Al actual ministro del Interior español se le atribuye ‑con demasiada generosidad, a mi entender- una astucia y dominio de la política similar a la de los grandes estrategas. El aire siniestro en el andar, el movimiento de manos calculado (que Ares imita con sorprendente exactitud, fíjense), la voz tenebrosa y la mirada vidriosa le otorgan, es cierto, la imagen de quien conoce muy bien qué baldosa pisar a cada zancada. Y, sin embargo, me da la impresión de que no es para tanto.
Mutilar el cuerpo electoral para ganar así las elecciones y profundizar en la desnacionalización de Euskal Herria también desde las instituciones de la CAV; encarcelar a los políticos que le apabullaron con argumentos sólidos durante el anterior proceso; presentar como una victoria del Estado de Derecho la escandalosa sentencia del «caso Egunkaria»; desairar a todas las organizaciones internacionales que trabajan contra la tortura; acusar a Nelson Mandela o Desmond Tutú de ser abogados de Batasuna; apretar las tuercas a los presos o emprenderla contra sus abogados, no son acciones atribuibles a un gran estratega, sino a un perverso pero simple fu-manchú de barrio.
Tiene poder y sabe ejercerlo, con guardias, policías, espías y jueces a su servicio, pero los resultados de su estrategia no se ven por ninguna parte.
Podrán alegar quienes defiendan su valía que hay más detenciones y presos que nunca, que ha arrinconado a la izquierda abertzale en la esquina de la ilegalidad, que, por fin, los unionistas gobiernan en todas las instituciones de Hego Euskal Herria y que el siguiente asalto será desbancar al PNV de ayuntamientos y diputaciones para tenerlos así más dóciles y junto a su pierna.
Quienes así piensan obvian que también gracias a esas actuaciones se ha instalado en la sociedad vasca la idea de un movimiento nacional fuerte que ponga coto a tanto despropósito y avance con decisión hacia la independencia. Nunca como ahora la necesidad de conquistar el derecho de autodeterminación había tomado cuerpo, lejos ya de la simple proclama. Hoy ‑y Rubalcaba lo sabe desde las conversaciones de Loiola- el derecho a decidir de todos los vascos es tan evidente que Rubalcaba sólo puede tratar de retrasarlo a empujones, a patadas, a tiros si fuera preciso. Pero sabe que es inevitable, que va a llegar. Y cuando podamos decidir, igual decidimos largarnos y construir nuestra propia casa. No, no es un gran estratega Rubalcaba.