La con­di­ción post-letra­da- San­tia­go Alba-Rico

Lo he dicho otras veces: el capi­ta­lis­mo va tan depri­sa que ha deja­do atrás al hom­bre mis­mo, el cual corre sin alien­to, siem­pre reza­ga­do, para aco­mo­dar su paso a una his­to­ria que ya no pue­de ser la suya. Un inven­to muy recien­te, extra­or­di­na­ria­men­te pode­ro­so, está a pun­to de des­apa­re­cer o que­dar mar­gi­na­do sin haber ago­ta­do todas sus posi­bi­li­da­des inter­nas: la escri­tu­ra. Nació hace poco más de 4.000 años en Orien­te Medio, Egip­to y Chi­na y reci­bió un impul­so deci­si­vo hacia el año 900 a. de C. en Gre­cia, cuyo alfa­be­to pre­ci­so, ele­gan­te y lige­ro ayu­dó a engen­drar una men­te nue­va al mis­mo tiem­po que un mun­do sus­cep­ti­ble ‑por vez pri­me­ra- de orden y con­sen­so. El alfa­be­to se con­vir­tió en el umbral de lo que lla­ma­ré la con­di­ción letra­da, un mol­de de per­cep­ción ‑mal­di­to y ven­tu­ro­so- inse­pa­ra­ble de todos esos hallaz­gos que iden­ti­fi­ca­mos con la his­to­ria mis­ma del hom­bre: la obje­ti­vi­dad, la divi­sión verdad/​error, la cien­cia y el dere­cho, el cues­tio­na­mien­to de la fuer­za y la auto­ri­dad per­so­nal, el carác­ter públi­co de las leyes, el tiem­po narra­ti­vo, la posi­bi­li­dad mis­ma de pen­sar de den­tro afue­ra, al mar­gen de las tra­di­cio­nes colec­ti­vas y las iner­cias tri­ba­les. Hace poco más de 500 años la con­di­ción letra­da encon­tró un poten­te vehícu­lo de expan­sión en la impren­ta de Guten­berg, gra­cias a la cual con­se­gui­mos robar la fabu­lo­sa téc­ni­ca de Tot a los sacer­do­tes, gober­nan­tes y buró­cra­tas para devol­vér­se­la a los hombres.
De la revo­lu­ción fran­ce­sa a la rusa, de las luchas anti­co­lo­nia­les al socia­lis­mo cubano, se com­pren­dió ense­gui­da que la con­di­ción letra­da era de algún modo ‑val­ga la redun­dan­cia- la con­di­ción mis­ma de la eman­ci­pa­ción; es decir, de la igual­dad, la demo­cra­cia y la jus­ti­cia o, lo que es lo mis­mo, de una autén­ti­ca con­di­ción huma­na. Para la izquier­da fue siem­pre una cues­tión de vida o muer­te la alfa­be­ti­za­ción de esa mayo­ría pla­ne­ta­ria sumer­gi­da en la mise­ria e inten­cio­na­da­men­te sepa­ra­da de su pro­pia con­cien­cia, de mane­ra que la escue­la se con­vir­tió ‑y sigue sien­do- obje­ti­vo prio­ri­ta­rio de todas las revo­lu­cio­nes vic­to­rio­sas, tal y como recien­te­men­te hemos vis­to en Vene­zue­la y Boli­via. Pero los pro­gre­sos son len­tos y allí don­de se pro­du­cen lle­gan dema­sia­do tar­de. Ape­nas 4.000 años des­pués la con­di­ción letra­da no sólo no se ha gene­ra­li­za­do sino que retro­ce­de en todo el mun­do; antes de haber apren­di­do real­men­te a leer, se exi­ge que nos adap­te­mos a un nue­vo para­dig­ma tec­no­ló­gi­co y gnoseológico.
