El anti­juez y la cíni­ca pro­gre­sía espa­ño­la – Javier Ramos, Jurista

De la cono­ci­da mala cali­dad en la ins­truc­ción de pro­ce­di­mien­tos a car­go del juez estre­lla Don Bal­ta­sar Gar­zón pocos juris­tas son des­co­no­ce­do­res a estas altu­ras, y son tan­tos los ejem­plos de ello que nos va a per­mi­tir el lec­tor que, sin entrar en casos con­cre­tos, nos cen­tre­mos más bien en el modus ope­ran­di de este magistrado.

Si la lógi­ca jurí­di­co-penal fun­cio­na como un silo­gis­mo tal que sobre la exis­ten­cia de unos indi­cios racio­na­les de cri­mi­na­li­dad con­ver­ti­dos en hechos pro­ba­dos en la sen­ten­cia se debe apli­car la nor­ma jurí­di­ca pre­vis­ta, a fin de con­du­cir al resul­ta­do jurí­di­co puni­ti­vo o abso­lu­to­rio que corres­pon­da, es decir, que son los hechos los que deben enca­jar en la nor­ma pre­via que los sub­su­me a fin de apli­car la con­se­cuen­cia que esta mis­ma nor­ma pre­vé, está cla­ro que no es ése el pro­ce­di­mien­to que habi­tual­men­te sigue el has­ta aho­ra titu­lar del Juz­ga­do cen­tral de Ins­truc­ción núme­ro 5 de la Audien­cia Nacional.

Don Bal­ta­sar fun­cio­na a la inver­sa. Pri­me­ro selec­cio­na una cau­sa con renom­bre, una dic­ta­du­ra cono­ci­da pero bien ale­ja­da, la caí­da del Impe­rio Romano o, para mejor ser­vir a quien le paga, una juven­tud vas­ca rebel­de al sis­te­ma. Des­pués ela­bo­ra una teo­ría de fac­tu­ra­ción pro­pia y de natu­ra­le­za cons­pi­ra­ti­va, tal que, por ejem­plo, «todo es ETA» y, por últi­mo, tra­ta de encon­trar indi­cios o hechos que apo­yen su tesis. Don Bal­ta­sar, sen­ci­lla­men­te, se cons­ti­tu­ye en pala­dín de las «cau­sas jus­tas», en ese héroe de cómic que «resuel­ve entuer­tos» al mejor esti­lo qui­jo­tes­co y al que algu­nos pre­ten­den izar en la pea­na de la his­to­ria jun­to a otros rele­van­tes auto­res en el impul­so a los dere­chos huma­nos, como Tomás Moro, Jef­fer­son o Rous­seau. Nada más inexacto.

Don Bal­ta­sar sim­ple­men­te pre­ten­de sus­ti­tuir o com­ple­men­tar al poder polí­ti­co, lo que no es de su com­pe­ten­cia. Y para ello lle­ga a la más abso­lu­ta defor­ma­ción del Dere­cho. Así, por ejem­plo, pue­de abrir cau­sa con­tra Isle­ro, el toro que mató a Mano­le­te, por más que el códi­go penal no auto­ri­ce a impu­tar deli­to alguno a un ani­mal que, por otra par­te, yace muer­to hace déca­das. No impor­ta, si la cau­sa es «jus­ta», de renom­bre y, ade­más, pue­de gran­jear­le mayor fama.

Pero lo ver­da­de­ra­men­te lamen­ta­ble es ver a ese coro de pla­ñi­de­ras pro­gre­sis­tas a la vera del juez estre­lla. Se que­jan de que el fas­cis­mo espa­ñol, en su afán por impe­dir el des­en­tie­rro de las víc­ti­mas del gol­pe de 1936, ha resuel­to aca­bar con la carre­ra judi­cial de este magis­tra­do, lo que les impe­le a pro­tes­tar y adhe­rir­se a la dudo­sa carre­ra judi­cial del men­cio­na­do. ¡Qué poca ver­güen­za y cuán­ta cobardía!

La pro­gre­sía espa­ño­la lle­va ses­tean­do des­de 1975. Dan­do por bueno un régi­men que se inti­tu­la como demo­crá­ti­co y una tran­si­ción, que se mote­ja de modé­li­ca, cuan­do no ha sido este perio­do (1975−2010), sino la his­to­ria de una izquier­da espa­ño­la aco­bar­da­da y sumi­sa que, para su infa­mia, tan sólo supo dar el lábel de cali­dad demo­crá­ti­ca a un régi­men, el fran­quis­ta que qui­so reen­car­nar­se por arte de bir­li­bir­lo­que en «demó­cra­ta de toda la vida», sin pasar por la natu­ral depu­ra­ción de sus abun­dan­tí­si­mos crí­me­nes, como hicié­ra­se con el fas­cis­mo ita­liano o el nazis­mo ale­mán. En el Esta­do espa­ñol, el silen­cio, la renun­cia y la cobar­día sus­ti­tu­ye­ron a la ver­dad y a la jus­ti­cia, y de aque­llos pol­vos, estos lodos.

