Esto es tanto así que el capitalismo juega en todas las formas de explotación y opresión para mantenerse dominante, y por lo tanto ellas deben ser tratadas de forma conjunta. Pero cada contradicción tiene su historia, su dinámica y su autenticidad propia, que jamás se reducen unas a otras”.
Se trata de un adelanto claro con respecto a los niveles de abstracción al uso, pero, a la vez, de un retroceso con respecto a la teoría de la totalidad social concreta, del capitalismo como sistema, o para decirlo claramente, de la teoría del modo de producción capitalista que se mueve por el impulso de las contradicciones irreconciliables entre el capital y el trabajo en su nivel genético-estructural. Tanto la ecología como el feminismo y el resto de formas de explotación se insertan en último análisis en la contradicción capital-trabajo, aunque en los análisis a nivel histórico-genético tienen cada uno de ellos sus concretas especificidades y ritmos autónomos. Ahora bien, parece que P. Rousset se acerca bastante a esta segunda interpretación al decir casi de inmediato que:
“Punto de vista de radicalidad y de la «historia abierta», aprehensión de las contradicciones motrices, en sus articulaciones como en sus irreductibilidades…No todos los marxistas son capaces de integrar en una misma perspectiva de transformación las cuestiones social y ecológica. Incluso aquellos que parecen ser los más aptos, los más preparados, no sabrán terminar esta tarea rápidamente. Hay mucho que hacer para elucidar las implicaciones contemporáneas de las indispensables rupturas anti-mecanicistas y anti-lineares, aún cuando estas rupturas tienen raíces antiguas que vienen de debates del pasado (sobre la sucesión de modos de producción, por ejemplo) y hasta en la propia obra de Marx y Engels”. Después, el autor se refiere de forma explícita a la necesidad de superar cuanto ante el atraso que tiene la teoría socialista en la interrelación entre la crisis social y la crisis ecológica, indicando que el futuro del marxismo y de la revolución social depende de la correcta imbricación de la crisis ecológica dentro del socialismo.
Estas palabras están escritas a comienzos de 2001 y desde entonces hasta ahora el imperialismo ecológico ha endurecido y ampliado sus ataques a la humanidad trabajadora, a la naturaleza en su conjunto. Justo en esos momentos surgió la tesis del ecosocialismo para intentar resolver definitivamente esta limitación.
4.- EL ECOSOCIALISMO COMO RESPUESTA INCOMPLETA I
Joel Kovel y Michael Löwy inventaron el término de “ecosocialismo” con el que intentaban fusionar la crítica ecologista radical y la crítica socialista en un único concepto. En el ya famoso “Manifiesto Ecosocialista” (www.rebelion.org 9-06-2002) exponen lo básico de este concepto, en el que el tema del poder de clase está prácticamente ausente, y dicen:
“Nadie puede leer estas propuestas sin pensar, primero, en cuántos problemas prácticos y teóricos generan, y segundo y más abrumadoramente, en lo lejanas que están con respecto a la configuración actual del mundo, en su anclaje institucional y en la forma en que se imprime en la conciencia. No necesitamos desarrollar estos puntos, que deberían ser instantáneamente reconocibles para todos. Pero quisiéramos insistir en que sean tomadas desde una perspectiva apropiada. Nuestro proyecto no consiste ni en delinear cada paso de esta vía ni en ceder ante el adversario debido a la preponderancia del poder que ostenta. Se trata, en cambio, de desarrollar la lógica de una transformación suficiente y necesaria del orden actual, y en empezar a desarrollar las etapas intermedias en dirección a este objetivo. Lo hacemos para pensar con mayor profundidad en estas posibilidades y, al mismo tiempo, empezar el trabajo de diseñar junto a todos los que piensan parecido. Si algún mérito hay en estos argumentos, entonces debe ocurrir que pensamientos similares, y prácticas que realicen esos pensamientos, germinen coordinadamente en innumerables puntos alrededor del mundo. El ecosocialismo será internacional, y universal, o no será. Las crisis de nuestro tiempo pueden –y deben- ser vistas como oportunidades revolucionarias, lo que es nuestra obligación afirmar y dar nacimiento”.
Vemos que, en aquellos años, se trataba de una propuesta consciente de que todavía faltaba mucha práctica y mucha lucha, y mucho debate teórico para poder fusionar la crítica socialista y la crítica ecologista, como poco antes había pedido P. Rousset. Durante un tiempo, el término de ecosocialismo gozó de cierto privilegio en la izquierda revolucionaria ya que, por un lado, provenía de sectores radicales; y por otro lado, no se habían estudiado críticamente todavía todas sus implicaciones prácticas. Sin embargo, hubo intentos muy loables por avanzar en una precisión teórica más rigurosa del contenido radical de la crítica ecologista al capitalismo. Por no extendernos, recordamos a John Bellamy Foster: “Organizando la Revolución Ecológica” del 29-10-2005, a disposición en Internet, en el que defendió la necesidad del “surgimiento a través de la lucha revolucionaria de una sociedad más igualitaria, la del Eco – comunalismo”, mientras que otras corrientes proponían nombres como el “comunismo solar”, el “socialismo verde”, etc.
Aún así, el término de moda era el de “ecosocialismo”, tanto que todavía estaba en buena medida libre de crítica. Tal vez fuera debido a esta fama por lo que empezaron a aparecer textos sobre el ecosocialismo que no profundizaban autocríticamente en las lagunas ya presentes en el Manifiesto Ecosocialista inaugural, sino que las ampliaban. Andrés Lund Medina escribió “Ecosocialismo o neobarbarie” (www.rebelion.org 19-02-2007) en el que, además de hablar bien del artículo de Wallerstein que hemos criticado arriba precisamente por la misma carencia, sostiene la tesis de que el ecosocialismo es una utopía, aunque sin precisar si se trata de la “utopía roja” que E. Bloch argumenta en su “Principio esperanza”, si no más bien desde un argumento del “deber ser” que suena bastante kantiano, aunque el autor sostiene que esa utopía ha de concretarse materialmente en las luchas por objetivos elementales entre los que cita: la defensa del servicio público; la lucha contra la contaminación; la lucha por la tierra; la abolición de la deuda; y la conquista de la democracia y la visión del largo plazo. Estos y otros objetivos se presentan con un lenguaje de acción obrera y de movilizaciones sindicales, en el que no faltan expresiones como “transformación radical del sistema”, etc.
Pero falta, otra vez, uno de los puntos críticos de separación del marxismo del reformismo, la cuestión del poder. ¿Cómo podemos garantizar que las tierras recuperadas a los terratenientes, no sean de nuevo expropiadas y privatizadas por el imperialismo mediante una contrarrevolución sanguinaria o mediante una invasión, o mediante ambos crímenes a la vez, si carecemos de un Estado obrero y de un ejército popular, un pueblo en armas que defienda a muerte las tierras colectivas recuperadas? ¿Cómo vamos a defender los servicios públicos, cómo vamos a conquistar la democracia, cómo vamos a obligar a las transnacionales a tomar medidas de protección ambiental, sin una política de conquista del poder y de defensa de lo conquistado? ¿Cómo van a resistir los pueblos empobrecidos y saqueados las presiones imperialistas para que devuelvan la “deuda” si no han construido un poder defensivo suficiente como para disuadir al monstruo burgués?
Ahora bien, pocos meses antes de este último escrito había aparecido la crítica de Claudio Crevarok a Joel Kovel a propósito de cómo incardina sus fundamentadas denuncias al capitalismo como responsable de la crisis ecológica con las propuestas prácticas que hace, con las medidas revolucionarias que plante en su libro “El enemigo de la naturaleza”, en el que Kovel expone con detalle su concepto de “ecosocialismo”. Claudio Crevarok, que asume en su texto “El capitalismo y la “crisis ecológica”.Aproximaciones desde el marxismo” (Revista Lucha de clases, Argentina. Nº 6, Junio 2006, pp. 235 – 246, disponible en Internet) buena parte de la argumentación científica de J. Kovel, discrepa sin embargo de su alternativa práctica: “la revolución ecosocialista es pensada por este autor como una suerte de golpe de fuerza de la sociedad civil, donde la clase trabajadora aparece desdibujada ya que en su mayor parte se encuentra integrada o subyugada por el capital. En este punto, Kovel cae en la contradicción más flagrante, ya que él mismo reconoce el carácter clasista de la dominación estatal. A pesar de sus intentos por recuperar a Marx, la contradicción capitalismo-naturaleza termina borroneando en este caso la contradicción capital-trabajo”.
Esta crítica puede y debe extenderse al problema del poder, y si bien muchas de las diversas corrientes que se reclaman del ecosocialismo sí asumen a su modo la decisiva contradicción capital-trabajo, empero, en su mayoría, tienden a licuar y debilitar el también decisivo problema del poder de clase, del papel crucial del Estado burgués en la crisis ecológica y del papel crucial del Estado obrero en la lucha contra el imperialismo ecológico. De hecho, Kovel publicó un breve texto “¿Por qué ecosocialismo hoy?” (www.rebelion.org 09-11-2007) en el que tras reivindicar el ideario y la figura de Rosa Luxemburg, llega nada menos que a defender la necesidad del control obrero aunque de forma abstracta: “Se requiere el control obrero en el ecosocialismo como en el socialismo de la «primera época,» porque los productores son libres sólo si trascienden al capitalismo”, y no da un paso más.
La pregunta es: ¿puede uno protegerse bajo la sombra de Rosa Luxemburg, que siempre defendió la necesidad de la conquista del poder, y en la consigna irrenunciable del control obrero, pero sin concretar cómo deben plasmarse estos principios marxistas imprescindibles en el presente, en el contexto actual, en el tiempo en el que se escribe el texto en el que se cita a Rosa y al control obrero? La pregunta es: ¿qué falla internamente en el concepto de ecosocialismo que resulta incapaz de concretar en la lucha presente, en el ahora, la síntesis de todas las reivindicaciones que no es otra que la lucha por el poder político?
Justo en medio de esta apareció el texto M. Löwy sobre “Ecosocialismo, democracia y planificación” (www.rebelion.org 13-07-2007) en el que intenta dar un paso adelante usando la teoría marxista del programa de transición de una fase de luchas a otra, teoría ya expuesta por los textos de Marx y Engels de la mitad del siglo XIX. Leemos lo siguiente:
“Soñar, y luchar, por un socialismo verde, o, según algunos, un comunismo solar, no significa que no se debe luchar en concreto por reformas urgentes. Sin ninguna ilusión en un «capitalismo limpio», se debe intentar ganar tiempo e imponer, en la medida de lo posible, algunos cambios elementales: la prohibición del HCFCs que está destruyendo la capa de ozono, una moratoria general sobre los OGM, una reducción drástica en la emisión de gases que provocan el efecto invernadero, el desarrollo de transporte público, la imposición de impuestos a los automóviles contaminantes, el reemplazo progresivo de camiones por trenes, una regulación severa de la industria de la pesca, así como del uso de pesticidas y químicos en la producción agro-industrial. Éstos, y problemas similares, están en el corazón de la agenda del movimiento de Justicia Global, y de los Foros Sociales Mundiales, en un nuevo y decisivo desarrollo que ha permitido, desde Seattle en 1999, la convergencia de movimientos sociales y medioambientales en una lucha común contra el sistema.
Estas urgentes demandas eco-sociales pueden llevar a un proceso de radicalización, a condición de que no se acepte limitar los objetivos de acuerdo a las exigencias del «capitalismo de mercado» o de la «competitividad». Según la lógica de lo que los marxistas llaman un «programa de transición», cada victoria pequeña, cada avance parcial lleva inmediatamente a una demanda más alta, a un objetivo más radical. Tales luchas alrededor de problemas concretos es importante, no sólo porque las victorias parciales son bienvenidas, sino también porque ellas contribuyen a elevar la conciencia ecológica y socialista, y porque promueven la actividad y auto-organización desde abajo: ambas pre-condiciones decisivas y necesarias para una radical, es decir, revolucionaria, transformación del mundo.
No habrá ninguna transformación radical a menos que las fuerzas comprometidas con un programa socialista radical y ecológico lo vuelvan hegemónico, en el sentido gramsciano de la palabra. El tiempo está trabajando para el cambio, porque la situación global del ambiente está poniéndose peor y peor, y las amenazas son cada vez más cercanas. Pero el tiempo también corre muy rápido en contra, porque dentro de algunos años ‑nadie puede decir cuántos- el daño puede ser irreversible. No hay ninguna razón para el optimismo: las elites gobernantes atrincheradas en el sistema son increíblemente poderosas, y las fuerzas de oposición radical todavía son demasiado pequeñas. Sin embargo, éstas son la única esperanza de que el curso catastrófico del «crecimiento» capitalista pueda detenerse. Walter Benjamín definió a las revoluciones no como las locomotoras de la historia, sino como la humanidad que alcanza a jalar el freno de seguridad para detener el tren antes de que se vaya al abismo…”.
Se aprecia un esfuerzo por concretar los modos de interacción práctica del ecologismo radical con el socialismo mediante la experiencia teórica marxista, pero no termina de aparecer la respuesta definitiva inherente a la lógica del programa de transición, a saber: que más temprano que tarde interviene el poder del Estado, el poder político centralizado en el Estado, como garante del poder socioeconómico. De hecho, el poder interviene siempre aunque de manera imperceptible e indirecta en las situaciones de “normalidad”, pasando a tomar cuerpo físico conforme se incrementan las luchas, interactúan entre ellas y dan saltos organizativos hacia una unidad política liberadora contraria a la unidad política opresora. Muchas luchas ecologistas han fracasado en sus comienzos, o no se han iniciado siquiera, por la errónea visión apolítica de los ecologistas de turno, por su negativa a aceptar la realidad del poder político de la clase dominante.
5.- EL ECOSOCIALISMO COMO RESPUESTA INCOMPLETA II
Los esfuerzos loables y muy productivos en lo teórico-político realizados por M. Löwy para enriquecer el concepto de “ecosocialismo”, que darán incluso más frutos según transcurre el tiempo, como veremos al estudiar lo que este autor escribió a comienzos de 2009, este meritorio e imprescindible trabajo intelectual apenas serán continuados por otras corrientes del ecosocialismo o afines a una visión crítica de la ecología similar a ésta. Por ejemplo, Esther Vivas ha escrito en “Soberanía alimentaria: objetivo político” (“www.rebelion.org 02-04-2008) lo que sigue:
“La soberanía alimentaria se define como el derecho de las comunidades y de los pueblos a decidir sus propias políticas agrícolas y alimentarias, a proteger y a regular la producción y el comercio agrícola interior con el objetivo de conseguir un desarrollo sostenible y garantizar la seguridad alimentaria. Alcanzar esta soberanía requiere una estrategia que rompa con las políticas agrícolas neoliberales impuestas por la Organización Mundial del Comercio, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, y con el sistema económico capitalista dominante, los cuales promueven un modelo de producción agrícola y alimentaria totalmente insostenible”.
Además del uso acrítico, mecánico y tópico del concepto de “desarrollo sostenible”, que ya hemos criticado aquí, también sorprende la nula referencia siquiera aproximativa a qué instrumentos de poder autoorganizado, de planificación democrática y de debate colectivo deben dotarse los pueblos para “decidir sus propias políticas agrícolas y alimentarias”, para imponer esas decisiones mayoritarias sobre la minoría explotadora, para llevar a la práctica esas decisiones y, sobre todo, para defenderlas de las más que probables contraofensivas de la clase propietaria interna, autóctona, apoyada por el imperialismo capitalista. Basca que recordemos la espeluznantes masacre guatemalteca en los años cincuenta del siglo XX, con el golpe de Estado organizado por EEUU para ahogar en sangre las tímidas medidas democrático-burguesas radicales de reparto entre el campesinado hambriento de algunas tierras pertenecientes a grandes corporaciones yanquis, como uno de tantos ejemplos, para darnos cuenta de la ligereza suicida de estas y otras divagaciones progresistas que no se atreven a nombrar la bicha: el problema del poder.
