Zutik Eus­kal Herria- Anto­nio Álvarez-Solís

Si al gri­to de «Zutik Eus­kal Herria» una masa sóli­da de ciu­da­da­nos deci­de pre­sen­tar can­di­da­tos a las pró­xi­mas elec­cio­nes ¿qué hará Madrid? Ahí no ser­vi­rá el herrum­bro­so recur­so a la vio­len­cia como modo de exclu­sión. Ni podrá el apa­ra­to guber­na­men­tal del Sr. Zapa­te­ro, com­pues­to de socia­lis­tas y opo­si­ción, movi­li­zar el tin­gla­do judi­cial para que decla­re a toda esa ciu­da­da­nía como par­te inte­gran­te de ETA. Ale­gar esto pon­dría en entre­di­cho el enun­cia­do de «ban­da» con que se desig­na a ETA. ¿Cabe con­ce­bir a una mul­ti­tud como ban­da entre­ga­da al terro­ris­mo? Yo creo que Madrid, como en tan­tas otras oca­sio­nes, ha ago­ta­do su mar­gen de manio­bra para sus acos­tum­bra­dos pro­ce­de­res dic­ta­to­ria­les, fas­cis­tas en tér­mi­nos del len­gua­je ade­cua­do. Según como pro­ce­da Madrid se tra­ta­ría ya de entrar a saco en la calle ancha y cla­ra, y Lakua rati­fi­ca­ría su carác­ter de orga­nis­mo «quis­ling» de ocu­pa­ción que qui­zá sugi­rie­se al pue­blo vas­co, como res­pues­ta, una pos­tu­ra de enco­na­da lucha nacional.

Espa­ña per­dió de acuer­do con estas con­cep­cio­nes y for­mas de actuar todas sus colo­nias, a las que no se ofre­ció jamás una sali­da con espí­ri­tu de con­cor­dia. El espí­ri­tu de Wey­ler res­pec­to a Cuba, here­de­ro de otras muchas pos­tu­ras pro­ter­vas ‑recor­de­mos al espa­ño­lí­si­mo gene­ral Serrano dicien­do a su con­fe­sor en el momen­to de la muer­te: «No pue­do per­do­nar a mis enemi­gos por­que los he fusi­la­do a todos»-, vuel­ve a apun­tar en el hori­zon­te. ¿Qué hará Madrid si dos­cien­tos, tres­cien­tos o cua­tro­cien­tos mil vas­cos acuer­dan gri­tar su inde­pen­den­cia des­ar­ma­da y recla­man urnas para publi­car­lo? ¿Cómo expli­car­lo a una Euro­pa que siem­pre ha teni­do a Espa­ña como la pie­dra en su zapato?

No. No bas­ta­rá, si los sobe­ra­nis­tas man­tie­nen su pul­so, con la here­da­da Audien­cia Nacio­nal emi­tien­do sus incon­gruen­tes pape­les con­de­na­to­rios, ni con la Guar­dia Civil o la Poli­cía poblan­do la noche y el día de Eus­ka­di, ni con la ame­na­za cons­ti­tu­cio­nal. El rui­do pobla­rá no sólo el ámbi­to vas­co sino que sal­ta­rá cla­mo­ro­sa­men­te las fron­te­ras has­ta obli­gar a muchos gobier­nos, que ya tie­nen bas­tan­te con sus pro­ble­mas, a sol­tar abrup­ta­men­te la pata­ta calien­te espa­ño­la. Pien­so inclu­so que este «Zutik Eus­kal Herria» podría agu­sa­nar el vie­jo cuer­po del PNV, en cuyo seno unas capas con­fu­sas cara­co­lean has­ta hipo­te­car su vie­ja historia.

Por­que, pese a lo que sos­ten­ga su apa­ra­to par­ti­da­rio, tam­bién una mul­ti­tud de peneu­vis­tas no logra­rá apa­cen­tar en el par­ti­do su con­cien­cia nacio­nal. No hago ejer­ci­cio de arús­pi­ce y obser­vo las entra­ñas del ave por­que adi­vi­nar las car­tas que van a salir en el jue­go es cosa ele­men­tal para quien posea la míni­ma capa­ci­dad refle­xi­va, sólo me limi­to a pre­gun­tar­me ¿qué hará Madrid si per­sis­te en su gue­rra de ocu­pa­ción ante las masas que con­ver­jan en una diná­mi­ca acción soberanista?

Des­pués, si la acti­tud de Madrid per­sis­te en su vie­ja y ya astro­sa arro­gan­cia, suce­de­rá una his­to­ria don­de el encuen­tro de dos pue­blos será cada vez más difí­cil. Ante este lamen­ta­ble futu­ro, por­que no hay inde­pen­den­cia que no se haya logra­do, no vale esa sim­pli­cí­si­ma refle­xión espa­ño­la de que Espa­ña pue­de blo­quear las rela­cio­nes comer­cia­les con la tie­rra vas­ca, por­que el comer­cio de Eus­ka­di ya nave­ga en muchos más ámbi­tos y, en cam­bio, tie­rras de la vie­ja Espa­ña nece­si­tan, para super­vi­vir hoy toda­vía, a Cata­lun­ya y Eus­ka­di, nacio­nes a las que sola­men­te les bas­ta­rá para impul­sar su pre­ten­sión de moder­ni­dad eco­nó­mi­ca con reorien­tar las velas de una par­te de su tin­gla­do empre­sa­rial, que podría ser des­co­nec­ta­do de sus lazos de depen­den­cia con la Corte.

