Nues­tra Seño­ra la Dia­léc­ti­ca- Nico­lás Gon­zá­lez Varela

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En su ges­ta­ción hay una lar­ga genea­lo­gía de filó­so­fos, pen­sa­do­res y escri­to­res que se ini­cia en la Anti­güe­dad. Y ade­más del ele­men­to sub­je­ti­vo, hay que seña­lar que la Dia­léc­ti­ca es emi­nen­te­men­te un pro­duc­to mate­rial de la ciu­dad, una flor de las rela­cio­nes socia­les urba­nas, el ver­da­de­ro mag­ma de su naci­mien­to. Pero no la ciu­dad a secas, abs­trac­ta, sino la ciu­dad como encar­na­ción de los demos (aque­lla pri­mi­ti­va y esca­sa demo­cra­cia limi­ta­da de Ate­nas) fren­te al kos­mos aris­to­crá­ti­co. Es que la Dia­léc­ti­ca nace cuan­do se ini­cia la acción comu­ni­ca­ti­va igua­li­ta­ria, el dis­cur­so hori­zon­tal, la comu­ni­ca­ción agó­ri­ca (si me per­mi­ten) exi­gi­da por la nece­si­dad de desa­rro­llar una herra­mien­ta colec­ti­va. Nece­si­dad de gene­rar con­sen­so y con­for­mi­dad en el deba­te públi­co sobre un con­cep­to polí­ti­co, jurí­di­co o social…

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