El artículo está en lo cierto en el papel decisivo de las mujeres, pero sólo lo desarrolla en lo superficial porque la cuestión en juego es tan básica como decisiva, a saber ¿la expropiación de las tierras de los grandes terratenientes y de las transnacionales debe ir unida a la superación histórica del sistema patriarcal, mediante la participación dirigente de la mujer en el proceso de emancipación antipatriarcal y socialista, o debe limitarse a una mejor reparto de los horarios y de las tareas del trabajo doméstico? No pedimos que la autora desarrolle estas y otras problemáticas vitales en extensas páginas, aunque debiera hacerlo, sino que tan sólo enuncie la existencia de tales realidades, de estos problemas y de las medidas de solución que se plantean desde una política revolucionaria internacionalista.
En ninguna parte del texto se hace siquiera una referencia al crucial problema de la propiedad de la tierra, de su recuperación por los pueblos, de su expropiación de los grandes latifundios, del papel de las burguesías dependientes y colaboracionistas, del problema, en suma, del poder obrero y campesino, de los soviets y comunas campesinas que mediante la toma del poder recuperan lo que era suyo y les fue arrebatado por el capitalismo. La superficialidad de este texto, su negativa a llamar a las cosas por su nombre, a hablar claro y directo choca mucho con otro texto posterior de esta misma autora, en el que se avanza mucho y bien en la concreción sociopolítica del ecosocialismo, coincidiendo con el mismo avance que veremos en M. Löwy.
Joâo Pedro Stedile, miembro de Vía Campesina, analiza con extremo rigor y detalla la ofensiva de las empresas transnacionales sobre la agricultura (www.rebelion.org 14-12-2008) desde sus inicios en el capitalismo mercantil del siglo XV hasta el presente, cuando el capitalismo financiero arremetió contra la agricultura mediante varios mecanismos, entre los que destaca, uno, la utilización de los excedentes financieros en el imperialismo para comprar empresas y tierras, centralizar y concentrar propiedades y negocios, etc.; dos, la posterior dolarización de la economía mundial, beneficiando claramente a EEUU; tres, sobre esta base, el accionar de la OMC, del BM, del FMI, de los acuerdos multilaterales, de los “gobiernos serviles”, etc., en beneficio exclusivo de imperialismo, especialmente del yanqui; y cuatro, el que en la mayoría de los países, los gobiernos vigentes abandonaron las ayudas a sus producciones agrarias propias, los apoyos y protecciones arancelarias para ceder a las exigencias del imperialismo. Como consecuencia, en la actualidad, no más de 30 grandes transnacionales controlan la producción agrícola del planeta.
Pero el autor afirma además algo esencial que echamos en falta en casi toda la obra de Esther Vivas, que no únicamente en su texto citado; dice Joâo Pedro Stedile: “La mayor parte de los gobiernos, aunque elegidos en procesos electorales considerados como democráticos, son en verdad conducidos por la fuerza del dinero y por todo tipo de manipulaciones mediática, resultando gobiernos serviles a estos intereses. Sus políticas agrícolas son totalmente subordinadas a los intereses de las empresas transnacionales. Abandonaron el control del Estado sobre la agricultura y los alimentos. Abandonaron las políticas públicas de apoyo a los campesinos. Abandonaron las políticas públicas de soberanía alimentaria y de la preservación del medio ambiente local”. En suma, abandonaron la soberanía nacional alimentaria en manos de las transnacionales, del imperialismo; es decir, renegaron del ejercicio del poder propio y entregaron este poder decisivo a las potencias extranjeras, a sus empresas. De lo que se trata, por tanto, es de recuperar el poder propio, la soberanía plena, alimentaria, económica, política, científica, cultural, militar, etc., y ejercerla en la práctica superando las crecientes presiones y amenazas del imperialismo. Es decir, de nuevo nos enfrentamos al problema del poder.
Nos encontramos con la misma reflexión crítica en el texto de Jorge Gómez Barata sobre la piratería biológica y los nuevos escenarios de la colonización (www.kaosenlared.net 04.04.2007). Si bien es cierto que este investigador no se ciñe al saqueo pirateril de las semillas agrícolas y que profundiza hasta llegar a la raíz del problema, no es menos cierto que sus valiosas conclusiones alcanzan del lleno al problema de la soberanía alimentaria, ampliándolo y enriqueciéndolo al definirlo como una parte integrada en una totalidad más amplia y fundamental, la de la piratería biológica que el capitalismo realiza sistemáticamente desde finales del siglo XV, en concreto desde que el invasor Colón llegó a las Américas, aunque podríamos extender válidamente este argumento a las anteriores agresiones portuguesas a los pueblos costeros de África en la mitad del siglo XV.
Jorge Gómez Barata llega a conclusiones que asumimos. Estudiando cómo se produce el saqueo biológico, que aparatos e instituciones de poder local lo facilitan, el autor destaca el caso típico de “empresas, instituciones científicas e incluso gobiernos que, mediante procedimientos ilegales, camuflados como ayudas, asistencia o trabajo misionero, obtienen información acerca de las propiedades de determinadas plantas o conocen procedimientos ancestrales, frecuentemente exclusivos”. Pero estamos sólo en el inicio del proceso de expolio biológico porque, continúa el autor:
“El paso ulterior es patentar las producciones realizadas a partir de ese material genético, y ponerlo en venta; siempre a espaldas de las comunidades poseedoras de los conocimientos y de información originaria. No se trata ya de hechos aislados, sino de miles de casos de apropiación ilegitima, fraudulenta y clandestina de conocimientos tradicionales e información biológica y luego registrados en las oficinas de patentes de los Estados Unidos y Europa. Aunque ya algunos gobiernos y parlamentos comienzan a realizar acciones y aplicar legislaciones para proteger esos patrimonios, la intervención gubernamental no deja de implicar ciertos riesgos. Una de las maniobras de la oligarquía entreguista es simular, mediante la “nacionalización” la defensa de la biodiversidad, convirtiéndola en “propiedad estatal”, precisamente para poder especular con ella, desposeyendo al pueblo, a las tribus y a las comunidades rurales, que son sus verdaderos propietarios”.
Hemos llegado así a un problema clásico en la historia del comportamiento de las oligarquías entreguistas, de las burguesías vasallas del imperialismos en general y ecológico en particular, que se amparan en su concepto de “propiedad estatal”, de “nacionalización” y hasta de “soberanía nacional” para legitimar, primero, la expropiación de lo comunal, de lo colectivo, de lo que pertenece a todo el pueblo, depositándolo oficialmente en la “propiedad estatal” para, al cabo de un tiempo, entregarlo en forma de propiedad privada a la clase dominante o al imperialismo, a sus transnacionales. Aunque ahora hablemos de la soberanía alimentaria y de los recursos biológicos colectivos, de la biodiversidad como patrimonio del pueblo, en realidad este método de expropiación privatizadora se aplica tanto contra las tierras y bosques, contra los recursos naturales y biológicos, como contra los servicios públicos y sociales, contra las cajas de pensiones y jubilaciones, contra los ahorros populares depositados en entidades públicas sin afán de lucro, sin olvidarnos de que es un método habitual para “sanear” empresas públicas y servicios estatales básicos antes de venderlos a precio de ganga a empresas privadas autóctonas o extranjeras, que destrozarán su calidad para multiplicar su rentabilidad, exactamente igual a lo que hacen la agroindustria con las tierras que expropia a los pueblos oprimidos, agotándolas y esquilmándolas.
Lo que está debajo de esta expoliación pirateril es el poder del capital en forma de poder de Estado y de poder político, que no es sino la economía concentrada. Por esto, tanto la soberanía alimentaria como la defensa de la biodiversidad nos remiten siempre al problema de la soberanía política, del poder en su forma esencial: el Estado. El socialismo ecologista antiimperialistas no tiene reparo alguno en meter el dedo en la llaga, en donde más duele a la burguesía y a los rebaños de ecologistas reformistas que tienen miedo a llamar a las cosas por su nombre, a descubrir la verdad y a divulgarla, ¿tal vez porque la verdad es revolucionaria?
Carlos X. Blanco ha realizado en “Marxismo y Ecología” (www.kaosenlared.net 19-05-2008) una sugerente aportación crítica a las limitaciones conceptuales del escueto término de “ecosocialismo”, desde la perspectiva de la denuncia del imperialismo ecológico que aquí también sostenemos. Este autor propone el término de “ecosocialismo revolucionario” para reafirmar su contenido esencial, tras reconocer que el escueto “ecosocialismo” puede derivar en ser una simple “marca verde” en un programa rojo y viceversa, dentro de un electoralismo rojiverde: “Resulta de todo punto esencial que el Ecosocialismo no se transforme en una nueva “marca” propagandística, en una nueva mixtura de dos “sensibilidades”, como ahora se dice, creada con el ánimo exclusivo de captar votos a favor de partidos verdes tirando a rojos, o rojos teñidos de verde”. El autor es consciente de ese riesgo y por eso se anticipa reforzando el contenido revolucionario del ecosocialismo.
Ahora bien, no avanza más allá, no profundiza en la cuestión clave de cómo luchar contra el imperialismo ecológico sin proclamar la urgente necesidad de la construcción de fuerzas de contrapoder obrero y popular, de relaciones de doble poder de masas que derroten los ataques del imperialismo ecológico y que logren victorias ecológicas y ambientales que a la vez sirvan de aglutinación y acumulación de fuerzas, y de trampolín para saltos revolucionarios decisivos hacia la construcción del poder obrero, del Estado obrero. Una y otra vez insinúa esa necesidad, pero se detiene en el instante de escribirla y consagrarla teóricamente, lo que genera una sensación de algo falta, algo básico para completar la totalidad teórica, vacío que se hace más llamativo cuando expone la necesidad de la ética materialista, ecologista y marxista.
Justo a comienzos de 2009 Chesnais hace la siguiente crítica en el artículo visto justo al comienzo de este texto, y al que volveremos durante la crítica a la moda del decrecimiento: “Una segunda cuestión política tiene que ver con la utilización del término “ecosocialismo”, en vez de socialismo a secas. Tengo la impresión de que, en definitiva, los únicos argumentos reales en tal sentido son a) el descrédito de la palabra socialismo a causa del estalinismo y de la socialdemocracia y b) la poca importancia concedida a las cuestiones ecológicas por los marxistas, incluyendo los revolucionarios, al punto que se “redescubrió” a Marx en esta cuestión recién en los años 1990 y gracias sobre todo a gente como Bellamy Foster”. Recordemos que Chesnais termina insistiendo en la necesidad de rescatar y reactualizar el concepto escueto de socialismo, aumentando su carga teórico-política radical con las aportaciones teóricos de la crítica ecologista.
No sabemos y tampoco es importante ahora mismo, si M. Löwy escribió “Ecosocialismo: hacia una nueva civilización” (www.lahaine.org 17-11-2009). Pero ahora matiza mucho más que antes:
“Los marxistas pueden inspirarse en lo que destacaba Marx en relación con la Comuna de Paris: los trabajadores no pueden tomar posesión del aparato del Estado capitalista y ponerlo a funcionar a su servicio. Deben “demolerlo” y reemplazarlo por una forma de poder político radicalmente diferente, democrático y no estatal.
“Lo mismo es aplicable, mutatis mutandis, al aparato productivo: por su naturaleza, su estructura, no es neutral, sino que está al servicio de la acumulación de capital y de la ilimitada expansión del mercado. Está en contradicción con las necesidades de protección del ambiente y de la salud de la población. Es preciso, por lo tanto, “revolucionarlo”, en un proceso de transformación radical. Esto puede significar cancelar ciertas ramas de la producción: por ejemplo, las plantas nucleares, algunos métodos masivos/industriales de pesca (responsables por el exterminio de varias especies en los mares), la tala destructiva de selvas tropicales, etcétera (¡la lista es muy larga!). En cualquier caso, las fuerzas productivas, y no solo las relaciones de producción, deben ser transformadas profundamente, comenzando por una revolución del sistema energético, reemplazando los actuales recursos –esencialmente fósiles– responsables de la contaminación y envenenamiento del ambiente, por otros renovables, como el agua, el viento y el sol. Por supuesto, muchos logros científicos y tecnológicos modernos son valiosos, pero el sistema de producción debe ser transformado en su conjunto, y esto solo puede hacerse a través de métodos ecosocialistas, esto es, a través de una planificación democrática de la economía que tenga en cuenta la preservación del equilibrio ecológico.
“El pasaje del “progreso destructivo” capitalista al ecosocialismo es un proceso histórico, una transformación permanentemente revolucionaria de la sociedad, de la cultura y de las mentalidades. Esta transición debe llevar, no solo a un nuevo modo de producción y a una sociedad igualitaria y democrática, sino también a un modo de vida alternativo, a una nueva civilización ecosocialista, mas allá del reino del dinero, mas allá de los hábitos de consumo artificialmente producidos por la publicidad, y mas allá de la producción sin límites de mercancías innecesarias y/o nocivas para el medio ambiente. Es importante enfatizar que semejante proceso no puede comenzar sin una transformación revolucionaria en las estructuras sociales y políticas, y el apoyo activo, por una vasta mayoría de la población, a un programa ecologista. El desarrollo de la conciencia socialista y la preocupación ecológica es un proceso, donde el factor decisivo es la propia experiencia de lucha popular, desde confrontaciones locales y parciales al cambio radical de la sociedad”.
Se aprecia muy claramente un gran avance teórico-político entre 2002 y 2009 en la definición de ecosocialismo que realiza M. Löwy. Este último texto es muy esclarecedor, profundo y directo en la identificación de los tremendos obstáculos estructurales que hemos de vencer. Sin duda alguna, la cada vez más tensa e intensa experiencia de los pueblos contra el imperialismo ecológico y de las clases explotadas en el capitalismo más enriquecido contra la fusión entre la crisis socioeconómica y la crisis ecológica, esta experiencia es la que puede estar detrás del avance que realiza M. Löwy en su definición de ecosocialismo, con la que no tenemos diferencia cualitativa alguna. Desgraciadamente, suele suceder que el “maestro” termina yendo más o menos por delante de sus discípulos.
Veamos dos ejemplos de evolución positiva en esta corriente del ecosocialismo, aunque pensamos que todavía se mantienen un poco por detrás M. Löwy. El primero es el artículo de Esther Vivas sobre “Anticapitalismo y justicia climática” (www.rebelion.org 24-03-2010) que supone una clara mejora en rigor teórico-político con respecto al anteriormente citado sobre soberanía alimentaria. Ahora leemos: “La actual crisis plantea la necesidad urgente de cambiar el mundo de base y hacerlo desde una perspectiva anticapitalista y ecosocialista radical. Anticapitalismo y justicia climática son dos combates que tienen que ir estrechamente unidos. Cualquier perspectiva de ruptura con el actual modelo económico que no tenga en cuenta la centralidad de la crisis ecológica está abocada al fracaso y cualquier perspectiva ecologista sin una orientación anticapitalista, de ruptura con el sistema actual, se quedará en la superficie del problema y al final puede acabar siendo un instrumento al servicio de las políticas de marketing verde”.
Y tras otras afirmaciones con las que estamos plenamente de acuerdo, la autora concluye: “Es falso pensar que podemos combatir el cambio climático sólo a partir del cambio de actitudes individuales, y más cuando la mitad de la población mundial vive en el “subconsumo crónico”, y también es falso pensar que podemos luchar contra el cambio climático sólo con respuestas tecnológicas y científicas. Son necesarios cambios estructurales en los modelos de producción de bienes, de energía, etc. En esta dirección, las iniciativas que desde lo local plantean alternativas prácticas al modelo dominante de consumo, producción, energético… tienen un carácter demostrativo y de concienciación que es fundamental apoyar. Por su naturaleza, hablar de cómo enfrentar el cambio climático implica discutir de estrategia, de auto-organización, de planificación y de las tareas que, aquellas y aquellos que nos consideramos anticapitalistas, tenemos por delante”.
Aunque Esther Vivas no hable para nada sobre la moda del decrecimiento, sus acertadas palabras atacan directamente a uno de los fundamentos del decrecimiento en su versión normal, dominante y mayoritaria: la primacía del cambio individual y personal, antes que del cambio colectivo; o para decirlo mejor, la ruptura de la dialéctica entre la transformación colectiva y la individual dentro de la praxis revolucionaria como interacción permanente entre lo individual y lo colectivo. Ahora bien, ¿de qué sirve hablar de la necesaria autoorganización cuando no se pone su objetivo fundamental que no es otro, a nuestro entender, que el de avanzar hacia la construcción de una democracia socialista, de un poder popular?
