La encarnizada guerra que el Imperio lleva a cabo contra la Revolución comenzó antes del Primero de Enero de 1959. Para comprobarlo basta leer los pocos documentos oficiales parcial y tardíamente desclasificados varias décadas después de esa gloriosa fecha.
Washington apoyó a la tiranía batistiana desde el golpe de estado que en 1952 abolió las instituciones republicanas y la sostuvo hasta su derrumbe final. Nunca criticaron sus crímenes ni la amonestaron por las violaciones a los derechos humanos ni por la muerte de 20 mil cubanos.
Hicieron todo lo contrario. Armaron, entrenaron y asesoraron al Ejército y a las fuerzas navales, aéreas y policiales de la dictadura. Mantuvieron una estrecha cooperación con los aparatos represivos a quienes equiparon y enseñaron a torturar y con ellos coordinaron acciones contra los revolucionarios en Cuba y en la emigración. Lo hicieron hasta la madrugada del Primero de Enero.
Facilitaron la fuga del déspota y organizaron la salida hacia Estados Unidos de sus peores asesinos y compinches, quienes antes de marcharse saquearon el tesoro de la República. Esa noche, por cierto, dieron a Cuba el primer golpe en la guerra económica que aún perdura. Los centenares de millones robados al pueblo cubano fueron el origen de muchas fortunas que la desvergonzada propaganda yanqui presenta como si fueran resultado de supuestos éxitos empresariales.
Con los batistianos Washington inició sus empeños para fabricar una oposición contrarrevolucionaria. Los prófugos de la justicia, lejos de castigo recibieron exenciones impositivas y otras prebendas y privilegios y fueron recibidos en sesiones del Congreso y en salones oficiales. Batista y sus secuaces, precisa recordarlo, fueron los primeros instrumentos en la política y la propaganda anticubana promovida por Washington. Y ellos y sus descendientes han sido siempre el componente principal y la sustancia podrida de esa oposición.
La Ley de Ajuste Cubano de 1966 era, entre otras cosas, una ley batistiana que dio ventajas excepcionales a los que de Cuba escaparon el Primero de Enero. Y la Ley Helms-Burton de 1996 es un engendro profundamente batistiano que llega al extremo de consagrar que la “devolución” de tierras, fábricas y casas a esos delincuentes es la “condición indispensable” para que Washington pudiera iniciar el proceso para desmantelar el bloqueo económico que impone a nuestro pueblo. Ambas leyes, no lo olvidemos, tienen hoy plena vigencia y pocos hablan allá siquiera de la posibilidad de derogarlas.
Con cinismo inaudito los imperialistas manosean ideas nobles como la democracia y los derechos humanos, conceptos que les son completamente ajenos, pero que manipulan en sus incesantes campañas anticubanas. La verdad es que la guerra económica la desataron contra el pueblo cubano para causarle “hambre y desesperación”, para hacerlo sufrir y castigarlo porque ese pueblo dio su apoyo abrumador a Fidel y a la Revolución. Así está escrito, con todas las letras, en textos que acordaron en la Casa Blanca ya en la primavera de 1959.
Una política así concebida es literalmente lo que la Convención de Ginebra define como el crimen de genocidio, la peor violación de los derechos más elementales de todo un pueblo. Es el genocidio más prolongado de la historia que dura ya más de cincuenta años y que empezó y se mantiene precisamente para negar a los cubanos el ejercicio de sus derechos democráticos.
Desde 1959 la Agencia Central de Inteligencia se ocupó de agrupar a los antiguos esbirros y torturadores del régimen derrotado para que fuesen el núcleo central del instrumento que se propuso fabricar para combatir a la revolución en el plano político. El Programa de Acciones Encubiertas de la CIA, aprobado por la Casa Blanca hace más de medio siglo, tenía como pilares fundamentales la “creación de una oposición dentro de Cuba” que sería dirigida por la CIA a través de los exiliados organizados por la Agencia en el exterior y el desarrollo de “una poderosa ofensiva de propaganda” para inflar y apoyar esa “oposición”. Esa ha sido la esencia de la política norteamericana contra Cuba desde entonces hasta hoy.