El pro­ble­ma his­tó­ri­co de Espa­ña está en cier­ta mane­ra pro­vo­ca­do por su mio­pía para ver la mar, con todo lo que el hori­zon­te marí­ti­mo sig­ni­fi­ca. Ingla­te­rra supo ver la mar y ello la hizo pro­ta­go­nis­ta de la pri­me­ra revo­lu­ción indus­trial. El impe­rio inglés siem­pre fue un diná­mi­co nego­cio, mien­tras el impe­rio espa­ñol siem­pre fue una canon­jía ador­me­ci­da y barro­ca. Espa­ña ha mira­do per­pe­tua­men­te a su inte­rior, inclu­so la Anda­lu­cía postára­be. Es men­gua­da y obs­ti­na­da­men­te rural. A veces sos­pe­cho que más que una nación con todos sus ele­men­tos impul­so­res sigue sien­do un lati­fun­dio. Para expli­car­me la mala rela­ción de Espa­ña con muchas de las tie­rras que com­pu­sie­ron, depen­die­ron o depen­den de su Esta­do he de recu­rrir a la mecá­ni­ca bio­ló­gi­ca de los virus, que pre­ci­san del mate­rial gené­ti­co de las célu­las que inva­den para lograr su repro­duc­ción. Fru­to de esta aver­sión al océano para ali­men­tar su evo­lu­ción es la mala rela­ción que lo espa­ñol guar­da con su peri­fe­ria navegante.

Pero decir todo esto equi­va­le a bus­car el alma meta­fí­si­ca cuan­do lo nece­sa­rio es preo­cu­par­se del espí­ri­tu encar­na­do. De eso no se ha preo­cu­pa­do Espa­ña. ¿Por qué? El pro­ble­ma requie­re dema­sia­da medi­ta­ción para mí. Lo que me preo­cu­pa de Espa­ña es su radi­ca­lis­mo inmó­vil. Ese radi­ca­lis­mo que aho­ra le impi­de enten­der­se con dos nacio­nes penin­su­la­res ‑a las que cabe aña­dir Gali­cia- con las que debe­ría vivir en paz y bue­na volun­tad mer­ced a una razón sana­men­te prac­ti­ca­da. Es más, una razón que le imbui­ría una cier­ta armo­nía vital, ale­ján­do­la de la vio­len­cia sem­pi­ter­na que le sus­ci­ta la visión de las libertades.

Vol­va­mos aho­ra a Eus­ka­di en toda su exten­sión como Eus­kal Herria. Las pró­xi­mas elec­cio­nes, ya muni­ci­pa­les o gene­ra­les, van a plan­tear una situa­ción explo­si­va. No pue­de pedir­se a los vas­cos que se cru­cen de bra­zos mien­tras tra­tan de arre­ba­tar­les su sus­tan­cia nacio­nal. Ya no hablo de lo que pien­san ínti­ma­men­te acer­ca de sus lazos con Espa­ña, ya sea la rup­tu­ra polí­ti­ca de esos lazos o la acep­ta­ción de cier­ta depen­den­cia median­te la figu­ra de la autonomía.

Yo creo que los vas­cos desean ínti­ma­men­te ser sobe­ra­nos, inclu­so muchos de los que aho­ra están ale­ja­dos de la bata­lla exte­rior por con­se­guir­lo. Pero repi­to que eso está por ver. Lo que des­de lue­go irri­ta al eus­kal­dun es que se le pri­ve de la ele­men­tal posi­bi­li­dad de hacer­se escu­char en las ins­ti­tu­cio­nes y des­de ellas. Y ade­más que se adje­ti­ve esa repre­sión como mues­tra de sani­dad demo­crá­ti­ca. Este últi­mo extre­mo agu­di­za el carác­ter de lo que ocu­rre al ser con­ver­ti­do en algo que tie­ne todas las evi­den­cias de una burla.

El vas­co quie­re salir de la mino­ri­dad polí­ti­ca que le impo­ne Madrid. Es, pues, una bata­lla por el desa­rro­llo humano, por su ple­ni­tud. Ante el deseo de ejer­cer la mayo­ría de edad, que el vas­co tie­ne hace siglos como todo pue­blo que posea un rotun­do per­fil de pue­blo, no se pue­de opo­ner una polí­ti­ca de accio­nes ele­men­ta­les y lamen­ta­bles, de diá­lo­go fal­si­fi­ca­do, de dolor per­ma­nen­te pro­du­ci­do por una repre­sión tan bur­da como secu­lar. Vivir en el mar­co que no sólo aco­ge la vio­len­cia sino que es la vio­len­cia mis­ma no es acep­ta­ble des­de nin­gún pun­to de vis­ta, ni para vas­cos ni para espa­ño­les; para espa­ño­les por­que al fin y a la pos­tre lo que reco­gen del cam­po de bata­lla son sus pro­pios res­tos, como ha veni­do suce­dien­do siglo tras siglo.

Vivir en una ten­sa ins­ta­la­ción en el domi­nio aca­ba por des­truir todo lo que de sóli­do pue­de tener el espí­ri­tu domi­nan­te. Espa­ña sería más Espa­ña si se acep­ta­ra en paz y con­cor­dia. Cuan­do un sis­te­ma colo­nial se quie­bra, el domi­na­dor ha de huir cuan­to antes de él a fin de sal­var­se a sí mis­mo; hay que poner urgen­te­men­te a sal­vo los mue­bles de la inte­li­gen­cia antes que hacer con ellos una mon­tón de asti­llas para man­te­ner un fue­go que resul­ta irri­so­ria­men­te sagra­do. Espa­ña pue­de ser gran­de, media­na o chi­ca, lo impor­tan­te es que sea sóli­da y se vea a sí mis­ma sin aci­de­ces y vómi­tos. La gran­de­za no la pro­du­ce la man­cha geo­grá­fi­ca sino la volun­tad de ser ple­na­men­te ante el mun­do con un espí­ri­tu abier­to a los demás. Amén.

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