El segundo ejemplo lo tenemos en por lo demás muy interesante artículo del venezolano Saúl Flóres sobre “Por qué es importante el ecosocialismo en la formación de los cuadros socialistas del PSUV” (www.aporrea.org 02-04-2010), en el que además de afirmaciones muy válidas como el reconocimiento de la importancia de las “raíces ancestrales” para enriquecer el ecosocialismo, etc., , sin embargo la problemática del poder socialista aplicado en la práctica venezolana queda un diluido en las afirmaciones generales.
Donde sí se aprecia un retroceso espectacular con respecto a la última mejora realizada por M. Löwy, o dicho de otro modo, donde sí se aprecia una diferencia espectacular de perspectiva política y teórica con respecto a las tesis del filósofo marxista brasileño es en el libro “La barbarie ecológica del capitalismo”, obra colectiva editada por Salvador López Arnal y presentada por Gustavo Duch ((www.rebelion.org 02-10-2009) que recoge además de la Presentación y del Epílogo, nada menos que 18 entrevistas a otros tantos investigadores de reconocida solvencia científica, teórica, filosófica, etc., sobre la barbarie ecológica capitalista. Antes que nada hay que decir que se trata de un libro imprescindible por sus aportaciones, bien estructurado y muy esclarecedor. Hay que agradecer a su editor el esfuerzo militante realizado para ponerlo a disposición libre en Internet.
Pero el libro rezuma una visión reformista de la ecología, a pesar de sus aportaciones científicas. En las preguntas a los autores, las clases sociales desaparecen sustituidas por la “ciudadanía” abstracta, por ese globo denominado “movimientos sociales” que sirve para un roto como para un descosido, etc. En la mayoría de las respuestas el poder político en su sentido marxista apenas tiene cabida, como tampoco la tiene la lucha de clases y menos la lucha de liberación de los pueblos oprimidos. Hay entrevistas que quedan muy cortas a la hora de explorar las implicaciones sociopolíticas de primer orden que se esconden en los análisis científicos realizados. Podemos decir que, al final, la ecología aparece casi desligada de la dominación imperialista excepto por leves referencias. Aún así, es un libro que ha de estudiarse con detenimiento y usarse en la lucha socialista.
6.- LA MODA DEL DECRECIMIENTO I
En 2008 Ikaria editó el libro “La apuesta por el decrecimiento” de Serge Latouche. Desde entonces y en la cultura hispana la moda del decrecimiento es el tópico facilón para huir del debate inevitable del poder, para aparentar ser ecologista radical sin atacar al sistema capitalista en la materialidad de sus explotaciones concretas, al igual que ocurre con las tesis de Negri, Holloway, Laclau, Mouffe y tantos otros. Antes de continuar tenemos que hacer dos precisiones.
Una trata sobre el concepto de decrecimiento, que no es exclusivo de esta moda, sino que tiene otras acepciones más válidas y radicales por cuanto se basan en el decisivo problema de los recursos energéticos tradiciones, del petróleo fundamentalmente pero, y cada vez más, de los denominados biocombustibles. Por ejemplo en el texto recomendado arriba “Barbarie ecológica capitalista” (www.rebelion.org 2-10-2009), se pregunta por el decrecimiento a varios de los ponentes. F. Fernández Durán en el resumen de su libro “El crepúsculo de la era trágica del petróleo” (pp. 77 – 79). En estas repuestas F. Fernández Durán utiliza una definición de “decrecimiento” con la que estamos totalmente de acuerdo ya que constata una dinámica innegable como es la del agotamiento del crudo y, a partir de aquí, la inevitable dinámica de “decrecimiento” que se impondrá en el capitalismo actual, basado en el consumo irracional del petróleo.
Podemos incluir en esta primera precisión, salvando algunas diferencias pero entendiendo el decrecimiento como “actividad voluntaria” que debe empezar por las “sociedades más opulentas del planeta”, las ideas de P. A. Prieto en su aportación sobre el “Cenit del petróleo” (p.139). Y lo introducimos en esta precisión porque P. A. Prieto sí es consciente que se avecina una “lucha durísima por los recursos”, afirmación que asumimos pero que apenas aparece en la moda del decrecimiento. Si bien A. Raffin del Riego no responde directamente en su artículo sobre “Los biocombustibles como nuevo oro” (p.144) pero el texto entero ofrece una visión crítica que nos enfrenta directamente a la realidad del imperialismo ecológico. Del mismo modo y también partiendo del “Fin de la era del petróleo”, J. Sempere da una explicación del por qué del decrecimiento (pp.208 – 209) que es plenamente aceptable, aunque como en el conjunto de la obra que comentamos, no se entra al fondo del problema crucial, el del poder revolucionario, sino que a la hora de plantear una alternativa al ecofascismo y al ecoautoritarismo imperialista, retrocede a una especie de socialdemocracia de “izquierdas”: “creo importantísimo defender con uñas y dientes lo que nos queda de “Estado del bienestar”, y tratar de ampliar sus prestaciones en la medida de lo posible y razonable. El Estado del bienestar se basa en una filosofía colectivista, no individualista. Es una de las herencias institucionales del siglo XX a defender”.
La segunda precisión tiene que ver con la primera: mientras que esta interpretación del decrecimiento inevitable es parte de una crítica rigurosa al capitalismo, sin embargo, con bastante anterioridad existían modas ideológicas que adelantaban tesis reformistas y reaccionarias muchas de las cuales han confluido en el movimiento actual. Decimos que desde 2008 y en la cultura hispana es una moda el decrecimiento porque en la cultura francesa el decrecimiento estaba anunciado por tesis reformistas y reaccionarias muy anteriores, que podemos rastrear desde finales de la década de 1960, como demuestra Stéphanie Treillet en “Una opinión polémica sobre el “decrecimiento”. Un proyecto de sociedad reaccionaria” aparecido en Critique Communiste nº 109, de 2009 a disposición en Internet. Pero antes de resumir los argumentos de esta crítica, debemos detenernos con un poco de detalle en otros textos favorables al decrecimiento, empezando por el de Latouche.
Una de las primeras sorpresas del libro de este autor es que empieza con esta andanada: “El empleo, el pago de las jubilaciones, la renovación del gasto público (educación, seguridad, justicia, cultura, transportes, salud, etc.) suponen un aumento constante del producto interior. Por otro lado, el uso de la moneda y sobre todo del crédito, que permite consumir a aquellos cuyos ingresos no son suficientes e invertir sin disponer del capital requerido, son poderosos “dictadores” de crecimiento, en particular para el Sur” (La apuesta por el decrecimiento. Ikaria, p. 37). Cualquiera sabe que el comienzo de un texto, de una carta y hasta de una conversación suele indicar en buena medida lo esencial del mensaje posterior.
Cuando Latouche empieza achacando la responsabilidad del crecimiento a los gastos sociales, al empleo, a las jubilaciones, a la salud y a la educación, a las necesidades de supervivencia de las poblaciones empobrecidas por el imperialismo, o en su terminología, al “Sur”, cuando inicia así el libro hay que empezar sospechando de la ideología social de su autor. Otra persona con una visión crítica del capitalismo empezaría, probablemente, su libro sobre el crecimiento explicando que es una de las formas que tiene la burguesía para maximizar sus beneficios, aunque no la única, ni tampoco siempre, porque hay momentos en los que el capital opta por su propia forma de “decrecimiento”: las destrucciones masivas.
Latouche empieza, por tanto, con una identificación indirecta pero muy efectiva entre crecimiento y gastos social progresista. Más adelante expone tres razones por las que el crecimiento no es deseable: engendra desigualdades e injusticias, crea un bienestar ilusorio, y crea una sociedad enferma de su riqueza (p.49) para asegurar luego que el desarrollo de las injusticias “es inherente no sólo al sistema capitalista, sino a cualquier sociedad del crecimiento” (p.51). Por tanto, quien pretenda mejorar las condiciones de vida y trabajo de la humanidad mediante el crecimiento de las fuerzas productivas desde y para una política socialista, no capitalista, en realidad está desarrollando las injusticias.
Semejante identificación subterránea entre socialismo e injusticia será luego reforzada con la identificación explícita del nazismo con el estalinismo (p. 237), sin hacer la mínima diferencia entre un sistema y otro, sin el menor sentido de la precaución metodológica y del rigor teórico. La confusión conceptual que permite colar gato por liebre reaparece al poco tiempo: “Si se le mira de cerca, la riqueza tiene una característica mucho más patológica que la pobreza. La extrema riqueza constituye la principal plaga de la sociedad moderna” (p.57). ¡Qué lástima dan los multimillonarios que sufren tanto! ¡¿De qué se quejan los empobrecidos y hambrientos, los enfermos, los analfabetos y los desahuciados cuando la plaga principal es la extrema riqueza?!
La respuesta de Latouche es contundente: los empobrecidos del “Sur” creen que sufren mucho porque han aceptado los criterios de pobreza y riqueza, de sufrimiento y de felicidad elaborados en el “Norte”. Es cierto, dice el autor, que el “Sur” sufre, pero de otra manera diferente que el dolor y la infelicidad del “Norte”, ya que la “pobreza en el Sur no conduce necesariamente a la misma desesperanza que la miseria modernizada” (p.69). Latouche expone un relativismo cultural absoluto (pp.61 – 78) que niega la existencia de valores humanos comunes, relativismo que se acerca al postmodernismo y que puede hacer el juego a las corrientes imperialistas que defienden “dejar en paz hasta su autoextinción” a los pueblos primitivos que no quieren pasar a la civilización, para quedarse el imperialismo con sus tierras ya despobladas y pacificadas. La lógica implícita del decrecimiento en sencillamente brutal: no debemos intervenir a favor de otras culturas no eurocéntricas porque es empeorar su situación, aumentar su infelicidad.
Tal vez intuyendo lo espeluznante de su tesis, Latouche intenta suavizarla respondiendo a la pregunta: “¿Tendrá el Sur derecho al decrecimiento?” (pp.223 – 231) pero la empeora porque no tiene para nada en cuenta la realidad estructural objetiva de la dominación imperialista mundial, del papel colaboracionista y vasallo de las burguesías de esos pueblos, y de la lucha de clases en su interior. Estos conceptos vitales no aparecen escritos ni una vez en esas páginas, ni siquiera cuando habla de pasada sobre el fracaso de los intentos socialistas de autogestión e independencia realizados por algunos movimientos de liberación o cuando cita a Samir Amin, y el colmo de la demagogia aparece cuando leemos que el Sur necesita una “verdadera cura de desintoxicación colectiva; porque el crecimiento ha sido a la vez un virus perverso y una droga” (p.231).
En realidad, Latouche propone la misma alternativa para los empobrecidos del “Sur”, que para los ricos del “Norte”: “El objetivo necesario de reducción pasa por un cambio de imaginario que hará que este comportamiento deseado sea “natural”. No se trata de reemplazar un imperativo compulsivo de consumo por otro imperativo no menos compulsivo de austeridad, sino de realizar una verdadera “catarsis” (que supere) la toxicodependencia de la droga consumista” (p.95). Dicho en otras palabras: “la descolonización del imaginario” empezando por el cambio de valores antes de la transformación de la sociedad (p.82). Como se aprecia, el problema del poder desaparece del todo y retrocedemos a las tesis del socialismo utópico: las condiciones estructurales objetivas tienen importancia, pero lo primero y decisivo es la desalienación subjetiva de la droga consumista. Se niega así la dialéctica entre la transformación objetiva y la transformación subjetiva, la interacción de las dos partes que forman la unidad vivencial. En el capitalismo actual, semejante retroceso a la utopía fracasada siempre es un retroceso del reformismo clásico a la elucubración abstracta fácilmente manipulable por el imperialismo ecológico, por el lobo disfrazado de cordero.
Como no podía ser de otra forma, el retroceso práctico implica un retroceso teórico. Latouche reconoce la razón de la crítica de Marx al capitalismo, pero al momento añade que, empero, Marx tiene un error que no es otro que el de asumir la teoría del crecimiento presentando como argumento la experiencia del denominado “socialismo real”, del stalinismo, para entendernos. (pp.168 – 169). De la misma forma en que había igualado nazismo y stalinismo, ahora iguala el “socialismo real” con la teoría de Marx. Carecemos de espacio para criticar la mezcla de falacia y disparate que sustenta semejante despropósito que, por su misma oquedad, permite el autor decir lo que quiera. Por ejemplo, decir que “identificar al adversario es hoy en día problemático porque tanto las entidades económicas como las firmas transnacionales que poseen la realidad del poder son, por su misma naturaleza, incapaces de ejercerlo directamente” (p.238).
Estas palabras ocultan tres mensajes subliminales: uno, que apenas podemos luchar materialmente porque no sabemos contra quien luchar, por lo que es mejor la tarea de concienciación subjetiva, de desintoxicación de la droga consumista; dos, que el poder de clase es algo que se tiene pero que no se ejerce; y tres, que son poderes delegados los que cumplen la voluntad de la burguesía. Los tres mensajes son reaccionarios.
Que no es cierto lo que dice Latouche, que es un tópico de la sociología, lo comprobamos con la simple lectura de cualquiera de los centenares de estudios e investigaciones críticas sobre qué es y cómo funciona el capitalismo realmente existente. Veamos unos ejemplos, el sindicato Comisiones Obreras denunció que el 60% de las empresas incumplían las leyes españolas sobre contaminación (www.cincodias.com 23-12-2003). La prensa denunció que un alto funcionario de la Casa Blanca manipuló un informe científico sobre el cambio climático (www.rebelion.org 11-06-2005), denuncia que poco más tarde, en 2006, se extendió al presidente Bush por amordazar a los científicos que investigaban el calentamiento global. Carlos Miguélez demostró en “Los dueños del agua” (www.rebelion.org 08-12-2006) las relaciones de Coca-Cola con los servicios secretos yanquis, con la CIA, y el entramado de relaciones entre empresas que mercantilizan el agua y el imperialismo norteamericano en países como Irak y otros. Una tabaquera que ofrece al cliente la posibilidad de elegir los niveles de nicotina financió en 2006 un estudio científico sobre los efectos nocivos del tabaco (www.publico.es 27 – 3‑2008)
Silvia Ribeiro ha mostrado con pelos y señales en su investigación sobre “Corporaciones, agrocombustibles y transgénicos” (www.kaosenlared.net 18-09-2007) cómo se relacionan, fusionan y expanden las transnacionales que monopolizan los transgénicos y los agrocombustibles, sus relaciones estrechas con el capital financiero y la subordinación de la ciencia a todo ello. Esta misma investigadora ha escrito un documentado estudio sobre quienes son “Los que se quieren comer el mundo” (www.jornada.unam.mx 6-12-2008) Dasten Julián descubrió la implicación directa de las hidroeléctricas en el megaproyecto energético del sur de Chile disfrazado de defensa de la naturaleza, de las tradiciones y del ambiente, en su texto “Ecología e intereses de clase” (www.rebelion.org 03-12-2007). Y por no repetirnos, José Santamarta Flórez estudió la responsabilidad de los científicos a sueldo y de la ciencia-basura en la negación del cambio climático (info@marxismo.org 20-03-2007).
7.- LA MODA DEL DECRECIMIENTO II
Como se aprecia, hay tres constantes en estos ejemplos: una, que aunque la edición francesa es de 2006, transcurrieron dos años hasta la edición española, por lo que todos son contemporáneos o anteriores a la edición española del libro de Latouche sobre el decrecimiento, lo que indica que si el autor hubiera querido hubiese dispuesto de información contrastada y contrastable sobre quien es el adversario, con nombres, señas y direcciones, etc.; dos, que todos muestras la relación ágil y efectiva entre los diferentes niveles del poder de clase en su complejidad operativa que, en último análisis, se expresa en muy contados centros decisorios que terminan conociéndose con más o menos detalle pese a su secretismo; y tres, que incluso los poderes más ocultos, como los servicios secretos, la CIA, por ejemplo, terminan dejando pistas sobre su acción a las órdenes de los gobiernos imperialistas y de las transnacionales.
