Sin ahondar en el tema de la pederastia, hay que admitir que el rebaño vasco anda bastante revuelto. Día sí y día también, aparecen datos que lo sitúan en el epicentro del debate social.
La Iglesia oficial, encerrada en sí misma, vive obsesionada por recuperar el protagonismo y el poder que una sociedad laica le niega. Para conseguirlo, atiza el nacional catolicismo: vendaval neoconservador y españolista que azota el aprisco por los cuatro costados. Quienes obispean estas praderas han abierto de par en par las puertas del redil para que una caterva de grupúsculos sectarios se dispute la grey. Los comportamientos de estos fanáticos nos trasladan a la Edad Media: el curángano que niega la comunión a una joven por extender la mano para coger la hostia; otro exige a la serora que beba el agua de la colada cuando lava los corporales por si hubiera en ellos algún pedazo de Cristo; dos comisarios acuden a la parroquia donde se celebra la confesión comunitaria para reventar el acto. Hasta el emérito Uriarte exige silencio a quien denunció el nombramiento de Munilla y sanciona a un clérigo por celebrar la Eucaristía con unos homosexuales. ¿Quién dijo que la Inquisición pertenecía al pasado?
En medio de tanta carcundia y desafuero, hay hechos alentadores; síntomas de que la capacidad crítica todavía sigue viva en la Iglesia local. El grupo Eliza Gara reivindica el papel de la mujer en la comunidad cristiana; un alto porcentaje de clérigos guipuzcoanos expresan su desacuerdo con el nombramiento de Munilla; numerosos sacerdotes defienden el derecho de Pagola a exponer su doctrina ante la persecución de la Conferencia Episcopal Española; la Coordinadora de Sacerdotes de Euskal Herria se dirige al cardenal Hummes para volver a plantear la unidad territorial de esta Iglesia local. Aunque demasiado escasas, hay parroquias que ceden sus locales para que los vituperados familiares de presos puedan hacer huelga en ellos. Sin respaldo oficial, siguen vivas las Comunidades Cristianas Populares. No tienen poder, pero tampoco lo reclaman; rechazan un protagonismo que se lo atribuyen al pueblo. Suelen participar activamente en la aventura liberadora de Euskal Herria, y desde ahí viven su fe. No es fácil dar con ellos porque son pocos y no cuentan con templos ostentosos. Para encontrarlos, hay que ir a las calles donde se movilizan o ‑en algunos casos- a las cárceles donde se les retiene secuestrados. Evidencia de que su compromiso no es retórico.
El colectivo Herria 2000 Eliza ha organizado unas jornadas en la Casa de Cultura de Gasteiz para el 11 y el 12 de mayo. Espacio abierto a diferentes voces en el que el pueblo ha de ser el ponente principal. Para Herria 2000 el diálogo maduro es un buen procedimiento para que la Iglesia encuentre la forma de cumplir su tarea fundamental: ser acicate y estímulo de proyectos liberadores.