La insis­ten­cia socia­lis­ta en la edu­ca­ción letra­da era deses­pe­ra­da­men­te cer­te­ra. El pro­ble­ma es que la téc­ni­ca de Tot es muy difí­cil; y la para­do­ja es que es esta mis­ma difi­cul­tad la que pro­por­cio­na a la escri­tu­ra una ven­ta­ja incom­pa­ra­ble que nin­gún otro medio posee. La difi­cul­tad de las letras estri­ba en que inte­gran orgá­ni­ca­men­te acti­vi­dad y pasi­vi­dad: no se pue­de apren­der a leer sin apren­der al mis­mo tiem­po a escri­bir y todos los lec­to­res, por el sim­ple hecho de ser­lo, son al mis­mo tiem­po escri­to­res. En reali­dad el sol­feo, la pro­gra­ma­ción infor­má­ti­ca o la manu­fac­tu­ra­ción de imá­ge­nes ‑por citar algu­nas- son téc­ni­cas mucho más com­pli­ca­das que la escri­tu­ra. Pero, al con­tra­rio de lo que ocu­rre con la lec­tu­ra, uno pue­de dis­fru­tar de Beetho­ven sin saber armo­nía, con­tem­plar y enten­der una pelí­cu­la de Kuro­sa­wa sin apren­der direc­ción cine­ma­to­grá­fi­ca y cha­tear y nave­gar por Inter­net sin estar fami­lia­ri­za­do con la infor­má­ti­ca. La para­do­ja es que si hace fal­ta pro­mo­cio­nar heroi­ca­men­te la lec­tu­ra, si hay que dedi­car dine­ro y esfuer­zo a hacer cam­pa­ñas en favor de la con­di­ción letra­da, si es tan difí­cil con­quis­tar un nue­vo lec­tor ‑mien­tras la tele­vi­sión y el orde­na­dor se impo­nen solos- es jus­ta­men­te por su supe­rior cali­dad demo­crá­ti­ca. Por decir­lo con Pitá­go­ras, los lec­to­res son mate­má­ti­cos ‑acti­vos, pro­duc­ti­vos, crea­ti­vos- mien­tras que los espec­ta­do­res e inter­nau­tas, a mer­ced de opa­cos pro­gra­ma­do­res, son sólo acusmáticos.
No sabe­mos aún qué son exac­ta­men­te las nue­vas tec­no­lo­gías ni qué nue­va men­te están engen­dran­do. No sabe­mos si Inter­net es una téc­ni­ca como la escri­tu­ra, una herra­mien­ta como la impren­ta, un nue­vo con­ti­nen­te como Amé­ri­ca o un órgano como nues­tro riñón dere­cho. Pro­ba­ble­men­te es todo eso al mis­mo tiem­po. Lo que sí pode­mos decir es que nos intro­du­ce ‑nos está intro­du­cien­do ya- en una con­di­ción post-letra­da; en una con­di­ción en la que lo deci­si­vo, como nue­vo mar­co de per­cep­ción, no es ya la letra públi­ca ni, como a menu­do se cree, el dígi­to ocul­to sino la pan­ta­lla encen­di­da. La expre­sión no es ele­gan­te, pero a la espe­ra de for­jar una mejor podría­mos hablar de con­di­ción pantállica.
El papel está con­de­na­do a des­apa­re­cer no por­que sea eco­ló­gi­ca­men­te insos­te­ni­ble o caro sino por­que está muer­to: reci­be la luz de nues­tros ojos y exi­ge por lo tan­to una aten­ción inten­sa y dis­ci­pli­na­da. Por eso la filo­so­fía está orgá­ni­ca­men­te ata­da a la made­ra y no sobre­vi­vi­rá a su muer­te. En su lugar, la pan­ta­lla está viva; emi­te su pro­pia luz y, si resul­ta por ello más atrac­ti­va, deman­da una aten­ción mucho más débil y super­fi­cial; una aten­ción dis­per­sa, fugi­ti­va, vapo­ri­za­da, si se quie­re, en la simul­ta­nei­dad de las muchas pan­ta­llas abier­tas al mis­mo tiem­po ante nues­tros ojos. Nin­gún cere­bro fini­to esta­rá jamás a la altu­ra de la infi­ni­ta poten­cia tec­no­ló­gi­ca de la red; nin­gu­na razón fini­ta podrá encon­trar ahí la linea­li­dad y suce­sión que le pro­por­cio­nan la fra­se y la hoja de papel ‑que sólo se pue­de pasar despacio.
Nun­ca fui­mos real­men­te letra­dos; nun­ca lle­ga­mos a ser letra­dos, y ya no podre­mos ser­lo. La pobla­ción mun­dial está cada vez más divi­di­da entre anal­fa­be­tos y post-letra­dos. La fran­ja pro­pia­men­te letra­da se enco­ge cada vez más y con ella todas las posi­bi­li­da­des entre­vis­tas hace 4.000 años y nun­ca des­ple­ga­das por com­ple­to. ¿Tam­bién el socia­lis­mo? Fren­te al entu­sias­mo acrí­ti­co de tan­tos inter­nau­tas, la izquier­da debe atre­ver­se qui­zás a reco­no­cer que tam­bién tec­no­ló­gi­ca­men­te está per­dien­do la par­ti­da. Ense­ñar a leer ya no sir­ve. Y es a par­tir de este hecho des­nu­do ‑la con­di­ción post-letra­da y tal vez post-huma­na de la his­to­ria- que debe replan­tear­se todas sus estrategias.

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