Las guerras contemporáneas se libran entre potencias imperiales por la conquista de colonias y mercados, y entre potencias imperiales y países en vías de desarrollo para reducirlos a semicolonias. Los monopolios mediáticos se parecen a los financieros, industriales y comerciales como gotas de agua. Ambos luchan por expandirse, se concentran cada vez en menos manos, utilizan lo político como instrumento para incrementar el poder, facilitar la acumulación, incoar conflictos que expandan mercados y apropien recursos. Su objetivo es que el capital monopólico domine la infraestructura económica y los monopolios mediáticos controlen la superestructura cultural que a su vez tiende a determinar la conducta del Estado y la sociedad.
Oligopolios mediáticos contra democracia
¿Son omnipotentes los monopolios mediáticos? Para 1999, cuando Chávez Frías asume el poder, su gobierno apenas cuenta como instrumentos comunicacionales con una Televisora nacional y una Radio Nacional, ambas de alcance muy limitado. La oposición, cuyo comando político es asumido por el gremio patronal Fedecámaras, cuenta con cerca de sesenta televisoras, unas 700 radioemisoras y un centenar de periódicos. En su casi totalidad emprenden un ataque frontal contra el gobierno, salvo los diarios Últimas Noticias y Panorama, presentan la información con un cierto grado de balance. Casi todos estos medios son acabados ejemplos de concentración oligopólica vertical y horizontal, y tienden a replicar los temas, campañas y puntos de vista de los grandes monopolios transnacionales de la comunicación, los cuales a su vez reciclan los contenidos e informaciones locales de los oligopolios venezolanos.
Guerra mediática y asalto a la constitucionalidad
Desde fines de 2001 el gremio patronal y su abrumadora concentración de medios, con apoyo económico, diplomático y logístico de Estados Unidos, declaran abiertamente la guerra al gobierno electo. Hacen masiva campaña contra 49 leyes con moderadas reformas que éste sanciona, llaman a sustituirlo mediante un gobierno “de transición”, prestan aclamatoria difusión a pronunciamientos de oficiales retirados que dicen representar a todo el ejército y estar dispuestos a derrocar a las autoridades legítimas. A principios de abril de 2002 los medios llaman a un paro que es en realidad un cierre patronal, convocan para el 11 una manifestación opositora hacia el Parque del Este que es desviada contra el Palacio de Miraflores, cortan la cadena mediante la cual el Presidente se dirige a la Nación, presentan imágenes de gente del pueblo que se defiende de francotiradores mintiendo que disparan contra una manifestación que no estaba allí, difunden un pronunciamiento militar contra el gobierno así como la falsa noticia de la renuncia del Presidente electo, silencian por la fuerza la Televisora Nacional y la Radio Nacional, aclaman la instauración de una dictadura que anula una Constitución sancionada por voto popular y ocultan la gran movilización social y la respuesta de los militares constitucionalistas que restituyen al Presidente legítimo al poder el 13 de abril. Los monopolios económicos contaban con la casi totalidad de los medios en prensa, radio y televisión; el pueblo, apenas con comunicación boca a boca, teléfonos, celulares. La omnipotencia mediática no es omnipotencia cultural ni política.
Cierre patronal y sabotaje petrolero
Restituido al poder, el presidente electo no adopta sanciones contra golpistas ni contra medios. Éstos no tardan en poner en marcha un operativo idéntico: para comienzos de diciembre de 2002 convocan otro cierre patronal, esta vez acompañado de un sabotaje contra la industria petrolera ejecutado por su Nómina Mayor privatizadora, y de una experiencia audiovisual jamás vivida en el mundo contemporáneo. Durante más de dos meses casi todos los medios privados se encadenan en una perpetua y saturativa campaña de llamados al derrocamiento por la fuerza del gobierno electo, sustituyen publicidad por mensajes desestabilizadores e información por falsedad. El gobierno legítimo no suspende garantías constitucionales ni declara estado de excepción, apenas responde con una televisora y una radio que no cubren todo el territorio nacional, y sin embargo, y sin embargo sobrevive.
Impotencia de la Omnipotencia mediática
En realidad ninguno de los eventos decisivos de la vida venezolana en los últimos años han impuesto su voluntad los monopolios mediáticos. No detuvieron la sublevación social masiva del 27 de febrero de 1989 contra el Fondo Monetario Internacional. No sofocaron la simpatía popular hacia la rebelión militar del 4 de febrero de 1992. No restauraron la fe del pueblo hacia los partidos del status, lo cual determinó el virtual desalojo de éstos de los procesos electorales desde 1993. No derrotaron la candidatura de Chávez en las elecciones de 1998. A pesar de que pactaron el apoyo al dictador Carmona, no evitaron la caída de éste ni el regreso del Presidente electo. Tras emplearse a fondo en el apoyo al cierre patronal y al sabotaje petrolero de 2002 y 2003, y en el desconocimiento del árbitro electoral en 2004, tampoco se salieron con la suya. Menos pudieron inducir la derrota del movimiento bolivariano en el referendo de agosto de 2004, ni impedir su clamoroso triunfo en las elecciones regionales del mismo año. Sólo vencieron al lograr mediante una campaña fundada en el terror que se perdiera en 2007 por unos 50.000 votos el referendo convocado para una compleja reforma constitucional, pero otro referendo aprueba la reelección indefinida del Presidente. El proyecto bolivariano en una década es relegitimado en más de una docena de elecciones, todas vigiladas por centenares de observadores internacionales, ninguna objetada por ellos, mientras la gigantesca ofensiva patronal, mediática y golpista a la postre se desploma por sí misma, como un ídolo con pies de barro que no pueden asentarse en el compacto rechazo popular.
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