La teoría marxista del Estado sostiene que éste es el centralizador estratégico de los diversos y hasta dispares intereses de las fracciones burguesas, actuando en muchos momentos con cierta autonomía relativa precisamente para cumplir mejor su papel centralizador. Pero la burocracia estatal, que mantiene estrechos lazos con los grupos empresariales, debe conocer y conoce la situación y los problemas económicos, y para ello se ayuda de organizaciones paraestatales y extraestatales. Es sabido, además, que existe un flujo bidireccional entre los altos cargos político-burocráticos estatales, y los altos cargos empresariales de modo.
Por ejemplo: “Un estudio que incluyó encuestas a más de 500 grandes empresas en Reino Unido, Estados Unidos, Alemania, Japón, India y China, arrojó como resultado que sólo una de cada diez compañías considera al cambio climático como una prioridad (…) Sólo el cinco por ciento de las más de 500 empresas consultadas, y ninguna en China, consideró al cambio climático como su principal prioridad, al tiempo que apenas el 11 por ciento lo ubicó en segundo o tercer lugar, según el estudio de la consultora internacional Accenture, que retoma el diario británico The Independent” (www.rebelion.org 12-02-2008). Las consultoras internacionales, las oficinas de estudio de la gran banca y las burocracias estatales están capacitadas para realizar estos estudios por la sencilla razón de que es su trabajo, de que existen investigaciones anteriores, y leyes y procedimientos legales que facilitan tales estudios y exigen su realización periódica. Un estudio crítico e independiente puede llegar y llega a las mismas conclusiones, accediendo a los datos necesarios sobre esas empresas. Por tanto, sabemos, o podemos saber, quien es nuestro adversario.
Pero no hemos recurrido a este ejemplo solamente por esta razón, suficiente en sí misma para destrozar todo el argumentario de la moda del decrecimiento, sino porque además hunde otra serie de afirmaciones de Latouche en el sentido de priorizar el capital financiero en detrimento del capital industrial, productivo, o dicho en otros términos, hunde su idealismo. Latouche sostiene que “Nos olvidamos de que, en una sociedad democrática el problema es la riqueza mercantil” (p.82). Latouche retrocede a la concepción burguesa de los siglos XVII-XVIII de la libertad y de la democracia abstractas, que se mueve en el esfera de la circulación, del papel del capital-dinero para facilitar la venta de las mercancías en el mercado, mientras que el verdadero problema de democracia concreta nos remite a la esfera de la producción, en la que la explotación asalariada de la fuerza de trabajo se realiza despreciando las fatuas declaraciones liberales sobre la ciudadanía, la democracia, la libertad, etc.
Si bien existe una interacción e integración entre el capital industrial y el financiero, proceso acertadamente estudiado por Marx pese a la poca información entonces disponible, lo decisivo a la larga para la historia del capitalismo y para la crisis ecológica es la tasa de ganancia del sector productivo, de la producción material, industrial, en la que la democracia abstracta no existe porque sólo impera la explotación asalariada. Es por esto que la consultora internacional Accenture ha estudiado con detalle a más de quinientas grandes empresas, para saber qué se piensa sobre la crisis ecológica en el motor material del capitalismo, en la industria pesada productora de mercancías.
De la misma forma en que Latouche se mueve en el idealismo de la democracia abstracta, también se mueve en el idealismo de la definición del capital como “espíritu” (p.172) y del concepto de modo de producción como “creación de la mente” (p.173). Fue el idealismo subyacente de Weber el que más habló del “espíritu” del capitalismo, y sabemos que Weber esta un imperialista alemán enemigo de la revolución socialista e impulsor del concepto de “carisma” que ayudaría a la aceptación de Hitler por la mayoría inmensa de la intelectualidad alemana. Por esto, cuando uno lee las páginas de Latouche sobre la necesidad de un decrecimiento demográfico y sus comentarios sobre Malthus, siente un inquietante escalofrío (pp. 123 – 133).
En cuanto a que el concepto de modo de producción, central en el marxismo, es una “creación de la mente” hay que decir que la teoría es un concentrado lingüístico de relaciones sociales objetivas, históricas y contradictorias, que existen fuera de nosotros y que nos determinan internamente. El concepto de modo de producción es un concepto teórico que no fue entendido por Althusser debido a su mecanicismo antidialéctico. Que Latouche se base en esta limitación althusseriana indica mucho sobre su conocimiento del marxismo. La teoría sintetiza lo esencial de las contradicciones, descubriendo regularidades en conflicto y cambio interno mientras esas contradicciones sigan existiendo, pero ningún concepto teórico, y menos los marxistas, son “creaciones de la mente” como algo desconectado de la realidad.
Claudia Ciobanu entrevistó a Serge Latouche sobre “La opción del decrecimiento” (www.rebelion.org 08-08-2009) en la que el entrevistado nos dice que ya hay prácticas de decrecimiento en lugares tan lejanos como el neozapatismo en Chiapas, movimientos del “Buen Vivir” en los Andes, grupos campesinos en el Estado francés e Irlanda. Sin embargo, una visión realista de lo que está sucediendo en Chiapas muestra cómo ha fracasado este intentos y cómo la burguesía mexicana lo ha desactivado, cercado y aislado, reduciéndolo poco a poco, pero manteniendo una imagen mentirosa que legitima internacionalmente al Estado mexicano.
Tendríamos que matizar mucho también lo que sucede en algunas zonas andinas, así como las limitaciones de algunas versiones del “Buen vivir”, sobrevaloradas por un romanticismo naturalista europeo que cree todavía en el “buen salvaje” negándose a estudiar las contradicciones sociales internas a los movimientos indígenas, muchos de los cuales son heroicos y meritorios, pero otros colaboran con el imperialismo. Por último, en cuanto a las experiencias europeas y a las practicas del cooperativismo que también cita Latouche, tenemos que recordar la enorme capacidad de absorción del capitalismo para integrar muchos movimientos alternativos, incluidos los Verdes, que no hace mucho tenían ideas muy parecidas al decrecimiento, por no hablar de la suerte corrida por el grueso del cooperativismo como lo demuestra la experiencia acumulada desde la mitad del siglo XIX.
Mónica Donato entrevistó a Latouche en “Decrecimiento o barbarie” (Rev. Papeles. Nº 107, 2009, a disposición en Internet). Casi al final, M. Donato le pregunta sobre el contenido socialista del decrecimiento. La respuesta de Latouche es importante por dos razones: una, por lo que dice y no dice; y otra, porque la primera respuesta contrasta con otra que de hace después a una pregunta sobre las formas de acción política. Leamos la primera respuesta:
“El proyecto político de la utopía concreta del decrecimiento consiste en “las ocho R”: Reevaluar, Reconceptualizar, Reestructurar, Relocalizar, Redistribuir, Reducir, Reutilizar y Reciclar; tres de las cuales, reevaluar, reestructurar y redistribuir, actualizan especialmente esta crítica. La reestructuración, sobre todo, plantea la cuestión concreta de la superación del capitalismo y de la reconversión del aparato productivo que debe adaptarse al cambio de paradigma. El decrecimiento está forzosamente enfrentado al capitalismo. No tanto por la denuncia de sus contradicciones y límites ecológicos y sociales, como sobre todo por su cuestionamiento del “espíritu del capitalismo” en el sentido propuesto por Max Weber, que lo considera condición para su realización. Por redistribución entendemos el reparto de las riquezas y del acceso al patrimonio natural, tanto entre el Norte y el Sur como dentro de cada sociedad. El reparto de la riqueza es la solución más sencilla para el problema social. Puesto que el reparto es el valor ético cardinal de la izquierda, el modo de producción capitalista, basado en la desigualdad de acceso a los medios de producción y generador de desigualdades crecientes, debe ser abolido”.
Según hemos visto arriba, no se trata tanto de denunciar las contradicciones del capitalismo sino de cuestionar el weberiano “espíritu capitalista”. Latouche podría haber reconocido que Marx y Engels se adelantaron a Weber en la crítica del “espíritu” capitalista al estudiar el papel del protestantismo en el desarrollo de algunas burguesías, ofreciendo una visión mucho más correcta que la weberiana, pero se calla. Hasta aquí lo que dice de forma abstracta y sin carga social crítica sobre las ocho R y el “espíritu”. Lo que no dice es cómo cuestionar el “espíritu” capitalista y, sobre todo, cómo repartir la riqueza, o sea, mutismo total cuando llega el momento de la acción. Tal vez por ese silencio, la entrevistadora insista con una pregunta ya tan concreta que Latouche no tiene más remedio que contestar. La pregunta se basa en las tesis del no tomar el poder del subcomandante Marcos, y de Holloway, aunque no cita a este segundo, y de la acción “desde abajo”, aunque plantea la posibilidad de los “dos niveles”, de la acción política formal, parlamentaria, y la acción “desde abajo”. La respuesta es la siguiente:
“No conviene excluir ningún nivel de actuación, pero en nuestros países, ciertamente, los cambios desde abajo son mucho más prometedores. Institucionalizar prematuramente el programa del decrecimiento a través de un partido político, por ejemplo, nos expondría a caer en la trampa de la “política profesional”, que determina el abandono por parte de los actores políticos de la realidad social y los encierra en el juego político, mientras las condiciones aún no están maduras para pretender poner en marcha la construcción de una sociedad del decrecimiento, (…) El trabajo de auto-transformación profunda de la sociedad y de los ciudadanos nos parece más importante que los ciclos electorales. Esto no significa que preconicemos la abstención ni que rechacemos la elaboración de propuestas concretas. Sin embargo, consideramos más importante influir en los debates, tirar de las posturas de unos y otros, lograr que se tomen en consideración ciertos argumentos, contribuyendo así a la modificación de las mentalidades. Tal es hoy en día nuestra misión y nuestra ambición”.
O sea, la radicalmente socialista y anticapitalista moda del decrecimiento se limita a ser una especie de club o lobby de influencia ideológica entre los “ciudadanos” en vez de constituirse en una organización militante inserta en la lucha cotidiana de las masas explotadas. Ni siquiera tiene la voluntariosa idea de los primeros Verdes alemanes antes de ser engullidos por el sistema al que decían combatir pacíficamente. Semejante postura iluminista e ilustrada, elitista, típica de las tertulias y clubes burgueses del siglo XVIII, nos recuerda al “marxismo legal”, tolerado por la dictadura zarista y denostado por Lenin y los bolcheviques. Pues bien, como veremos ahora mismo, la negación explícita de toda acción política estratégicamente sostenida en tiempo en aras de conseguir victorias ecológicas que marquen puntos de no retorno, fases de acumulación de fuerzas y de saltos adelante, este pasotismo diletante es aceptado por la moda del decrecimiento.
8.- EL DECRECIMIENTO EXPLICADO EN GALIZA I
Manoel Santos dio una conferencia en las XI Jornadas de la Juventud Independentista Galega titulada “Un repaso a la urgente opción del decrecimiento. Decrecimiento sostenible frente a decrecimiento traumático” (www.rebelion.org 14-08-2009). La importancia de esta conferencia radica en tres razones:
La primera, que es una explicación pedagógica del decrecimiento dada a la juventud militante, lo que facilita su comprensión a la vez que muestra al desnudo sus limitaciones. La segunda, además, que esa juventud milita en el independentismo de una nación oprimida por el Estado español, como Galiza, uno de los pueblos más indefensos, golpeados y deteriorados en su situación ambiental entre otras razones porque la opresión nacional le impide desarrollar una política socialista de defensa, recuperación y reintegración en la naturaleza. Y la tercera, que la ponencia confirma las limitaciones del decrecimiento para ofrecer una vía efectiva de lucha contra la catástrofe ambiental provocada por el imperialismo ecológico español, aunque, a la vez, muestra las aportaciones de esta corriente en su típico nivel de abstracción de las contradicciones sociales. Antes de hacer una valoración general de la conferencia, veamos su contenido en los puntos donde el decrecimiento falla estrepitosamente.
Estamos de acuerdo en muchas de las tesis de Manoel Santos sobre la situación, las causas y las consecuencias, etc. Son tantos los estudios científico-críticos realizados hasta el presente sobre la crisis ecológica que va camino de dar el salto a catástrofe, que no nos repetir lo dicho. Simplemente recomendamos la lectura de su conferencia, como recomendamos la lectura de todos los textos aquí usados. Sí debemos detenernos en sus propuestas prácticas porque es en ellas en donde el decrecimiento hace aguas, flaquea, dejando abiertos boquetes por debajo de la línea de flotación por los que entran toda serie de divagaciones interclasistas. Por ejemplo, el autor propone intervenir en tres niveles de los movimientos sociales. “1. Individual (simplicidad voluntaria, autoproducción de bienes y servicios, etc.) 2. Colectiva (autogestión, cooperativas de consumidores, banca ética, redes sociales de intercambio, etc.) 3. Acción Política (propuestas, movilizaciones, etc.)”. En el primero estamos totalmente de acuerdo ya que es una praxis de vida que se remonta a muchos siglos, y que fue adaptada a la lucha de clases anticapitalista por corrientes del socialismo utópico, del anarquismo y del marxismo.
Es en el segundo en donde empiezan los problemas. Hablar de autogestión en abstracto, sin especificar si se trata de autogestión obrera y socialista tendente a superar las relaciones de producción y propiedad capitalista, esta falta de concreción da pie a todas las elucubraciones porque también existe una autogestión reformista. Debemos estudiar al detalla la rica y dura experiencia muy reciente de la autogestión en Argentina, si carecemos de tiempo para llegar a otras muchas experiencias. Nuestra crítica se refuerza al leer lo de las “cooperativas de consumidores” ¿y por qué no cooperativas de producción basadas en la autogestión obrera? Las cooperativas de consumidores terminan absorbidas por el mercado capitalista más temprano que tarde, como lo muestra toda la experiencia histórica; pero también corren esa suerte las cooperativas de producción que no logran crear redes sociales fuertemente concienciadas y apoyadas por la autoorganización obrera y popular vertebrada internamente con y por organizaciones revolucionarias; y aún y todo así su presente y su futuro depende siempre de la evolución de la lucha de clase y de la lucha de liberación nacional en los pueblos oprimidos.
Los y las independentistas vascas tenemos mucho que decir, y que autocriticarnos, sobre el movimiento cooperativista en nuestra nación, que ha sufrido demasiadas derrotas a manos del capitalismo y del Estado español. Buena parte de su origen histórico proviene de una clara dinámica antisocialista y de desviación de las luchas nacionales y sociales hacia el pantano del interclasismo apolítico permitido y hasta ensalzado con premios y prebendas por la dictadura franquista, mientras que, por el lado opuesto, la dictadura que ensalzaba el cooperativismo machaba brutalmente al pueblo trabajador y a los sindicalistas ilegalizados, torturados y encarcelados. Mientras la denominada “Iglesia vasca” oficial bendecía al dictador Franco y apoyaba el cooperativismo, sacerdotes vascos esquivaban la represión político-religiosa franquista como podían, llegando a ser “curas obreros”.
Actualmente, una de las más poderosas empresas capitalistas vascas, e imperialista, –MCC– proviene del cooperativismo de entonces. Esta experiencia no es sólo vasca, es común y constante al cooperativismo y a los debates permanentes dentro del movimiento socialista en su generalidad desde el inicio del siglo XIX, lo que no anula el hecho de que, según la relación de fuerzas sociopolíticas en lucha, el cooperativismo obrero sea una alternativa parcial e incierta, siempre sometida a toda serie de promesas, chantajes y ataques del capitalismo. Se trata, en definitiva, de la lucha de clases, realidad objetiva que la moda del decrecimiento se niega a aceptar.
Hay que decir muy claramente, por otro lado, que la supuesta “banca ética” es un bluff, una trampa, a no ser que por “banca ética” entendamos una especie de readaptación al capitalismo actual de las ideas católicas sobre el control vigilado de la usura. La teología católica tardomedieval tuvo que aceptar mayores niveles de usura, prohibidos con anterioridad, para responder a la expansión imparable de la banca comercial capitalista amparada en la teología protestante. La dinámica del capitalismo comercial exigía superar los límites que la teología medieval había puesto al préstamo con usura. El cristianismo protestante, unido al comercio, se dio cuenta de ello antes que el cristianismo católico, más dependiente de la explotación feudal.
