En cualquier lugar del mundo siempre hay algo en común: la Policía siempre es la Policía, aquí y en China. En algunos, aunque no aceptada, sí es respetada. Como siempre, en base a sus actos y servicios a la sociedad, y, claro está, a la clase social a la que se pertenece. Y Euskal Herria, infestado por más de veinte mil sujetos armados al servicio de dos estados, no es ninguna excepción.
Acorde con la estrategia que viene ejecutando el Gobierno de Lakua para fijar dosis ideológicas unionistas y españolas, reclaman a la sociedad que defienda a ultranza a la Policía autonómica. Lo de la Guardia Civil, Policía y Ejército español mejor obviarlo por su sinsentido. Será que los intentos para convertir a los ciudadanos en chivatos potenciales contra todo lo relacionado con la izquierda abertzale y la solidaridad hacia los presos políticos no están dando los resultados que necesitan. De la misma forma que Lakua dirige su política a la exclusión y eliminación de la comunidad vasca, donde la conculcación de sus derechos individuales y colectivos fijan el punto de partida del conflicto, es obvio que la Policía que dirige Ares no trabaja para el conjunto de la sociedad.
Demandan respeto y legitimidad, aunque lo primero no lo ganarán jamás por imperativo legal y, lo segundo, simplemente es imposible. No para una gran parte de este país; no, a mi juicio, para un vasco. No para quien coherente y consecuentemente no sea español ni francés. No para quien ve cómo reprimen salvajemente, cómo acosan a personas comprometidas con su país, cómo realizan montajes policiales, cómo rezuman odio por todos sus poros contra quien cuestiona el statu quo impuesto, no para quien sabe, sin tener que verlo, que en los calabozos maltratan para poder obtener así réditos políticos.
Y una de sus armas predilectas es insuflar miedo. Y aunque el temor sea una reacción natural, también es evidente que si con ello consiguen que uno claudique de sus principios e ideas son ellos los que ganan. Es lo que buscan y pretenden, y lo que, decenio tras decenio, no alcanzan, aunque cada vez renueven y mejoren sus técnicas. Casi logran que cinco jóvenes de Barakaldo fuesen condenados -¡a 33 años de cárcel!- por un cajero.
Como dice un grupo de música español, La Fuga, ‑por eso del pedigrí «democrático»-: «Prefiero ser mendigo que madero».