Lo que ayer se votó en el Congreso no fueron los recortes que José Luis Rodríguez Zapatero va a aplicar sino quién se retrataba apoyando a un Gobierno en caída libre, puesto que las medidas que el Fondo Monetario Internacional ha recetado son las que aplicaría el PP y también CiU. El mayor problema de Zapatero, en cualquier caso, no es que esté solo, sino la imagen de inconsistencia que transmite.
El Gobierno de Rodríguez Zapatero salvó ayer por un único voto su decreto-ley del tijeretazo. Un error y kaputt. Fue el precio de trasladar las recetas que le impusieron el 9 de mayo en el Ecofin sin negociarlas con ningún grupo. Quizá tampoco le dejaban hacerlo. Y fue también el coste de una política errática, desnortada y llevada al traspié, con dichos pseudo izquierdistas y hechos susurrados por Emilio Botín y César Alierta. Lo que ayer se votaba en el Congreso no era el plan de medidas injustas que proponía, sino quién se quedaba con Zapatero en cubierta tocando el violín mientras el barco de su Gobierno se hunde.
Y ahí los ha habido más o menos hipócritas. Porque, no nos engañemos, la inmensa mayoría del actual Congreso hubiera propuesto un plan muy similar de estar en el gobierno (la izquierda es en realidad un cero a la izquierda en el mapa institucional español) y, en consecuencia, debiera haber votado que sí a los recortes. Pero si ya hay quien cargue con el coste de asumir medidas impopulares y ese alguien además ha perdido el respeto de la ciudadanía, ¿para qué suicidarse con él?
El problema de Zapatero, de su Gobierno y del PSOE no es la soledad que ayer quedó demostrada en el Congreso, cuando hasta quienes con su abstención le permitieron sacar adelante el decreto le criticaron y zahirieron hasta hacer primero sangre y después morcillas con ella. Su verdadero problema, de largo, es que ha llegado a esa soledad arrastrado por su propia inconsistencia.
Un Gobierno debe gobernar y no es necesariamente malo que lo haga solo y contra viento y marea. Si Zapatero hubiera tenido un proyecto sólido ‑de derechas o de izquierdas, pero perfectamente visualizable‑, con una hoja de ruta clara, un discurso coherente y una trayectoria entendible, ser capaz de imponer un ajuste de estas características con los votos exclusivos del PSOE podría haber sido incluso un mensaje de autoridad ante eso que llaman los mercados internacionales. «Ahí hay un tío que sabe lo que hay que hacer y lo hace cueste lo que cueste», podrían haber dicho. Pero lamentablemente la actuación del Gobierno español viene perfectamente definida por su última marcha atrás conocida y la forma chusca de afrontarla en relación a la fecha límite de endeudamiento de los ayuntamientos y la corrección vía fe de erratas. Perdón, ésa no fue la última. Luego estuvo la del «estamos estudiando el copago de medicamentos» de la ministra de Sanidad el martes y su «pero no lo vamos a aplicar» del miércoles.
Entre tanto, el PP ya ni disimula que su única obsesión son las elecciones, porque el tijeretazo que acaba de meter Zapatero es el que la derecha venía reclamando, al margen de algunos detalles sobre el tamaño de lazo con el que viene envuelto.
Un partido al que se le llena la boca hablando de «patriotismo constitucional» ha mostrado que los únicos colores que ama son el azul de su bandera y el blanco de la gaviota. Su oposición destructiva ‑incluidas las entrevistas de Aznar fuera de sus fronteras- hace más vulnerable a la España que dice amar.
En ese sentido ha resultado más coherente CiU, que sabe que el recetario del FMI es el suyo y que el Gobierno hasta se le queda corto, por lo que deja pasar las medidas, le recuerda al Ejecutivo los deberes que le quedan pendientes (reforma laboral) y le avisa de que en otoño, cuando presente el proyecto de Presupuestos Generales del Estado y en Catalunya estén enfrascados en sus elecciones autonómicas, le va a pegar una patada de la que quizá no pueda salvarse sin llamar a las urnas.
Por cierto, entre los abstencionistas que han permitido a Zapatero salvar la cara está el único escaño de UPN. José Blanco se cobra así el favor que le hizo a Miguel Sanz en agosto de 2007.
Coherente puede parecer el voto en contra del PNV, pero a nadie se le oculta que se habría quedado en la abstención si de los jeltzales hubiera dependido la aprobación real del decreto. En demasiadas ocasiones ha dado muestras el EBB de no querer dejar caer del todo a Zapatero y ni siquiera a su denostada ministra de Fomento, Magdalena Álvarez. Quizá lo de ayer fuera en realidad una inversión de cara a la negociación de los próximos presupuestos, cuando el precio de cada voto va a ser mucho más caro.
El PNV hizo un duro discurso de oposición tanto en el Congreso de los Diputados como en el Parlamento de Gasteiz. Pero lo que no cabe olvidar es que los jeltzales controlan nada menos que tres diputaciones con sus haciendas forales. Es decir, tienen mucho donde ahorrar, mucho donde recaudar y mucho que redistribuir, y todavía no se les ha escuchado cuáles son sus propuestas para este momento delicado, ni se les ha visto acto alguno.
El resultado de todo esto es que la sesión del Congreso, en lugar de ser vitamina (aunque fuera envenenada) para salir de la crisis, fue el inicio de la cuenta atrás hacia las próximas elecciones, con el agravante de que el partido que puede ganarlas no tiene una alternativa económica mejor.
Lo que se otea en el horizonte más próximo es la inmediata subida del IVA para todos, y una reforma laboral que es el rabo que el FMI está pidiendo de los trabajadores del Estado, después de haber cortado ya las dos orejas. Y Zapatero les entregará el trofeo, mientras Rajoy se fuma un puro y los sindicatos españoles montan alguna escena.
Con las cosas así, el futuro de Zapatero está muy negro. Pero, ojo, el de millones de parados, trabajadores y pensionistas es muchísimo peor.