La pro­gre­sía espa­ño­la, aho­ra soli­vian­ta­da, bien hubie­ra debi­do exi­gir expli­ca­cio­nes al poder polí­ti­co, úni­co com­pe­ten­te para depu­rar res­pon­sa­bi­li­da­des y repa­rar las nume­ro­sas injus­ti­cias pro­vo­ca­das por la dic­ta­du­ra. Ni las exi­gie­ron enton­ces ni lo han hecho aho­ra al que resul­ta ser com­pe­ten­te (es un decir), al señor Rodrí­guez Zapa­te­ro, quien con su par­ti­cu­lar modo de gober­nar, esto es, escon­der bajo la alfom­bra todos los pro­ble­mas por mejor ver su pudri­mien­to, ha ela­bo­ra­do una Ley de la Memo­ria His­tó­ri­ca ali­cor­ta y aten­ta a no soli­vian­tar a la vie­ja car­cun­dia his­pa­na, la que real­men­te gobier­na el Estado.

En cam­bio, el coro de pla­ñi­de­ras izquier­do­sas se diri­gen al juez en bus­ca de lo que éste no pue­de dar, por­que no es par­te del poder legis­la­ti­vo ni del eje­cu­ti­vo, sino del judi­cial, es decir, el que apli­ca ‑no crea ni recrea- la ley que otro poder ha ela­bo­ra­do. De ahí el lamen­ta­ble espec­tácu­lo de unos niña­tos polí­ti­cos que no qui­sie­ron cre­cer bus­can­do la ver­dad y a los cul­pa­bles de su sufri­mien­to, sino que han pre­fe­ri­do correr a refu­giar­se bajo las fal­das toga­das en bus­ca del «capi­tán amé­ri­ca», del nue­vo héroe de cómic con puñe­tas, que sal­va­rá al mun­do, a su tris­te y aco­bar­da­do mun­do, de las garras de la Falan­ge rediviva.

Esa mis­ma pue­ril y sosa izquier­da espa­ño­la que ríe las gra­cias de su majes­tad por­que, aun­que no es monár­qui­ca, es «juan­car­lis­ta», que es como decir que no se es fas­cis­ta, sino sola­men­te mus­so­li­niano, que renun­cia a sus más pre­cia­dos prin­ci­pios, a la repú­bli­ca, al dere­cho de auto­de­ter­mi­na­ción de los pue­blos, que jalea al ins­truc­tor cuan­do rea­li­za sus razias poli­cia­les con­tra el inde­pen­den­tis­mo vas­co y no repa­ra siquie­ra en la can­ti­dad de tes­ti­mo­nios de tor­tu­ra que, en boca de esos mis­mos dete­ni­dos, han pasa­do por ese mis­mo juz­ga­do; ese mis­mo órgano judi­cial, la Audien­cia Nacio­nal, que fue­ra here­de­ro del TOP fran­quis­ta y aún el pro­pio Con­se­jo Gene­ral del Poder judi­cial que aho­ra sus­pen­de al super­hé­roe y que ellos, los llo­ri­cas, aho­ra atri­bu­yen una onto­ló­gi­ca esen­cia fascista.

Los mis­mos que elu­die­ron exi­gir res­pon­sa­bi­li­da­des a toda esa cater­va de fran­quis­tas recon­ver­ti­dos, a los que pusie­ron sin solu­ción de con­ti­nui­dad en los mis­mos pues­tos judi­cia­les y poli­cia­les que toda­vía ocu­pan, esa cua­dri­lla de des­me­mo­ria­dos que trai­cio­na­ron los más sagra­dos prin­ci­pios por los que fue­ron ase­si­na­dos sus fami­lia­res, aho­ra se indig­nan por la des­ti­tu­ción de su Spi­der­man justiciero.

Mien­tras la izquier­da inde­pen­den­tis­ta vas­ca, casi a solas, rei­vin­di­ca­ba una rup­tu­ra con el régi­men geno­ci­da, estos menes­te­ro­sos polí­ti­ca­men­te se codea­ban con la dere­cho­na para fabri­car una jau­la a los pue­blos ibé­ri­cos, la Cons­ti­tu­ción espa­ño­la; pac­ta­ban la reduc­ción de sala­rios a la cla­se tra­ba­ja­do­ra en los ver­gon­zo­sos pac­tos de la Mon­cloa y aplau­dían las suce­si­vas leyes anti­te­rro­ris­tas que recor­ta­ban los dere­chos del dete­ni­do, mien­tras veían indo­len­tes las recon­ver­sio­nes indus­tria­les que, como aho­ra, lle­va a cabo la social­de­mo­cra­cia para mayor glo­ria de la oli­gar­quía. ¿A qué vie­nen aho­ra esos sus­pi­ros por la demo­cra­cia? ¿A qué esos mohi­nes de impo­ten­cia? Sólo cose­cháis lo que habéis sem­bra­do y ali­men­ta­do, la bes­tia fascista.

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