El Ejército israelí («Tsahal») comienza hoy unas maniobras militares en la frontera con Líbano, justo en vísperas del décimo aniversario de su traumática retirada del sur del país de los cedros. Hizbulah ha llamado a la movilización general de su brazo armado en una de las zonas de mayor tensión de la ya de por sí caliente región de Oriente Medio.
Dabid LAZKANOITURBURU
El Ejército israelí ha decidido sacar pecho en el décimo aniversario de su traumática retirada de Líbano tras la derrota a manos de la resistencia chí de Hizbulah. El Tsahal inicia hoy unas maniobras militares en la frontera con el país de los cedros, lo que ha elevado aún más la tensión en una de las fronteras más calientes del Planeta.
El viceministro israelí de Defensa, Matan Vilanai, asegura que estos ejercicios estaban previstos desde hace tiempo y los desligó de la situación en la frontera norte con Líbano. Tel Aviv los ha presentado como un ejercicio anual de defensa y ha informado que durarán una semana y tendrán como objetivo «preparar la retaguardia y los servicios de socorro israelíes para un escenario de ataque masivo con cohetes contra Israel»l
En esta línea, ha cursado mensajes a los países vecinos, sobre todo a Siria, «para darle garantías de que nuestras intenciones no son belicosas». La misma Siria a la que ha acusado recientemente de suministrar misiles Scud a la resistencia libanesa.
Hizbulah se prepara
Hizbulah ha movilizado a miles de combatientes ante las maniobras militares del Tsahal. «En caso de nueva agresión contra nuestro país, los israelíes no encontrarán en toda Palestina un refugio donde esconderse», advirtió el responsable del Partido de Dios en el sur del país, jeque Nabil Qauk.
Qauk hizo estas declaraciones tras recibir en su casa de Tiro al presitioso intelectual estadounidense Noam Chomsky, a quien el Gobierno israelí prohibió su entrada a Cisjordania por su coherente denuncia ‑destacable por su condición de judío- del Estado de Israel.
Una derrota indigesta
Un Estado que sigue diez años después sin haber digerido una derrota que le forzó a una retirada unilateral y deshonrosa y que no le sirvió, a la postre, para sacudirse la sombra de Hizbulah, que vigila al otro lado de la frontera todos los movimientos militares israelíes.
Con su retirada de Líbano, Tel Aviv esperaba poner fin a lo que muchos de sus ciudadanos consideraban como el «Vietnam de Israel». Dos lustros después, pocos dudan de que le quedara entonces otra opción, aunque reconocen que la imagen de supe- rioridad militar de Israel quedó seriamente dañada. «El hecho de que se viera que nos retirábamos tuvo consecuencias inmediatas. Fuera cual fuese el poder disuasorio de Israel por aquel entonces, se perdió y tuvo que ser reestablecido a un alto coste», ha escrito estos días el ex ministro israelí de Defensa, Moshe Arens, en el diario «Haaretz».
Esta retirada «contribuyó directamente a los sucesos posteriores, incluida la Intifada» palestina que estalló meses más tarde, asegura Jonathan Spyer, experto del Centro de Investigación Internacional de Herzliya.
Lejos queda el 24 de mayo de 2000, fecha que puso punto final a 22 años de ocupación israelí del sur de Líbano, pero la tensión en la frontera sigue siendo alta. Ambas partes se acusan mutuamente de prepararse para una nueva guerra.
Israel asegura que Hizbulah contaría actualmente con 40.000 cohetes, muchos de ellos con un alcance superior a 300 kilómetros, lo que convertiría en objetivo a las grandes localidades israelíes.
Acabar con este arsenal fue el objetivo de la agresión militar israelí de Líbano en verano de 2006. Una agresión que se inició como respuesta a un enfrentamiento con milicianos de Hizbulah tras una incursión de soldados israelíes en suelo libanés y que dejó un saldo de una decena de bajas, entre muertos y capturados, en el Tsahal.
Israel lanzó durante un mes toneladas de bombas contra las ciudades y barrios de mayoría chií, que sostiene a Hizbulah, dejando un saldo de más de un millar de muertos. Una posterior incursión terrestre volvió a acabar en desastre y los soldados israelíes se vieron forzados a dar marcha atrás.
Israel perdió a 116 soldados. 41 civiles murieron en los contraataques con cohetes por parte de Hizbulah, que alcanzaron a ciudades como Haifa y que mostraron a los israelíes una pequeña parte del terror que provocaron sus indiscriminados bombardeos contra los libaneses.
Nuevo equilibrio del terror
Pese a lo asimétrico de las fuerzas respectivas, expertos israelíes y libaneses coinciden en descartar que el repunte reciente de la tensión en la zona vaya a ser sinónimo de una nueva guerra en ciernes.
«En este momento, tenemos un poder de disuasión recíproco en la frontera. Hizbulah tiene miedo de Israel e Israel también tiene miedo de Hizbulah», reconoce Shlomo Brom, investigador del Instituto de Estudios sobre la Seguridad Nacional. «Todo el mundo entiende que el próximo episodio de violencia será mucho peor. Y nadie quiere dar el primer paso», insiste el experto israelí.
Osama Safa, que dirige el Centro libanés de Estudios Políticos, coincide en apuntar que la agresión de 2006, conocida como la Segunda Guerra libanesa, estableció un nuevo equilibrio del terror en la región. «Actualmente, la nueva ecuación es la siguiente: es posible otra guerra pero ahora será mucho más difícil ponerle punto final».
Cuando Víctor Nader, ex comandante del Ejército del Sur de Libano, llama a retreta, sus hombres responden «¡presente!». El problema es que el escenario de la parada militar es una playa en Israel.
Y sus hombres se sienten abandonados por Israel y suspiran por volver a su país, que pueden ver desde el lugar donde están realizando los ejercicios. Aunque el Estado israelí les otorgó en 2004 la nacionalidad israelí, así como el estatus de antiguos combatientes, la mayoría de los 3.000 milicianos refugiados en Israel ocupan empleos poco cualificados en la industria o en la restauración. «Luché 14 años por Israel y mira lo que nos dan, nada. No nos han dado casa ni una verdadera educación», se queja Bassam Hajjar. «Tenemos a 700 hombres de nuestro Ejército enterrados allí en Líbano con el uniforme del Tsahal», señala el comandante, convertido en electricista.
«No pedimos riquezas, sólo poder vivir como todo el mundo», señala Faddi Tomeh, otro ex combatiente.
«Nadie nos quiere, ni aquí ni allí», resume Nader, que se refugió 10 años en el Estado francés antes de llegar a Israel en 2008.
«En 2000, cuando el Tsahal se retiró, comprendí que era el fin de Líbano. No regresaré nunca, lo sé», señala.
«Pero si estalla una nueva guerra, estaré con Israel», insiste.
GARA