Esta experiencia histórica, como las de la autogestión y del cooperativismo, muestra en su nivel que la expansión del capitalismo no encuentra freno duradero en las utopías reformistas, en las éticas abstractas y menos aún cuando se trata del capital-dinero, del capital financiero que es una pieza clave tanto en la reactivación del capitalismo como en la generación de sus crisis. En cuanto a la “banca ética” que dicen que existe en algunas partes de la India y de otros pueblos, hay que responder explicando que se trata de un proyecto clásico de extender las redes de dependencia socioeconómica, y sobre todo de crear colchones sociales de una muy pequeña burguesía y de campesinos y artesanos libres, pero endeudados periódicamente a los préstamos de la “banca ética”.
Para concluir esta rápida crítica, desde la ética marxista, banca y ética son tan irreconciliables como el agua y el aceite. Hay que aclarar que hablamos de “banca” y no de sociedades de ayuda mutua y sin afán de lucro, al estilo de las “cajas sociales” de los orígenes del movimiento obrero, que adelantaban dinero sin ningún afán de lucro privado, y siempre desde y para una perspectiva de fortalecimiento de la conciencia socialista, fuera esta utópica, anarquista o marxista. El movimiento obrero y revolucionario internacional, incluso con raíces cristianas, tiene una larga experiencia en este sentido, pero con una barrera infranqueable consistente en prohibir el enriquecimiento a costa del trabajo de otros compañeros y compañeras. Solamente con el reformismo y más tarde con las modas surgidas desde la década de 1960, han aparecido tendencias como la de la “banca ética”. Una síntesis entre “banca ética” y cooperativismo de consumo lo tenemos en el bochornoso espectáculo corrupto dado hace unos años por el sindicato UGT al descubrirse sus negocios bajo la tapadera de “cooperativas inmobiliarias de ayuda social”.
En cuanto a las redes sociales de intercambio hay que decir casi lo mismo. Se trata de una experiencia muy antigua practicada casi por todas las clases explotadas especialmente en los momentos de mayor penuria y pobreza, muy frecuentemente bajo visiones religiosas y/o bajo el control de religiones arraigadas en el pueblo, y posteriormente con la ayuda de grupos laicos, agnósticos y ateos. También ha habido y hay prácticas de intercambio, reciprocidad y trueque mejor organizadas, y con la eclosión de los movimientos alternativistas y ecologistas esta dinámica gozó de un fuerte impulso. Significativamente, las medidas impuestas por la UE contra campesinos, ganaderos y pequeñas empresas, junto a la ayuda de Internet y a los efectos de la crisis larvada y ya presente, estas y otras razones han facilitado el aumento de las redes de intercambio, de “comercio justo”, etc., en las que se pueden encontrar cada vez más productos y ofertas.
Sin embargo, una vez más hay que insistir en que estas “soluciones” nunca son un peligro mortal para el sistema capitalista, y que éste es capaz de asumir estos y otros “movimientos contestatarios” sin apenas problemas, creando incluso “bancos” adaptados a dichas redes sociales de intercambios. Gran parte del amplio movimiento alternativista, ecopacifista, ecofilosófico, antimilitarista, etc., de los años ’60 y ’80 ha sido desactivado e integrado en el sistema porque no suponía ningún peligro para la burguesía ya que actuaban sólo en el nivel externo y superficial de los “derechos de las minorías”, del “derecho a la diferencia” en su sentido cuantitativo y de apariencia externa, espacios en los que la tolerancia burguesa es amplia y hasta rentable económica y políticamente, sobre todo en períodos de vacas gordas, de bonanza económica. Pero las organizaciones revolucionarias, sobre todo las de liberación nacional y las sindicales rojas y negras, fueron sometidas a implacables represiones, con asesinatos y decenas de años de cárcel.
La diferencia radica en que las redes sociales de intercambio se mueven en eso, en el área del intercambio mercantil, como las cooperativas de consumo, etc., mientras que las organizaciones revolucionarias, los movimientos de liberación nacional, los sindicatos sociopolíticos, el socialismo ecologista antiimperialista, el control obrero, el contrapoder, las huelgas y luchas de masas, etc., todo este movimiento actúa y piensa en el interior de las entrañas de la fiera capitalista, respirando su miasma infecto y enfermando su salud porque la ecología reformista se despreocupa totalmente del ecosistema asalariado, en las pútrida fábricas y campos contaminados, en las pestilentes barriadas populares, donde se produce la plusvalía y en donde se reproduce la fuerza de trabajo que ha de ser explotada si no se subleva, y en donde el capital está dispuesto a las mayores salvajadas inhumanas y terroristas en defensa de su civilización.
Con respecto al tercer punto, el de la acción política, no podemos decir apenas nada porque el texto apenas dice algo, tan poco que cualquier crítica nuestra puede pecar de subjetiva y sin fundamento alguno. Son las ventajas que otorga el silencio oportuno ante las situaciones insostenibles, que en boca cerrada no entran moscas. Sólo dejamos constancia de que no se hace ninguna referencia a la fuerza política del sindicalismo, ausencia escandalosa en la mayoría de las corrientes del descrecimiento, y que en el caso galego, como en el de todo pueblo nacionalmente oprimido, adquiere especial relevancia porque el sindicato mayoritario es nacionalista galego con una fuerte implantación del independentismo popular en sus bases.
9.- EL DECRECIMIENTO EXPLICADO EN GALIZA II
Pasemos ahora al análisis de las tres dimensiones del decrecimiento: “1. Ecológica: la conservación de la naturaleza es una premisa irrenunciable”. Obvio y urgente, de acuerdo. “2. Económica: Menos producción y consumo –(reducción importante del tiempo de trabajo, reducción de la producción y reducción del consumo)– potenciar los “bienes relacionales” –atenciones, conocimientos, participación, nuevos espacio de libertad y de espiritualidad, etc.– y caminar hacia una economía solidaria. El decrecimiento material tendría que ser un crecimiento relacional, convivencial y espiritual”. De acuerdo en todo; más aún, la reducción del tiempo de trabajo es una reivindicación permanente en la historia humana, en modo alguno es una invención brillante y exclusiva del decrecimiento.
La humanidad trabajadora tiene sobre su espalda decenas de millones de personas asesinadas, torturadas, encarceladas, deportadas, huidas y escondidas por luchar por esa reducción del tiempo de trabajo. Esta heroica y sobrehumana experiencia, éticamente loable, ha generado una permanente discusión sobre cómo lograrlo, cómo convencer o imponer a las clases propietarias de las fuerzas productivas que reduzcan las horas de trabajo de las y los esclavos, las y los campesinos empobrecidos, las y los siervos y artesanos sin recursos, las y los proletarios y trabajadores asalariados.
Peor aún, muy frecuentemente esta lucha y sus debates se han librado para impedir que aumentase la explotación laboral tanto en tiempo de trabajo, en su intensidad, como en sus horas, en su duración; es decir, que dependiendo de la lucha de clases –concepto básico para el socialismo ecológico antiimperialista que no aparece en la conferencia de Manoel– las explotadas y explotados han pasado a la ofensiva para reducir la jornada, o se han tenido que batir a la defensiva para impedir que se aumentase el tiempo de trabajo, llegándose muchas veces a luchas desesperadas para lograr que ese aumento no fuera tan brutal sino sólo menos brutal, menos explotador. Y quien habla de horas de trabajo, habla también de las condiciones sanitarias e higiénicas del trabajo, de la ecología laboral, del ecosistema fabril y asalariado en su conjunto, de las enfermedades laborales, etc., pero el decrecimiento dice muy poco sobre esto, apenas nada.
Hemos terminado con esta referencia al ecosistema laboral y fabril porque concatena en directo con la tercera dimensión: “3. Social: Simplicidad voluntaria y autosuficiencia, cambios en los parámetros de vida, volver a las sociedades colectivas. Ruralización frente a urbanización, reparto frente a acumulación, localización frente a globalización, decrecimiento frente a hiperconsumismo, ocio frente a trabajo obsesivo; menos, menos, menos…”. Tenemos que decir dos cosas sobre lo aquí expuesto: la primera, que se mezclan problemáticas muy diferentes, por ejemplo: una cosa es la necesaria simplicidad voluntaria y autosuficiencia, y otra es la ruralización frente a urbanización, ya que la ruralización –que parcialmente es promovida por la burguesía en sus residencias de campo– bien llevada exige una tarea global y sistemática de una dimensión cualitativamente superior a la forma de vida simple, que no simplista.
Una cosa es “ocio” –sin entrar aquí al debate sobre qué diferencia hay entre el “ocio” y el tiempo libre y propio– frente a trabajo obsesivo y otra es reparto frente a acumulación, ya que en determinadas circunstancias hasta la burguesía puede industrializar el ocio, como lo hace, mientras que reduce o controla el trabajo obsesivo por razones de eficacia laboral a medio plazo, etc., mientras que reducir la acumulación de capital es atacar la base del capitalismo. Incluso la expresión “menos, menos, menos…” puede ser equívoca porque es perfectamente comprensible que hay que crear más cultural crítica, más potencialidad creativa y artística, más interrelaciones personales, más, más, más… ¿entonces?
Lo que queremos decir es que la forma de hacer estas propuestas, al ser presentadas mezclando problemas diferentes, indica poca seriedad analítica y sintética, facilitando la deriva fácil al utopismo naturalista, a formas de romanticismo que nos recuerdan a muchos alternativistas del pasado que han terminado cociéndose en el puchero burgués, como otros hiperradicales y ultrarrevolucionarios que cometían el mismo error de fondo pero opuesto en la verborrea formal. Y es aquí donde decimos la segunda cosa: ¿y mientras tanto, mientras instauramos la ruralización, acabamos con la acumulación de capital, etc., qué hacemos mientras tanto teniendo en cuenta que son verdaderos “trabajos de Hércules” los aquí propuestos? Por suerte el autor nos responde con dos métodos de aplicación: “Autogestión de las comunidades más allá de los aparatos de Estado” y “Con una planificación central, con aire socialista”.
La autogestión comunitaria más allá del Estado depende del contenido y de los poderes de esa comunidad autogestionada. Repetimos la crítica realizada antes a la autogestión definida de forma abstracta. La democracia burguesa puede admitir bastante autogestión local siempre que ésta no cuestione las relaciones de propiedad. La experiencia vasca es aquí enormemente reveladora de los límites de la autogestión comunitaria expresada ahora en el poder municipal. En Euskal Herria, los ayuntamientos han tenido siempre mucha importancia y la implantación municipal de la izquierda independentista vasca fue siempre un quebradero de cabeza para el Estado español y para la burguesía vasca, de modo que decidieron cortar por lo sano.
Primero hicieron un pacto entre las fuerzas “democráticas” para expulsar a la izquierda vasca de los ayuntamientos. Luego, al fracasar lo anterior, la ilegalizaron retorciendo la ley autoritariamente para impedir su presencia en los ayuntamientos, y ahora han endurecido la ley al máximo para impedir toda posibilidad de presencia del independentismo en los ayuntamientos, donde realizaba una tarea tan progresista, social y concienciadora que era inadmisible por el poder. Este ejemplo real muestra los límites de la autogestión comunal dentro de un marco impuesto por el capital, sobre todo en un contexto de opresión nacional como precisamente es el que malvive y padece Galiza.
El segundo método plantea avanzar “Con una planificación central, con aire socialista”, limitando de algún modo el alcance de la autogestión comunal arriba expuesta. No queremos divagar aquí sobre dónde empezarán y acabarán las atribuciones de la autogestión comunal y de la planificación central, pero sí necesitamos saber qué clase social y qué fuerzas sociopolíticas determinarán esos límites y las formas de resolución de las fricciones entre autogestión y centralización que surgirán inevitablemente. Por ejemplo, la autogestión municipal vasca sería –será en un futuro– más amplia y democrática de lo que ahora es si la izquierda independentista vasca pudiera defender y desarrollar su modelo socialista, euskaldun, ecologista, antipatriarcal, internacionalista, etc., y ha sido el avance en estas tareas una de las razones de su ilegalización.
¿En qué sentido debemos entender lo del “aire socialista”, en el del partido “socialista” español en Galiza, en el de Izquierda Unida española en Galiza, en el de los partiditos de izquierda estatalista que hay en Galiza, o en el de las izquierdas independentistas galegas? Según sea la respuesta serán las relaciones entre la autogestión y la planificación socialista, y muy especialmente será la reacción del poder español en Galiza y de sus peones y vasallos galegos.
A falta de algo que resolviera nuestras dudas, podemos intentarlo estudiando las medias con las que se avanzará en el decrecimiento: “1. Relocalización de la economía a escala local: evitar la concentración de empresas. Mercados locales y artesanados que generen una economía local, de calidad y sin publicidad. 2. Relocalizar la producción y también la política. 3. Abandono del consumismo y la publicidad. 4. Economía solidaria (comercio justo, banca ética, consumo crítico, cooperativas de consumo, intercambios no mercantilizados como las redes de cambio). 5. Reparto de recursos. 6. Salario máximo y renta básica. 7. Autoproducción de bienes y servicios. 8. Prohibir privatizar servicios públicos esenciales (agua, educación, sanidad y bienes comunes; con lo que también se generaría trabajo). 9. Abandono absoluto de la agricultura intensiva por la agroecología. 10. Energías renovables, menos consumo, eliminaciones de las no renovables. 11. Desindustrialización: Cerrar las industrias automovilística, militar, aviación y reconducir el empleo hacia campos relacionados con la satisfacción de las necesidades sociales y ambientales. 12. Desurbanización (vivimos en el 0,2% de la superficie del planeta. Las ciudades son parásitas del crecimiento). 13. Ciudades en transición (Slow cities)”.
No vamos a repetir la crítica anterior sobre el desorden metodológico y la confusión temática que recorre al listado. Estamos de acuerdo prácticamente en todos los puntos expuestos en abstracto, salvando críticas que ya hemos realizado anteriormente. Pero sí debemos decir dos cosas: la primera, nos resulta inconcebible que no se haya hecho el más mínimo esfuerzo aclaratorio sobre cómo y por qué priorizar y ordenar estas medidas para las condiciones estructurales de Galiza. Todo planteamiento teórico-abstracto pierde gran parte de su fuerza si no va sustentado por una concreción espacio-temporal, nacional, clasista y de sexo-género sobre el alcance su aplicación. A la vez, todo planteamiento general debe ser enriquecido por lo concreto, por ejemplo, sorprende que no se diga una palabra sobre la industria naviera y pesquera, o sobre la maderera, tan importantes en Galiza, pero apenas importantes en las preocupaciones de la intelectualidad europea, francesa sobre todo, que es la que ha dado cuerpo básico a este listado, y como este ejemplo muchos otros.
Pero la crítica fundamental es otra: una nación oprimida no está en condiciones democráticas mínimas para realizar un debate colectivo riguroso y libre sobre las propuestas del decrecimiento, y/o de cualquier otro tipo. Si ya las clases explotadas en un pueblo que no sufre opresión nacional tienen muchas dificultades para hacerse oír en la democracia burguesa, y muchísimas más para lograr que sus decisiones sean llevadas a la práctica, siendo esto así, imaginémonos los inmensos obstáculos que ha de superar un pueblo oprimido. Pero esta realidad está ausente en la conferencia que analizamos, exceptuando la crítica general al sistema capitalista por su “desprecio por la soberanía de los pueblos”.
Solamente una vez aparece la palabra Galiza y para dejar constancia que el conferenciante es de ese “país”: de la misma forma que no aparece por ningún lado el concepto de lucha de clases, como hemos dicho, tampoco aparecen los de opresión nacional, liberación nacional, independencia de Galiza, etc., y eso en unas jornadas organizadas por y para la juventud independentista galega. Se trata, por tanto, de una propuesta abstracta y exterior, pensada por la elite intelectual que no quiere ensuciar su pensamiento con las “cosas de la política”, al estilo de los iluministas e ilustrados del siglo XVIII arriba nombrado cuando repasábamos la obra de Latouche, y que la presenta a la juventud independentista galega como la gran y definitiva solución.
