Lo que está ocurriendo en Grecia pone en evidencia el recrudecimiento de la estrategia depredadora impulsada por el capital para resolver la crisis estructural que está atravesando. Al igual que en Latinoamérica en los años 90, una fracción de la burguesía local, de la mano de las potencias imperialistas occidentales, se propone llevar adelante una ofensiva criminal en contra del pueblo trabajador desmantelando, mediante un plan de ajuste draconiano, lo que queda de las históricas conquistas populares. Esquema de alianzas interburguesas y recetas mercantilizadoras harto conocidas en la periferia lejana del centro del capitalismo mundial ahora se repiten, crisis de acumulación oblige, en su periferia próxima. Los sectores más débiles del capitalismo céntrico van poco a poco padeciendo el mismo mecanismo de poda que golpeó a los países latinoamericanos a final del siglo pasado. El proceso de concentración y centralización del capital, consecuencia de la irrefrenable búsqueda de beneficio que caracteriza al modo de producción capitalista, elimina los sectores burgueses menos competitivos y eleva el nivel de explotación de la mayoría trabajadora.
Por lo tanto, si la decisión del parlamento griego de aplicar a raja tablas los dictados del FMI nos recuerda la política antipopular llevada adelante por el gobierno argentino a lo largo de la década del 90, no lo podemos adjudicar a meras coincidencias históricas y coyunturales. Estos fenómenos se inscriben en el avance del proyecto estratégico que el capitalismo implementó a mediados de los 70, y que hoy en día, a pesar de los cantos de sirenas de algunos progresistas extraviados, sigue a la orden del día: el neoliberalismo. A lo que estamos asistiendo en Grecia es a una vuelta de tuerca más, a una aceleración en su letal implementación.
En ese sentido, si consideramos que una práctica internacionalista consecuente implica un aprendizaje de las modalidades y formas que toma el enfrentamiento sociopolítico, no podemos sino advertir los esquemas políticamente represivos y socialmente regresivos que nos esperan. El deterioro de las condiciones de trabajo y recortes de derechos sociales que venimos sufriendo los últimos 20 años de la mano de la Unión Europea, herramienta institucional estratégica de la clase dominante europea, no tiene otro futuro que el de exacerbarse.
Ahora bien, el avance de este sistema irracional e injusto tiene un límite: el que le impone la resistencia popular. Si bien los actores y las recetas se repiten hasta la caricatura, los ritmos de implementación del proyecto estratégico neoliberal cambian. La correlación de fuerza entre el capital y los sectores populares condiciona estructuralmente la capacidad del sistema a reproducirse. Por eso la lógica del capital en búsqueda de mayor rentabilidad y de nuevos nichos a mercantilizar (privatizaciones, educación, salud, pensiones) se hace con más o menos virulencia, según tiempos cortos o medianos, facilitado y garantizado por modelos de dominación política autoritarios o constitucionales, apostando por la coerción directa o una más sofisticada y perniciosa búsqueda de consenso ideológico. La clase dominante es perfectamente consciente de ello y por eso modula su proyecto según las condiciones concretas a las que se enfrenta.
Es decir que más allá de las evidentes diferencias en la inserción económica mundial de cada país, es fundamental detenerse en la singularidad histórica, cultural, identitaria, y sobre todo en el acervo de luchas que caracteriza a cada pueblo. Si la clase dominante toma nota de ello para determinar los pasos tácticos a dar en su ofensiva, nosotros debemos nutrirnos de esas experiencias para avanzar en nuestro propio proceso de liberación nacional y social. La respuesta que dio el pueblo trabajador argentino a los atropellos neoliberales mediante una masiva organización de los sectores desempleados o a través de la recuperación de empresas por sus trabajadores y trabajadoras, no son únicamente pruebas y ejemplos de la vitalidad de un movimiento popular que fue capaz de recomponerse y resurgir tras su sistemática aniquilación durante la última dictadura militar. Son herramientas de lucha que ya hacen parte del acervo de resistencia mundial a disposición de cualquier movimiento popular. Así mismo, la gran tradición de izquierda presente en los sectores populares griegos, con poderosos sindicatos clasistas, movimientos radicales y partidos comunistas que no cayeron en un proyecto político conciliador, nos recuerdan que estas modalidades de organización siguen a la orden del día si es que llevan adelante una práctica política anticapitalista consecuente junto a sus bases y a los nuevos excluidos del sistema (jóvenes, pensionistas). El nivel de resistencia cuantitativo y cualitativo a las medidas impuestas por el FMI la UE y sus acólitos locales, no es más que un primer paso que augura nuevas formas e iniciativas de lucha popular. Sirvan de ejemplo la de huelga general del pasado jueves 20 de mayo, que es la quinta en un breve periodo de tiempo, la movilización de 100.000 personas por el partido comunista KKE el pasado sábado 15 de mayo en Atenas, las ocupaciones de escuelas y facultades por parte del movimiento estudiantil y los mensajes totalmente anticapitalistas de todas esas movilizaciones. Tendremos que seguir detenidamente la evolución, aciertos y errores de toda esa lucha.
Aquí, en Euskal Herria, tenemos un acervo histórico de lucha, de autoorganización y de movilización que hace de nuestro movimiento popular una fuerza social sin parangón en la Europa actual. Eso no nos exime, desde nuestra singularidad de pueblo sin Estado, a tomar nota de los pasos que da el Imperio del capital en otras latitudes así como de las formas de resistencia que otros pueblos le contraponen. Al contrario, es nuestro deber. De esta forma estaremos políticamente e ideológicamente mejor encaminados para seguir profundizando en la lucha de masas, ideológica e institucional, pilares actuales de nuestro proceso de liberación cuyo recorrido y, a buen seguro, desenlace irá minando las bases del proyecto de dominación europeo vigente. Junto a movilizaciones y concentraciones de apoyo a la lucha del pueblo trabajador griego tenemos, por lo tanto, que seguir recorriendo y alimentando nuestra práctica política transformadora. Sin duda alguna, en ello reside la más consecuente práctica de solidaridad internacionalista.
Gillen Ogieta y Jon Txontxe Etxebarria, militantes de Askapena.
www.askapena.org