Está fuera de toda duda que a las víctimas se les debe justicia y a sus victimarios, juicio. Pero utilizar este requerimiento para defender a Garzón es una vil manipulación del dolor ajeno; burda añagaza de quienes aplauden la saña del susodicho en la guerra contra los vascos. Curiosamente, es la progresía española la que ha derrochado esfuerzos en la imposible tarea de legitimarlo: a quien ha liquidado la libertad de expresión lo proclaman libertario, y a quien ha encubierto la tortura, defensor de la humanidad.
Se me antoja grotesca toda esa farándula de españoles progres (incluido Batzarre). En su empeño por salvar al juez, cuestionan ahora una transición que pregonaron como ejemplar; se cubren con la bandera tricolor que guardaron en lo más recóndito del baúl; alardean de republicanos quienes medraron a la sombra de la monarquía; defienden a las víctimas del franquismo quienes las remataron en 1977 con la ley de punto final. ¿Cómo entender los bamboleos de esta pretendida izquierda? Sólo encuentro una explicación: son mucho más españoles que zurdos. Cuando su España Grande corre peligro, los ribetes progres estorban.
Por citar algún caso, me remonto a la Cuba de 1898. La joya de la corona estaba en peligro y España se desangraba en su empeño por retenerla. Tratando de evitar lo inevitable, recurrió a Valeriano Weiler, militarote de apellido alemán y modos de patibulario. Éste quiso acabar con los rebeldes utilizando su principal destreza: la barbarie. Diseñó la teoría del «entorno» y, como no podía liquidar a los combatientes, descargó su furia contra la población civil. Inventó los campos de concentración y encerró en ellos a miles de familias como presuntas colaboradoras. El sufrimiento de los cubanos fue inmenso y las víctimas de la represión, incontables. Toda España ‑la facha y la progre- sabían de las barbaridades que Weiler estaba cometiendo, pero miraron hacia otro lado. Esperaban que los zarpazos de aquel energúmeno acabaran con la epidemia soberanista de la isla. Se equivocaron: Weiler retrasó la independencia, pero incrementó la conciencia emancipatoria de Cuba. El descrédito de España se expandió a nivel mundial; lo que el imperialismo mesetario silenciaba, lo aireaba la prensa internacional.
Garzón ‑emulando a Weiler- ha convertido en cuerpo jurídico la brutalidad del militar. La crueldad del juez en su empeño por machacar a Euskal Herria sólo es comparable con la vileza de la progresía española en su afán por silenciarla. Esta troupe de farsantes jamás ha dicho una sola palabra sobre el inmenso dolor que ha infligido a los vascos su «Cid campeador».
Los testimonios contra Garzón son demoledores y abundantes, pero ninguno ha salido de las bocas de tanto progre apesebrado. Todo el mundo conoce la práctica de la tortura pero, cuando el juez la encubría, sus fans lo palmoteaban. No han movido un dedo cuando el Weiler togado aplicaba a degüello la prisión preventiva. Han encubierto sin rubor a su nuevo salvapatrias; todavía confían en que el fiero Garzón aplaste sin miramientos a los «mambises» del Norte.
fuente: gara