Forzando la imaginación y la voluntad, podríamos buscar tenues indicios de una remota aproximación a la opresión nacional de Galiza leyendo las propuestas que el decrecimiento hace para los “países pobres” o del “Sur”: “En los países pobres sería otra cosa, pero sobre todo que no sigan nuestro modelo. Para esos países se impone, en la percepción de S. Latouche, un listado diferente de «R»: Romper con la dependencia económica y cultural con respeto al Norte, Retomar el hilo de una historia interrumpida por la colonización, el desarrollo y la globalización, Reencontrar la identidad propia, Reapropiar esta, Recuperar las técnicas y saberes tradicionales, conseguir el Reembolso de la deuda ecológica y Restituir el honor perdido”.
Se aprecian diferencias sustanciales como la de que Galiza no es un “país pobre” del “Sur” y menos colonizado por el “Norte” español y como la de que se da por supuesto que esos “países pobres” sólo sufren la dependencia económica pero no la opresión nacional, como es el caso galego en otros. Además de que lo que estamos viendo muestra que el decrecimiento es una propuesta elaborada desde una mentalidad de Estado-nación eurocéntrico que no sufre opresión nacional alguna, y que a la vez no tiene en cuenta las opresiones nacionales dentro de la Unión Europea, además de esto tampoco está al tanto de las dramáticas situaciones de los “países pobres” y de las múltiples formas de opresión nacional invisible e imperceptible que aplica el imperialismo.
Sin embargo sí hay puntos que convenientemente adaptados a las realidades del capitalismo europeo pueden ser asumidos por las naciones oprimidas en la UE: por ejemplo, romper la dependencia cultural con respecto a la cultura dominante desarrollando las lenguas y culturas de los pueblos oprimidos; romper la dependencia socioeconómica con leyes propias que reflejen la dinámicas nacionales de lucha de clases, de evolución capitalista propia, etc.; más que “reencontrar” la identidad propia sí (re)construirla en el presente y para el futuro, etc. Son reivindicaciones necesarias que si bien están admitidas para los pueblos situados más allá de los océanos que circundan a la UE también tenemos que practicarlas aquí y ahora mismo. Pero tal y como están expuestas en la conferencia de Manoel, quedan muy lejos, fuera de la realidad y de las necesidades de la Galiza oprimida.
Las aportaciones válidas del decrecimiento pueden ser aplicadas a Galiza, como a cualquier pueblo oprimido, solamente desde una perspectiva independentista y socialista, lo que exige una adaptación a cada uno de ellos. Será el pueblo emancipado y libre, propietario de sí y de sus recursos, el que decida cómo y cuándo se apliquen medidas de decrecimiento. Si por situaciones de inminente catástrofe climática, ambiental y ecológica, un Estado burgués tiene que aplicar medidas urgentes de decrecimiento, debemos estar seguros de que serán las clases explotadas, los pueblos que oprime, las mujeres y los emigrantes quienes pagarán el grueso de los costos del decrecimiento, mientras que la burguesía, sobre todo la nacionalmente opresora, en nuestro caso la burguesía imperialista española, muy probablemente saldrá beneficiada.
La experiencia histórica acumulada a partir de situaciones idénticas en el fondo –los famosos “sacrificios de todos en bien de la nación”– enseña que la burguesía no se sacrifica nunca, o si no tiene más remedio que ceder algo, nunca cederá más que las obligaciones impuestas a las clases y naciones explotadas, a las mujeres y a los colectivos sociales empobrecidos. Esta misma experiencia indica que siempre son los pueblos trabajadores los que se llevan la peor parte de los sacrificios.
10.- EL DECRECIMIENTO EXPLICADO EN GALIZA III
Una de las diferencias más notables entre el socialismo ecologista antiimperialista y muchas de las tesis ecosocialistas y del decrecimiento, es que el antiimperialismo del primero le vacuna contra afirmaciones gratuitas frecuentes en los segundos, afirmaciones que si bien aparentan una radicalidad, en la práctica refuerzan al imperialismo. Nos referimos a la propuesta de cerrar las fábricas de armas que se hace en el punto 11) con la excusa de que emiten mucho CO2, de que contaminan mucho y aceleran el crecimiento y la crisis ecológica, etc. El debate sobre el cierre de las fábricas de armas no es una brillante aportación exclusiva del decrecimiento ya que estuvo presente en muchas de las discusiones entre el movimiento pacifista, ecologista y alternativista de los ’60 y’70, por no retroceder más en el pasado, y las fuerzas revolucionarias. En uno de aquellos debates con pacifistas se les hizo esta pregunta a pacifistas franceses: ¿tenían derecho a armarse contra Francia los argelinos y vietnamitas, y tenían derecho a armarse con los nazis los propios franceses, y si sí tenían derecho, cómo hacerlo?
Antes de continuar con la segunda cuestión que queremos plantear sobre el listado anterior, tenemos que extendernos un poco en este punto debido a su importancia para poder sentar las bases teóricas que sustenta dicha segunda cuestión. Como mínimo, hay cinco aspectos en este debate que debemos tener en cuenta.
El primero es el del derecho a la resistencia de los pueblos, a la rebelión contra la injusticia, derecho reconocido en el Preámbulo de la Declaración Universal de los DD.HH, por ejemplo, y aceptado en su tiempo por las burguesías revolucionarias, por la teología cristiana, etc. ¿De qué sirve un derecho cuando no hay instrumentos para ejercitarlo? Las naciones indias de la Amazonía que han arrestado a miembros de transnacionales esquilmadoras han necesitado armas para ejercitar el derecho de defensa de su territorio frente a las bien armadas pandillas de matones a sueldo de las transnacionales, verdaderos ejércitos privados que actúan con total impunidad. Recordemos a Maquiavelo cuando dijo que los suizos eran libres porque tenían armas. ¿Pueden permitirse Venezuela y Cuba, por ejemplo, el lujo suicida de desmontar sus fábricas de armas porque así lo dicen algunos intelectuales europeos progresistas? ¿Debe Bolivia no armar a las masas trabajadoras para defenderse del imperialismo? Por tanto, hay que precisar: ¿armas para quién y para qué?
El segundo es que por mucho que se popularice esta reivindicación no en abstracto, genérica e imprecisa, sino concreta y detallada, por mucho que así suceda las burguesías no se van a desarmar por razones tan obvias que no vamos a exponer aquí. Al contrario, la crítica marxista del capitalismo en lo referente a la tendencia objetiva a su militarización, que ya aparece en los textos clásicos de la segunda mitad del siglo XIX y que fue luego enriquecida mediante el estudio del imperialismo, ha quedado desgraciadamente demostrada. Todos los argumentos de esta crítica al militarismo como característica expansiva del sistema están siendo reafirmados por la dinámica belicista reforzada precisamente desde mediados de la década de 1980 hasta el presente. En estas condiciones la bienintencionada propuesta etérea del cierre de las fábricas de armas solamente favorece al imperialismo y debilita a la humanidad trabajadora.
El tercero es que desde una perspectiva absolutamente pacifista, tampoco sirve de nada cerrar únicamente las fábricas de armas, porque el grueso del potencial industrial puede ser adaptado en más o menos tiempo para producir armamento, según las necesidades y urgencias. De entre todas las experiencias, la vasca también sirve al respecto: durante la crisis económica de la metalurgia en los años de 1920, alguna industria vasca pasó en poco tiempo de construir barcos a locomotoras, dos productos tan diferentes en su forma y finalidad pero parecidos en la técnica de construcción y funcionamiento.
Tras la sublevación fascista de 1936, la industria vasca que no producía armas hasta entonces estaba capacitada para fabricarlas, incluso tanques, con las que derrotar al fascismo. Fueron las reticencias del Gobierno Vasco dirigido por el PNV y el permitido boicoteo de la derecha profranquista que tranquilamente seguía controlando las fábricas y frenando su potencial productivo, lo que ralentizó al extremo la necesaria estrategia de rearme con efectos desastrosos para la guerra y para el medio siglo posterior de dictadura. Al poco de la entrada del fascismo en la zona industrial, aterrizaron especialistas alemanes que rápidamente cambiaron toda la producción civil en militar, según los métodos que Alemania había usado para rearmarse en secreto antes de 1933, fecha de la victoria nazi, y descaradamente después contraviniendo las órdenes internacionales de desarme decretadas en el Tratado de Versalles de 1918.
El cuarto es una profundización y ampliación del tercero, porque el decrecimiento propone cerrar las fábricas de la industria militar, la automovilística, la de la aviación y buena parte de la de la construcción, citando aquí a Carlos Taibo en su artículo “En defensa del decrecimiento” (www.kaosenlared.net 14-03-2009). ¿Toda la industria automovilística, la que fabrica ambulancias y equipos móviles de urgencia, anticontaminación, bomberos, etc.? Sabemos que no se refiere a eso. ¿Dejar de producir aviones, incluidos los que sirven para la casi instantánea ayuda humanitaria llevada a miles de kms de distancia, en el buen sentido humanista y no burgués? Sabemos que no se refiere a eso. ¿Porqué no cerrar la industria química vital para todo lo anterior, para el armamento y para las drogas y plaguicidas venenosos, etc.?
Llevamos a su conclusión lógica el argumento del cierre industrial para mostrar, primero, que el capitalismo funciona como una totalidad, interrelacionando ramas productivas aparentemente opuestas de modo que un cierre se compensa inmediatamente con otras producciones; y segundo, que esta capacidad no es exclusiva del capitalismo sino que es producto de la efectividad del método científico para descubrir las interrelaciones que conectan a todas las partes de la naturaleza y que se insertan en la unidad material del mundo objetivo, independiente de nuestra voluntad. Por ejemplo, la impresionante capacidad de la devastada industria soviética para recuperarse en poco tiempo de las destrucciones masivas realizadas por la invasión nazi confirma, además de la superioridad del socialismo sobre el capitalismo tal cual entonces existía, también la capacidad del método científico para encontrar soluciones en base a la interrelación de las partes que forman la unidad material del mundo. Del mismo modo en que los antiguos sabían que un arado puede convertirse en espada y viceversa, ahora una ambulancia en un vehículo blindado, de modo que el problema decisivo está en otra parte.
Y quinto, el problema decisivo está en saber qué clase social tiene el poder, en cómo avanzar hacia la creación de un poder obrero y popular organizado en Estado antiimperialista. La experiencia acumulada hasta el presente indica que sólo la democracia socialista, sólo el pueblo trabajador organizado en consejos y en soviets y controlador vigilante del funcionamiento democrático del aparato de Estado, sólo el pueblo está en condiciones de decidir la producción de las empresas de armas, de decidir qué armas se producen y cuales no, qué uso hay que dar a esas armas interna y externamente, para la autodefensa y para la ayuda internacionalista a los pueblos y clases explotadas indefensas, machacadas por el terrorismo capitalista. Olvidar estas experiencias históricas y la realidad presente cayendo en absolutos metafísicos y abstractos sobre la destrucción de las fábricas de armas, este error supone aceptar pasivamente la impunidad total del capitalismo. En el tema que ahora tratamos, supone entregar la naturaleza y la especie humana a la irracionalidad voraz y exterminadora del imperialismo ecológico.
Como vemos, la mayoría del ecologismo progresista, del ecosocialismo y del decrecimiento callan al llegar a este punto, o esquivan toda reflexión al respecto tomando otros senderos. Nos hemos detenido un poco en el punto 11) porque toca una de las características estructurales del imperialismo ecológico tal como lo padecemos ahora, porque no se trata sólo del papel del militarismo y del complejo industrial-militar sino a la vez y de forma creciente, se trata de avanzar en la elaboración de estrategias mundiales antiimperialistas que hagan fracasar los objetivos imperialistas.
La característica a la que aludimos es la del papel de la violencia reaccionaria como garante de la acumulación de capital, cuando han fracasado otros métodos internos y menos visibles porque han sido desbordados por la acción de los pueblos. El socialismo ecológico antiimperialista es muy preciso en este aspecto por una razón que se expresa de dos formas: porque ha aprendido de la experiencia mundial y porque ha surgido y se está desarrollando en uno de los escenarios más decisivos para la lucha entre la humanidad trabajadora y el imperialismo ecológico como es la América bolivariana.
Puesto en claro este aspecto crucial, podemos aplicar el debate sobre el poder a las condiciones de Galiza, en las que nos encontrábamos antes de este necesario buceo en las contradicciones irreconciliables del sistema, retomando lo que estábamos diciendo sobre la efectividad de las medidas propuestas por el decrecimiento. Efectivamente, las medidas expuestas en el listado de doce puntos requieren como garantía de éxito de un poderoso movimiento popular y obrero, política y sindicalmente organizado, que fuerce su aplicación, que supere las negativas burguesas y, en el caso de una nación oprimida como Galiza, que supere las negativas del Estado español. Veamos las medidas más difícilmente aceptables por la burguesía galego-española y su Estado.
La medida 2) plantea “Relocalizar la producción y también la política”. ¿Por “relocalizar” debemos entender lo contrario que “deslocalizar”, es decir, recuperar las empresas que se han ido y la política que nos han quitado? Pensamos que sí, pero entonces surgen problemas serios porque en el sistema capitalista no podemos cuestionar el derecho burgués ha hacer con su propiedad privada, con sus empresas, lo que quiera, a cerrarlas, venderlas o deslocalizarlas, a no ser que acabemos con el derecho burgués e instauremos el derecho socialista; por lo que o bien ofrecemos fuertes incentivos a esas empresas para que vuelvan, en este caso a Galiza, o bien les amenazamos de tal forma que, por miedo a perderlo todo, vuelvan. ¿De dónde sacamos los incentivos para convencerles si Galiza tiene una muy pobre autonomía económica y política, dependiendo del Estado español en todo? La otra opción es la amenaza, ¿pero qué amenaza, la expropiación de las rentas y propiedades que tienen en Galiza? Esta segunda medida fue la aplicada por los bolcheviques y por la revolución cubana, por citar dos casos, para detener la fuga masiva de capitales.
La solución para obtener más recursos financieros con los que atraer a las empresas galegas deslocalizadas pasa por “relocalizar la política”, como propone el decrecimiento, es decir, que Galiza recupere su política lo mismo que recupera sus empresas, y en base a ese poder ofertar ventajas comparativas. De acuerdo. ¿Pero qué poder y cómo ejercitarlo? En el actual sistema constitucional español las autonomías carecen de poderes decisivos en lo económico y en lo político, y los pocos que tenían están siendo recortados. Por ejemplo, las muy tímidas y muy burguesas medidas del anterior gobiernillo vascongado para frenar la deslocalización, han sido denunciadas por otras comunidades autónomas, librándose ásperas batallas legales. Está claro que la mejor, la única alternativa seria, es la independencia, pero ¿la permitirá el Estado español? Desconocemos lo que piensa Manoel sobre este particular. Sí sabemos que la “relocalización política” plena no es otra que la independencia estatal galega porque sólo ella permite al pueblo galego realizar ‘in situ’ la política que estime pertinente, sin más precisiones ahora sobre el contenido de clase de esa independencia nacional.
Los puntos 5), 6) y 8) forman un bloque de medidas socioeconómicas y políticas que podemos analizar unitariamente: “Reparto de recursos. Salario máximo y renta básica. Prohibir privatizar servicios públicos esenciales (agua, educación, sanidad y bienes comunes; con lo que también se generaría trabajo)”. De acuerdo totalmente, pero nos enfrentamos al mismo problema de siempre: las relaciones de poder. Sin mayores precisiones ahora, para repartir los recursos hay que disponer de una mayoría política en la calle y/o en el parlamento, de modo que un gobierno progresista pueda hacerlo protegido e impulsado por la mayoría popular. Otro tanto ocurre con el salario máximo y la renta básica, conquistas ante las que la patronal y la derecha opondrán una tenaz resistencia. Si a semejantes victorias unimos la derrota burguesa consistente en que se prohíben por ley las privatizaciones de los servicios públicos, tenemos ya el cuadro de condiciones para un posible golpe militar. Por menos razones se han producido otros derrocamientos sanguinarios de gobiernos progresistas, que ni siquiera socialistas.
