En defen­sa del ima­gi­na­rio espa­ñol- Anjel Rekalde

Cerra­do el deba­te de supri­mir los caño­nes que apa­re­cen en el escu­do de Antzuo­la, ter­ció el heral­dis­ta Espar­za Lei­bar (Berria, api­ri­la­ren 10ean, Gipuz­koa­ko kanoiak: kul­tur onda­re bat). Los caño­nes de la polé­mi­ca son los arre­ba­ta­dos al ejér­ci­to nava­rro en 1512 en Bela­te, un epi­so­dio de la inva­sión cas­te­lla­na y la pér­di­da de la inde­pen­den­cia. En 1513 la rei­na cas­te­lla­na, Jua­na la loca, los ele­vó al escu­do gui­puz­coano en pre­mio a los méri­tos atri­bui­dos en la gue­rra con­tra Nava­rra. Y de ahí pasa­ron a Antzuola.

El artícu­lo de Espar­za es cho­can­te. Entre otras afir­ma­cio­nes insó­li­tas, des­ta­ca su tesis de que una rei­na extran­je­ra, del medie­vo, que pasó a la his­to­ria como dis­mi­nui­da men­tal, nos pue­de impo­ner sus sím­bo­los impe­ria­les; pero noso­tros, cin­co siglos más tar­de, en nues­tra pro­pia casa, no pode­mos revi­sar­los. Una idea curio­sa en la socie­dad contemporánea.

Otro dato sor­pren­den­te en la argu­men­ta­ción de un heral­dis­ta es la pre­sun­ción que sub­ya­ce en todo el artícu­lo de que los sím­bo­los que se dis­cu­ten no tie­nen sig­ni­fi­ca­do. Son inco­lo­ros, inodo­ros, insí­pi­dos; poco menos que un adorno. No hay una vio­len­cia detrás, una inva­sión injus­ta, un des­afue­ro, una agre­sión con­tra nues­tro pue­blo, una per­ver­sa uti­li­za­ción de fuer­zas loca­les por una poten­cia extran­je­ra.… Y como no tie­nen sig­ni­fi­ca­do, no hay pro­ble­ma en seguir lucién­do­los (le sugie­ro que pro­pon­ga esta idea nove­do­sa para apli­car­la a la sim­bo­lo­gía nazi en Israel o en Europa).

Otra lec­tu­ra des­con­cer­tan­te que sugie­re Espar­za Lei­bar es la de que los sím­bo­los de la dic­ta­du­ra de Fran­co fue­ron impues­tos, pero los deri­va­dos de la inva­sión de Nava­rra en 1512 fue­ron una gra­cia y un rega­lo (¿más o menos como la Lau­rea­da en el escu­do nava­rro tras el 36?). ¡Qué suer­te tene­mos con los ejér­ci­tos espa­ño­les, que nos han con­quis­ta­do y vapu­lea­do en tan­tas gue­rras! En el fon­do, como sos­tie­ne Sanz, ha sido para nues­tro gozo y beneficio.

Espar­za vie­ne a decir que no hay que tocar los sím­bo­los de este país, por­que eso sería “mani­pu­lar la historia”.

Por lo vis­to hay que recor­dar a Espar­za que la his­to­ria de esos siglos es la que han escri­to los ven­ce­do­res. Dejan­do de lado la bro­ma de mal gus­to de que cues­tio­nar el rela­to ofi­cial y pro­po­ner una visión crí­ti­ca sea mani­pu­lar­la, la argu­men­ta­ción de Espar­za, con­ser­va­do­ra y sumi­sa con el orden espa­ñol que se impu­so en la his­to­ria, no hay por dón­de coger­la. Que los caño­nes pro­vie­nen de aquel hecho de armas de Bela­te y de la inter­ven­ción de las mili­cias gui­puz­coa­nas en la gue­rra con­tra Nava­rra es un dato que nadie dis­cu­te. No hay mani­pu­la­ción en ello. Que es un epi­so­dio del que los gui­puz­coa­nos debe­rían aver­gon­zar­se lo dicen des­de his­to­ria­do­res (Sera­pio Múgi­ca…) has­ta repre­sen­tan­tes polí­ti­cos (José Anto­nio Agi­rre, que deci­dió la supre­sión de los caño­nes del escu­do en tiem­pos de la República).

Este deba­te ya se dio en dis­tin­tas cir­cuns­tan­cias (En la Asam­blea de Muni­ci­pios Vas­cos que se cele­bró en Liza­rra, el 14 de junio de 1931), o en la Tran­si­ción (en la segun­da reu­nión de las Jun­tas Gene­ra­les de Gipuz­koa). Y se deci­dió eli­mi­nar los caño­nes por­que eran “el recuer­do de luchas fra­tri­ci­das de tan ingra­ta memo­ria para los vas­cos”, y “de la con­quis­ta defi­ni­ti­va y del final como rei­no inde­pen­dien­te de Nava­rra”. Pero Espar­za pre­fie­re ali­near­se con lo más ran­cio y car­ca de la tra­di­ción espa­ño­la, la de quie­nes impo­nen idea­rios de glo­rias y reconquistas.

El deba­te en este caso, señor Espar­za, no es el de la his­to­ria. El lamen­ta­ble capí­tu­lo de Bela­te en 1512 está muy cla­ro. El deba­te se sitúa en el pre­sen­te: es decir, si tene­mos el dere­cho de deci­dir o cons­truir nues­tra socie­dad como nos dé la gana, o segui­mos depen­dien­do de ejér­ci­tos, impe­rios y reyes; qué valo­res, sím­bo­los o refe­ren­tes que­re­mos que nos repre­sen­ten; y en defi­ni­ti­va qué con­te­ni­dos le pone­mos al futu­ro que desea­mos para la socie­dad vasca.

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