Lo único novedoso es que, a partir del derrumbe en Europa del llamado “socialismo real”, a las acciones encubiertas de la CIA, que nunca han cesado, se agregan las que abiertamente realizan por medio de la AID y otras entidades, incluyendo contratistas supuestamente privados, cuyos planes y proyectos, en alguna medida, aparecen reflejados en los presupuestos federales.
Ahora enfrentamos una intensificación de esa campaña y debemos preguntarnos por qué. Porque el pueblo cubano ha sido capaz de resistir esa colosal agresión y Cuba ya no está sola. Nuevos vientos de unidad, solidaridad e independencia recorren la América Latina y el Caribe. Nuestro Continente entra en una época nueva que ha sido posible por la heroica resistencia de los cubanos y las cubanas.
El Imperio pretende recuperar el espacio perdido. Para ello cuenta con pocos servidores en esta parte del mundo. Debe buscarlos sobre todo allende el Atlántico.
La verdad es que el Imperio y sus satélites europeos son los peores enemigos de la democracia y los más contumaces violadores de los derechos humanos. Y saben que están moralmente en cueros.
Pese a su hegemonía y control sobre los llamados medios de “información” no han logrado impedir que el mundo sepa de las masacres en Iraq, Afganistán y Palestina – que se agregan a una larga lista que desborda el planeta -, de las cárceles secretas, de la infame legalización de la tortura y de los tormentos a los encerrados en la prisión de Guantánamo, espacio usurpado a Cuba, único rincón de esta Isla donde se vulnera la dignidad del ser humano.
¿Creen acaso que el mundo no sabe? ¿Imaginan por un instante que hemos olvidado?
¿Creen que es suficiente con colocar a un hombre negro en la Casa Blanca?
A un hombre, por cierto, inteligente, con una trayectoria personal que le ganó respeto y simpatía para llegar a su actual empleo.
Un hombre negro que, sin embargo, predica el olvido, convoca a la amnesia. No se cansa de repetir que dejemos atrás el pasado y que miremos hacia adelante hacia sus vagas promesas de un futuro mejor que cada vez más es una repetición del pasado.
Pero sucede que el pasado vive en el presente. La guerra económica, con su intento genocida, continúa, no ha sido modificada en lo absoluto con la actual Administración. Persiste y se acrecienta la “poderosa ofensiva de propaganda” que concibió la CIA de Eisenhower y en la que participa personalmente, en patético espectáculo, el actual inquilino de la Casa Blanca, el que no tuvo valor para declinar el inexplicable premio Nobel.
Posada Carriles, el confeso terrorista que a tantos ha asesinado, entró a Estados Unidos con la complicidad del régimen de Bush. Pero sigue allá protegido por la nueva Administración. Que se sepa hasta ahora el Presidente Obama no ha respondido ni ha hecho nada respecto a la petición que le hizo el Gobernador de Puerto Rico, el 15 de diciembre de 2008 solicitándole que dispusiera que el FBI entregue a los tribunales las evidencias que celosamente ha ocultado por más de tres décadas de los asesinatos de Santiago Mari Pesquera y Carlos Muñiz Varela.
Y Gerardo, Ramón, Antonio, Fernando y René ¿por qué siguen sufriendo injusta y cruel prisión? ¿No prometió durante su campaña electoral el actual Presidente que lucharía contra el terrorismo respetando los principios y la legalidad?
¿Cómo explica que quienes han sacrificado sus vidas luchando contra el terrorismo estén en prisión y los terroristas se paseen libremente por las calles?
Contra Cuba Washington lleva a cabo no sólo su genocida guerra económica, no sólo ha desatado la más burda campaña de calumnias y desinformación, también alienta y promueve el terrorismo en sus peores formas y manifestaciones. Es la única explicación de que nuestros Cinco compañeros estén todavía secuestrados.
Los Cinco fueron detenidos en septiembre de 1998 porque a riesgo de sus vidas, sin armas, sin usar la fuerza o la violencia penetraron a grupos terroristas que operan impunemente en Miami. Esa fue la acusación principal contra ellos.
El Gobierno exigió que el juicio se efectuase en ese lugar y el tribunal les negó el derecho al cambio de sede.