Pero estas dificultades ya en sí enormes se agravan en las naciones oprimidas, sin Estado propio, en las que además de las fuerzas burguesas autóctonas intervienen de forma decisiva las fuerzas del Estado opresor. La experiencia vasca puede ayudarnos a explicar la cuestión. La alta combatividad social del pueblo trabajador vasco es la causa de que la burguesía autonomista no haya podido aplicar totalmente las mismas medidas antiobreras que sus hermanas de clase aplican en el Estado español con el apoyo de su ley, de sus fuerzas represivas y del reformismo sindical. La lucha de clases en Euskal Herria, inserta en la lucha de liberación nacional, ha sacado a la luz en estos treinta últimos años un obstáculo decisivo a superar para seguir avanzando, un obstáculo impuesto por el Estado español con el total apoyo de los sindicatos estatalistas CCOO y UGT, un obstáculo que muy en síntesis podemos definir como la prohibición del derecho a un marco vasco de relaciones laborales, aunque es más extenso y complejo, pero esta síntesis nos basta ahora.
El marco vasco de relaciones laborales fortalecerá la unidad, la conciencia y la solidez del movimiento obrero en su conjunto, lo que facilitará su capacidad de lucha para frenar los ataques neoliberales de desregulación y privatización de lo público y común, de precarización laboral, de reducción de los salarios directos e indirectos, etc. Los sindicatos CCOO y UGT son estructuras burocráticas que defienden el nacionalismo imperialista español dentro de Euskal Herria, que viven gracias a las masas de dinero público que el Estado y la banca les regalan copiosamente. Los sindicatos CCOO y UGT se oponen frontalmente a este marco vasco porque saben que su logro acelerará su caída y el aumento del sindicalismo abertzale, ya mayoritario, y a la vez acelerará la toma de conciencia nacional vasca del pueblo trabajador. Esta negativa permanente unida a la negativa del Estado y de la burguesía vasca, que acepta la ley española, crea un muro de contención del avance popular que no existe en los pueblos que no sufren opresión nacional.
No podemos analizar ahora las diferencias entre el movimiento sindical vasco y el galego, el diferente peso que tienen en cada pueblo trabajador los sindicatos españoles y el grado de coincidencia que tienen en la defensa del nacionalismo imperialista español, pero de lo que sí estamos seguros es que en la medida en que avance la emancipación, en esa medida el Estado que nos oprime a ambos aplicará las mismas medidas allí, en Galiza, y aquí, en Euskal Herria. Por esto es tan importante la lucha del sindicalismo sociopolítico, necesidad obvia también para la lucha ecológica empezando por el interior de la producción capitalista, por los talleres y fábricas. Ahora bien, este problema está totalmente ausente en la conferencia de Manoel que solamente hace una acertada crítica que asumimos a las responsabilidades del sindicalismo reformista, pero no reflexiona sobre cómo ecologizar a los sindicatos sociopolíticos, luchadores, y cómo introducir al movimiento obrero combativo en las organizaciones ecologistas radicales; es decir, confluencia primero y fusión después.
Vemos, por tanto, que la simple declamación de unos principios aceptados porque son incuestionables sirve para realizar una conferencia y un debate, para generar inquietudes que se enriquecerán y que mejorarán la práctica, pero si esas exposiciones no van a la raíz del problema, no lo citan y exponen siquiera brevemente en sus contenidos irreconciliables con el sistema al que se dice combatir, entonces lo esencial permanecerá desconocido. Al concluir la lectura de la ponencia, uno tiene la sensación que de hace falta una segunda parte, otra conferencia para proseguir en el punto en el que acaba Manoel: “No hay una fórmula, pero todo comienza por actitudes personales y sobre todo por lo local, pues difícilmente los poderosos van a aceptar un camino de decrecimiento controlado. ¿O sí?”.
Pienso que sí hay una fórmula, que no es magistral, ni del estilo de las pócimas y ungüentos mágicos, ni la piedra filosofal. Es la fórmula que se ha ido perfeccionando derrota tras derrota y victoria tras victoria, descartando lo que no sirve y recordando lo válido, hasta llegar a una conclusión cierta que responde a la pregunta con la que acaba Manoel: los poderosos aceptarán el camino del decrecimiento cuando sean derrotados por el poder obrero y popular, por lo tanto, hay que introducir desde ahora mismo la cuestión del poder en la ecología.
11.- ALGUNAS CRÍTICAS MARXISTAS AL DECRECIMIENTO
Ofrecemos ahora varias críticas marxistas a la moda del decrecimiento, y las expondremos según el orden cronológico de su aparición en prensa.
Oscar Simón ha estudiado las contradicciones internas al decrecimiento, y sus aportaciones, en “Decrecimiento, una aproximación revolucionaria” (www.rebelion.org 02-08-2008) concluyendo que:
“Parte del movimiento por el decrecimiento centran la mayoría de su propuesta en llevar un paso más allá los postulados éticos del consumo responsable, olvidando la insistencia de Latouche en la necesidad de un cuestionamiento radical del sistema. Los que defienden el decrecimiento desde postulados anticapitalistas en el mejor de los casos considera a los trabajadores unos sujetos pasivos en este cambio. Este enfoque por ahora mayoritario que olvida el potencial de la clase trabajadora como sujeto político soslaya dos hechos claves. El primero es que los trabajadores ya sean oficinistas, teleoperadores, informáticos, camareros, metalúrgicos son los que más sufren los impactos tanto del deterioro ecológico global cómo de la polución generada en sus puestos de trabajo. El segundo la capacidad de los trabajadores de paralizar la industria, ya sea por una mejora económica o ambiental. Es cierto que en determinadas ocasiones los trabajadores chantajeados por la patronal se enfrentan a los ecologistas cómo en el caso de las plantas de celulosa ENCE y Botnia en Uruguay. Sin embargo también se pueden citar casos de lo contrario. Así los trabajadores de una importante cementera en Buñol (Valencia) presionaron a la multinacional afirmando que en caso que esta iniciara la quema de residuos tóxicos ellos iniciarían una huelga indefinida, aún bajo la amenaza de deslocalización. O cómo los vecinos, todos ellos trabajadores de Sant Feliu de Llobregat han presionado a las instituciones para que otra cementera detenga la quema de residuos tóxicos”.
Por esto vienen bien textos como el de Daniel Tanuro sobre “Capitalismo, decrecimiento y ecosocialismo” (www.vientosur.info nº 100, enero 2009) en el que basándose en una sólida argumentación científica sostiene que: “En el plano ideológico, la mayor desconfianza es de rigor frente a algunos portavoces de esta corriente que, como Serge Latouche, amalgaman crecimiento y desarrollo, luego desarrollo y capitalismo, para remitirse en definitiva a la “pedagogía de las catástrofes”. En el plano científico, no se puede sino expresar escepticismo frente al “cuarto principio de la termodinámica” imaginado por Nicholas Georgescu-Roegen, para quien el aumento de la entropía (medida del desorden) sería una característica fundamental de la vida, e incluso de la materia. En el plano de la percepción de las realidades sociales, en fin, se trata de desmarcarse de la marcha unilateral de quienes no consideran a los asalariados más que como candidatos al sobreconsumo, cómplices de la destrucción del planeta, y no como productores explotados, cuya acción colectiva es una palanca de cambio”.
Daniel Tanuro está en lo cierto cuando asume la necesidad de una reducción drástica de los niveles de consumo de energía, y está en lo cierto al sostener que esa reducción ha de hacerse en el “Norte”, en los países imperialistas, mientras que en los países empobrecidos la política económica y energética ha de ser diferentes. En lo que concierte al imperialismo, el autor desarrolla las tesis del ecosocialismo arriba vistas, proponiendo en su caso, entre otras muchas, tres medidas urgentes “(1) la reconversión de los trabajadores y una reducción generalizada e importante del tiempo de trabajo (la media jornada laboral); (2) una redistribución de las riquezas (los ricos menos ricos, lo pobres menos pobres); (3) una puesta en cuestión de las relaciones capitalistas de propiedad, en particular en el sector de la energía. Es poco decir que la realización de estas condiciones se enfrenta a dificultades considerables en las correlaciones de fuerzas actuales. Pero el estado de ánimo puede cambiar rápidamente bajo los golpes de la crisis”.
Si nos fijamos, vuelve a aparecer aquí la misma limitación que hemos visto anteriormente al estudiar la corriente dominante del ecosocialismo: su vértigo y su silencio en el momento crítico de plantear la cuestión del poder de clase. Tanuro avanza incluso una posibilidad real y muy estudiada en el marxismo: que el empeoramiento de las condiciones de vida y trabajo de las masas explotadas acelere su toma de conciencia revolucionaria ampliando así su fuerza emancipadora. Ahora bien, es precisamente cuando se acerca esta posibilidad cuando más necesario es levantar la consigna del poder obrero y popular como culminación del proceso que se inicia en el control obrero efectivo y en los contrapoderes de clase y que asciende, no sin tensiones, derrotas y retrocesos, a situaciones de doble poder como antesala del poder popular.
La teoría marxista de la organización revolucionaria está indisolublemente unida a la tarea de preparar y acelerar esta dinámica, evitar que se estanque y desoriente, y sobre todo adelantarse a las reacciones burguesas para no ser derrotada y aplastada. ¿Pueden cuestionarse las relaciones capitalistas de propiedad, incluidos los gigantes que monopolizan la energía, sin una política revolucionaria que tienda al poder obrero y popular, que lo anuncie, lo teorice y lo popularice entre las masas explotadas?
Tiene razón F, Chesnais cuando en su texto ya citado “Orígenes comunes de la crisis económica y de la crisis ecológica” hace dos matizaciones al concepto de “decrecimiento”: Una que: “Estamos en un sistema que tiene como núcleo y racionalidad característica, la valorización del dinero devenido capital, en un movimiento infinito. Valorización que se hace (y no puede dejar de hacerse) mediante dos procedimientos: 1º) una relación intrínsecamente antagónica con el trabajo, de la que nacen (excepto en situaciones políticas excepcionales y transitorias que las atenúan como ocurriera durante los “30 gloriosos”) la polarización social, la pobreza, la miseria; y 2º) la venta infinita de mercancías, hasta la saturación, con las implicaciones ecológicas que antes vimos. La liberalización y la mundialización hicieron saltar los mecanismos que contenían el primer procedimiento y han acentuado terriblemente al segundo. El único momento en que este sistema “decrece” es durante las crisis, como ocurre actualmente”.
Y dos, según Chesnais: “Otro sorprendente error de los teóricos del decrecimiento es colocarse políticamente en un terreno de súplica al capital: que sea más razonable, que tome conciencia de sus intereses “bien entendidos” a largo plazo… Son sensibles a la pobreza, pero no colocan en el centro la lucha de clases. Pueden unirse a las luchas en el punto de intersección entre las consecuencias de la explotación y tal o cual cuestión de orden ecológico, y sienten la presión popular cuando se desarrolla. Pero la búsqueda sistemática de puentes entre ambas les es ajena, porque no comprenden la naturaleza del sistema capitalista o porque piensan que “ya ganó”, como los social-liberales”.
Pensamos que son dos críticas suficientemente precisas y tajantes como para extendernos aquí intentando decir lo mismo pero con otras palabras y peor, con toda seguridad.
Desde otras corrientes marxistas también se ha procedido a criticar la moda del decrecimiento, reconociendo sus aportaciones pero insistiendo en que el problema decisivo radica en otro lado, en el del poder de clase. Enric Mompó sostiene en su texto “El decrecimiento será socialista o no será” (www.edm.org 12-11-2009) que debemos tener en cuenta algunas aportaciones positivas existentes en la corriente del decrecimiento pero advierte con razón que: “Algunas de las posiciones más extremas de los teóricos del decrecimiento corren el peligro de caer en el antiindustrialismo. (…) Los partidarios del decrecimiento han lanzado esbozos interesantes sobre algunas cuestiones, pero se escabullen a la hora de plantear un modelo de sociedad”. Esta escapada del escenario permite a la burguesía, pensamos nosotros, apropiarse del lugar abandonado y llenarlo con diferentes modas que van desde el ecologismo interclasista al ecologismo fascista.
Al inicio de la lectura del libro de Latouche hemos citado a Stéphanie Treillet en “Una opinión polémica sobre el “decrecimiento”. Un proyecto de sociedad reaccionaria”, aparecido en “Critique Communiste”, nº 109, 2009 y a disposición en Internet. Ahora es el momento para resumirlo porque en este capitulo ofreceremos varias críticas marxistas al decrecimiento.
A diferencia del texto de D. Tanuro, que se centraba más en la crítica científica y política, el de esta autora desarrolla la crítica política y filosófica, de concepción general de la sociedad. Desde este punto de vista, divide su ponencia en tres apartados. En el primero sostiene que el decrecimiento oculta las relaciones sociales de explotación: “Tampoco se encuentran en las teorías del decrecimiento análisis en términos de sistema social y político. La llamada omnipresente a la modificación de las formas de vida y de consumo, la responsabilización o incluso la culpabilización individual, hace abstracción de las estructuras y las formas de organización de la sociedad sobre las que las personas individuales no tienen por el momento ninguna influencia”. Y más adelante: “Las posiciones más extremas de esta corriente adhieren a una visión fundamentalista de la ecología, que desarrolla una concepción naturalizante de las relaciones sociales y una visión casi-teológica de la naturaleza y de la tierra, asimiladas a veces a un ser vivo o a una divinidad (“Gaia”)”.
El segundo apartado estudia el proyecto político subyacente en la moda del decrecimiento. Aquí la crítica es muy dura ya que la autora plantea el problema decisivo de si existen o no “necesidades elementales” y comunes a la especie humana que deben ser resueltas con urgencia: “Hay que preguntarse si existe, detrás de las discusiones, al menos un acuerdo mínimo sobre un punto: la existencia, especialmente en el “Sur”, de necesidades elementales no satisfechas, cuyo carácter prioritario no se negocia y que es necesario encontrar un medio, a ser posible menos destructivo, de satisfacerlas: soberanía alimentaria, educación, salud, cultura, etc. Lo que supone un acuerdo sobre lo que se podría llamar progreso social o emancipación humana. No hay nada de ello si se lee algunos partidarios del decrecimiento”.
La autora hace un repaso de las tesis que con mucha anterioridad a la actual moda del decrecimiento ya planteaban puntos de vista que relativizaban la cuestión de las “necesidades elementales”, de la existencia de una especie humana única que debía enfrentarse a los mismos problemas básicos y objetivos de supervivencia. Estas tesis relativistas minaban la objetividad material del proceso de producción de la vida social, diluyendo a coda cultura, pueblo y civilización en grupos incomunicados, en islas separadas totalmente, de modo que lo que en una sirve no sirve en la otra, no pudiendo, por tanto, extraerse conclusiones teóricas y políticas generales para la humanidad en un período determinado de su historia. La afirmación de que sí es posible, además de necesario, encontrar ese denominador común que determina a toda la humanidad en un período de su historia –que en marxismo definimos como “modo de producción” – , esta afirmación, es tachada de “imperialismo cultural” que, desde el “Norte”, si siquiera se habla de capitalismo y a lo sumo de “países ricos”, se pretende imponer al “Sur” para explotarlo mejor.
No podemos por menos que destacar la identidad de fondo de este relativismo con el de la moda postmodernista que negaba la existencia de “un gran relato” que sirviese para interpretar y transformar la realidad capitalista. Recordemos que el postmodernismo fue una de las moda intelectuales destinadas a dar la puntilla teórica al marxismo tras la implosión de la URSS, y que después de unos años de gloria y de fama en la prensa burguesa, empezó su caída en picado porque la propaganda imperialista no podía ocultar por más tiempo las atrocidades del capitalismo a nivel mundial. Al final, la crisis capitalista de fondo, surgida abruptamente a la superficie desde septiembre de 2007, terminó por dar la puntilla de gracia al postmodernismo.
La autora sostiene que: “Por hipótesis esas culturas no tienen relaciones internas de opresión (especialmente de las mujeres). El progreso social no es visto nunca como resultado de luchas (por ejemplo, la abolición de la esclavitud, la lucha de los parias en la India en la actualidad), sino como la imposición de una cultura entre otras (las de “Las Luces” en Europa), históricamente determinada y contingente y cuya generalización sólo puede provenir de una concepción neocolonial. Se niega la universalización de los derechos como construcción histórica”.
