Aunque entre los acontecimientos que ocupan los medios informativos no sea noticia de portada la próxima visita de un cardenal de la curia vaticana a Euskal Herria, no deja de tener, sin embargo, un significado de fondo que no puede pasar desapercibido para los observadores de la política eclesiástica.
Con motivo del designado y convocado por Benedicto XVI como «año sacerdotal», se han celebrado diversos actos y reuniones dirigidas al clero y dedicadas a insistir en la espiritualidad de este ministerio eclesial. Esta celebración eclesiástica no ha tenido ciertamente relevancia pública y tampoco ha suscitado gran interés en nuestras mismas comunidades cristianas. Precisamente, próxima ya su clausura, el cardenal Claudio Hummes viene a presidir una jornada sacerdotal interdiocesana de los presbiterios de Araba, Bizkaia y Gipuzkoa en el seminario de Gasteiz mañana, viernes 23.
Pero es importante advertir que esta presencia del prefecto de la Congregación para el Clero ‑por tanto, primer responsable, nombrado por el Papa, de este importante sector de la organización eclesiástica- tiene lugar en circunstancias específicas y significativas.
Por supuesto, y en primer lugar, los graves y urgentes problemas causados por los delitos de pederastia por parte de miembros del clero en diversos países están muy presentes en sus preocupaciones. Así lo expresaba él mismo, al comienzo de las celebraciones de este año, reconociendo la implicación de curas en estas «situaciones delictivas» y expresando la necesidad de «continuar la investigación, juzgarles debidamente e infligirles la pena merecida». Pero el dignatario de la curia romana, entendiendo que estos casos atañen a «un porcentaje muy pequeño en comparación con el número total del clero», no afronta los problemas de fondo que hoy, en nuestro mundo, afectan al clero dentro de una Iglesia de reticentes tendencias conservadoras. Las erróneas y ofensivas interpretaciones de un colega suyo, el cardenal Bertone, secretario de Estado del Vaticano, y matizadas por el mismo Vaticano, relacionando pederastia y homosexualidad, no dejan de ser un intento más de aislar un problema que, en realidad, afecta a toda la Iglesia ‑el Papa mismo acaba de manifestar su profunda preocupación en su visita a Malta‑, a su manera de concebir el sacerdocio, a su función y a la obligatoriedad mantenida y reafirmada de la ley del celibato clerical.
El cardenal Hummes viene a dirigir su palabra en el «encuentro interdiocesano» de los curas de Araba, Bizkaia y Gipuzkoa. Pero a este acto solemne no se ha invitado a los de Nafarroa, lo cual no deja de sorprender cuando los mismos obispos de las cuatro diócesis vascas firman cartas pastorales conjuntas expresando su mutua relación. No hay duda de que esta ausencia refleja otra situación más grave y que la Coordinadora de Sacerdotes de Euskal Herria se ha permitido recordar al cardenal en carta enviada antes de su visita: la división, heredada del franquismo (desde 1950), de la diócesis de Vitoria, Bilbao, San Sebastián y Pamplona en dos provincias eclesiásticas. Las dos primeras fueron adscritas a Burgos; Donostia, a Pamplona juntamente con Calahorra, Logroño y Jaca. A pesar de permanentes solicitudes de revisión de esta anómala y política separación, el Vaticano no las ha atendido.
El responsable de la Congregación del Clero visita además Euskal Herria cuando el Vaticano está apostando por un proceso de lo que se puede entender como «desnacionalización pastoral», en contra de las presuntas orientaciones nacionalistas de anteriores obispos, al entender de los mandatarios vaticanos asesorados y presionados por determinados dirigentes de la Conferencia Episcopal Española. Sus últimos nombramientos ‑del obispo de Donostia y antes el de Iruña- han sido una demostración más de su estrategia en contra del sentir mayoritario del clero y de parte importante del pueblo. No creo que el cardenal Claudio Hummes afronte este grave problema que afecta muy directamente a los sacerdotes, aunque por supuesto insistirá en la comunión con sus obispos.
Tampoco puede dejarse a un lado hoy en Euskal Herria la situación demográfica de un clero cuya media de edad ronda los 70 años. A medio plazo, este efectivo quedará reducido a un tercio si se sigue manteniendo el actual estatus clerical. Las actuales remodelaciones pastorales que cada diócesis aplica no proponen un cambio cualitativo ‑a pesar de la limitada promoción de laicado- de formas de presencia y acción de la Iglesia en Euskal Herria y en el mundo en general. Sin embargo, es evidente a toda luces la inviabilidad de una Iglesia dependiente de su clero.
De todas formas, a mi entender, el problema de fondo no está en la subsistencia de un modelo de Iglesia caduco, sino en la respuesta evangelizadora a un pueblo. En la citada carta de los sacerdotes de Baiona, Bilbo, Iruña, Donostia y Gasteiz se afirma, desde la sintonía con «la conciencia e identidad colectivas de Euskal Herria por su historia común, cultura, lengua vasca (euskera), tierra», la necesidad pastoral de «una estrecha relación y colaboración para responder desde el evangelio a sus gozos y esperanzas, a sus tristezas y angustias, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren», como afirmó el concilio Vaticano II. Es lo que muchos laicos, mujeres y hombres creyentes, buscan y practican. Es lo que un significativo sector del clero vasco hace e hizo a lo largo de su reciente historia. Baste recordar, en su cincuenta aniversario (mayo de 1960), la carta de los 339 sacerdotes vascos dirigida al Vaticano, al Nuncio del Papa y a los obispos de España, defendiendo los derechos de Euskal Herria y por la que fueron reprobados y castigados por la jerarquía eclesiástica y política, y que todavía no han sido públicamente reparados.
La visita de este alto dignatario eclesiástico tiene, por tanto, un especial sentido en las actuales circunstancias de la Iglesia y del pueblo vasco. Pero temo que, siguiendo la tónica espiritualista de este «año sacerdotal», su alocución consista en la reafirmación de lo ya establecido y que el centro de su discurso no será una invitación a responder pastoralmente, desde las premisas evangelizadoras de liberación de los pobres, oprimidos y cautivos (Lc 4,18), a la apremiante realidad contextual de Euskal Herria y a la que, en el día a día, deseamos servir como sacerdotes en una Iglesia vasca.