El Gobierno formuló otros cargos falsos, inventados, relacionados con supuestas actividades de espionaje y en cuanto a Gerardo además la infamia de asesinato en primer grado.
Todos los medios locales controlados por los terroristas desataron una intensa y constante campaña de calumnias usando las falsas acusaciones y presionaron abierta y públicamente a los miembros del Jurado, quienes repetidas veces expresaron a la Jueza que se sentían amedrentados. La Jueza en varias ocasiones se hizo eco de esa preocupación y pidió al Gobierno que tratase de poner fin a una situación que sin embargo persistió hasta el final como consta en las actas del juicio.
Después de concluida la farsa judicial se ha descubierto que detrás de esa campaña de odio y temor estaba el Gobierno Federal. No sólo con las declaraciones incendiarias que los fiscales hacían ante el Tribunal y ante la prensa, donde no cesaban de repetir que los Cinco eran terribles enemigos cuyo propósito era, nada más y nada menos, que “destruir a los Estados Unidos.” Ahora se sabe que, para colmo, todos esos periodistas eran pagados por el Gobierno de Estados Unidos con fondos del presupuesto federal.
El Gobierno sabía perfectamente que estaba mintiendo. Al final del juicio admitió que carecía de evidencias para probar su acusación principal alrededor de la cual había girado todo el proceso y su sucia propaganda.
La conducta de la Fiscalía de principio a fin fue una escandalosa y sistemática prevaricación. Las pruebas fueron manipuladas para tergiversar los hechos y engañar al Jurado y todavía hoy impiden el acceso a ellas a los abogados defensores.
Son incontables las numerosas violaciones cometidas y cualquiera de ellas sería suficiente para declarar nulo el juicio de Miami y ordenar la excarcelación de nuestros Cinco hermanos.
El Presidente Obama debe ponerlos en libertad ahora mismo, sin condiciones. Ya la Corte de Apelaciones determinó lo obvio: que ellos no habían puesto en peligro la seguridad nacional de Estados Unidos y que no habían buscado ninguna información secreta en ese país. Y su ilustre predecesor, W. Bush, reconoció que no tenía prueba alguna para sostener la infame y falsa acusación contra Gerardo Hernández Nordelo. ¿Qué más le hace falta al joven Presidente?
¿Imagina que nos va a convencer que él representa un cambio creíble si no se atreve a liberar a los inocentes y sigue impidiendo que sean juzgados por sus crímenes los terroristas? Con el debido respeto que todavía él merece a muchos, esa pregunta debe perseguir al Presidente Obama. Por todas partes y siempre como una maldición gitana.
Como debe perseguirlo la exigencia de que permita a Adriana y a Olga visitar a Gerardo y a René. Él puede poner fin fácilmente a la tortura medieval que practica contra estos jóvenes.
El 15 de junio vence el último plazo para exigir ante los tribunales la libertad de Gerardo Hernández Nordelo. Vamos a dar ese paso aunque sabemos que ofrece muy remotas posibilidades para él.
Gerardo ha dicho que confiemos en él, que él está dispuesto a resistir, a aguantar lo que tenga que aguantar. También dijo que la justicia sólo vendrá cuando la exija un jurado de millones.
Esta injusticia ha durado doce años porque el pueblo norteamericano no la conoce. Y no la conoce porque quienes controlan la información le impiden a ese pueblo acceder a la verdad. Multipliquemos la solidaridad y la denuncia. Que no se detengan hasta liberar a Gerardo y sus cuatro compañeros.
Compañeras y compañeros, amigos de todo el mundo. Hace años en momentos también cruciales para nosotros, cuando preparaba el último esfuerzo en nuestra larga guerra contra el colonialismo español, José Martí reclamó la solidaridad internacional. Dijo él entonces: “Quien se levanta hoy con Cuba se levanta para todos los tiempos.”
Sus palabras tienen hoy plena vigencia. Los cubanos y las cubanas seguiremos en pie. En nosotros, ustedes pueden confiar. Cuenten con nuestra solidaridad. Sigamos luchando juntos hasta la victoria siempre.
Acto de solidaridad con Cuba, La Habana 2 de mayo de 2010