La autora critica aquí especialmente a Latouche y en general a fetichización de las “tradiciones”: “Las citadas culturas “tradicionales”, por su parte, se fetichizan y se las exhorta a reencontrar su “identidad perdida”; se olvida el hecho de que no solamente han sido destruidas en su coherencia por la colonización sino que ésta ha sabido utilizar ampliamente las estructuras más jerárquicas y opresoras. Al considerar a las sociedades como fijadas y yuxtapuestas sin comunicación entre ellas, expuestas al rodillo compresor de la occidentalización vista como una tendencia unilateral y prácticamente acabada, se ignora lo que numerosos antropólogos ponen en evidencia, el hecho de que las diferentes culturas están atravesadas por identidades sin cesar redefinidas, que están en obra procesos de hibridización que a través de grupos dominados, empezando por las mujeres, en todas las sociedades, retoman a su cuenta los valores universales en que se basan sus luchas”.
El tercer y último apartado se dedica al estudio del modelo de sociedad que tienen muchas, o la mayoría, de las versiones del decrecimiento. Y empieza en una cuestión fundamental, la de la visión del esencialismo ecofeminista que reduce la liberación de la mujer a ahondar en la vía de “la identificación femenina-naturaleza-paz”. Frente a la necesidad de aumentar los servicios sociales, las atenciones públicas y colectivas, las guarderías y comedores, la educación infantil, etc., desde una política progresista que permita a las mujeres emanciparse de las tareas del trabajo doméstico, frente a esto, muchos defensores del decrecimiento ofrecen alternativas que retroceden a las visiones cuasi-románticas de que la mujer puede ser feliz desarrollando “su naturaleza”. Muy acertadamente, la autora da en el clavo cuando plantea la coincidencia entre estas propuestas de retorno a “la vida personal femenina” con los ataques del gobierno de Sarkozy, representante gubernativo de la derecha patriarcal, a los comedores infantiles, etc.
La autora pregunta: “¿Pensamos que es posible, y lo queremos como proyecto emancipador, una sociedad que sería completamente desembarazada de toda forma de alienación, de heteronomía y en la que la producción, la economía, el trabajo, quedarían completamente “reencastrados” en todas las dimensiones de la vida social? ¿Pensamos que sea deseable volver sobre la división social del trabajo que supone la industrialización de los procesos de procesos de producción, para volver a “hacer todo” por si mismo?”. La autora responde con algunas citas de representantes conocidos de decrecimiento, en las que se defiende la necesidad de una vuelta a la vida individual, a la privacidad autosuficiente y autoproductiva, sin dependencia de las relaciones sociales establecidas, que pese a ser relaciones de explotación también llevan en su seno y por efecto de la lucha de contrarios antagónicos, las posibilidades materiales de emancipación.
Y tras esos ejemplos, la autora concluye: “La lista es mucho más amplia y, a falta de sitio, es imposible citar todo, pero todo está ahí: rechazo al empleo asalariado, de los servicios públicos y de la protección social, defensa del orden social y patriarcal… el fantasma de una vuelta a una identidad pérdida. Una avenida para las políticas neoliberales”.
Lucha Internacionalista ha realizado una muy pertinente crítica de la moda del decrecimiento titulada “¿Decrecimiento o revolución?” (www.luchainternacionalista.org 20-01-2010), de la resumimos sus once argumentos: uno) en contra de lo que dice esta moda, el crecimiento no es el motor del capitalismo, sino que ese motor en la lógica del máximo beneficio, y si esta exige destruir fuerzas productivas, cerrar fábricas, quemar cosechas enteras y verter toneladas de leche para mantener los precios, hablar de “economía verde”, imponer la austeridad y el control de gastos, etc., con tal de aumentar los beneficios, si esto es necesario, como lo ha sido en otros momentos, la burguesía no tiene reparo alguno en imponer ella su modelo propio de “decrecimiento”. La moda del decrecimiento desconoce por tanto la esencia interna del modo de producción capitalista.
Dos) la moda del decrecimiento no es capaz de diferenciar entre el sobreconsumo irracional de las clases burguesas y el verdadero subconsumo de las clases explotadas y de los pueblos empobrecidos, que padecen pobreza relativa y absoluta, que viven cada vez peor en un mundo de abundancia, etc. Esta incapacidad para distinguir las diferencias de clase, de sexo-género y de nación en las enormes y crecientes diferencias en el consumo es una de las mayores fallas de esta moda. Tres) partiendo de estas impotencias teóricas la moda del decrecimiento puede deslizarse hacia la interpretación burguesa de la causa de la actual crisis, al sostener que ésta ha sido causada porque “vivimos por encima de nuestras posibilidades”, es decir, la crisis y de sus penurias sobre el pueblo trabajador no surge de la irracionalidad y de las contradicciones del capitalismo, como demuestra el marxismo y niega la burguesía, sino la avaricia humana y la obsesión hiperconsumista que nos llevan a “vivir por encima de nuestras posibilidades”.
Cuatro) el consumismo incontrolable y exponencial deja una huella ecológica, sobrecarga el planeta y anula su capacidad de absorción y reciclaje, y ante esto, que es cierto, la moda del decrecimiento sostiene que hay que producir menos, sin precisar más, mientras de lo que se trata es de arrebatar el poder al capital, a las grandes transnacionales, a los monopolios, y con el poder obrero y popular reorientar la política económica hacia otro sentido, tomando las decisiones en base a la democracia socialista. Cinco) al no atacar las razones del desastre ambiental caemos fácilmente en la tesis malthusiana de que sobra gente en el mundo, de que somos demasiados y de que hay que aplicar políticas de control de la natalidad, tesis que han sido defendidas con buenas palabras por conocidos defensores del decrecimiento, tesis rechazada por el marxismo.
Seis) la tesis de que hay que reducir la producción sostenida por el decrecimiento, cerrando fábricas enteras, es imposible de realizar en el capitalismo si previamente no existe un poder obrero y popular que, con otros criterios muy diferentes a los burgueses, irreconciliables, lleve a cabo simultáneamente la doble tarea de descubrir el estado real de la economía –algo que la burguesía desconoce– y a la vez, basándose en ese conocimiento, aplica las políticas necesarias, en suma, el decrecimiento “pone el carro delante de los bueyes”. Siete) la mayoría de los defensores del decrecimiento optan por una salida cultural, por un cambio gradual en las mentes, hábitos y costumbres del “ciudadano”, del “individuo”, del “consumidor”, que le lleve a consumir menos, a ser más austero y selectivo en sus gastos, etc.; es decir, se trata de crear un mundo cultural paralelo al burgués que vaya sustituyéndolo y desplazándolo poco a poco con el tiempo, hasta convencer a toda la humanidad, en vez de extender la lucha por el poder obrero y por la democracia socialista.
Ocho) aunque hay diversas corrientes internas en el decrecimiento sobre cómo organizar esa austeridad, todas ellas coinciden en una especie de autarquía económica con mayores o menores niveles de descentralización, localización y regionalización, etc.; pero esta tesis olvida la mundialización objetiva del capitalismo que determina absolutamente todo, por lo que la solución pasa a la fuerza por cambiar de modo de producción, por ascender al socialismo y por planificar democráticamente, con criterios de redistribución, ayuda, equidad y resarcimiento histórico, todo ello desde un internacionalismo solidario con las poblaciones más explotadas y oprimidas.
Nueve) la moda del decrecimiento tiende a caer en el sustitucionismo al no precisar quiénes, qué pueblos, qué clases, qué sujetos colectivos, mujeres u hombres, tienen que decidir qué se produce, qué deja de producirse, cómo se realizan esas decisiones, cómo se reparte lo que se produce y cómo se reequilibran los efectos iniciales surgidos al no producirse determinadas cosas, etc.; es decir, se corre el riesgo de reproducir las formas de mandar e imponer las formas austeras de vida a los y a las empobrecidas y explotadas del planeta por quienes dicen ser sus salvadores. Diez) este mismo error sustitucionista y dirigista tiende a reproducirse cuando no se explica nada sobre cómo proceder a cerrar ramas enteras de producción en el capitalismo desarrollado, en las grandes empresas pero sobre todo en las muy abundantes pequeñas empresas que malviven dependiendo de las grandes; la moda de decrecimiento no dice nada sobre qué hacer frente al aumento del paro, de los despidos, del subempleo, de la precariedad, ataques burgueses justificados a veces con argumentos del capitalismo verde, como hemos visto. Y once) frente a la moda del decrecimiento, la consigna es socialismo o barbarie.
Hemos visto arriba que el decrecimiento dice ser también válido para el “Sur”, para los pueblos empobrecidos, aunque con algunas diferencias en su aplicación. Sin embargo, esta no es la opinión de Eric Toussaint, que sostiene que el decrecimiento no es válido para el “Sur”, sino que es justo lo contrario, que en estos pueblos hay que aplicar un crecimiento diferente, pero al fin y al cabo un crecimiento. Se trata de una desautorización radical de esta moda realizada por uno de los mayores especialistas en la problemática de la deuda externa, de la deuda que dice el imperialismo que le deben los pueblos explotados. Respondiendo a la pregunta sobre si el decrecimiento puede ser una solución sostenible a la crisis capitalista, Eric Toussaint en “Decrecimiento del norte, y crecimiento en el sur” (www.kaosenlared.net 6-04-2010) dice que:
“Sin duda. En el norte, hay que romper con el modelo productivista y consumista, reducir las inversiones en transportes individuales y favorecer medios de transporte colectivos, y disminuir el despilfarro. En el sur, se necesita crecimiento para garantizar acceso al agua potable, garantizar infraestructuras para el saneamiento de aguas usadas, para la salud y la Educación. Mi respuesta es que necesitamos apoyar la vía del decrecimiento en el norte y, en el sur, apoyar un crecimiento respetuoso del medio ambiente (un crecimiento que no esté basado en reproducir el modelo del norte)”.
Este investigador es uno de los críticos más implacables del método de saqueo durante generaciones que es la llamada “deuda externa”. Este autor conoce de sobra las contradicciones del capitalismo más desarrollado, y no tiene ningún reparo en sostener que en estas sociedades enriquecidas y explotadoras el decrecimiento, tal cual es lo define, es una necesidad. ¿Qué decrecimiento? El que rompe antes y sobre todo cono el modelo productivista y después con el consumista. Aquí está el secreto: atacar las relaciones de producción, el modelo productivista, y después el consumista. Son las formas y relaciones de producción lo primero que debe ser cambiado en el “Norte”. Esta afirmación básica no aparece en la mayoría de las corrientes del decrecimiento, que se limitan a la lucha individual contra el consumismo.
Pero el autor cuestiona uno de los principios del decrecimiento al sostener lo opuesto: que en los países empobrecidos y aplastados hay que desarrollar un crecimiento que garantice las necesidades básicas humanas, la de subsistencia, el agua, la comida, la higiene y la salud, la educación, etc. Abre una brecha debajo de la línea de flotación de esta moda intelectual elaborada en los capitalismos imperialistas. Las implicaciones de la necesidad del crecimiento en los países empobrecidos son totales ya que, en primer lugar, atañen al poder político y económico en estos países, a las relaciones de propiedad en suma: ¿quiénes son los propietarios de las fuerzas productivas, las transnacionales imperialistas o los pueblos? En segundo lugar, ¿cómo pueden los pueblos expropiados recuperar lo que les pertenece, las tierras, las fábricas, los bosques, los mares, los desiertos, el subsuelo, la cultura, la historia, etc., que les ha sido arrebatado por la alianza entre sus clases burguesas dependientes y el imperialismo? ¿Mediante la lucha revolucionaria colectiva o mediante la meditación individual? Y en tercer lugar ¿cómo tienen que organizarse esos pueblos trabajadores una vez que hayan recuperado la propiedad colectiva de sus fuerzas productivas, en base a las formas capitalistas o en base a las socialistas?
12.- EL SOCIALISMO ECOLOGISTA ANTIIMPERIALISTA
Todas las corrientes del ecologismo progresista, de los ecosocialismos y de la mayoría de la moda del decrecimiento tienen aportaciones positivas que debemos asumir. Dos razones fundamentales nos lo exigen: la primera es que el método científico-crítico no se equivoca al demostrar que nos acercamos a la catástrofe ecológica. En contra del idealismo en cualquiera de sus formas, en contra de quienes sostienen que existen límites a la ciencia, en contra de quienes se niegan a aceptar que el imperialismo, las transnacionales, el capital en su conjunto presiona desesperadamente para que se oculten los resultados de las investigaciones científicas sobre la catástrofes que se avecina, que ya está llamando a la puerta. Nadie que no sea un reaccionario obtuso y fanático, se atreve a negar el contenido de verdad objetiva sobre los efectos desastrosos del capitalismo que aumentan día a día.
La segunda razón es que el socialismo exige por su propia naturaleza integrar siempre los más recientes descubrimientos en el interior de su cuerpo teórico, y exige a la vez contrastar el método empleado por al ciencia para descubrir y demostrar la catástrofe ambiental con el método dialéctico-materialista inherente al socialismo. La denominada “ciencia ecológica” es dialéctica y materialista en sí misma y por eso resulta imposible separarla del socialismo, tenerla fuera del método dialéctico-materialista confirmado por todos los descubrimientos científicos. No se trata de que el socialismo debe “abrirse” a la ecología, sino de que el socialismo, el marxismo, ha sido confirmado una vez más por la “ciencia ecológica”.
Aceptar la separación entre ecología y socialismo es aceptar el método burgués de pensamiento, incapaz de entender la unidad material del mundo objetivo y por tanto la interacción permanente de sus diversas partes dentro de la totalidad natural y sociohistórica. Por tanto, el socialismo es ecologista o no es socialismo, y por tanto la ecología se integra en el socialismo o se merma y hasta desaparece su capacidad de luchar contra los desastres socionaturales. Llegados a este punto de unidad interna de la ecología en el socialismo, la otra la cuestión, la del antiimperialismo, se explica por sí misma. El antiimperialismo es la realización práctica de esta reintegración de la ecología en el socialismo en las condiciones estructurales de lucha consciente contra el modo de producción capitalista.
El antiimperialismo es así la forma y el contenido de la realización práctica del socialismo en su lucha sistemática contra el imperialismo ecológico, contra la burguesía y contra el capital. Y el antiimperialismo ha de empezar no solamente en los pueblos explotados y empobrecidos sino a la vez en el interior de los Estados imperialistas, los que centralizan estratégicamente, protegen y amparan los objetivos de las transnacionales, grandes corporaciones y empresas que monopolizan los recursos del planeta, llevándolo al desastre.
Pero el socialismo ecológico antiimperialista no es ni puede ser una teoría acabada, cerrada en sí misma y perfecta. Es una praxis en permanente crisis de crecimiento, una praxis que empieza a agotarse y a retroceder si detiene su permanente autocrítica, si niega y rechaza su necesidad de integración de nuevos datos y de nuevas corrientes; una praxis que se rompe internamente dando paso, por un lado, a la teoría abstracta y por otro lado, a la práctica empirista y ciega. De este modo, más temprano que tarde el reformismo se va apoderando de la praxis revolucionaria. Por esto mismo, la vida del socialismo ecologista antiimperialista está indisolublemente unida a la lucha por el poder obrero popular, por la democracia socialista, por la construcción de nuevos y diferentes Estados obreros antiimperialistas e internacionalistas conscientes de que deben caminar a su autoextinción según avance la sociedad comunista.
La reunificación o mejor decir la reintegración de la especie humana en la naturaleza, de la que forma parte objetivamente, está ya realizándose en lo teórico y político mediante la reintegración de la ecología en el socialismo, mediante la lucha antiimperialista. Esta reintegración que será comunista o no será, y este comunismo que será naturalista o no será, está ya dada teóricamente en el contenido ecológico del socialismo. Por esto, la lucha antiimperialista es la lucha por la vida y por la naturaleza.
IÑAKI GIL DE SAN VICENTE
EUSKAL HERRIA 7‑IV-2010